Cambio climático, quema de combustibles fósiles, bonos de carbono, agronegocio y el rol de las ONG ambientales. La necesidad de apuntar a las causas del problema: el modelo de «desarrollo» y consumo
Por Darío Aranda
Monocultivos de árboles, pagos de «bonos de carbono», «compensaciones climáticas» o»agricultura inteligente» son algunas de las falsas soluciones que empresas y gobiernos impulsan para maquillar los desastres ambientales que esas mismas empresas y gobiernos producen. Se apunta a las consecuencias, pero nunca se cuestiona el origen: el modelo basado en la quema de combustible fósiles (petróleo, gas, carbón), el agronegocio y la deforestación.
El incremento de la temperatura del planeta tiene directa relación con las actividad humanas que provocan un aumento de los niveles de gases de efecto invernadero presentes en la atmósfera. El dióxido de carbono (CO2) es uno de los gases que más impacta. Y su principal origen es la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) para producir energía. También influyen los procesos de deforestación y la tala de bosques.
El aumento de la temperatura global tiene directa relación con fenómenos climáticos extremos, tormentas, huracanes, inundaciones, sequías intensas e inviernos severos. Para contrarrestar la emisión de CO2, Naciones Unidas (ONU) impulsa acciones que van en línea con lo propuesto por las empresas y países que más contaminan. Una de las más debatidas, y cuestionadas por organizaciones sociales, se llama «REDD» (abreviatura en inglés de Reducción de las Emisiones derivadas de la Deforestación y la Degradación de los bosques).
Implica cuantificar cuánto carbono almacenan los bosques, la creación de «bonos» que se comercializan y que son utilizados por empresas y gobiernos contaminantes para intentar compensar sus desastres. Ejemplo: una petrolera estadounidense (o de Francia u Holanda) «invierte» en la plantaciones de árboles en América del Sur, y así maquilla su contaminación. También incluye la conservación de los bosques, su «manejo sostenible» y cuantificar el carbono que puede ser almacenado al “reforestar”, inclusive realizando plantaciones industriales (monocultivo) de árboles. La gran mayoría de las veces con efectos perjudiciales para campesinos e indígenas que viven desde hace generaciones en el lugar.
El Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales (WRM, por sus siglas en inglés) trabaja desde hace décadas contra el monocultivo de árboles (que provoca desalojos, violencia, contaminación, concentración de tierras en pocas manos). Y hace años alerta sobre los negocios de los contaminadores: «Los países del Norte lo ven como una opción importante que les permitiría ‘reducir’ las emisiones de carbono pagando para que otros las realicen, y los países del Sur lo ven como una posibilidad de obtener dinero por la conservación de sus bosques. Los proyectos piloto de REDD muestran claramente que representa una nueva y grave amenaza para las poblaciones que viven en el bosque».
Debate en Salvador
En el marco del Foro Social Mundial de Salvador de Bahía (de marzo pasado), Jutta Kill, del WRM, afirmó que la compra de bonos de carbono es una falsa solución para frenar el cambio climático «y más falso aún si seguimos quemando combustible fósil». Citó casos de empresas con monocultivo de árboles en Mina Gerais y Acre (Brasil), donde se despoja de sus tierras a familias rurales. «El negocio de carbono destruye y corrompe», alertó.
Apuntó a la responsabilidad de empresas y gobiernos, pero también de otros actores: «La economía verde no podría ser posible sin los paneles internacionales del clima. Fue prioridad de algunos movimientos sociales que abrazaron esas falsas soluciones, como el comercio de carbono. Debemos reflexionar críticamente y pensar qué tipo de sociedad civil queremos».
Tetet Lauron, delegada de la ONG IBON de Filipinas, se mostró de acuerdo con la «mitigación, pero no con los negocios» en torno al cambio climático. «Las empresas lucran con la cuestión ambiental y los acuerdos climáticos (de la ONU) posibilitan eso», cuestionó. Llamó a reforzar el concepto y militancia respecto a la justicia climática. También refirió a los distintos niveles de contaminación: «No tenemos el mismo nivel de responsabilidad Filipinas que Alemania. No es justo intentar equiparar responsabilidades, aunque sea un problema global».
Sabine Minninger, de la ONG Pan para el Mundo, coincidió: «Estados Unidos y Alemania están entre los que más debieran pagar, pero los países ricos no quieren hablar de cuánto les corresponde según la contaminación que han generado». Afirmó que los países del Sur global, muchas veces los más pobres, tienen mayor vulnerabilidad a la injusticia climática.
«Es complicado hablar de clima cuando hay tanta desigualdad y no se sabe qué se va a comer a la noche»
El aumento del dióxido de carbono tiene directa relación con los actuales modelos de desarrollo de producción y consumo, con utilización excesiva de combustibles no renovables. En general, cuanto más rico es el país, mayores son las emisiones. «Los países industrializados han explotado y consumido más combustibles fósiles, bosques y otros recursos del planeta, que el Sur, lo que les permitió alcanzar el grado de riqueza y poder actual. En ese camino, han colocado a la humanidad en un estado de riesgo tal que corre peligro de sucumbir. Es justo que recaiga en ellos la mayor parte de la responsabilidad de evitar la crisis social, ambiental y planetaria», resumió Jutta Kill.
Fredson Guilengue, de la Fundación Rosa Luxemburgo en Sudáfrica, agregó conceptos que no suelen estar presentes en la agenda ambiental: «Es complicado hablar de clima cuando hay tanta desigualdad y no se sabe qué se va a comer a la noche». Mencionó la necesidad de abordar el «racismo ambiental» y las «mudanzas climáticas». Además de poner en agenda los modos de producir y de consumir, planteó la necesidad de que las organizaciones ambientales fortalezcan alianzas con sindicatos y movimientos urbanos. «Sin ellos no vamos a vencer», afirmó. Y precisó que «la lucha por la justicia climática es una lucha por más y mejor democracia».
El Grupo ETC (Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración) es una espacio de referencia en el estudio y denuncia sobre el accionar de las trasnacionales. Recordó que las petroleras Shell y Exxon prometen a los líderes del mundo que es posible seguir festejando sin culpa. «Aseguran que la industria de la energía puede seguir bombeando combustibles fósiles a la atmósfera gracias al desarrollo de una estrategia para la captura de carbono que lo extraerá del aire para almacenarlo en el fondo del océano o en lo profundo del suelo. Lo que no se les explica a los gobiernos que esta tecnología es un mito», alertó el Grupo ETC.
Se trata de lo que eufemísticamente llaman “bioenergía con captura y almacenamiento de carbono” (BECCS, por sus siglas en inglés) y las empresas privadas ya han gastado 9.500 millones de dólares desde 2005 en el desarrollo de esas supuestas soluciones técnicas. En 2009, la Agencia Internacional de Energía (IEA, por sus siglas en inglés) advirtió que los mayores emisores necesitarían construir 3.400 lugares de captura y almacenamiento de carbono para 2050. El costo aproximado sería de cuatro billones de dólares. Denunció que pocas tecnologías han recibido de los gobiernos y las industrias esa enorme cantidad de dinero para usarla en plantas experimentales por tanto tiempo, con resultados tan poco significativos.
«No puede confiársele a las industrias más contaminantes del mundo que exploren supuestas ‘soluciones’ técnicas para el cambio climático. Lo que hacen es justificarse para seguir emitiendo gases hoy», advirtió el Grupo ETC.
Otra falsa solución es la «biología sintética» y la «agricultura climáticamente inteligente». En el informe «Pasándose de listos con la naturaleza», el Grupo ETC explica que las corporaciones agroindustriales más grandes del planeta (Syngenta y Monsanto a la cabeza) promueven técnicas para alterar la fotosíntesis en plantas y microbios (teóricamente para aumentar la captura de carbono en las plantas), proyectos para aumentar la fijación del nitrógeno y crear “plantas auto-fertilizantes”, y desarrollo de semillas de «tolerancia al estrés climático” con la aplicación de plaguicidas patentados. «Es un paso más para profundizar la dependencia de los agricultores», denunció el Grupo ETC.
La ecuación es siempre la misma: grandes empresas y supuestas soluciones técnicas-científicas que no detienen la contaminación pero sí permiten continuar con lucrativos negocios.