Recambio presidencial y crisis orgánica

Escribe: Fernando Rosso * 

Foto: EFE, AP, AFP

Argentina se encamina hacia las elecciones presidenciales de este año en el contexto de una crisis múltiple. El sistema político sufre una fragmentación como no se observaba desde 2003, dos años después de la gran crisis de 2001 en la que implosionó la economía y se quebró la moneda, cuyo punto culminante fueron las jornadas del 19 y 20 de diciembre de aquel año bisagra. Las movilizaciones con epicentro en la casa de Gobierno que expulsaron al presidente Fernando de la Rúa y abrieron una saga de crisis institucional que implicó que el país cambiara cinco veces de presidente en una semana.

(Daniel Garcia / AFP)

En el país de los campeones del mundo, tiene lugar una peculiar combinación de una crisis económica crónica, con la inflación en permanente alza como el síntoma más patente; una crisis social profunda (cerca de 40% de pobres) y ahora, una crisis política abierta por el resquebrajamiento del sistema político y sus coaliciones.

Antonio Gramsci escribió en los Cuadernos de la Cárcel que en los momentos de crisis orgánica se produce un “contraste entre ‘representantes y representados’, [cuyo] contenido es la crisis de hegemonía de la clase dirigente, sucede porque la clase dirigente ha fallado en alguna gran empresa suya para la cual haya exigido o impuesto por la fuerza el consenso de las grandes masas (como la guerra), o porque vastas masas (especialmente de campesinos y de pequeño burgueses intelectuales) han pasado de golpe de la pasividad política a una cierta actividad (…) Se habla de ‘crisis de autoridad’ y ella es precisamente una crisis de hegemonía o una crisis del Estado en su conjunto”. 

En los últimos diez años, desde que se agotaron las condiciones económicas e internacionales que habilitaron el ciclo de los tres gobiernos kirchneristas en 2012 (el primero de Néstor Kirchner y los dos de Cristina Kirchner) presenciamos el fracaso de “dos grandes empresas”.

Boletas del Juntos por el Cambio y Frente de Todos

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La primera fue la promesa de Mauricio Macri y la coalición de derecha denominada Cambiemos en 2015 que —frente a la crisis de la última etapa del gobierno de Cristina Kirchner producto del estancamiento de la economía, inflación en alza y devaluación en 2014— prometía “retomar la senda” del crecimiento e incorporar al país nuevamente al mundo. La propuesta de Macri en aquel tiempo estaba muy lejos del discurso que tiene en el presente: planteaba que se iban a recuperar estándares de vida mejores, hablaba de la “revolución de la alegría” y el tono de su discurso era más de “manual de autoayuda”, muy diferente a la rabia populista de derecha que esgrime en la actualidad. De hecho, si existía una figura internacional con la que pretendía identificarse era Barack Obama. Su administración (2015-2019) terminó en medio de una tormenta financiera, con todos los indicadores económicos y sociales en caída, una inflación del 55 % anual y con un fuerte endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional que lo asistió con un préstamo inédito (45 mil millones de dólares).  

El Frente de Todos, una coalición que agrupó al kirchnerismo y a un peronismo más de “centro”, arribó al poder en 2019 con la promesa de reparar el daño que había infringido el macrismo en el tejido social, recuperar el salario, salir de la crisis económica permanente y “encender la economía” como había afirmado el ministro de Hacienda de la primera etapa de gobierno. Al cabo de cuatro años, el salario real siguió en retroceso, la precarización laboral se extendió y la inflación está en torno al 120 %. El fracaso gubernamental es tan evidente que el presidente Alberto Fernández desistió de ir por un nuevo mandato.

Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa se volvieron a reunir en Olivos.

Foto Jose Brusco

Las elecciones argentinas se definen en tres tiempos: el 13 de agosto se realizarán las Primarias Simultáneas Abiertas y Obligatorias (PASO) que definen las internas de los partidos que no presentan candidatos únicos, pero además operan como un adelanto del resultado verdaderamente vinculante que se conocerá en las elecciones generales del 22 de octubre. Para evitar el ballotage, el candidato más votado debe obtener al menos el 45% de los votos afirmativos (no cuentan los votos en blanco) o más del 40% con una diferencia de diez puntos porcentuales con el segundo. Es muy difícil que alguna de las coaliciones obtenga esos guarismos en las generales, por lo tanto, lo más probable es que la elección se defina en instancia de ballotage el 19 de noviembre.

El sistema electoral y sus tiempos no son un dato secundario en el contexto de la fragilidad económico-política argentina. La incertidumbre en torno a dónde habita el poder político real en esos cinco meses que separan las PASO del ballotage pueden agravar la inestabilidad o desatar una crisis. Así sucedió cuando Mauricio Macri perdió por una amplia diferencia en las primarias de 2019, al día siguiente de la elección, muy ofuscado salió a formular declaraciones en las que culpaba a la sociedad básicamente de no haber votado por él y agravó más aún la crisis económico-financiera que atravesaba su gobierno desde 2018. 

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La agonía de la “grieta”

La coalición oficialista cambió de nombre para esta elección (se llamaba Frente de Todos y ahora se denomina Unión por la Patria) y agrupa a la mayoría de las fracciones del peronismo. Luego de un tortuoso cierre de listas, a último momento, la coalición designó a Sergio Massa, el actual ministro de Economía como candidato a presidente, acompañado por Agustín Rossi (actual jefe de Gabinete). Tanto la vicepresidenta, Cristina Kirchner, como el presidente, Alberto Fernández, habían renunciado a presentarse a cualquier puesto. Aludieron diferentes razones, pero la más importante reside en que consideraban que tenían pocas posibilidades de triunfar. Cristina Kirchner es la líder con más adhesiones en el espacio peronista, pero también una figura que concentra un rechazo amplio; Alberto Fernández es la cara más visible de un gobierno que a todas luces fracasó si se lo mide de acuerdo a sus propias promesas electorales. Es cierto que le tocó gobernar con la pandemia del Covid-19 de por medio, pero la realidad es que el mayor fracaso fue en la gestión de una economía condicionada por la deuda con el FMI, cuyas prerrogativas el gobierno aceptó de la primera a la última. 

Si bien Cristina Kirchner no tiene la fuerza para imponer un candidato de su propio riñón, posee la capacidad de veto sobre cualquier postulante, por lo tanto, se necesitaba su aprobación para que Massa termine siendo elegido. Con esta designación, la vicepresidenta repite un movimiento que ya realizó en 2015 (cuando eligió a otro peronista conservador, Daniel Scioli que perdió con Macri) y en 2019 cuando encumbró a Alberto Fernández (también moderado) como candidato a presidente (con ella como vice) y ganaron la elección. El kirchnerismo fundamentó sus opciones porque presuntamente la sociedad giró a la derecha y, por lo tanto, hay que colocar candidatos con perfiles similares a sus oponentes para poder disputar un electorado hostil.

Sergio Massa junto a Alberto Fernández

Foto: NATACHA PISARENKO (AP)

Sergio Massa comenzó su itinerario político en una formación histórica del liberalismo argentino en los años ’80 del siglo pasado (la Unión de Centro Democrático); se incorporó al menemismo en los ‘90 (como muchos de los liberales luego del giro conservador de Carlos Menem); fue parte del kirchnerismo de los orígenes como funcionario en el organismo que administraba los fondos de jubilaciones y pensiones y luego como jefe de Gabinete; rompió por derecha con el kirchnerismo en 2013 y lo derrotó en una elección legislativa en la estratégica provincia de Buenos Aires; se presentó con su propia fuerza política en 2015 para las presidenciales y fue clave para que Macri se alzara con el triunfo. Fue esencial en la gobernabilidad de Cambiemos (Macri lo presentó en el foro empresarial de Davos como un peronista “racional”). Cuando el gobierno de Cambiemos entró en profunda crisis, Massa pasó a la oposición y volvió a unirse al kirchnerismo en el Frente de Todos. Cuando estuvo distanciado del kirchnerismo emitió críticas muy duras a esa tendencia política e incluso llegó a asegurar que si se consagraba presidente iba a “meter presos” a todos los “ñoquis” de La Cámpora (“ñoqui” es un modismo argentino y califica a una persona que ocupa un cargo en el Estado, pero no trabaja): La Cámpora es la agrupación juvenil, columna vertebral del kirchnerismo, su dirigente es el hijo de la vicepresidenta: Máximo Kirchner. A diferencia de Scioli o Fernández, Massa tiene vínculos más aceitados con factores de poder empresariales, personalidades del Poder Judicial, buenos vínculos internacionales y especialmente con la Embajada de Estados Unidos en el país. Es portador de una mayor vocación de poder que sus antecesores. El oficialismo tiene escasas posibilidades de éxito, en una situación “normal”, un gobierno con tremendos reveces económicos no podría reelegirse bajo ningún aspecto. La única esperanza de la coalición es la fragmentación opositora.

En la oposición de derecha (antes Cambiemos, ahora Juntos) compiten el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta y la presidenta del PRO (Propuesta Republicana), el partido al que pertenecen ambos y que fue fundado por el expresidente Macri. Larreta se presenta con un perfil de centroderecha moderada: comparte los objetivos programáticos con su rival interna, pero difiere en los métodos porque considera que para aplicar las contrarreformas neoliberales (laboral, fiscal y previsional) es necesaria una alianza amplia que otorgue volumen político al proyecto (y al eventual gobierno) para que esas contrarreformas puedan perdurar en el tiempo. Bullrich, una camaleónica política que en los inicios de su carrera estuvo vinculada a la organización guerrillera de la izquierda peronista Montoneros en los convulsivos años ’70 del siglo pasado y desfiló por una veintena de partidos. Hoy abreva en la ultraderecha local con un discurso de mano dura de tipo bolsonarista y propone un ajuste por medio de un shock. 

En realidad, en la coalición opositora, más que un choque de personalidades está en discusión un balance que dejó abierto el fracaso del gobierno de Macri. El resultado de esa interna en las primarias de agosto no será un dato menor hacia las elecciones generales de octubre: si triunfa Larreta y compite con Massa disputarán un espacio muy similar y hay que ver si el candidato de Juntos puede retener los votos de Bullrich; si la ganadora es Bullrich, probablemente las generales tiendan a polarizarse.

Más allá de estos avatares, las dos coaliciones que conformaban la “grieta” (una definición periodística para definir la división del sistema político) están en retroceso, la mayor demostración fueron los renunciamientos tanto de Macri como de Cristina Kirchner a presentarse a cualquier puesto.

Milei y el libertarianismo

Exclusivo: Los libertarios ya debaten si después de diciembre Milei se retira de la política

LPO / Juan Carlos Casas.

A la derecha del escenario emergió un fenómeno político nuevo para la Argentina: el libertarianismo representado por Javier Milei, un excéntrico economista que era una figura mediática y dio el salto a la política con un discurso de derecha radicalizado (en las legislativas de 2021 alcanzó el 17 % de los votos en la Ciudad de Buenos Aires). El llamado “fenómeno Milei” fue muy discutido en la Argentina y tiene varias causas. Inicialmente expresaba la radicalización de una fracción de los adherentes de Cambiemos que vieron fracasar a su gobierno y pedían métodos más duros; luego también cosechó adhesiones de personas golpeadas por la crisis infinita que rechazaban toda forma de expresión política. También responde a cierta reacción a un discurso de ampliación de derechos (conquistas del movimiento de mujeres o de la diversidad) que tiene aspectos de lo que la filósofa Nancy Fraser denominó “neoliberalismo progresista”: una inflación de la narrativa progresista y un ajuste económico bastante ortodoxo. Pablo Semán, antropólogo argentino, definió que Milei y sus adherentes podían estar expresando un rechazo a la “mímica de Estado”, es decir, un relato sobrecargado sobre las “bondades” del Estado y resultados paupérrimos en términos de las capacidades estatales para resolver la crisis o los problemas cotidianos de la población.

Milei también es el producto de la pasividad de la gran mayoría de las organizaciones sindicales o sociales que se encolumnaron con el Frente de Todos y buscaron evitar que el malestar por la pésima situación socioeconómica tuviera una expresión callejera, es decir, se exprese como rebeldía. Con la voz ausente de las organizaciones de la clase trabajadora en la escena pública, la bronca se tradujo como impotencia, agotamiento, cansancio, rabia (también fogoneada por la pandemia) y antes que un estallido o una explosión, tuvo lugar una implosión cuyo grito mudo encontró en Milei una opción para una franja de la sociedad. 

Corresponde agregar que la fuerte presencia de Milei en la escena mediática también fue impulsada por sectores del establishment para forzar un desplazamiento del debate político hacia la derecha. Como sucede en muchos países del mundo: la ultraderecha más que un partido es una agenda. 

La irrupción de figuras mesiánicas y líderes providenciales es clásica en situaciones de crisis orgánica, aunque en las elecciones se terminará de confirmar la verdadera magnitud del fenómeno.

La izquierda

Por último, aunque no menos significativo, también existe una coalición que disputa por izquierda, el Frente de Izquierda y de los Trabajadores – Unidad (FITU). Hasta muy poco antes de las elecciones primarias, la escena política nacional estuvo conmovida por los acontecimientos que se desarrollaron en la provincia de Jujuy, en el norte del país. El gobernador saliente de esa provincia (Gerardo Morales, que además es candidato a vicepresidente de la coalición de derecha Juntos) impulsó una reforma constitucional que tenía muchos objetivos, pero esencialmente dos metas: penalizar la protesta social y facilitar la entrega del litio a las empresas multinacionales, en detrimento de los intereses de los pueblos originarios que habitan los territorios en los que se encuentra el nuevo “oro blanco”. Recibió como respuesta un levantamiento provincial con movilizaciones en varias ciudades y cortes de ruta en toda la provincia.

Recomendamos escuchar «¿Qué está pasando en Jujuy?» Una conversación con Natalia Morales y Maristella Svampa. Disponible en nuestro canal de YouTube y en Spotify

Jujuy es importante porque fue un ejemplo en el sentido contrario a lo que el universo de las personas politizadas dice de la escena nacional: que todo se corre hacia la derecha. Y no por causalidad tienen relación con la izquierda: en esa provincia en 2021, el candidato del FITU (Alejandro Vilca, un obrero de origen coya, uno de los pueblos originarios de la zona andina) obtuvo un 25 % de los votos y en 2023 en las elecciones locales a gobernador, un 13 % (un porcentaje muy destacado para una elección a cargos ejecutivos). El FITU cuenta con tres diputados nacionales y legisladores en varias provincias, en 2021 fue la tercera fuerza a nivel nacional y en el estratégico conurbano de la provincia de Buenos Aires obtuvo adhesiones que se acercaron al 10%. El temor a las eventuales fugas por izquierda que puede provocar la candidatura de Massa, impulsó al oficialismo de Unión por la Patria a permitir la presentación de la lista interna para las primarias encabezada por Juan Grabois, un dirigente social con discurso izquierdista que va por dentro del peronismo.

El Frente de Izquierda presentó su alianza (Franco Fafasuli)

Foto: Franco Fafasuli

El país del empate

La crisis de las dos principales coaliciones tiene causas más profundas que la falta de acuerdos o síntesis entre sus dirigentes. La hoja de ruta neoliberal dura que quiso llevar adelante el macrismo encontró un límite en la relación de fuerzas; el programa “estatista” que pregonó el Frente de Todos se chocó con una debilidad estatal que le permitiera estar a la altura de su narrativa. Todo el gobierno de Cambiemos estuvo atravesado por la disyuntiva entre conquistar volumen político para cambiar la relación de fuerzas o cambiar —mediante un ajuste de shock— la relación de fuerzas para conquistar volumen político. Ese balance quedó abierto por el fracaso de Macri. Todo el Gobierno del Frente de Todos estuvo atravesado por la polémica entre los que pedían más Estado y los que tenían la lapicera estatal sin poder de fuego. De ese laberinto se salió sobrecumpliendo las metas fiscales que exigía el FMI (que reclamaba un recorte del gasto) y colocando como candidato al ministro que aplicó ese ajuste: Sergio Massa.

Parafraseando al escritor Manuel Vázquez Montalbán cuando definió la configuración de fuerzas de los famosos “Pactos de la Moncloa” en España: el escenario argentino antes que el producto de una relación de fuerzas es el resultado de una “relación de debilidades”. 

*Periodista. Editor y columnista en La Izquierda Diario. Autor del libro La hegemonía imposible. Veinte años de disputas políticas en el país del empate (Capital Intelectual, 2022).

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