La “coope” como la llaman los vecinos del barrio la Loma es una de las miles de cooperativas de trabajo que perduran en las barriadas. Surgidas de la necesidad de convertir los planes sociales en trabajo para sobrevivir ante la desocupación, estas agrupaciones de trabajadores volcaron su quehacer en tareas abandonadas por el Estado. Pero la instauración de la cuarentena volvió el debate sobre la seguridad sanitaria. A las pandemias de dengue y de covid-19 se suma el trabajo cotidiano de limpiar arroyos que son vertederos de desechos industriales, de aguas servidas o que funcionan como inmensos basurales en barrios que también se inundan.
“Otra vez esta discusión de cuidarse”, dice una de las casi ochenta trabajadoras que se organizan en la Cooperativa Lucha y Dignidad, Trabajo y Esfuerzo. Ahora el grupo se ha reducido a doce, en su mayoría mujeres, que parten desde la ex sociedad de fomento en el barrio La Loma en Lomas de Zamora. En el pañol, Cheri nos explica que son muy rigurosos para cuidarse de la pandemia. Son las 8 de la mañana y el mate está vedado. Sandra, que parece una encargada reparte barbijos y guantes y llevan un rociador con agua y alcohol. Mientras tanto van subiendo al micro naranja que espera en la puerta y que los llevará al arroyo Mugica. “Van a ver lo que es eso, es el más contaminado”, nos había anticipado Pocho Díaz, viejo activista de Cuartel Noveno y fundador de la “coope”. La cuadrilla se mantiene reducida por las medidas de seguridad sanitarias, por eso se sientan uno por hilera lo más distanciados posible.
Lo que hoy es una cooperativa de vecinos organizados, en el 2001 era un comedor barrial en donde se brindaba un almuerzo para los vecinos. “Nos cagábamos de hambre así que empezamos a hacer comidas colectivas y luego conseguimos unos planes. Pero nosotros queríamos trabajo y empezamos a limpiar las calles del barrio y el arroyo porque estaba todo abandonado”, comenta Pocho que en aquel entonces era militante del MST y había perdido el trabajo como muchos vecinos. Las cooperativas de trabajo nacían con el desempleo estructural que habían traído las políticas neoliberales en la década de los 90. Primero, como una maniobra del capitalismo para precarizar y bajar costos a través de las “tercerizadas”, luego como necesidad ante la apremiante carestía que reinventaba a la cooperativa como resguardo ante el desempleo y proyección del trabajo genuino perdido. El epicentro de esta lógica fue en el 2003 con el lanzamiento del programa “Techo y Trabajo” que fomentó las cooperativas de construcción a pequeña escala para la construcción de viviendas y mejoramiento barrial.
Para el 2010, se contabilizaban unas 20 mil organizaciones de este tipo. A la par, crecían las cooperativas producto de las “fabricas recuperadas”, autogestionadas por los propios trabajadores tras la quiebra o abandono de sus dueños. El caso emblemático fue Cerámicas Zanon que bajo control obrero pasó a denominarse Fábrica Sin Patrón (FaSinPat).
Cuando se decretó el aislamiento social y obligatorio el 20 de marzo, la “coope” se paralizó realizando sólo trabajos de limpieza y reparación de herramientas en la sociedad de fomento. Pero el 6 de abril el municipio ordenó seguir con las tareas de saneamientos en arroyos como si no hubiese cuarentena. El micro debía salir de lunes a viernes y repartir en un solo viaje a unas 60 trabajadoras entre el arroyo Mugica en el barrio Santa Catalina y el arroyo Quiroga en el barrio Olimpo para cumplir cuatros horas laborables. En asamblea se discutió cómo avanzar, “surgía el debate si obedecer y seguir trabajando por miedo a perder el único sustento, o pararnos firmes y decirles que no podíamos hacer como si nada pasaba y que debíamos tener un protocolo de seguridad ante el riesgo de contagiarnos”.
En la asamblea también se planteo la necesidad de resguardar a embarazadas y madres de niños pequeños. También incluir a los que entraban en “el grupo de riesgo”. Entonces, comenzaron los reclamos ante el Ministerio de Infraestructura de la provincia. “Los reclamos eran vía mail porque estaba todo cerrado por la cuarentena. Tuvimos que insistir mucho para lograr acordar un protocolo de seguridad y resguardarnos ante la epidemia”. La “coope” tiene una composición con mayoría femenina. La socióloga Gabriela Roffinelli explica que a partir de la re-activación que se dio en el 2004 muchos de los trabajadores con experiencia dejaron las cooperativas ante un puesto laboral de mayor ingreso quedando un amplio predominio femenino.
El micro estaciona en una placita del Barrio Obrero Santa Catalina. Hay un potrero para jugar al fútbol y a un costado, unos caballos atados junto a un carro. Mucha gente se gana la vida juntando chatarra. Al llegar al arroyo, Javier nos indica que el pequeño puente hecho con troncos de las palmeras y pallets fue construido por la cooperativa. “Había troncos de árboles, era un peligro. Nosotros trajimos lo que pudimos e hicimos este puente que antes tenía barandas pero se las llevaron”. Las aguas están colmadas de basura, animales muertos y chatarra de todo tipo, “sacamos lo que podemos y embolsamos. La gente sabe que venimos y entonces deja sus bolsas de basura a un costado. En esta zona no hay recolección de residuos, entonces, todo va a parar al arroyo”, comentan mientras lanzan ganchos para atrapar el plástico y las botellas que flotan en la superficie.
El trabajo imposible es la limpieza del arroyo, “somos pocos y tampoco nos proveen de herramientas necesarias. Hace mucho estamos pidiendo una balsa para poder movernos y juntar más basura pero nunca llegó. Hasta algunos compañeros trataron de hacer una con heladeras viejas pero no funcionó”, recuerdan entre risas que la aventura terminó con más de uno embarrado en el arroyo.
Desde el comienzo, la proyección de trabajo de las cooperativas en estos barrios en Cuartel Noveno estuvieron vinculadas al padecimiento de las inundaciones. Ha sido un histórico eje aglutinador el reclamo por obras hidrícas. La “coope” protagonizo muchas acciones en las calles como parte activa del Foro Hidríco de Lomas de Zamora.
Sandra llegó a romperse la rodilla mientras caminaba por el arroyo: “Estaba con el water en medio del arroyo y se me hundió la pierna en el fango y giré, se me trabó la rodilla y tuve un dolor tremendo. Estuve varios días sin poder caminar. Hicimos los reclamos para que se hagan cargo del tratamiento médico pero nunca respondieron”. Descuentos imprevistos, falta de elementos de seguridad fueron los motivos para elevar reclamos, movilizar y a veces hasta bloquear calles. “Logramos que nos traigan el camión con cola de pato porque antes teníamos que revolear las bolsas a la caja del camión y una vez una bolsa se rompió y resulta que era un perro muerto que cayó sobre un compañero. Desde esa vez dijimos basta”.
Para la “coope” la amenaza del covid-19 es una más. Se trabaja en zonas de alta contaminación, “el arroyo a veces viene de diferentes colores y olores, son los desechos químicos que tiran las fábricas”. Pegadito al cauce del arroyo hay algunas precarias casas edificadas que se mezclan con otras hechas de chapa. La pobreza es extrema. La cooperativa funciona hace diez años y ha pasado por muchas situaciones que merecen atención. Hace unos años la asamblea exigió un análisis de sangre para todos los integrantes. El resultado fue el esperado, un 60% tenía plomo en sangre, algo común para habitantes de barrios contaminados. “Hemos tenido a compañeros con sarpullidos, granos, infecciones y sabemos que es por limpiar el arroyo. Desde hace años exigimos que nos den vacunas y lo hemos conseguido, pero este año no han llamado para las vacunaciones”.
Con los años la cooperativa dejó de depender de Aysa y paso a la órbita de Acumar (Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo) ente encargado, desde el año 2006, del plan de saneamiento de la cuenca. En ese camino, la “coope” consiguió mejorar las condiciones laborales a partir de sus continuas exigencias, como el manejo de un mínimo de presupuesto para herramientas y seguridad. “Nosotros siempre tratamos de concientizarnos de que somos trabajadores, por eso exigimos y logramos tener 15 días de vacaciones y un aumento de días según los años trabajados. Las vacunaciones, los implementos de seguridad también lo logramos reclamando y marchando”, explica Pocho. La movilización ha sido una constante en la cooperativa, que en varias oportunidades también realizó actividades de solidaridad con conflictos obreros o voluntariados como fue las jornadas de trabajo cuando se sucedieron las terribles inundaciones en 2013 en La Plata. “El 80% de los compañeros se ofrecieron para ir a ayudar a las personas inundadas. Fue un momento muy emotivo para todos”.
Con el pasar de los años muchas cooperativas se fueron desarticulando. La necesidad de salir de la desocupación fue el principal motivo para su fundación a la par que se hicieron intentos a través de programas que condujeran a las cooperativas hacia espacios de trabajo genuino. La lógica del punterismo arraigada en las prácticas políticas, sirvió como puntapié para organizar a muchas de las cooperativas pero luego se convirtió en un obstáculo que imposibilitó la autogestión de sus trabajadores y trabajadoras. Los casos que perduraron con esfuerzo y precariedad se debieron a cierta vinculación con organizaciones sociales y políticas que conservaron márgenes de independencia con respecto a los vaivenes del Estado. Pero muchas otras, como es el caso de la “coope”, lograron permanecer y tejer redes en los barrios, fortaleciéndose como espacios que algunos llaman de la “economía popular”, revalorizándose como formas de trabajo y como trabajadores cuando el ciclo económico se presenta con una nueva crisis.
* Esta nota forma parte de la cobertura especial “Emergencia del Trabajo” frente al COVID-19 realizada con apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo.