Chile: Fue el pueblo

La experiencia de recomposición del tejido social que tuvo lugar en Chile en el último tiempo y que ha dado lugar a un ciclo de politización de masas ha dejado en evidencia que la relación entre la calle y lo electoral no marchan por separado y que, en determinadas coyunturas, soltar una puede comprometer la otra.

Escriben para Jacobin América Latina

El domingo 19 de diciembre resultó electo presidente de Chile Gabriel Boric Font. En una elección con niveles inéditos de participación, el candidato de los partidos de la izquierda agrupada en la coalición Apruebo Dignidad se impuso por casi doce puntos de diferencia (56% sobre 44%) al candidato de la extrema derecha, José Antonio Kast, convirtiéndose, con 35 años, en el presidente más joven y también el más votado de la historia del país. En marzo de 2022, Sebastián Piñera tendrá que entregar el poder a la generación de las y los estudiantes que se movilizaron por la educación pública durante su primer mandato (2010-2014).

El ciclo electoral de la revuelta

La elección presidencial fue la penúltima de un abultado ciclo de elecciones que han tenido lugar en Chile desde que se inauguró el escenario abierto por las movilizaciones de estudiantes secundarios que estallaron en una revuelta. Desde el 18 de octubre de 2019 se ha llevado a cabo el plebiscito por una nueva Constitución, la elección de constituyentes y la renovación de todos los cargos de elección popular: alcaldías y concejalías, gobernaciones y consejos regionales, parlamentarias y la presidencia del país. Ahora solo resta, el próximo año, el plebiscito de salida para ratificar la nueva Carta Magna. En una avalancha electoral tal, resultaba ineludible la centralidad que iba a jugar esta forma de traducir la contienda social.

En la última década, una dimensión gravitante para comprender el comportamiento político local ha sido el alto nivel de abstencionismo electoral. Desde que en 2012 se implementara el sufragio voluntario, la abstención ha ido en un sostenido aumento, tendencia que por primera vez se revirtió en octubre de 2020, con ocasión del plebiscito por una nueva Constitución. La curva de la participación electoral no ha sido pareja desde entonces. Del 50,9% de participación para el plebiscito —en que el «Apruebo» se impuso al «Rechazo» por 79% contra 21%—, pasamos al 47% de participación en la primera vuelta presidencial, nivel de abstención muy similar a la última elección previa a la revuelta.

Todo indica que los sectores populares en tanto fuerza votante han sido selectivos en sus batallas. Esto ha provocado a momentos resultados electorales difíciles de descifrar, pero lo cierto es que la menor participación electoral ha sido proclive a las fuerzas conservadoras (el mejor ejemplo de ello fueron las elecciones parlamentarias) y que el pueblo eligió la segunda vuelta presidencial como una batalla propia, definiendo con ello su desenlace.

Las contiendas electorales, y particularmente la ampliación de la participación popular en ellas, han estado orientadas por las dos coordenadas fundantes de la revuelta que estalló en Chile y que están sin duda íntimamente ligadas: la impugnación al neoliberalismo y a quienes lo han administrado y la impugnación a la herencia dictatorial. Tanto el plebiscito por una Nueva Constitución como el reciente balotaje, que rápidamente adoptó una forma plebiscitaria, actualizaron ambos ejes. Si en 2019, por la vía de movilización de masas expresada luego en el desborde de la votación del plebiscito, se logró en pocas semanas lo que ninguno de los partidos de la transición democrática hizo en 30 años (poner fin a la Constitución de Pinochet), en la segunda vuelta presidencial se le cerró el paso a la candidatura que buscaba restaurar su legado, salvaguardando de paso con ello el espacio institucional desde el cual se aspira a desmontar su continuidad: la Convención Constitucional.

La experiencia de recomposición del tejido social, articulación y movilización sostenida (incluso a pesar de la interrupción por efecto de la pandemia), han dado lugar a un ciclo de politización de masas, en medio del cual amplios sectores han verificado que la relación entre la calle y lo electoral no marchan por separado y que, en determinadas coyunturas, soltar lo uno puede comprometer lo otro. En un contexto de marcado abstencionismo y a la vez de un sector de la izquierda que ha abrazado históricamente su alejamiento de la vía de disputa institucional, esto marca un viraje para la recomposición de las fuerzas transformadoras.

La primera vuelta presidencial

El 18 de julio tuvo lugar la primaria presidencial en virtud de la cual Chile Vamos y Apruebo Dignidad definieron por votación popular quién de entre sus correligionarios sería su candidato definitivo. En la ocasión, Gabriel Boric se impuso al candidato del Partido Comunista, Daniel Jadue, sumando ambos, en total, un millón setecientos mil votos. Por su parte, entre los candidatos de Chile Vamos se impuso el independiente con apoyo UDI, Sebastián Sichel, quien junto a los otros tres candidatos de su bloque llegaron a un millón trescientos mil votos. En suma, esta fue la primaria más votada de la historia, y Apruebo Dignidad tuvo una participación mayoritaria como conglomerado.
Cuatro meses más tarde, en la primera vuelta electoral del 21 de noviembre, Boric obtuvo un millón ochocientos mil votos, no logrando ampliarse por fuera de su sector más que en exiguos cien mil votos respecto de la primaria. Por cierto que esta vez se enfrentaba a numerosos candidatos de otros sectores; sin embargo, quedó por debajo del candidato de la extrema derecha, José Antonio Kast, quien no participó previamente en primarias y que pasó al balotaje en primera posición. La baja participación popular en esta elección, sumada a la dispersión en los proyectos, el esquivo rol del empresariado para con su candidato (Sebastián Sichel) y el escaso involucramiento de más amplios sectores dejó al abanderado de izquierda en una posición que solo podría revertirse a contrapelo de la tendencia electoral histórica.

Uno de los elementos más destacables de la primera vuelta presidencial es que las principales coaliciones políticas que gobernaron el Chile de la posdictadura (los autodenominados «centros» de izquierda y de derecha) perdieron su hegemonía histórica y quedaron fuera del reciente balotaje. Un segundo hecho es que pasaron por primera vez a segunda vuelta conglomerados, como Apruebo Dignidad y el Frente Social Cristiano, fundados en el marco de este mismo ciclo de disputa posrevuelta. Mientras el primero ya contaba con una bancada parlamentaria (con parlamentarias y parlamentarios del Frente Amplio y del Partido Comunista), el segundo es abiertamente expresivo del fenómeno internacional de emergencia de las llamadas derechas extremas.

Un tercer elemento destacable fue el «factor Parisi» y su «Partido de la Gente», que con casi un millón de votos se hizo del tercer lugar, irrumpiendo como el gran outsider de la primera vuelta con un relato que revive la promesa neoliberal del éxito a través del esfuerzo individual desde una pretendida posición antielitaria y antiabusos. El «fenómeno Parisi», que cuenta con un candidato que realizó su campaña íntegramente desde fuera del país, es interesante de analizar por ser expresivo del campo de disputa que constituye hoy el proceso de politización de masas en curso.

En efecto, Parisi interpreta una fibra sensible de esa conciencia que sigue anclada a la idea neoliberal del mérito propio, pero que brega por expulsar al mercado del campo de los derechos sociales. Este relato de interregno, que repone al individuo en el centro, que critica la corrupción de las élites pero que omite los derechos sociales choca con el horizonte instalado por las izquierdas y, especialmente, con el feminismo, que afirma el carácter social de la existencia y la responsabilidad de socializar los trabajos que la sostienen. A diferencia de los partidos de los históricos conglomerados de estos treinta años que se ordenaron con mayor o menor desdicha detrás de Boric y Kast, Parisi no se alineó inicialmente con ninguno, dejando abierta la disputa por ese millón de votos en un momento crucial.

Tras la primera vuelta, el Partido de la Gente fue encarnando más y más marcadamente un política de restitución patriarcal, que se expresó tanto en la campaña electoral como en la masculinización de su base votante y, muy concretamente, en su candidato quien mantiene una millonaria deuda de pensión alimenticia. De manera inédita este tema se politizó abriendo un debate público ineludible, donde tanto Boric como Kast tuvieron no solo que posicionarse, sino definir con ello la forma de interlocución con el voto de las mujeres. Mientras el primero apostó por el voto femenimo, el segundo relativizó la violencia económica y cerró filas con el papito corazón.

El balotaje y sus resultados

La segunda vuelta presidencial adoptó una forma (e incluso una épica) plebiscitaria. En menos de un año, Chile volvía a enfrentar una decisión que delineaba las condiciones de posibilidad para la continuidad de un ciclo de transformación en alza o la amenaza de su retroceso más radical. Esto quedó expresado no solo en la campaña sino también —y con una precisión espectral— en el resultado final, que repite los porcentajes de votación del plebiscito de 1988 cuando el país decidió si quería que continuara o no Pinochet en el poder. En ese entonces, el No se impuso con un 56% sobre 44% obtenido por el Sí. Como diría Mark Fisher, más de 30 años después nos enfrentamos a los fantasmas que asedian la democracia con la recomposición de sus clivajes históricos y correlación política.

Desde que existe el balotaje, la elección presidencial chilena siempre ha sido ganada por el candidato o candidata que pasa en primer lugar a la segunda vuelta. Esta vez ese comportamiento histórico se torció en virtud de un factor determinante: el 8% de los y las votantes que se abstuvieron en primera vuelta decidieron concurrir a las urnas, superando con ello todos los registros de participación electoral de nuestra historia reciente hasta alcanzar el 55,6%. Un millón doscientos mil votos más.

Este factor dio vuelta, literalmente, el escenario. Mientras en noviembre Kast aventajó a Boric en once de las dieciséis regiones del país, en diciembre Boric aventajó a Kast en once de las dieciséis regiones, obteniendo en cuatro de ellas sobre el 60% de los votos, incluyendo a la Región Metropolitana de Santiago, situada en el centro, a Atacama en el extremo norte, y a Magallanes, el extremo sur del país. ¿De dónde salieron ese millón doscientos mil nuevos votos y qué les movilizó a votar?

Las mujeres y el feminismo: el lugar de la iniciativa

Tras conocerse los resultados de la primera vuelta presidencial se encendió una señal de alarma. Siempre pareció probable que José Antonio Kast llegase a la segunda vuelta pero, tanto en el campo de las organizaciones populares como en Apruebo Dignidad, nadie parecía haber barajado la posibilidad de que pasara en el primer lugar. Si bien algunas encuestas proyectaban que esto acontecería, la credibilidad de estos instrumentos de medición está desde hace tiempo socavada y, además, dicha proyección resultaba desde muchos puntos de vista contraintuitiva. ¿Cómo podría ser que en el Chile de la revuelta pasara en primer lugar el candidato de la extrema derecha?

Mientras en las elecciones anteriores el pacto Apruebo Dignidad no hizo más que aumentar su rendimiento electoral, posicionándose como la alternativa más viable para enfrentar en las urnas la emergencia de Kast, contrastaba con ello el hecho de que, a nivel general, los movimientos sociales y organizaciones populares no apoyaron de manera pública ni hicieron campaña. Era evidente que muchos y muchas de quienes hacen parte de dichos movimientos iban a votar por Boric, pero el ejercicio de deliberación colectiva y toma de posición orgánica no se produjo.

El desconcierto que acompañó la noche del 21 de noviembre también dio paso a distintas formas de iniciativa, esa que no se había desplegado en la contienda previa, con posicionamientos colectivos e individuales llamando a levantar campaña desde fuera de Apruebo Dignidad. En pocas horas se expandió rápidamente un sentido de urgencia que, contrario a toda parálisis ante los resultados, trajo consigo las primeras respuestas de sectores organizados.

Esa misma noche, la Coordinadora Feminista 8M convocó una plenaria extraordinaria para discutir los resultados y las orientaciones a tomar. Se acordó allí una declaración pública bajo la consigna «Hoy y no Mañana» en apoyo a la candidatura de Gabriel Boric y el llamado abierto a una Asamblea Feminista Antifascista. A este, que fue el primero de los primeros hitos masivos realizados a tan solo tres días de la primera vuelta, llegaron cerca de dos mil asistentes, entre quienes participaron de forma presencial en la Universidad de Santiago de Chile (USACH) y de forma remota en la asamblea virtual que se realizó en paralelo. En la ocasión tomaron la palabra activistas de la Red Chilena Contra la Violencia Hacia Las Mujeres, Organización de Trans Diversidades, asociaciones de cuidadoras como Yo Cuido, el colectivo Autoras de Chile, la Red de Actrices de Chile, la Federación de Estudiantes de la USACH, la red de aborto Con Amigas y en la Casa, la Red de Profesionales por el Derecho a Decidir, Negrocéntricxs, Familia es Familia, Pedaleras Antipatriarcales y Bisidencias, la Cátedra Amanda Labarca, Anamuri, La Morada y asambleas territoriales como la del metro La Granja y las Mujeres Autoconvocadas de Macul. Todas y cada una de las organizaciones, muchas de las cuales nunca habían incursionado en procesos electorales ni optado por el camino de la participación institucional, se refirieron a la necesidad de dar un paso adelante en un llamado transversal y afirmativo no solo a votar por Gabriel Boric, sino a movilizar todo lo que fuera necesario para ampliar la votación en sectores que no se habían hecho parte hasta ahora.

Había una urgencia compartida por vencer el proyecto de restauración patriarcal, neoliberal y autoritario que veíamos tan próximo. En este contexto, la experiencia de las feministas en Brasil ocupó un lugar central en las intervenciones de la jornada: la clave de negación (Ele Não) no era suficiente para imponerse en las elecciones, la campaña que se librara por fuera de los partidos políticos debía ser desde un primer momento clara en comunicar su elección y llamado. Tal como dijeron las organizaciones de cuidadoras, estaba en juego mucho más que una elección como las anteriores: se trataba del cuidado de los derechos alcanzados y de la vida de mujeres, niñas y disidencias. Cada una de las presentes sabía que era necesario derrotar a Kast y que esta derrota tenía que ser aplastante. Así fue.

Mientras el Partido Republicano puso en cuestión el sufragio femenino, los derechos sexuales y reproductivos, discriminó abiertamente a madres solteras y tuvo que realizar una disculpa pública por su pretensión inicial de acabar con el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género, el movimiento feminista y LGBTIQ+ dio un paso clave en afirmar su protagonismo. Y es que los mismos sectores que han dicho que nuestras vidas no son un problema político hicieron de nuestras vidas, deseos y derechos su centralidad programática. Un hito central en este llamado transversal y unitario desde el movimiento feminista fue el acto «Nuestra urgencia por vencer», realizado en los últimos días de campaña y donde participaron feministas de la generación de los ochenta, integrantes históricas de la agrupación Mujeres por la Vida, al igual que artistas, activistas y militantes de diversas organizaciones y también partidos de Apruebo Dignidad. La heterogeneidad y unidad de esta instancia marca un precedente indiscutible.

Afirmar un lugar en la campaña contra estos sectores significó también, necesariamente, afirmar la ternura y el cuidado sobre su insistencia en desplegar una comunicación basada en el odio y las noticias falsas. En lo más íntimo, muchas, muches y muchos decidieron por quién votar como parte de un gesto de cuidado con sí mismos y también con amistades, familiares y personas que sabían podían estar en riesgo. El voto devino a distintas escalas una expresión de cuidado. Este llamado, que no era un voto de confianza, sí requería del despliegue de una campaña abierta y sin medias tintas.

Con los días, cada vez fueron más los sectores organizados que hicieron público su llamado a votar por Gabriel Boric, unos en clave de voto antifascista, otros aludiendo a un programa de transformación que recogía las aspiraciones de las luchas históricas y, también, algunos en el reconocimiento de que su triunfo era condición de posibilidad para seguir construyendo y afirmando una alternativa política propia.

Junto a las organizaciones feministas, desde los movimientos sociales tomaron el lugar de la iniciativa organizaciones sindicales y gremiales: el Colegio de Profesoras y Porfesores, la Unión Portuaria de Chile, la Coordinadora Nacional de Trabajadores No+afp, la Asociación Nacional de Empleados y Empleadas Fiscales, las y los Trabajadores del Cobre; organizaciones socioambientales como el Movimiento por las Aguas y los Territorios (MAT) y el Movimiento de Defensa del Agua, la Tierra y la Protección del Medioambiente (MODATIMA); organizaciones de izquierda por fuera de Apruebo Dignidad como Solidaridad, Movimiento Anticapitalista, Convergencia 2 de Abril, Lista del pueblo; organizaciones de Iglesias Evangélicas; figuras insignes de la revuelta y víctimas del terrorimo de Estado, como la recién electa senadora Fabiola Campillai y Gustavo Gatica; activistas estudiantiles como Víctor Chanfreau.

A esto se sumó el transversal apoyo que recibió la candidatura Boric entre las y los constituyentes de los distintos sectores de independientes (Independientes No Neutrales, Pueblo Constituyente, Movimientos Sociales Constituyentes y ex Lista del Pueblo) y de Escaños Reservados de Pueblos Originarios. Todas estas organizaciones y actorías, que no habían tomado una posición pública ante la primera vuelta, hicieron declaraciones, actividades y campaña para la segunda vuelta.

Los bastiones de la segunda vuelta

La participación electoral creció en todos y cada uno de los rincones del territorio. El porcentaje más alto de crecimiento se verificó en la Región Metropolitana de Santiago (que concentra el 40% del padrón electoral), con un 11% más de votos en un promedio nacional de 8% de aumento. Esto vino principalmente de los barrios marginados y populares de la gran zona urbana. De las 52 comunas que componen la capital, fueron las más pobres, que registraban en muchos casos los mayores índices de abstención, las que salieron en masa a votar por Boric, quien obtuvo en lugares como La Pintana, Los Espejo, Cerro Navia, Puente Alto, La Granja, Renca, San Joaquín más del 70% de apoyo, muy por sobre el 55% nacional.
Todo ello tuvo lugar a pesar de la evidente obstaculización al funcionamiento del transporte público desplegado por el gobierno, que dificultó el acceso y el tiempo de votación, particularmente en las zonas más aisladas de las ciudades. Distancias que habitualmente se recorren en quince minutos tomaban dos horas de tiempo el día de la elección. El objetivo era, evidentemente, impactar la votación de las periferias.

Mención aparte merece la comuna rural de Paine, de la cual la familia Kast es oriunda y que constituye para ellos una especie de feudo. A diferencia de la primera vuelta, en Paine ganó Boric con un 54,6% de los votos, infligiéndole al «nazi» (como le llaman ahí) una derrota en su propia casa. En contraste, José Antonio Kast con contadas excepciones, solo superó el 70% de votación en las tres comunas del 1% más rico del país, las mismas únicas comunas en que ganó el Rechazo para el plebiscito por una Nueva Constitución.

Otro núcleo donde Boric superó el 70% de los votos fue en las zonas de devastación socioambiental que, marcadas por el extractivismo, han sido declaradas «zonas de sacrificio». Petorca, Puchuncaví, Huasco, Freirina, portadoras de largas batallas y resistencias ecologistas, salieron a cerrarle el paso al negacionismo de Kast ante la crisis climática.

Un tercer bastión protagónico fue la masividad del voto de mujeres por el candidato de Apruebo Dignidad. No contamos todavía con los datos desagregados por edad y sexo del Servicio Electoral, pero de acuerdo a la estimación de la plataforma Decide Chile, de la empresa de big data Unlhoster, «las mujeres menores de 50 años fueron el motor del triunfo de Boric», señalando que la participación se disparó en este segmento y dio su respaldo a Boric en cantidades superiores al promedio. Mientras en la primera vuelta participó el 53% de las mujeres menores de 30 años que pueden votar y el 58% de las mujeres entre 30 y 50 años, en la segunda vuelta la participación creció hasta alcanzar el 63% y el 67% respectivamente, convirtiendo a este sector en el «bastión indiscutido de la ventaja». Boric había obtenido el 65% de los votos de las mujeres menores de 30 años y el 61% de las mujeres entre 30 y 50 años.

Ese millón doscientos mil votos que determinó el triunfo de Boric provino de la autoorganización, la movilización y la decisión política de los barrios pobres, de las zonas de extractivismo, de la juventud popular y de las mujeres; es decir, de aquellos sectores que asumieron como propia la tarea de detener la amenaza cierta sobre sus propias vidas y derechos. La pregunta abierta que queda es: ¿sobre qué fuerzas se sostendrá y para quién gobernará Boric?

Sin ingenuidad

No podemos tener certeza del futuro, pero sí podemos reconstruir los pasos dados que nos han colocado en el escenario del presente. La mayoría de los sectores sociales que rompieron con la abstención electoral haciendo posible el triunfo de Boric se movilizaron primeramente desde la certeza de que era necesario derrotar a Kast en las urnas más que por una confianza íntima hacia el actual presidente electo. Numerosas organizaciones sociales desplegaron la campaña afirmando un lugar de independencia respecto de la coalición Apruebo Dignidad. Y es que el ineludible lugar que la memoria ocupa en la dinámica política no ha dejado de ponerse en juego en cada coyuntura; esa memoria del pasado que dicta «nunca más» a Pinochet, y esa memoria reciente que se ha ido forjando al calor de la revuelta.

Gabriel Boric firmó solo y de espaldas a sus bases partidarias el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución el 15 de noviembre de 2019, acuerdo que habilitó el proceso constituyente en unos términos que amplios sectores populares criticaron y que fue leída también como una capitulación a la exigencia multitudinaria de las calles de destituir a Sebastián Piñera por las violaciones sistemáticas a los derechos humanos. Esto provocó entonces un quiebre y fuga de militantes en la misma coalición de Boric, al tiempo que el público cuestionamiento de varios movimientos y sectores movilizados. Posteriormente, la decisión del mismo Boric como de varios de sus compañeros de bancada parlamentaria de aprobar en general el proyecto de ley que sanciona con graves penas diversas formas de protesta, en medio del contexto de la revuelta, es algo que gravita. Esos parlamentarios pidieron posteriormente disculpas por dicha decisión, pero las disculpas no tuvieron la fuerza de deshacer la desconfianza instalada.

No es casual que la centralidad que hoy ocupa la demanda por la libertad de las y los presos políticos se hiciera notar con fuerza la noche del 19 de diciembre cuando, tras el triunfo, Boric dirigió su primer discurso como presidente electo al país. Entre los y las más de cien mil asistentes que se congregaron en la Alameda irrumpió con fuerza el grito de «liberar a los presos por luchar», ante lo cual Boric interrumpió sus palabras diciendo «ya estamos hablando con sus familiares». Al día siguiente, la primera medida oficial anunciada por el próximo presidente fue la de retirar respecto de los y las presas políticas de la revuelta todas las querellas judiciales por Ley de Seguridad del Estado. Si bien esto tiene más de simbolismo que de efectos prácticos (en la medida que ni todas los y las presas están privadas de libertad por esta ley y que en el caso de quienes sí lo están, no es la única ley que se les está aplicando), sin dudas aparece como una señal correcta.

Tras el resultado de la primera vuelta presidencial, Apruebo Dignidad buscó rápidamente acercarse a los partidos de la ex Concertación, especialmente a la Democracia Cristiana (que definió apoyar en campaña para luego ser oposición), y al Partido Socialista (quienes desde un primer momento hicieron público su apoyo). Desde el comando, el esfuerzo inicial se concentró en capturar los votos del «centro». Sin embargo, con los días empezó a sentirse el despertar de la iniciativa popular que fue llenando los actos en ciudades y pueblos al paso del recorrido que por todo el país hizo el candidato presidencial. Miles de gestos de apoyo popular y de cariño a Boric se viralizaron en las redes sociales y en la prensa, dotando a la campaña de la épica creativa y autoconvocada que no tuvo previamente. En contraste, Kast no logró en ningún momento congregar multitudes y, temeroso de su electorado, se hizo visible más bien por repeler el contacto físico de quienes lo apoyaban.

Conforme esto se afirmaba, Apruebo Dignidad pareció reconocer que la clave para ganar la segunda vuelta no estaba en limitarse a sumar los votos de la ex Concertación, sino que era necesario acercarse a quienes no se habían sumado antes, y supo hacerlo. Pero lo hizo también reviviendo la figura de Michelle Bachelet, quien cuenta con amplio apoyo en la población y que arribó a Chile a manifestar su apoyo al candidato. Por un momento, el país, que castigó al exbloque gobernante en las urnas, volvió a teñirse de un bacheletismo que evocaba una continuidad ominosa. Con el paso de las primeras semanas se logró una articulación inédita, que convocó tanto a las principales figuras de los 30 años de posdictadura como a quienes nos habíamos erigido en sus principales críticas y críticos durante la revuelta.

Apruebo Dignidad ganó la elección presidencial portando un programa de reformas que recoge importantes y sentidas demandas populares, particularmente en ampliación de derechos sociales a grupos históricamente excluidos; sin embargo —con la excepción del Partido Comunista—, no es una coalición de composición predominantemente popular. Desde ahora, erigida en gobierno precisamente gracias a estos sectores que se movilizaron para hacerlo posible, tiene la grandiosa posibilidad de llegar a serlo. Si gobierna desde y sostenido sobre esa fuerza de los pueblos o si se limita a ofrecer la repetición amigable del mismo guion transicional es algo que está por verse. En esta pregunta abierta se juega la respuesta acerca del mayor o menor espacio que existirá en el período inmediato para la construcción de fuerzas políticas emergentes con horizontes anticapitalistas, a partir de la articulación de organizaciones populares que han asumido en este ciclo un camino de disputa institucional por fuera de los partidos tradicionales. Mientras Apruebo Dignidad no avance sobre hechos concretos, nos permitimos ejercer deliberadamente nuestros derecho a dudar.

El lugar de la oposición

Más allá de lo más o menos críticas que sean las posiciones desde las cuales diversos sectores populares dieron su apoyo Boric, lo cierto es que el lugar de la oposición en el periodo presidencial que se avecina lo ocupará eminentemente la extrema derecha. Se tratará además de un lugar de oposición bien distinto al que ha ocupado el pueblo en mandatos anteriores, pues contará con la maquinaria comunicacional hegemónica a su favor, que ya se ha puesto a disposición del desprestigio de la Convención Constitucional y del discurso «anticomunista» que despliega contra cualquier idea de reforma.
El día previo a la elección, la constituyente y militante del Partido Republicano, Teresa Marinovic, publicó una columna titulada «Kast ya ganó». Adelantándose a la derrota electoral de su sector, afirmaba: «Falta poco para la elección presidencial, pero los resultados de esta segunda vuelta ya los conocemos: ganó Kast. Ganó incluso aunque obtenga una votación inferior a la de Gabriel Boric, Kast ganó. Desarticuló la tesis de que su discurso era inviable, de que estaba condenado a representar a un nicho demasiado reducido». No deja de tener razón: Kast pasó de tener un 7,9% en las presidenciales de 2017 a consolidar un liderazgo que arrastró incluso a una derecha que se autodenomina liberal y pudo consolidar la conformación de una bancada propia.

Sin embargo, a diferencia de lo que ella afirma en esa misma columna, la distancia entre Trump, Bolsonaro y Kast no es un asunto de carácter. La extrema derecha en Chile se limitó a repetir un guion internacional, una fórmula, pero ni los Estados Unidos de 2016 ni el Brasil de 2018 eran el Chile de los horizontes políticos abiertos por la revuelta. En un escenario atravesado por la movilización y politización de masas, Kast no ha logrado desarrollar una fuerza de movilización propia y no supo tampoco proponer una sola cosa al país. Su campaña consistió en un esfuerzo por despolitizar el debate y por despojarlo de profundidad programática. Pensaba que podía hablarle al Chile de antes. Kast es bastante expresivo de una burguesía que toma su deseo por realidad y su deseo es que esta revuelta no hubiera acontecido nunca.

Hoy respiramos aliviadas de haber impedido que Kast y su programa antimujeres, antidisidencias sexuales y de género, antimigrantes y antipobres llegaran a ser gobierno; por haber asegurado el desarrollo del proceso constituyente; por haber constatado una vez más que cuando el pueblo hace suya una batalla la gana, pero sabemos bien que el combate al neofascismo no empieza ni termina en las urnas. Muy por el contrario, estamos recién comenzando. Sabemos también que han sido los partidos autodenominados de izquierda o de centroizquierda los que, con sus políticas de precarización, han allanado el camino a la emergencia de estas derechas extremas.

No será desde la subordinación a esos partidos, en nombre del mal menor o de la medida de lo posible, que podremos derrotar ya no solo electoral sino socialmente a esas derechas. Ante el actual vértice histórico, sigue estando a la orden del día la imprescindible tarea de afirmar desde los pueblos una alternativa propia, que emerja desde esa voz indelegable como ese deseo abierto por otra vida, esa que ya comenzamos a imaginar y escribir en multitudes.

Una tarea que desborda fronteras

Nos tomamos las palabras finales para transmitir un mensaje a compañeras, compañeres y compañeros de otras latitudes, especialmente de América Latina. Somos conscientes de la trascendencia internacional que tiene tanto este resultado electoral como el proceso constituyente en curso, librado en medio de un contexto de agudización de la crisis global del neoliberalismo depredador. Sabemos que este camino que han abierto los pueblos en revuelta compromete aspiraciones populares que atraviesan fronteras y que no basta con inscribirnos en la posición defensiva del «No pasarán», sino a la afirmación de una alternativa de transformación vital y urgente.

Queremos que sepan que, al menos desde un lugar del movimiento feminista en Chile, en cada paso dado nos han acompañado también las luchas y las lecciones —con sus aciertos y errores— de numerosos pueblos. Las luchas feministas en Polonia, España y Argentina que se alzaron en huelga, la lucha y resistencia a la extrema derecha negacionista del pueblo en Brasil, las protestas de Ecuador y Colombia, las revueltas de Hong Kong, El Líbano y Sudán. Es imposible enumerarlas todas. Y si hemos podido sumarnos aquí también a esta constelación de levantamientos, y si hemos podido derrotar en las urnas la alternativa neofascista, es porque hemos decidido deliberadamente dejarnos orientar y acompañar por esas experiencias. Nuestro deseo es que así como nosotras les seguimos mirando, hoy puedan acompañarnos para tomar lo que de esta experiencia colectiva sirva en este camino hacia esa vida que nos deben y que desafía las fronteras.

 

Este texto forma parte de la serie «Convención Constitucional 2022», una colaboración entre Jacobin América Latina y la Fundación Rosa Luxemburgo.

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