Cuadernos Biodiversidad para defender nuestras semillas

 

Presentamos una serie de cuadernos que pueden ser herramientas para ayudarnos a entender el papel de las semillas en nuestra sociedad mundial, en el tejido nacional de cada país, pero sobre todo en la vida cotidiana de larguísimo plazo de la gente que vive de su relación con la Naturaleza escuchando a la tierra. Cuadernos que nos ayuden a entender por qué hay ese empeño por establecer una propiedad intelectual, una privatización de las semillas mediante pactos, convenios, acuerdos, leyes, estándares, normas, registros y certificaciones. Por qué se invierte tanto esfuerzo en arrinconar lo que ha sido el quehacer fundamental de la humanidad durante miles de años.

 

Presentamos cinco cuadernos

 

1. Un primer cuaderno introductorio donde se explican causas y razones para este control cada vez más pleno de restricciones ( ver aquí)

2. Un segundo cuaderno que nos describe el llamado Convenio de Diversidad Biológica y el Protocolo de Nagoya ( ver aquí)

3. Un tercer cuaderno que da cuenta del llamado Tratado de las Semillas (o Tratado Internacional de los Recursos Fitogenéticos para la Agricultura y la Alimentación-TIRFAA), más una caracterización de las leyes que buscan el registro y certificación de las semillas ( ver aquí)

4. Un cuarto cuaderno que establece las diferencias entre las semillas campesinas y las semillas certificadas y de registro ( ver aquí)

5. El quinto cuaderno se titula «El gran robo de semillas» ( ver aquí)

                  

 

Ocurre como en la más atroz ciencia-ficción: por todo el mundo leyes y tratados de libre comercio tornan ilegal la práctica milenaria de guardar e intercambiar libremente las semillas de las comunidades porque las grandes compañías (una suerte de consorcio entre agroindustria, tecno-ciencia, finanzas, comercio, organismos reguladores internacionales, aparatos jurídicos y cuerpos legislativos) han buscado afanosos desde dónde hacer un ataque directo, total, para erradicar la agricultura campesina, privatizarla, y sustituirla con producción agrícola industrial.

 

Quieren diluir el potencial del talismán que le ha permitido a sembradoras y sembradores seguir libres: la semilla.

 

Ésta es la llave de las redes alimentarias, de la independencia real del campesinado ante los modos invasores y corruptores de terratenientes, hacenderos, narcotraficantes, farmacéuticas, agroquímicas, procesadores de alimentos, supermercados y gobiernos.

 

Los investigadores de las grandes empresas suponen que sus versiones restringidas y débiles (homogéneas dirán) de la infinita variedad de las semillas sustituyen el potencial genético infinito de los cultivos y aseguran el futuro de la producción agrícola. Pero se equivocan por completo.

 

Un poco de historia

 

En la década de 1980 era fácil que la gente creyera que cada país establecía sus propias políticas públicas en los ámbitos y relaciones de la vida nacional. Pese a intromisiones, invasiones o bloqueos generalizados (como el cubano a cargo de Estados Unidos) había la sensación de que se buscaba cierto balance en los lazos internacionales según algunos principios básicos frente a otras naciones.

 

Se suponía que cada país era soberano económica y socialmente: ejercía su producción nacional, sostenía su comercio nacional e internacional, su política laboral, de ciencia y tecnología, la protección del ambiente y otras muchas cuestiones.

 

Se insistía en que cada país tenía sus derechos sociales y libertades civiles (aunque hubiera injerencias abiertas o encubiertas).

 

Con sus constituciones, leyes, normas y reglamentos cada país decía proteger su industria nacional y las ideas utilizadas en productos o servicios cruciales estableciendo impuestos y aranceles especiales para su importación.

 

Pero a partir de 1989 algunos organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial junto con Estados Unidos impusieron “reformas estructurales” y comenzaron a exigir que los países emparejaran sus modos de proceder, inaugurando la llamada “globalización”. De un modo un tanto coercitivo, exigieron que los países abandonaran sus regulaciones y adoptaran otras “equivalentes para todos”.

 

Con el pretexto de “facilitar el intercambio comercial”, se dijo que su buscarían regulaciones, criterios y normas parecidas.

 

Se implantaron los intereses de los países “desarrollados”, los intereses de las grandes empresas allí establecidas.

 

Argumentando “libre comercio”, en realidad se impusieron reformas que afectaron toda la vida pues abrieron margen de maniobra a las corporaciones, les quitaron restricciones, muy poco se vigiló su utilidad y los nocivos efectos de sus actividades.

 

Los gobiernos, sus instituciones jurídicas y el Derecho comenzaron a desgastarse. Los intereses de la ganancia buscaron doblegar a la justicia. Han llegado al punto de exigir que las corporaciones puedan demandar de igual a igual, en tribunales especiales, a los Estados que incumplen las reformas impuestas.

 

Las grandes empresas y sus gobiernos “asociados” comenzaron a controlar el comercio de mercancías y servicios, la importancia puesta en la producción, la alimentación, la salud, el desarrollo de la ciencia, los recursos naturales, el trabajo, las capacidades individuales y colectivas y hoy controlan muchísimos aspectos de la vida.

 

Nos cayeron los tratados de libre comercio: instrumentos ideados para servir de candados a todas las reformas arriba señaladas. Acuerdos de “comercio”, “inversión” y “asistencia técnica”, que comprometen a los países firmantes (no dominantes, entre ellos los de América Latina), a cumplir con lo exigido por los países que fijan las reglas de tales acuerdos junto con los organismos internacionales, aunque en teoría se hayan pactado “libremente” por los países.

 

Como elemento de esta oleada de control internacional por parte de Estados y corporaciones, los gobiernos, según ellos, decidieron “proteger” las semillas para la alimentación y la biodiversidad silvestre: las variedades de plantas, animales y seres que crecen en bosques, praderas y desiertos.

 

En realidad, ahora lo entendemos, comenzaba una disputa. Las corporaciones buscaron controlar las llaves de la reproducción de la vida: las semillas y los materiales vegetativos (“esquejes”, codos y otros) que permitieran producir alimentos a nivel industrial y en gran cantidad. Buscaron acabar con la agricultura independiente. Quisieron controlar igualmente los materiales vegetales para producir medicamentos, fragancias, combustibles y otros derivados.

 

También se establecieron convenios sobre los saberes tradicionales, los objetos del diario vivir y hasta los símbolos culturales que distinguen a cada pueblo originario o población local.

 

Los cuadernos que presentamos buscan detallar todos los convenios y pactos internacionales fabricados para someter la riqueza de la biodiversidad y sus saberes, e impedir que los pueblos mantengan sus ancestrales cuidados, su producción propia y su autonomía y territorios.

 

Son éstos apenas una primera mirada a la que seguirán otros que nos hablen del Convenio de la Unión Internacional para la Protección de Obtenciones Vegetales (UPOV), el problema de la propiedad intelectual y las acciones de resistencia contra estos intentos de privatización nocivos para la humanidad y la vida en su conjunto.

 

– Para descargar los cuadernos (PDF), haga clic en los siguientes enlaces:

Cuaderno de Biodiversidad #1 – Pactos internacionales que someten los bienes comunes de la biodiversidad

Cuaderno de Biodiversidad #2 – Convenio de Diversidad Biológica y Protocolo de Nagoya

Cuaderno de Biodiversidad #3 – Un espejismo contra las semillas campesinas

Cuaderno de Biodiversidad #4 – ¿Semillas registradas y certificadas o semillas campesinas, nativas y criollas?

Cuaderno de Biodiversidad #5 – UPOV: el gran robo de las semillas

 

 

Colectivo de Semillas de América Latina y Alianza Biodiversidad 

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