Organización para el cuidado

Prensa FOL TucumánEn tiempos de aislamiento social, preventivo y obligatorio para evitar la propagación de contagios ocasionados por el virus COVID 19 se tejen redes de solidaridad impulsadas desde los movimientos sociales. Desde una política de cuidados y saberes territoriales, las organizaciones sociales ponen a disposición de la comunidad y los centros de salud, la producción de insumos necesarios en este contexto de crisis sanitaria. Las organizaciones piqueteras han desarrollado históricamente estrategias de autocuidados basadas en un profunda solidaridad de clase. Desde las ollas populares hasta la confección de barbijos en plena pandemia. Organizarse para cuidar, una decisión política que prioriza el bienestar colectivo. 


La lucha de los movimientos sociales contra la precarización de la vida que organiza a las personas provenientes de los sectores más vulnerables de la sociedad ha desarrollado diversas estrategias de trabajo colectivo tendientes a sostener una economía comunitaria. El aprendizaje acumulado, sobre todo en épocas de crisis económica y social, donde se hace visible que la “salida es colectiva”, las organizaciones populares dan el ejemplo a la hora de tejer redes de solidaridad que tienden al cuidado, priorizando el bienestar grupal por sobre el individual.

En este contexto de crisis sanitaria que obliga al aislamiento social para evitar los contagios masivos del virus COVID-19, los movimientos sociales han brindado respuestas prácticas a la falta de insumos en el sistema de salud, resultado de las políticas de precarización en el sector por parte del Estado.

En este sentido, algunas organizaciones han conformados comités de prevención del contagio de coronavirus y dengue, abocados a la producción de barbijos y repelentes, con una política contraria a la especulación del mercado en relación a dichos insumos.

Nuestra salida sigue siendo la organización y solidaridad”

En Amaicha del Valle, provincia de Tucumán, el movimiento social Frente de Organizaciones en Lucha (FOL) diseñó como política solidaria: la elaboración de barbijos esterilizados, en conjunto con la Policlínica de Amaicha y con la colaboración de la Comunidad Indígena, para que sean usados por trabajadores y trabajadoras de la salud, agentes sanitarios y población en riesgo. De esa forma, las redes de cooperación entre trabajadores ayuda a contrarrestar la falta de insumos en el sistema de salud, resultado de las políticas de precarización en el sector por parte del Estado.

“Remarcamos que en el contexto de crisis sanitaria, en poblaciones como Amaicha no hay elementos de protección en el sistema público ni en la población, por lo que intentamos aportar solidariamente nuestro trabajo”, expresaron integrantes del FOL en sus redes sociales.

“Necesitamos que el Estado en sus distintos niveles esté presente por esta situación de crisis sanitaria y de cuarentena, que está generando no sólo problemas económicos para un gran sector que vive de su trabajo diario, sino que hay problemas de aumentos de precios desproporcionados, falta de plata en cajeros e imposibilidad de cobrar de ninguna forma a quienes no tienen tarjeta (como el correo, que se encuentra cerrado), falta de transporte público, sin agua en algunos barrios y problemas para comprar con la tarjeta alimentaria en pueblos cercanos, entre otros conflictos que con el correr de las semanas pueden agudizarse”, agregaron.

 

Estrategias similares implementaron en el Movimiento de los Trabajadores Excluidos (MTE), que frente a la imposibilidad de trabajar en la cooperativa y el agravante de que muchas fábricas para las que trabajan suspendieron los pagos hasta que se reactiven las ventas, muchos costureros y costureras empezaron a confeccionar barbijos desde sus casas.

“Empresas textiles y de insumos médicos empezaron a producir millones de barbijos en talleres familiares, pagando precios excesivamente bajos. El precio de confección de un barbijo varía de $0,90 a $8 por barbijo, según la zona (CABA, Lomas de Zamora, Matanza, La Plata), mientras que la unidad se vende entre $25 (por mayor) y $100 (por menor), generando ganancias millonarias para unos pocos y trabajo precarizado para miles. Sin mencionar el riesgo al que nos exponemos los costureros y costureras ante la circulación de materiales y personas en nuestros barrios y nuestras casas”, señalaban en un comunicado militantes del MTE, al exponer la especulación del mercado en la producción de un elemento fundamental en esta situación, como el barbijo.

Y agregaron:  “por todo esto, decidimos reabrir nuestras cooperativas, garantizando todas las condiciones necesarias para la prevención y el cuidado ante el virus para volver a trabajar en condiciones seguras y por un precio que reconozca y dignifique el trabajo de quienes realizamos un esfuerzo enorme por una remuneración muy baja dentro de la industria textil. Asumiendo también la responsabilidad de poner a disposición nuestras cooperativas en la producción de insumos esenciales para la comunidad”.

 

Mejorar las condiciones de habitabilidad y salud

La salud está en estrecha relación con el entorno. Pensar en barrios saludables requiere también reflexionar sobre el cuidado del ambiente. En este sentido, el FOL en la ciudad de La Plata ha organizado una comisión ambiental conformada por cuadrillas. La novedad que presentó esta organización fue la elaboración de un repelente natural para repeler insectos, especialmente el mosquito transmisor (el Aedes Aegypti),  para evitar los contagios de dengue.

“Hace rato venimos observando en la región la problemática con el dengue, que este año se ve agravada, pero que históricamente es invisibilizada. Lo vemos como una problemática cercana porque además muchas compañeras vienen de Formosa, Chaco, Santiago del Estero, Misiones y Paraguay, donde la situación es bien compleja. Como las acciones del municipio son muy deficientes vimos la necesidad de organizarnos y buscar una solución para protegernos en nuestros barrios”, contó Ramiro, militante del FOL y uno de los impulsores del proyecto.

Las cuadrillas ambientales están conformadas por militantes que habitan los barrios y desde allí impulsan huertas agroecológicas en las que producen verduras sanas y frescas sin agrotóxicos con el objetivo de mejorar la dieta de los comedores comunitarios. Asimismo, realizan la recolección de materia orgánica para realizar el compost y de esta forma contribuir al reciclaje de los suelos, altamente contaminados en las zonas urbanas producto de los basurales y la recolección ineficiente de desechos. “La situación en los barrios en cuanto a la contaminación es muy complicada. Cada vez que llueve se inundan y no hay un sistema de cloacas ni de acceso al agua potable, lo que genera que haya muchos mosquitos. A su vez, las zanjas estancadas actúan como un reservorio para el insecto, por lo que no alcanza con vaciar los tachos en nuestras casas como dicen en la radio o en la tele, los mosquitos en los barrios populares van a seguir estando”, explicaron.

La sabiduría sobre el entorno permite el diseño de estrategias para elaborar un repelente utilizando los recursos a mano: “muchas compañeras usan las plantas aromáticas de manera medicinal, que es un conocimiento ancestral popular que traemos de nuestros antepasados, y así decidimos empezar a armar nuestros repelentes con esas plantas, que usaron nuestras abuelas. También como respuesta a otra problemática, que es el precio de los repelentes comerciales, que hacen imposible su acceso para los sectores populares”, afirmó Ramiro.

En ese sentido, desde el movimiento realizaron un video explicativo para socializar la receta del repelente para que pueda ser divulgada.

En tiempos de crisis y miedo social que ocasiona el aislamiento, la construcción de redes que asuman como política el cuidado pueden configurarse en una salida colectiva frente al individualismo del “sálvese quien pueda”.

Históricamente los movimientos sociales han tejido alrededor de las ollas populares su distintivo en la organización de políticas de cuidados, al compartir el alimento cuando escasea entre las mayorías empobrecidas y así, entre otras acciones, poder luchar contra el hambre y la miseria que generan los Estados con sus políticas de ajuste.

Hoy, asumiendo el mismo rol, sosteniendo los comedores y haciendo uso de sus saberes acumulados, de su trabajo sobre el medio ambiente y en el diseño de políticas en clave comunitaria, su organización nos ofrece un ejemplo de alternativa de mundo, en este momento, en donde las mayorías estamos reflexionando, como dice la artista travesti Susy Shock que “no queremos ser más esta humanidad”.

* Esta nota forma parte de la cobertura especial “Emergencia del Trabajo” frente al COVID-19 realizada con apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo.

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