Desafiando la economía colaborativa corporativa
Por Trebor Scholz
Entre todos los problemas en el trabajo del siglo XXI -el auge de un sector de servicios con bajos salarios, la desigualdad económica, el desmoronamiento de los derechos de los trabajadores-el principal problema, en realidad, es que hay muy pocas alternativas realistas. Lo que ha faltado en el debate sobre el futuro del trabajo es un enfoque que ofrezca a la gente algo que pueda abrazar de todo corazón. De eso es lo que trata este estudio.
En primer lugar, voy a reflexionar sobre las oportunidades, riesgos y consecuencias de la economía colaborativa. Utilizaré el caso de Amazon.com, que ha entrado con fuerza en determinada “economía colaborativa”. En segundo lugar, describiré el crecimiento de las cooperativas de plataforma y ofreceré ejemplos de plataformas existentes y de plataformas cooperativas imaginarias. Lo que llamo cooperativismo de plataforma consiste en modelos de propiedad democráticos para Internet. En tercer lugar, esbozaré diez principios para las plataformas de trabajo que están llevando la equidad laboral a las plataformas laborales. Concluiré con reflexiones sobre posibles pasos que hay que seguir para este cambio de paradigma en marcha.
Las consecuencias de la economía colaborativa. La han llamado “economía de bolos” (gig economy1), economía entre pares, sharing economy. Ha llevado un tiempo reconocer que la economía colaborativa era en realidad una economía de servicios bajo demanda que se dispone a obtener beneficios económicos de servicios que antes eran privados. Es cierto que entre esos trabajos existen oportunidades innegables para estudiantes o para trabajadores formados, y para quienes disponen de una segunda vivienda. Ahora es más fácil para los graduados universitarios encontrar algún trabajo montado los muebles o renovando la casa de alguien. Los consumidores, formados en una aguda apreciación de los bajos precios y de la “ubercomodidad”2 por encima de todo, han dado la bienvenida a estos advenedizos. Pero, ¿debemos entender la economía colaborativa como una señal en el camino que apunta a un futuro mejor, más flexible, del trabajo? ¿Qué es lo que esta economía nos trae realmente?
Bienvenido a las Aldeas Potemkin de la “economía colaborativa”, en las que finalmente puedes vender la fruta de los árboles del jardín a tus vecinos, compartir un viaje en coche, alquilar una casa de árbol en el bosque Redwood o visitar un KinkBnB3. Esa amigable comodidad supone, para muchos trabajadores, un salario bajo y una trampa precaria. Pero tú, por el contrario, puedes escuchar tu propia cuenta de Spotify en un taxi de Uber. Ya no tienes que sufrir lo que el economista George Akerlof describió como un “mercado de limones”; estas nuevas plataformas están introduciendo nuevos pesos y contrapesos. Has sido promovido a una gerencia media, tienes derecho a despedir a tu conductor. Hay empresas que hasta han encontrado una manera de sacar valor financiero de tus interacciones con los objetos cotidianos, reclutándolos como informantes para un capitalismo de vigilancia.
Compañías laborales tan amantes de lo cool y molón como Handy, Postmates y Uber celebran su momento Andy Warhol, sus quince mil millones de dólares de fama. Se deleitan por el hecho de haber puesto en marcha sus monopolios de plataforma en ausencia de una infraestructura física propia. Al igual que AOL y AT&T no crearon Internet, ni Mitt Romney5 construyó su negocio por sí mismo, las empresas de la economía bajo demanda tampoco construyeron el suyo. Se están yendo con tu coche, tu apartamento, tu trabajo, tus emociones y, esto es importante, con tu tiempo. Son empresas de logística que requieren que los participantes paguen al intermediario. Nos vamos transformando en activos; se trata de la financiarización de la vida cotidiana 3.0.
En What’s Yours is Mine (Lo que es tuyo es mío), el investigador canadiense Tom Slee lo resume así:
Muchas personas bien intencionadas sufren de una fe fuera de lugar en las capacidades intrínsecas de Internet para promover la confianza y una comunidad igualitaria y así, sin saberlo, se van convirtiendo en cómplices de esta acumulación de fortuna privada, y de la construcción de nuevas y explotadoras formas de empleo.
En la conferencia “Cooperativismo de plataforma”, John Duda, de Democracia Colaborativa, declaró:
La propiedad de las instituciones de las que dependemos para vivir, para comer, para trabajar, se está concentrando cada vez más. Sin la democratización de nuestra economía, sencillamente
no tendremos el tipo de sociedad que queremos tener, o que aspiramos a tener. Simplemente no vamos a tener una democracia. ¡Internet, de hecho no está ayudando! Está alimentado por el pensamiento a corto plazo, por los beneficios empresariales; está dirigido por el capital de riesgo y está contribuyendo a la concentración de la riqueza en cada vez menos manos. Dondequiera que la economía tecnológica se extiende, la vivienda se convierte en totalmente inaccesible. Tenemos que revertir esa tendencia.
Las ocupaciones que no pueden ser deslocalizadas -la persona que pasea a la mascota o la que limpia en casa- se están subsumiendo bajo lo que Sasha Lobo y Martin Kenney llaman “capitalismo de plataforma”. Los baby boomers están perdiendo sectores de la economía como el transporte, la comida y varios otros más ante la generación del milenio, que se precipita con ferocidad a controlar la demanda, la oferta, y el beneficio mediante la adición de una gruesa capa de hielo de negocios en las aplicaciones basadas en las interacciones entre usuarios. Están ampliando el libre mercado desregulado a áreas de nuestras vidas que antes eran privadas.
La “economía colaborativa” se presenta como un heraldo de la sociedad post-trabajo; el camino hacia el capitalismo ecológicamente sostenible en que Google va a vencer a la misma muerte y tú no tienes que preocuparte de nada en absoluto. Con el lema “lo que es mío es tuyo”, este caballo de Troya de la economía colaborativa nos libera de las formas jurásicas de mano de obra mientras desencadena una máquina de represión sindical colosal; pasando por encima de las personas de mayor edad. El autor alemán Byung-Chul enmarca el momento actual como “sociedad del cansancio”. Vivimos, escribe, en una sociedad orientada a los logros que es supuestamente libre, determinada por la llamada del “sí se puede”. Inicialmente, eso crea una sensación de libertad, pero pronto se acompaña de ansiedad, autoexplotación y depresión.
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