EVIDENCIAS EN LA ERA DE LOS NEGACIONISMOS

Cambio climático y Extractivismo Urbano

Escribe: Ana María Duplat

Foto: La tinta, #Documental “La Guerra de los Lugares” junto a Raquel Rolnik

El cambio climático hace parte central de la baraja de negacionismos que impulsa la derecha global. Casi como dogma, una cara del poder defiende la idea de que la crisis climática es un invento a pesar no solo del consenso científico, sino de las clarísimas evidencias que dejan a su paso los eventos climáticos. Esta evidencia no se trata solamente de reconocer que dichos eventos son cada vez más frecuentes, sino también que su grado de extremidad ha aumentado y por tanto también la agudización de sus consecuencias. 

Si bien no son nuestros territorios ni nuestras urbes las que más influyen a nivel global en la crisis ambiental, algunas investigaciones aseguran que “América Latina y el Caribe es una de las regiones del mundo más afectadas por el Cambio Climático y los fenómenos meteorológicos externos que están causando graves daños a la salud, a la vida, a la comida, al agua, a la energía y al desarrollo socioeconómico de la región. Se señala que los eventos relacionados con el clima y sus impactos cobraron más de 312.000 vidas en América Latina y el Caribe y afectaron a más de 277 millones de personas entre 1998 y 2020”.. En este contexto se calcula que, en la región, el 80 por ciento% de las pérdidas totales causadas por los eventos climáticos se producen en las zonas urbanas. Impactos que además, sabemos, son diferenciados y afectan de manera más contundente a las comunidades vulneradas que han visto sus hogares arrasados y la permanencia en sus territorios amenazada por el cambio climático. 

Este es un punto neural en el que se condensa la relación entre la crisis ambiental, las desigualdades sociales y la injusticia espacial. Tres fenómenos que, aislada o aunadamente, no pueden ser explicados sin problematizar el modelo de desarrollo y planificación urbana. Ensayar explicaciones partiendo de la comprensión del modelo, no solamente nos permite contar con elementos para comprender el impacto de la crisis climática a la que asistimos, sino también construir herramientas, alternativas y proyectos que construyan soluciones para hacerle frente. 

Extractivismo urbano

Es en este sentido que nos parece esencial abordar el concepto de “extractivismo urbano” para pensar la crisis climática en las ciudades. Hablar de extractivismo urbano implica necesariamente plantear las relaciones entre el colapso ambiental y la profundización de las desigualdades sociales y de género que produce el modelo urbano capitalista. En las ciudades también se producen zonas de sacrificio, la especulación inmobiliaria avanza sobre áreas de especial protección ambiental, como los humedales, y arrasa territorios enteros precarizando cada vez más a quiénes ya han sido empujados hacia los márgenes.

La comprensión de las dinámicas del extractivismo tradicional y de los fenómenos propios de las ciudades neoliberales, nos ha llevado a confirmar que lógicas, prácticas y consecuencias propias de la mega-minería, la extensión de monocultivos y el fracking, son asimilables a las que se originan como resultado de la especulación inmobiliaria y otras dinámicas persistentes en nuestras grandes ciudades. Es a partir de allí, que se incorpora la categoría de Extractivismo Urbano como un concepto que busca atender las problemáticas y desigualdades en las ciudades, no como elementos aislados entre sí, sino como resultado de un modelo de desarrollo determinado y planificado.  

Es importante destacar que, si bien el concepto de extractivismo urbano aparece en Argentina en el intento de aportar al campo académico y a las luchas sociales una nueva noción para abordar la comprensión de las problemáticas ambientales, sociales y habitacionales que persisten en la Ciudad de Buenos Aires, bien podría aplicarse al análisis de variados fenómenos que se presentan y que son compartidos por las grandes ciudades latinoamericanas. Pensar los contextos urbanos en la clave del extractivismo nos permite indagar con especialidad respecto de fenómenos concretos como la especulación inmobiliaria, la entrega desproporcionada de tierra pública para emprendimientos privados, la cementización de la naturaleza urbana, la tala de árboles para la construcción de nuevas vías, la gentrificación, el crecimiento de los desalojos violentos, la crisis habitacional, el aumento de las inundaciones y el agravamiento de sus efectos sobre la población. Tambien nos abre la posibilidad de ver dichos fenómenos bajo la lupa del modelo económico que las sostiene y produce.

Para facilitar la comprensión y siguiendo a Alberto Acosta, “utilizaremos el término extractivismo cuando nos referimos a aquellas actividades que remueven grandes volúmenes de recursos naturales que no son procesados (o que lo son limitadamente), sobre todo para la exportación. El extractivismo no se limita a los minerales o al petróleo. Hay también extractivismo agrario, forestal e inclusive pesquero”. Complementando esta definición y tal como lo han desarrollado varios estudiosos, el extractivismo es un modelo de ocupación territorial que busca desplazar otras economías al competir por la utilización de agua, energía y demás recursos, generando dinámicas territoriales excluyentes y la emergencia de nuevos lenguajes de valoración del territorio.

Un proceso acelerado del modelo extractivo

La tierra de las ciudades también ha sido mercantilizada y es por ello que existe un mercado de bienes (raíces) que posibilita que, siguiendo la línea de Acosta, también haya extractivismo en las ciudades, siendo el suelo urbano el bien removido en grandes volúmenes por el capital. En este sentido, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires vive un proceso acelerado del modelo extractivo, donde grandes corporaciones se quedan con la renta que produce la misma. Estamos entonces frente a un modelo de ocupación territorial que provoca especulación inmobiliaria, que desplaza población, aglutina riqueza, se apropia de lo público, provoca daños ambientales generalizados y produce una degradación institucional y social.

El estado de situación actual es el de una ciudad que es exprimida económicamente bajo el supuesto del desarrollo, dejando a su paso dramáticas desigualdades territoriales y sociales. El desplazamiento de las familias más pobres generado por la violencia económica del capitalismo que desaloja, deja su huella a lo largo de la Ciudad y las consecuencias de la crisis climática arrecia su impacto en los barrios y las ciudadanías más postergados de Buenos Aires.

Necesitadas básicas insatisfechas

El mapa de las necesidades básicas insatisfechas en la Ciudad coincide con el de los barrios más castigados por los eventos climáticos. Los barrios populares están expuestos a mayores riesgos climáticos por su gran densidad, la falta de ventilación en las viviendas y de infraestructura básica sumado a la carencia de espacios verdes que propician el aumento de la temperatura y del efecto de isla urbana de calor. Asimismo, su ubicación y características favorecen los anegamientos ante eventos de precipitación. Las fuertes tormentas que se desataron en marzo de 2024, dejaron importantes consecuencias en la Ciudad de Buenos Aires, en la aglomeración del Gran Buenos Aires el (GBA) y parte del territorio de la Provincia de Buenos Aires, pero los barrios populares de la ciudad se vieron particularmente afectados debido a los problemas estructurales de tipo sanitario que forman parte de la vida cotidiana. 

Sin embargo, no son solamente, las clases subaelternizada las que sufren los efectos del cambio climático. La sociedad toda empieza a sentir la pérdida de calidad de vida en una ciudad que se axfisia entre pavimento. En los últimos 15 años, se perdieron más de 500 hectáreas de tierras públicas, es decir 500 manzanas urbanas. El proceso de expansión inmobiliaria y neolibreral arrasa con espacios verdes, y se vive una crisis del espacio público que se profundiza ante una planificación urbana excluyente y privatizadora. El modelo que se defiende desde la gestión de la Ciudad de Buenos Aires es el de permitir la construcción de torres de más de 100 metros de altura sobre sus reservas ecológicas sin, ni siquiera, llevar adelante los correspondientes estudios de impacto ambiental. 

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Fuente: Redacción con datos del Gobierno de la Ciudad

Buenos Aires es publicitada por el propio gobierno como la ciudad verde y sin embargo es una de las ciudades con menor cantidad de metros cuadrados de espacio verde por habitante de América Latina. El corredor central planificado especialmente para la circulación de transporte es el que tienen peores mediciones respecto de este indicador. Teniendo en cuenta que el transporte automotor es el causante del 29 por ciento de las emociones de gases de efecto invernadero (GEI) en la ciudad, es justamente ese corredor donde debería existir la mayor cantidad de árboles para la filtración de GEI. El extractivismo en la Ciudad de Buenos Aires ha conllevado la pérdida irrecuperable de espacios verdes y arbolado.

Autobuses en lugar de árboles

Para dar un solo ejemplo de ello, en el año 2013 se llevó adelante la construcción de carriles exclusivos para autobuses en la Avenida 9 de Julio. Para esta obra, que no contó tampoco con estudio de impacto ambiental, se talaron más de 1.200 ejemplares de distintas especies de árboles, muchos de ellos con más de 40 años de vida. Además de la pérdida de lugar de anidamiento para las aves, se sacrificaron espacios verdes esenciales para regular la temperatura y la humedad, la producción de oxígeno y la filtración de la polución. Los árboles absorben los contaminantes, crean un aire más limpio y amortiguan ruidos; solo con esta obra se perdieron miles de lugares de almacenamiento de carbono para aportar a la mitigación del cambio climático, y centenares de metros cuadrados para filtrar el agua de las lluvias que funcionan como espacio absorbente para disminuir los impactos y riesgos de las inundaciones.

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Avenida 9 de Julio. Antes y después de la obra del Metro Bus. Fuente: Propamba

Mientras urbanidades de otras latitudes aplican medidas y generan rápidamente políticas de adaptación al cambio climático, en Buenos Aires el gobierno sigue sin atender de manera seria el problema y parece ignorar lo estratégica que resulta la preservación de la naturaleza urbana en tiempos de crisis climática. Todo puede ser sacrificable a merced de las inversiones del capital financiero en la ciudad. A manos del extractivismo urbano, la Ciudad de Buenos Aires ha perdido absorción, zonas de humedales, mariposa, aves, oxígeno y sombra. En un contexto de aumento de la temperatura máxima anual se está dejando expuesta a la ciudadanía a olas de calor insoportables y a nuevas epidemias. 

En 2024, se dio el brote de dengue más grande de la historia argentina, fenómeno que está directamente relacionado con el aumento de la temperatura y las lluvias extremas. La Ciudad de Buenos Aires fue la que concentró el mayor número de casos, lo cual tiene su explicación en el diagnóstico que desarrollamos en los párrafos precedentes. Esta epidemia y la cantidad de personas damnificadas que dejó el aumento exponencial de las lluvias parecen haber servido como alerta para el gobierno de la Ciudad, que en abril conformó por primera vez un gabinete de cambio climático para el diseño de un plan de mitigación y adaptación ante el calentamiento global que golpea, cada vez, con mayor frecuencia y contundencia a la ciudad de Buenos Aires.

Un plan de acción climática por la ciudad

La Ciudad cuenta ahora con un Plan de Acción Climática para 2050. Dicho plan propone desde grandes obras de infraestructura hasta medidas de alerta temprana y de refugio, por ejemplo, ante tormentas extremas u olas de calor.  Los refugios climáticos conforman una red de espacios cerrados (museos, centros culturales, bibliotecas o centros comunitarios, etc) con aire acondicionado o que naturalmente presentan temperaturas más confortables que en el exterior, y también espacios abiertos que cuenten con sombra o elevada presencia de infraestructura verde urbana como parques y plazas.

Respecto de la movilidad, incluye: 15 nuevas áreas peatonales y 48 calles de encuentro para 2030 y políticas de pomoción de uso de bicicleta.  Para los próximos años se puso como objetivo el de alcanzar un  millón de viajes diarios en bicicleta. También se proyecta que el 100 por ciento de colectivos tenga tecnología de cero emisiones para 2050. 

También para 2050 se propone reacondicionar el 80 por ciento de edificios residenciales y contar con el 30 por ciento de techos de viviendas con aprovechamiento solar fotovoltaico. En 2025, según el Plan, el 100 por ciento de edificios públicos deben contar con rediseños de eficiencia energética y el 100 por ciento de barrios populares debería tener huertas para la absorción de aguas y la generación de alimentos.

Por el momento algunos planes se ven muy lejanos, mientras que otros, aparecen con mayor probabilidad de cumplimiento. Sin embargo, la dimensión de la crisis climática requiere con urgencia la implementación de otro modelo de desarrollo y planificación urbana que efectivamente consolide ciudades cuidadoras de la vida y que construya igualdades reales que permitan proteger de los efectos de esta crisis a la población más vulnerada y a la más vulnerable.

Alternativas al modelo de dessarollo patriarcal

Las ciudades planificadas bajo el modelo del extractivismo urbano son una proyección de necesidades, deseos y valores capitalistas y preponderantemente patriarcales. Tal como lo plantea el Col·lectiu Punt 6, cooperativa de arquitectas, sociólogas y urbanistas que trabajan el urbanismo con perspectiva de género, las ciudades han sido pensadas y construidas aplicando criterios considerados abstractos, neutrales y normales que, sin embargo, obedecen a experiencias bien concretas: la de una minoría masculina, de mediana edad, heterosexual, con trabajo estable, y con las tareas de la reproducción resueltas de manera invisible.

Es por ello que, hasta ahora, las ciudades han estado planificadas bajo la lógica de la producción y el desarrollo económico, y es este paradigma el que un urbanismo con perspectiva eco-feminista puede romper, proponiendo ciudades diseñadas pensando en las personas y por tanto en la reproducción y mejora de las condiciones de vida de todos y todas. El feminismo tiene, en este marco y en contraposición al modelo en curso, propuestas concretas para aportar a la construcción de ciudades igualitarias que no tratan solamente de adecuaciones urbanas para subsanar problemáticas que afectan exclusivamente a mujeres, niñas y disidencias, sino de integrar la lógica de la reproducción y el cuidado como ejes del diseño urbano para el tránsito hacia ciudades más humanas, mejor vivibles, sin desigualdades de ningún tipo, y lógicamente sin reproducir roles de género socialmente impuestos. Es allí donde se encuentra la potencialidad y necesidad de incorporar al urbanismo ecofeminista en la planificación de la ciudad como herramienta para afrontar la crisis climática.

ALGUNOS EVENTOS CLIMÁTICOS EN LA REGION DE BUENOS AIRES 

Abril de 2023. La Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano bonaerense, el territoria que rodea la ciudad, quedan ahogadas bajo una intensa presencia de humo y olor a quemado. El sistema de salud aconseja retornar al uso del barbijo para evitar afecciones respiratorias.

Agosto de 2023. Uruguay padece el peor pico de su crisis hídrica tras tres años consecutivos de sequía. Durante semanas lxs habitantes de Montevideo, capital de Uruguay y situado 200 kilómetros de Buenos Aires, se bañaron, cocinaron y tomaron su mate con agua salada a causa de problemas serios en el abastecimiento de agua potable.

Febrero de 2024. La ola de incendios forestales más mortífera en cobró la vida a 123 personas y se perdieron alrededor de 6.000 viviendas. Los incendios ocurrieron durante una ola de calor, una sequía y un episodio de fuertes vientos a causa de una combinación de El Niño y el cambio climático.

Marzo de 2024. Otra vez el caos en el Área Metropolitana de Buenos Aires por lluvias extremas. Miles de casas y bienes deteriorados, barrios enteros en emergencia y 120.000 personas sin luz.Mayo de 2024. Menos de un año después de la gran sequía, Uruguay evacúa a más de 2.500 personas por inundaciones.