La gran concentración de contagios por Covid-19 en la Región Metropolitana ha dejado en evidencia que la gentrificación de nuestras ciudades y el hacinamiento en los sectores más pobres agudiza la crisis social y sanitaria que vivimos. ¿Cuál es el modelo de ciudad que habitamos? ¿Existen alternativas sustentables? ¿Por qué es necesario posicionar el feminismo en la planificación urbana?
Geanina Zagal Ehrenfeld (32) investigadora, estudiante de doctorado en geografía y magíster en estudios de género, es una de las integrantes fundadoras de la organización Ciudad Feminista, que reúne a mujeres profesionales activistas que buscan generar un urbanismo sustentable y libre de violencia y abusos hacia las mujeres, niñas y disidencias. Cómo levantar espacios públicos libres de acoso y violencia, cómo incidir desde el ecofeminismo y qué importancia tiene la planificación urbana en la salud y bienestar integral de las personas son las principales temáticas en las que trabajan. Apropiarse del espacio público y generar redes entre mujeres es algo que llevan directamente a la práctica, por eso no ven la hora de volver a salir a la calle y seguir con sus proyectos en comunas como San Miguel y Pedro Aguirre Cerda, donde realizan una escuela de deportes y artes urbanas para niñas.
¿Cómo ves, desde la geografía, el feminismo y la arquitectura la relación entre las ciudades y la reproducción de la pobreza?
Históricamente en Latinoamérica el espacio y la propiedad del suelo es donde el neoliberalismo ha fijado su forma de apropiación de la vida. El nuestro país las reglas de juego las marcó la ley general de urbanismo y construcciones de 1975, en donde se fijaron los criterios que liberan los usos de suelo. Esto ha generado un desarrollo urbano desigual, sin control, y mucha inequidad y exclusión social. En Chile el mercado inmobiliario no tiene casi restricciones, determinando cómo son nuestras ciudades.
Actualmente vemos que el hacinamiento está siendo un factor en el aumento de los contagios, ¿el modelo de ciudad es el origen?
Sí, y eso tiene que ver con el déficit habitacional. Bajo la premisa de acabar con esto, se han construido viviendas sociales en las periferias y se han expulsado a los más desfavorecidos a proyectos inmobiliarios en los extremos de la ciudad, sin trabajos y sin servicios. Y esto ha provocado más marginalidad urbana. Una vivienda hacinada agudiza la violencia de género. La crisis de las ciudades en pandemia se relaciona a la crisis del trabajo y su distribución, entonces es una tormenta perfecta. En muchas casas, la misma mesa donde se cocina y se hace el pan amasado para vender, también sirve para teletrabajar, estudiar, comer. Debemos cambiar el paradigma de desarrollo en las ciudades, grandes torres no son sinónimo de más desarrollo.
¿Cómo el modelo actual de ciudad afecta quiénes somos al habitarla?
Afecta muchísimo, sobre todo en la salud mental de las mujeres. La falta de áreas verdes en las comunas más empobrecidas y el poco espacio para hacer deporte y pasear, por ejemplo, inciden directamente. El espacio público tiene una dimensión espiritual y comunitaria que debiera sustentar el cuidado. Cómo sería si las mujeres pudieran confiar en la calle y en que sus hijos jueguen libremente en ella, con una comunidad que también se preocupe por ellos y no recaiga todo el cuidado en la vida doméstica. Que sean espacios públicos donde se prevenga la violencia de género. Que la ciudad nos de soporte y seguridad al usarla. Que de noche existan lugares abiertos a dónde acudir. Que las mujeres no crezcamos con el miedo al acoso callejero. Se sabe por estudios que entre los 6 a los 12 años las niñas prácticamente desaparecen del espacio público, lo que lleva a que crezcan con miedo, configure cómo se mueven y se relacionen con la ciudad.
¿Por qué creen que es importante pensar una ciudad feminista?
Dentro de las propuestas de la crisis se habla de abandonar la ciudad. ¿Pero quienes pueden efectivamente dejarlas? Las ciudades son una realidad material que no vamos a destruir de un día para otro. Si no pensamos en la transformación de los territorios que ocupamos, los desecharemos e iremos a destruir otros. En Santiago una pobladora que vive de allegada y con hijos, no tiene posibilidad de emigrar de la ciudad porque aquí está su fuente de ingresos. Por eso nos interesa posicionarnos como mujeres activas, trabajadoras, que corremos, andamos en bicicleta, en skate, nos juntamos en la calle, usamos los espacios e intentamos promover su uso. Debemos confiar en nuestro activismo, disputar el espacio público y tener una mirada integral sobre los problemas de nuestras ciudades. Tenemos una convicción profunda de que solas no podemos.