Desde un Chile convulsionado por las revueltas provocadas por el descontento social ante los impactos estructurales del neoliberalismo, y la profundización de la crisis para la clase trabajadora que golpea en particular a las mujeres, precarizando aún más los trabajos productivos y reproductivos. Este artículo, casi un manifiesto, ubica la mirada feminista de la transformación y la necesidad de un internacionalismo que sostenga las luchas.
Por Karina Nohales, Comité de Trabajadoras y Sindicalistas Comité Internacionalista-Coordinadora Feminista 8M, en Lobo Suelto
Recibimos este 1° de mayo en un contexto de crisis global. El impacto planetario del Covid-19 afirma con renovada solidez el internacionalismo de nuestras luchas y de esta fecha. Los y las trabajadoras nos enfrentamos hoy en todos los lugares del mundo a profundos problemas vitales. Mientra las medidas de paralización total o parcial ya afectan a cerca del 81% de la fuerza de trabajo mundial, millones más están expuestas a perder sus ingresos y sus puestos de trabajo de manera permanente.[1] Junto a ello, la crisis de la reproducción de la vida ha intensificado y precarizado aún más los trabajos productivos y reproductivos que realizamos mujeres y disidencias.
Sabemos que las medidas adoptadas por múltiples gobiernos apuntan en un mismo sentido general: proteger las ganancias empresariales en ataque directo a nuestra existencia. Sabemos también que estos ataques y la actual crisis no han comenzado con el virus; más bien el virus expresa la ya larga crisis de la organización capitalista del trabajo y de la vida que coloca a millones de personas ante la incertidumbre total frente al presente y al futuro.
Justamente porque no queremos que el futuro se parezca a este presente; porque no queremos que tener trabajo hoy signifique, para muchxs, exponer su salud y no tenerlo signifique hambre; y porque impugnamos la normalidad violenta que nos quieren imponer, es que los pueblos en Chile decidimos levantarnos en revuelta contra la precarización de la vida y contra quienes con sus políticas la han sostenido por décadas. Nos mantuvimos en las calles cinco meses y sin descanso y venciendo el temor fracturamos la normalidad neoliberal. De la experiencia de 30 años de injusticia nació una consigna-horizonte que abrazamos: luchamos hasta que valga la pena vivir.
Apenas una semana antes de imponerse la necesidad del distanciamiento físico, cuatro de millones de mujeres y disidencias desbordamos las calles del país en un 8 y 9 de marzo históricos. La vitalidad de la revuelta se manifestó allí, en la Huelga General Feminista, cuando juntas y juntes exigimos -como hoy- la salida del gobierno criminal, el fin de la impunidad y del terrorismo de Estado. Nos levantamos en defensa de un programa feminista para transformarlo todo y afirmamos que vamos a la vida, a esa vida que queremos y que nos es negada. El 8 y 9 de marzo, en el Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras, demostramos que la revuelta le pertenece a los pueblos y que mientras los pueblos no decidan ponerle fin, la revuelta sigue.
Hoy somos esas mismas mujeres y disidencias quienes estamos en la primera línea de los trabajos de cuidados que sostienen la vida, esos trabajos esenciales que no pueden paralizarse, que son precarios, inseguros, mal pagados o derechamente no remunerados. Estamos en la primera línea de los que nunca han conocido de limitación horaria. Hoy, somos esas mismas mujeres y disidencias las que estamos expuestas, muchas de nosotras, al encierro con nuestros agresores. Nos hemos dicho que nuestras vidas son un problema político y hoy más que nunca lo sostenemos, por eso levantamos un Plan de Emergencia Feminista ante la crisis y junto con otras organizaciones feministas conformamos una Red de Apoyo que recientemente lanzó una campaña para enfrentar la violencia machista en el contexto actual.
Frente a la actual crisis integral, una pregunta recorre el mundo este 1° de mayo: ¿Qué vamos a hacer ahora? Nosotras/es decimos que teníamos razones en octubre para levantarnos y que tenemos más razones hoy.
No nos llamamos a engaño. La transición democrática, más que de dos bloques, se trató de un cogobierno dedicado a administrar un mismo legado dictatorial y, en lo fundamental un mismo programa, el programa de la explotación y el programa de impedir el rearme político y orgánico de los sectores populares. Gobernaron por décadas y siguen gobernando sin haber hecho nada en favor de los y las trabajadoras. En los momentos más clave de nuestra historia reciente, cuando los pueblos decidimos saldar cuentas con ellos, muchos de los partidos que se presentaban a sí mismos como una alternativa a este duopolio de la transición, se cuadraron con la defensa del modelo y en contra de los intereses populares, aprobando las leyes represivas con que intentan aplastar la revuelta e imponiendo a los protagonistas del estallido unos términos que les excluyen del camino constituyente vital que ya hemos emprendido. Todos son responsables.
Afirmamos que antes y ahora los y las trabajadoras nos tenemos les unes a las otras y sólo podemos contar con la confianza en nuestras propias fuerzas para enfrentar y resolver los problemas urgentes que se nos presentan. Nos preparamos para impugnar, una vez más, las políticas con que este gobierno criminal y los partidos que se le subordinan, pretenden hacernos pagar una crisis que no provocamos. Nuestros fondos de cesantía se consumen y nuestros fondos previsionales desaparecen sin que los empresarios tengan que desembolsar ni un solo peso en remuneraciones, sin que nadie detenga este desangrar de los esfuerzos de toda una vida de trabajo. Estas políticas son hambre para hoy y hambre para mañana.
Nos preparamos para combatir la pobreza desde la solidaridad de clase, para sostenernos juntas y para impedir que la competencia se imponga entre nosotras y nos enfrente, porque cuando la pobreza enfrenta a trabajadores contra trabajadores, los ricos ganan terreno para empeorar nuestras condiciones de vida.
El 1° de mayo no ha sido hasta ahora una fecha en la que tradicionalmente las feministas tomemos la palabra, pero llevamos un tiempo reflexionando profundamente y articulando de manera colectiva lo que queremos decir. Lo hemos hecho desde el Comité de Trabajadoras y Sindicalistas de la Coordinadora Feminista 8M en los Encuentros de Feminismo, Trabajo y Seguridad Social y en los Encuentros Plurinacionales de les y las que Luchan y también hace un año realizamos nuestro primer acto de 1° de Mayo Feminista en Santiago. Este año, de manera virtual, nos volveremos a encontrar para decir públicamente que existe una alternativa por la cual luchar y para convocarnos a construirla.
Este 1° de mayo damos un paso adelante, llamándonos a construir una Organización Feminista de las Trabajadoras, una apuesta de unidad en tiempos de fragmentación y precarización del trabajo. Un espacio en que mujeres y disidencias nos agrupemos desde todos los trabajos que realizamos -formales, informales, remunerados o no- y también desde la cesantía. Nos llamamos a crear una espacio en el cual las amplias capas de trabajadoras que no han encontrado en las formas sindicales tradicionales un lugar de participación, de solidaridad y de acción conjunta se encuentren con las sindicalizadas para desarrollar juntas nuestra potencia, todavía dispersa.
Un espacio democrático de y para las bases, desde el cual hacer un balance de las organizaciones de trabajadores de las últimas décadas y también del lugar que mujeres y disidencias, y los trabajos que realizamos, hemos ocupado en ellas. Un espacio para visibilizar los trabajos de cuidados que sostienen la vida y para reivindicar la Huelga General Feminista como método para conquistar su socialización.
Este 1° de mayo también somos memoria feminista y memoria de futuro. Nos convocamos a construir una Organización Feminista de las Trabajadoras que sostenga el hilo rojo de la historia que nos une a las y los obreros de Chicago de 1886, el hilo que bordaban las mujeres en esas primeras huelgas que dieron origen al 8 de marzo, el hilo rojo de los trabajadores en los Cordones Industriales y de las pobladoras en las tomas de terreno en Chile. Hacemos nuestras estas luchas y reclamamos nuestro lugar como protagonistas de nuestros destinos en las luchas presentes y por venir.
Este 1° de mayo también somos internacionalismo, porque nuestras luchas no conocen de fronteras. Nos unimos en articulación Transfronteriza con feministas de múltiples territorios y continentes para afirmar juntas y juntes que la sociedad puede ser organizada sobre nuevas bases, que es posible una vida sin violencia patriarcal, sin racismo y libre de explotación; que las relaciones entre los pueblos pueden ser refundadas desde la solidaridad y desde ya ponemos en ello nuestros esfuerzos.
Desde este país en que pandemia se cruza con revuelta, extendemos hoy nuestro saludo a todos y todas las trabajadoras del mundo, con la certeza de que las revueltas también son contagiosas.
[1] Observatorio de la OIT: El COVID-19 y el mundo del trabajo. Segunda edición