Sin dudas, hoy, hablamos de memoria. Y hablamos de traer esas memorias al presente, porque iluminan un peligro, como dijera Walter Benjamin. Hoy, parece imposible ver en el “progreso” una amenaza; en el “desarrollo”, una catástrofe. Parece imposible creer que las crisis y las muertes estaban calculadas.
Y, sin embargo, cuando revisamos los años noventa, vemos memorias de territorios devastados, pueblos doloridos y en la lucha, nombres que se hicieron innombrables.
Territorios a los que volver a mirar para entender nuestro presente, para construir una historia a contrapelo, para no olvidar los dolores y las violencias, y también para recordar y volver a pasar por los cuerpos las luchas de nuestres padres y madres.
Memoria en territorio que los centralismos urbanos y húmedos pintan una y otra vez como territorios vacíos, como zonas de caudillos y mansedumbres. “El medio de la nada”, escuchamos sobre distintos paisajes del interior argentino. Pero, mirando atentamente, veremos que están llenas de historias que merecen ser contadas, de juventudes rebeldes, de piquetes, marchas y legados que no debemos olvidar.
Querían que la viéramos por la tele a color, que la miráramos pasar como una película más, como espectáculo que nos convoca a no hacer nada, desde el sillón. “Mire, pero no toque”. Hacer memoria desde los territorios nos permite recordar dos cosas: que los pueblos no han parado de luchar y que nunca hubo “afuera” de la violencia neoliberal.
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