Presentamos el tercer suplemento especial producido en forma conjunta entre la Fundación Rosa Luxemburgo y Tiempo Argentino a propósito de la reunión de líderes del G20 que se desarrollára en Argentina los días 30 de noviembre y 1 de diciembre.
La maquinaria del poder mundial estará en Buenos Aires moviendo sus engranajes en la Cumbre del Grupo de los 20, autodefinido como el Foro Internacional para la Cooperación Económica, Financiera y Política. Se encontrarán las principales potencias del mundo representadas por sus presidentes o primeros ministros, los máximos responsables de la Unión Europea y las conducciones del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio, entre otros organismos.
Es el retrato del grupo de países que controla el 85% del producto bruto global y realiza el 75% de las transacciones comerciales internacionales. Es el 1%, aunque dos tercios de la población mundial habiten en sus territorios. Al 99% restante apenas le cabe expresar sus posiciones en las calles, como ocurre en cada cumbre con millares de partidarios de la antiglobalización –el gobierno argentino destinó fortunas para una inédita y descomunal militarización de la Ciudad de Buenos Aires con el fin de reprimir las protestas o volverlas invisibles–, o en las llamadas «contracumbres»: la concentrada por el Grupo Confluencia Fuera G20-FMI y el Foro Mundial de Pensamiento Crítico, organizado por Clacso.
Tras la última crisis global del siglo pasado, que afectó severamente a los países periféricos, el entonces G7 (Canadá, Francia, Alemania, EE UU, Japón, Italia y Reino Unido) se convirtió en el G20 y allí Argentina logró una plaza. Ahora, Cambiemos, tras lograr la sede para esta cumbre, busca capitalizar la ocasión con la bandera de «la vuelta del país al mundo». Pero la verdadera tarea de países como la Argentina es la de acompañar decisiones ajenas y cumplir en forma obediente con los deberes y las acciones indicadas.
Así como hace casi dos meses decíamos que la agenda del Women20 (una de las siete reuniones preparatorias de los ‘grupos de afinidad’) le daba las espaldas a las demandas de la vida cotidiana de las mujeres de carne y hueso, se puede afirmar que los tres ejes de debate establecidos en el G20 conllevan el real objetivo de beneficiar a exiguas minorías. El «futuro del trabajo» apunta, en realidad, a concebir políticas de liberalización económica y desregulación laboral, impulsa el ideal del emprendedurismo y esconde la pérdida de derechos laborales y la precarización. El «futuro alimentario sostenible» promete una agenda alimentaria segura, pero impone el modelo de producción transgénica sin advertir la cuestión de distribución equitativa de los alimentos y del acceso a la tierra, por ejemplo. La «infraestructura para el desarrollo» dice asegurar la construcción de megaproyectos al servicio de las poblaciones, aunque sólo garantizan el traslado de bienes y productos naturales extraídos de países menos desarrollados para beneficio de las grandes potencias, favoreciendo a las empresas de la economía digital, financiera y transnacional.
Tal como explica en este suplemento el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, el nudo de la cuestión es la puja desatada entre Estados Unidos y China, y sus respectivos aliados, por un nuevo orden económico mundial, con temas esenciales como las barreras arancelarias y el libre flujo de capitales, al tiempo que, definitivamente, se juegan los intereses de varias multinacionales en un tema clave para el futuro de la privacidad y la libertad de las personas: la regulación de datos y la inteligencia artificial.
En este contexto, y como en otras ocasiones, Tiempo y la Fundación Rosa Luxemburgo se unen para trabajar en la cobertura de este hecho significativo, con la intención de reflejar un discurso no oficial y alternativo al poderoso sistema de medios hegemónico, tanto en la Argentina, como en el mundo.