La poeta y escritora Gioconda Belli fue parte del FSLN en una revolución que soñaba de un futuro más justo y con mujeres empoderadas. Cuarenta años después agudiza las críticas contra el gobierno de Ortega y Murillo.
Por Nadia Fink y Camila Parodi, Marcha
Si no es azaroso el lugar en el que llegamos al mundo, o mejor, si el lugar en el que nacemos nos va marcando el espíritu y lo que vamos siendo; Gioconda Belli nació en el lugar adecuado. La escritora nicaragüense se crío en ese país -y en esa ciudad, Managua- efervescente de volcanes y de revoluciones.
Y ese espíritu indómito, tan parecido a las tempestades de su lugar de origen, la acompaña desde siempre.
En El país bajo mi piel, su autobiografía, cuenta más o menos así sobre las circunstancias de su nacimiento: “Dos cosas que yo no decidí decidieron mi vida: el país donde nací y el sexo con que vine al mundo. Quizás porque mi madre sintió mi urgencia de nacer cuando estaba en el Estadio Somoza en Managua viendo un juego de béisbol, el calor de las multitudes fue mi destino. Quizás a eso se debió mi temor a la soledad, mi amor por los hombres, mi deseo de trascender limitaciones biológicas o domésticas y ocupar tanto espacio como ellos en el mundo”.
De familia antisomocista por tradición, Gioconda empieza a pensar en el cambio de las cosas desde otros lugares: el de su vida ya estaba en marcha; era cuestión de acercarse a otras gentes de acción para correr al tirano Anastacio Somoza, para contrarrestar el hambre y la miseria de tantos que no nacieron en vida de privilegio. Como cuenta ella misma: “Sentí que si yo no lo hacía, mi hija lo iba a tener que hacer y yo le reclamaba de alguna manera en mi corazón a la generación de mis padres que no lo habían hecho. Pensaba: ‘¿cuándo va a parar esto? Si yo no lo hago, lo va tener que hacer mi hija. ¿Por qué no lo paramos aquí? ¿Por qué no asumimos nosotros la responsabilidad?’”.
El terremoto que se produjo en Managua a fines de 1972 aceleró las decisiones y así fue que, de la mano de un amigo, ingresó al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). En principio, como colaboradora clandestina; luego, como activista de la Resistencia contra el dictador: entre otras acciones fue correo secreto, formó parte de los equipos que prepararon una acción comando y se enamoró, también, del guerrillero que la lideró. Tormentoso, clandestino; es la exacta mixtura que abarca ese momento de su vida: amor y revolución.
Desde el poema “Reglas del juego para los hombres que quieren amar a mujeres”, contaba: “Por sobre todas las cosas,/ el hombre que me ame/ deberá amar al pueblo/ no como una abstracta palabra/ sacada de la manga,/ sino como algo real, concreto,/ ante quien rendir homenaje con acciones/ y dar la vida si es necesario”.
En 1975 se ve obligada a exiliarse en México, a partir de una orden del mismo Carlos Fonseca, el fundador del FSLN, porque la estaba persiguiendo la Oficina de Seguridad de la Dictadura. Lejos de su Patria y de sus hijas, sigue a Costa Rica y viaja a Cuba, donde se encuentra con Fidel Castro. Tras el triunfo de la Revolución Sandinista, el 19 de julio de 1979, Gioconda regresa a Nicaragua y ocupa, a partir de allí, importantes cargos políticos directamente subordinada a la Dirección Nacional del FSLN, hasta la derrota electoral de 1990. Y en 1993 fue parte de la camada que rompió con el partido y recorrió un camino desde el desencanto a la indignación con la conducción de Daniel Ortega.
Se cumplen 40 años de la Revolución Sandinista en Nicaragua, un acontecimiento clave para la historia de su país y de todo el continente ¿qué reflexiones te deja este aniversario?
La reflexión más profunda de este aniversario es cómo hacer una revolución no es todo, que para hacer la revolución se necesita primero estar consciente de lo que significa botar a un tirano y hacerse cargo de un país. Éramos muy jóvenes y teníamos una mentalidad bastante profunda en cuanto a teoría, pero muy poca práctica, y no teníamos la preparación necesaria, ni el espíritu democrático, hay que decirlo, para realmente hacer una revolución donde participaran todos, como fue el proceso insurreccional contra Somoza.
Entonces, esos procesos de exclusión, de sentirnos dueños de la verdad; de, en cierta manera, una arrogancia de gente joven, de creer que estábamos haciendo lo mejor, nos llevó a cometer una cantidad de fallas grandes que costaron muchísimas vidas al pueblo nicaragüense.
Y ver cómo el poder se apoderó de cierta gente, especialmente de Daniel Ortega y Rosario Murillo, y no nos dejó tener paz hasta volver otra vez a ocupar el poder y esta vez, después de hacer una serie de concesiones, que destruyeron totalmente los ideales, los valores, que representaban la revolución sandinista. Entonces, reinventaron un sandinismo a su imagen y semejanza, donde usufructuaron la sangre de tanta gente que murió, el esfuerzo de tantos que dimos nuestra juventud en esa causa y se la apropiaron para luego, en el primer desafío al que se enfrentaron del pueblo, que no estaba contento con su absolutismo, atacar al pueblo violentamente, causar 325 muertes, 700 presos, más de 62 mil exiliados…
Ha sido una verdadera hecatombe en el corazón de muchos de nosotros ver el sandinismo destruido y todos los sueños que teníamos convertidos en un pasado que ni siquiera sabemos si valió la pena o no.
¿Hay alguna anécdota o recuerdo que nos devuelva desde tu experiencia a esos tiempos?
Hay cantidad de recuerdos. Vivir la revolución a esa edad, joven, es totalmente embriagador. La sensación de libertad más profunda que había tenido en mi vida la tuve el día que me paré en un mirador que hay cerca del búnker de Somoza y estaba ahí viendo la ciudad y sintiendo que ese país volvía a ser mío, que volvía a respirar la libertad, porque yo había estado en el exilio.
Y luego entrar en ese búnker y ver a todos los compañeros juntos, todo el mundo se abrazaba; llegó un muchacho con un tigrillo, me acuerdo uno de los que había estado en el frente sur. Dormíamos todos allí, apiñados en ese bunker porque a las 6 de la noche los militares de Somoza, que se habían cambiado de ropa para confundirse entre la gente, salían a matar a muchachos que veían por la calle o que estaban en los puestos de mando, entonces teníamos prohibido salir después de esa hora. Y nos quedábamos muchos ahí trabajando, y después nos dormíamos en el suelo o sobe la alfombra.
Y me acuerdo de que había una gran bodega con todo tipo con todo tipo de cosas y nadie sabía cómo usar algunas, entonces me acuerdo de una cena que hicimos, las muchachas de la cocina pusieron gallo pinto (que es el arroz con frijoles nicaragüense) con cranberry, unos pedazos grandes de gelatina que es con lo que se come el pan; era una cosa bien divertida lo que pasaba.
Si bien sabemos que sos crítica al actual gobierno de Ortega y Murillo no desconocemos que este accionar fue siempre consecuente con tus críticas y denuncias como feminista. En ese sentido, este último tiempo tuviste un activismo muy conocido y nos interesa conocerlo un poco más…
Sobre todo mi trabajo ha sido contra las políticas que atentan a la libertad de expresión. Yo soy presidente de PEN internacional, capítulo Nicaragua. PEN quiere decir “Poetas, ensayistas y novelistas”, pero es una organización mundial que tiene 130 centros en Argentina y uno que la presidenta es Luisa Valenzuela. En eso he estado trabajando muy activamente: en lograr luchar por la libertad de expresión, denunciar las cosas que han pasado aquí, los periodistas que han encarcelado, los medios que han sido confiscados, ahora estamos con los periódicos a los que no les han dado la materia prima. Y también la lucha por los derechos de la mujer en todas partes, porque realmente la lucha feminista está en mi corazón y con mi literatura, con mi poesía hago también esta lucha, que es parte de mi ser, de mi existencia.
¿Cómo marcó la Revolución a tu literatura?
La revolución marcó mi literatura porque yo empecé a escribir poesía simultáneamente con la militancia política. Entonces, hubo un tiempo en el que yo no podía escribir nada político porque tenía un papel de informante y tenía que mantener mi cubierta legal, que no sospecharan de mí. Pero cuando me fui al exilio me pude desahogar todo eso que tenía adentro, todo lo que había vivido en la resistencia urbana en Managua. Y escribí un libro que ganó el premio Cada de las Américas que se llama Línea de fuego.
Entonces, el disparador de mi literatura fue la intensidad de lo que viví en ese tiempo, cuando iniciaba mi militancia política y posteriormente, cuando me di cuenta de que la palabra es un don que tenía y que podía tener un papel lúdico pero por otro lado un papel importante para contar lo que estaba pasando para compartir las vivencias que teníamos en Nicaragua. Y ahora ya con la novela ya es una carrera mía, es lo que hago todo el tiempo, y todo el tiempo estoy pensando lo que voy a escribir y lo que voy a decir, y tratando de que lo que escriba y lo que diga tenga una relevancia no sólo para mí, sino para los demás.
Si no es azaroso el lugar en el que llegamos al mundo, o mejor, si el lugar en el que nacemos nos va marcando el espíritu y lo que vamos siendo; Gioconda Belli nació en el lugar adecuado. La escritora nicaragüense se crío en ese país -y en esa ciudad, Managua- efervescente de volcanes y de revoluciones.
Y ese espíritu indómito, tan parecido a las tempestades de su lugar de origen, la acompaña desde siempre.
En El país bajo mi piel, su autobiografía, cuenta más o menos así sobre las circunstancias de su nacimiento: “Dos cosas que yo no decidí decidieron mi vida: el país donde nací y el sexo con que vine al mundo. Quizás porque mi madre sintió mi urgencia de nacer cuando estaba en el Estadio Somoza en Managua viendo un juego de béisbol, el calor de las multitudes fue mi destino. Quizás a eso se debió mi temor a la soledad, mi amor por los hombres, mi deseo de trascender limitaciones biológicas o domésticas y ocupar tanto espacio como ellos en el mundo”.
De familia antisomocista por tradición, Gioconda empieza a pensar en el cambio de las cosas desde otros lugares: el de su vida ya estaba en marcha; era cuestión de acercarse a otras gentes de acción para correr al tirano Anastacio Somoza, para contrarrestar el hambre y la miseria de tantos que no nacieron en vida de privilegio. Como cuenta ella misma: “Sentí que si yo no lo hacía, mi hija lo iba a tener que hacer y yo le reclamaba de alguna manera en mi corazón a la generación de mis padres que no lo habían hecho. Pensaba: ‘¿cuándo va a parar esto? Si yo no lo hago, lo va tener que hacer mi hija. ¿Por qué no lo paramos aquí? ¿Por qué no asumimos nosotros la responsabilidad?’”.
El terremoto que se produjo en Managua a fines de 1972 aceleró las decisiones y así fue que, de la mano de un amigo, ingresó al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). En principio, como colaboradora clandestina; luego, como activista de la Resistencia contra el dictador: entre otras acciones fue correo secreto, formó parte de los equipos que prepararon una acción comando y se enamoró, también, del guerrillero que la lideró. Tormentoso, clandestino; es la exacta mixtura que abarca ese momento de su vida: amor y revolución.
Desde el poema “Reglas del juego para los hombres que quieren amar a mujeres”, contaba: “Por sobre todas las cosas,/ el hombre que me ame/ deberá amar al pueblo/ no como una abstracta palabra/ sacada de la manga,/ sino como algo real, concreto,/ ante quien rendir homenaje con acciones/ y dar la vida si es necesario”.
En 1975 se ve obligada a exiliarse en México, a partir de una orden del mismo Carlos Fonseca, el fundador del FSLN, porque la estaba persiguiendo la Oficina de Seguridad de la Dictadura. Lejos de su Patria y de sus hijas, sigue a Costa Rica y viaja a Cuba, donde se encuentra con Fidel Castro. Tras el triunfo de la Revolución Sandinista, el 19 de julio de 1979, Gioconda regresa a Nicaragua y ocupa, a partir de allí, importantes cargos políticos directamente subordinada a la Dirección Nacional del FSLN, hasta la derrota electoral de 1990. Y en 1993 fue parte de la camada que rompió con el partido y recorrió un camino desde el desencanto a la indignación con la conducción de Daniel Ortega.
Se cumplen 40 años de la Revolución Sandinista en Nicaragua, un acontecimiento clave para la historia de su país y de todo el continente ¿qué reflexiones te deja este aniversario?
La reflexión más profunda de este aniversario es cómo hacer una revolución no es todo, que para hacer la revolución se necesita primero estar consciente de lo que significa botar a un tirano y hacerse cargo de un país. Éramos muy jóvenes y teníamos una mentalidad bastante profunda en cuanto a teoría, pero muy poca práctica, y no teníamos la preparación necesaria, ni el espíritu democrático, hay que decirlo, para realmente hacer una revolución donde participaran todos, como fue el proceso insurreccional contra Somoza.
Entonces, esos procesos de exclusión, de sentirnos dueños de la verdad; de, en cierta manera, una arrogancia de gente joven, de creer que estábamos haciendo lo mejor, nos llevó a cometer una cantidad de fallas grandes que costaron muchísimas vidas al pueblo nicaragüense.
Y ver cómo el poder se apoderó de cierta gente, especialmente de Daniel Ortega y Rosario Murillo, y no nos dejó tener paz hasta volver otra vez a ocupar el poder y esta vez, después de hacer una serie de concesiones, que destruyeron totalmente los ideales, los valores, que representaban la revolución sandinista. Entonces, reinventaron un sandinismo a su imagen y semejanza, donde usufructuaron la sangre de tanta gente que murió, el esfuerzo de tantos que dimos nuestra juventud en esa causa y se la apropiaron para luego, en el primer desafío al que se enfrentaron del pueblo, que no estaba contento con su absolutismo, atacar al pueblo violentamente, causar 325 muertes, 700 presos, más de 62 mil exiliados…
Ha sido una verdadera hecatombe en el corazón de muchos de nosotros ver el sandinismo destruido y todos los sueños que teníamos convertidos en un pasado que ni siquiera sabemos si valió la pena o no.
¿Hay alguna anécdota o recuerdo que nos devuelva desde tu experiencia a esos tiempos?
Hay cantidad de recuerdos. Vivir la revolución a esa edad, joven, es totalmente embriagador. La sensación de libertad más profunda que había tenido en mi vida la tuve el día que me paré en un mirador que hay cerca del búnker de Somoza y estaba ahí viendo la ciudad y sintiendo que ese país volvía a ser mío, que volvía a respirar la libertad, porque yo había estado en el exilio.
Y luego entrar en ese búnker y ver a todos los compañeros juntos, todo el mundo se abrazaba; llegó un muchacho con un tigrillo, me acuerdo uno de los que había estado en el frente sur. Dormíamos todos allí, apiñados en ese bunker porque a las 6 de la noche los militares de Somoza, que se habían cambiado de ropa para confundirse entre la gente, salían a matar a muchachos que veían por la calle o que estaban en los puestos de mando, entonces teníamos prohibido salir después de esa hora. Y nos quedábamos muchos ahí trabajando, y después nos dormíamos en el suelo o sobe la alfombra.
Y me acuerdo de que había una gran bodega con todo tipo con todo tipo de cosas y nadie sabía cómo usar algunas, entonces me acuerdo de una cena que hicimos, las muchachas de la cocina pusieron gallo pinto (que es el arroz con frijoles nicaragüense) con cranberry, unos pedazos grandes de gelatina que es con lo que se come el pan; era una cosa bien divertida lo que pasaba.
Si bien sabemos que sos crítica al actual gobierno de Ortega y Murillo no desconocemos que este accionar fue siempre consecuente con tus críticas y denuncias como feminista. En ese sentido, este último tiempo tuviste un activismo muy conocido y nos interesa conocerlo un poco más…
Sobre todo mi trabajo ha sido contra las políticas que atentan a la libertad de expresión. Yo soy presidente de PEN internacional, capítulo Nicaragua. PEN quiere decir “Poetas, ensayistas y novelistas”, pero es una organización mundial que tiene 130 centros en Argentina y uno que la presidenta es Luisa Valenzuela. En eso he estado trabajando muy activamente: en lograr luchar por la libertad de expresión, denunciar las cosas que han pasado aquí, los periodistas que han encarcelado, los medios que han sido confiscados, ahora estamos con los periódicos a los que no les han dado la materia prima. Y también la lucha por los derechos de la mujer en todas partes, porque realmente la lucha feminista está en mi corazón y con mi literatura, con mi poesía hago también esta lucha, que es parte de mi ser, de mi existencia.
¿Cómo marcó la Revolución a tu literatura?
La revolución marcó mi literatura porque yo empecé a escribir poesía simultáneamente con la militancia política. Entonces, hubo un tiempo en el que yo no podía escribir nada político porque tenía un papel de informante y tenía que mantener mi cubierta legal, que no sospecharan de mí. Pero cuando me fui al exilio me pude desahogar todo eso que tenía adentro, todo lo que había vivido en la resistencia urbana en Managua. Y escribí un libro que ganó el premio Cada de las Américas que se llama Línea de fuego.
Entonces, el disparador de mi literatura fue la intensidad de lo que viví en ese tiempo, cuando iniciaba mi militancia política y posteriormente, cuando me di cuenta de que la palabra es un don que tenía y que podía tener un papel lúdico pero por otro lado un papel importante para contar lo que estaba pasando para compartir las vivencias que teníamos en Nicaragua. Y ahora ya con la novela ya es una carrera mía, es lo que hago todo el tiempo, y todo el tiempo estoy pensando lo que voy a escribir y lo que voy a decir, y tratando de que lo que escriba y lo que diga tenga una relevancia no sólo para mí, sino para los demás.
Foto: Gerhard Dilger