Germán Romeo Pena

 

A mediados del mes de mayo culminó el primer operativo en el barrio la Fe de Monte Chingolo, para la prevención y detección temprana del Covid-19. La iniciativa fue exigida y organizada por el movimiento social Frente Popular Darío Santillán de Lanús, que junto a la Secretaría de Salud del Municipio de Lanús y el Ministerio de Salud de Provincia de Bs As, llevaron las tareas de relevamiento, divulgación de información, vacunación y fumigación en el barrio. Esta es una de las primeras experiencias territoriales de prevención en barrios vulnerables del conurbano bonaerense, ya que la primera ocurrió en la localidad de Quilmes. 

Esta mañana culminó el primer operativo en el barrio la Fe de Monte Chingolo para la prevención y detección temprana del Covid-19. La iniciativa fue exigida y organizada por el movimiento social Frente Popular Darío Santillán de Lanús, que junto a la Secretaría de Salud del Municipio de Lanús y el Ministerio de Salud de Provincia de Bs As, llevaron las tareas de relevamiento, divulgación de información, vacunación y fumigación en el barrio.

“Esta propuesta, impulsada por nuestros compañeros, pretende evitar la propagación del virus dentro de los barrios populares. Desde la organización nos pusimos a disposición para acompañar a cada grupo de trabajadores de salud en la recorrida por el barrio y facilitar el soporte del operativo. Se brindó información para la prevencion del virus, y los metodos de cuidado. Además se completo el calendario de vacunación y se dio la vacuna antigripal casa por casa” expresaron militantes del FPDS.

Durante el operativo se encuestaron mas de 1200 familias en todo el barrio. “Seguimos impulsando el compromiso con nuestros vecinos para que nadie se quede sin el derecho a una salud integral y digna. Para evitar una verdadera catástrofe sanitaria es fundamental que desde el Estado se recojan y se potencien las experiencias de organización comunitaria que surgen desde los movimientos populares. Por eso, seguimos exigiendo un protocolo de acción para los barrios populares contra el Covid- 19″ agregaron.

Germán Romeo Pena

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La “coope” como la llaman los vecinos del barrio la Loma es una de las miles de cooperativas de trabajo que perduran en las barriadas. Surgidas de la necesidad de convertir los planes sociales en trabajo para sobrevivir ante la desocupación, estas agrupaciones de trabajadores volcaron su quehacer en tareas abandonadas por el Estado. Pero la instauración de la cuarentena volvió el debate sobre la seguridad sanitaria. A las pandemias de dengue y de covid-19 se suma el trabajo cotidiano de limpiar arroyos que son vertederos de desechos industriales, de aguas servidas o que funcionan como inmensos basurales en barrios que también se inundan. 


“Otra vez esta discusión de cuidarse”, dice una de las casi ochenta trabajadoras que se organizan en la Cooperativa Lucha y Dignidad, Trabajo y Esfuerzo. Ahora el grupo se ha reducido a doce, en su mayoría mujeres, que parten desde la ex sociedad de fomento en el barrio La Loma en Lomas de Zamora. En el pañol, Cheri nos explica que son muy rigurosos para cuidarse de la pandemia. Son las 8 de la mañana y el mate está vedado. Sandra, que parece una encargada reparte barbijos y guantes y llevan un rociador con agua y alcohol. Mientras tanto van subiendo al micro naranja que espera en la puerta y que los llevará al arroyo Mugica. “Van a ver lo que es eso, es el más contaminado”, nos había anticipado Pocho Díaz, viejo activista de Cuartel Noveno y fundador de la “coope”. La cuadrilla se mantiene reducida por las medidas de seguridad sanitarias, por eso se sientan uno por hilera lo más distanciados posible.

Lo que hoy es una cooperativa de vecinos organizados, en el 2001 era un comedor barrial en donde se brindaba un almuerzo para los vecinos. “Nos cagábamos de hambre así que empezamos a hacer comidas colectivas y luego conseguimos unos planes. Pero nosotros queríamos trabajo y empezamos a limpiar las calles del barrio y el arroyo porque estaba todo abandonado”, comenta Pocho que en aquel entonces era militante del MST y había perdido el trabajo como muchos vecinos. Las cooperativas de trabajo nacían con el desempleo estructural que habían traído las políticas neoliberales en la década de los 90. Primero, como una maniobra del capitalismo para precarizar y bajar costos a través de las “tercerizadas”, luego como necesidad ante la apremiante carestía que reinventaba a la cooperativa como resguardo ante el desempleo y proyección del trabajo genuino perdido. El epicentro de esta lógica fue en el 2003 con el lanzamiento del programa “Techo y Trabajo” que fomentó las cooperativas de construcción a pequeña escala para la construcción de viviendas y mejoramiento barrial.

Para el 2010, se contabilizaban unas 20 mil organizaciones de este tipo. A la par, crecían las cooperativas producto de las “fabricas recuperadas”, autogestionadas por los propios trabajadores tras la quiebra o abandono de sus dueños. El caso emblemático fue Cerámicas Zanon que bajo control obrero pasó a denominarse Fábrica Sin Patrón (FaSinPat).

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Cuando se decretó el aislamiento social y obligatorio el 20 de marzo, la “coope” se paralizó realizando sólo trabajos de limpieza y reparación de herramientas en la sociedad de fomento. Pero el 6 de abril el municipio ordenó seguir con las tareas de saneamientos en arroyos como si no hubiese cuarentena. El micro debía salir de lunes a viernes y repartir en un solo viaje a unas 60 trabajadoras entre el arroyo Mugica en el barrio Santa Catalina y el arroyo Quiroga en el barrio Olimpo para cumplir cuatros horas laborables. En asamblea se discutió cómo avanzar, “surgía el debate si obedecer y seguir trabajando por miedo a perder el único sustento, o pararnos firmes y decirles que no podíamos hacer como si nada pasaba y que debíamos tener un protocolo de seguridad ante el riesgo de contagiarnos”.

En la asamblea también se planteo la necesidad de resguardar a embarazadas y madres de niños pequeños. También incluir a los que entraban en “el grupo de riesgo”. Entonces, comenzaron los reclamos ante el Ministerio de Infraestructura de la provincia. “Los reclamos eran vía mail porque estaba todo cerrado por la cuarentena. Tuvimos que insistir mucho para lograr acordar un protocolo de seguridad y resguardarnos ante la epidemia”. La “coope” tiene una composición con mayoría femenina. La socióloga Gabriela Roffinelli explica que a partir de la re-activación que se dio en el 2004 muchos de los trabajadores con experiencia dejaron las cooperativas ante un puesto laboral de mayor ingreso quedando un amplio predominio femenino.

El micro estaciona en una placita del Barrio Obrero Santa Catalina. Hay un potrero para jugar al fútbol y a un costado, unos caballos atados junto a un carro. Mucha gente se gana la vida juntando chatarra. Al llegar al arroyo, Javier nos indica que el pequeño puente hecho con troncos de las palmeras y pallets fue construido por la cooperativa. “Había troncos de árboles, era un peligro. Nosotros trajimos lo que pudimos e hicimos este puente que antes tenía barandas pero se las llevaron”. Las aguas están colmadas de basura, animales muertos y chatarra de todo tipo, “sacamos lo que podemos y embolsamos. La gente sabe que venimos y entonces deja sus bolsas de basura a un costado. En esta zona no hay recolección de residuos, entonces, todo va a parar al arroyo”, comentan mientras lanzan ganchos para atrapar el plástico y las botellas que flotan en la superficie.

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El trabajo imposible es la limpieza del arroyo, “somos pocos y tampoco nos proveen de herramientas necesarias. Hace mucho estamos pidiendo una balsa para poder movernos y juntar más basura pero nunca llegó. Hasta algunos compañeros trataron de hacer una con heladeras viejas pero no funcionó”, recuerdan entre risas que la aventura terminó con más de uno embarrado en el arroyo.

Desde el comienzo, la proyección de trabajo de las cooperativas en estos barrios en Cuartel Noveno estuvieron vinculadas al padecimiento de las inundaciones. Ha sido un histórico eje aglutinador el reclamo por obras hidrícas. La “coope” protagonizo muchas acciones en las calles como parte activa del Foro Hidríco de Lomas de Zamora.

Sandra llegó a romperse la rodilla mientras caminaba por el arroyo: “Estaba con el water en medio del arroyo y se me hundió la pierna en el fango y giré, se me trabó la rodilla y tuve un dolor tremendo. Estuve varios días sin poder caminar. Hicimos los reclamos para que se hagan cargo del tratamiento médico pero nunca respondieron”. Descuentos imprevistos, falta de elementos de seguridad fueron los motivos para elevar reclamos, movilizar y a veces hasta bloquear calles. “Logramos que nos traigan el camión con cola de pato porque antes teníamos que revolear las bolsas a la caja del camión y una vez una bolsa se rompió y resulta que era un perro muerto que cayó sobre un compañero. Desde esa vez dijimos basta”.

Para la “coope” la amenaza del covid-19 es una más. Se trabaja en zonas de alta contaminación, “el arroyo a veces viene de diferentes colores y olores, son los desechos químicos que tiran las fábricas”. Pegadito al cauce del arroyo hay algunas precarias casas edificadas que se mezclan con otras hechas de chapa. La pobreza es extrema. La cooperativa funciona hace diez años y ha pasado por muchas situaciones que merecen atención. Hace unos años la asamblea exigió un análisis de sangre para todos los integrantes. El resultado fue el esperado, un 60% tenía plomo en sangre, algo común para habitantes de barrios contaminados. “Hemos tenido a compañeros con sarpullidos, granos, infecciones y sabemos que es por limpiar el arroyo. Desde hace años exigimos que nos den vacunas y lo hemos conseguido, pero este año no han llamado para las vacunaciones”.

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Con los años la cooperativa dejó de depender de Aysa y paso a la órbita de Acumar (Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo) ente encargado, desde el año 2006, del plan de saneamiento de la cuenca. En ese camino, la “coope” consiguió mejorar las condiciones laborales a partir de sus continuas exigencias, como el manejo de un mínimo de presupuesto para herramientas y seguridad. “Nosotros siempre tratamos de concientizarnos de que somos trabajadores, por eso exigimos y logramos tener 15 días de vacaciones y un aumento de días según los años trabajados. Las vacunaciones, los implementos de seguridad también lo logramos reclamando y marchando”, explica Pocho. La movilización ha sido una constante en la cooperativa, que en varias oportunidades también realizó actividades de solidaridad con conflictos obreros o voluntariados como fue las jornadas de trabajo cuando se sucedieron las terribles inundaciones en 2013 en La Plata. “El 80% de los compañeros se ofrecieron para ir a ayudar a las personas inundadas. Fue un momento muy emotivo para todos”.

 

Con el pasar de los años muchas cooperativas se fueron desarticulando. La necesidad de salir de la desocupación fue el principal motivo para su fundación a la par que se hicieron intentos a través de programas que condujeran a las cooperativas hacia espacios de trabajo genuino. La lógica del punterismo arraigada en las prácticas políticas, sirvió como puntapié para organizar a muchas de las cooperativas pero luego se convirtió en un obstáculo que imposibilitó la autogestión de sus trabajadores y trabajadoras. Los casos que perduraron con esfuerzo y precariedad se debieron a cierta vinculación con organizaciones sociales y políticas que conservaron márgenes de independencia con respecto a los vaivenes del Estado. Pero muchas otras, como es el caso de la “coope”, lograron permanecer y tejer redes en los barrios, fortaleciéndose como espacios que algunos llaman de la “economía popular”, revalorizándose como formas de trabajo y como trabajadores cuando el ciclo económico se presenta con una nueva crisis.

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* Esta nota forma parte de la cobertura especial “Emergencia del Trabajo” frente al COVID-19 realizada con apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo.

Prensa FOL TucumánEn tiempos de aislamiento social, preventivo y obligatorio para evitar la propagación de contagios ocasionados por el virus COVID 19 se tejen redes de solidaridad impulsadas desde los movimientos sociales. Desde una política de cuidados y saberes territoriales, las organizaciones sociales ponen a disposición de la comunidad y los centros de salud, la producción de insumos necesarios en este contexto de crisis sanitaria. Las organizaciones piqueteras han desarrollado históricamente estrategias de autocuidados basadas en un profunda solidaridad de clase. Desde las ollas populares hasta la confección de barbijos en plena pandemia. Organizarse para cuidar, una decisión política que prioriza el bienestar colectivo. 


La lucha de los movimientos sociales contra la precarización de la vida que organiza a las personas provenientes de los sectores más vulnerables de la sociedad ha desarrollado diversas estrategias de trabajo colectivo tendientes a sostener una economía comunitaria. El aprendizaje acumulado, sobre todo en épocas de crisis económica y social, donde se hace visible que la “salida es colectiva”, las organizaciones populares dan el ejemplo a la hora de tejer redes de solidaridad que tienden al cuidado, priorizando el bienestar grupal por sobre el individual.

En este contexto de crisis sanitaria que obliga al aislamiento social para evitar los contagios masivos del virus COVID-19, los movimientos sociales han brindado respuestas prácticas a la falta de insumos en el sistema de salud, resultado de las políticas de precarización en el sector por parte del Estado.

En este sentido, algunas organizaciones han conformados comités de prevención del contagio de coronavirus y dengue, abocados a la producción de barbijos y repelentes, con una política contraria a la especulación del mercado en relación a dichos insumos.

Nuestra salida sigue siendo la organización y solidaridad”

En Amaicha del Valle, provincia de Tucumán, el movimiento social Frente de Organizaciones en Lucha (FOL) diseñó como política solidaria: la elaboración de barbijos esterilizados, en conjunto con la Policlínica de Amaicha y con la colaboración de la Comunidad Indígena, para que sean usados por trabajadores y trabajadoras de la salud, agentes sanitarios y población en riesgo. De esa forma, las redes de cooperación entre trabajadores ayuda a contrarrestar la falta de insumos en el sistema de salud, resultado de las políticas de precarización en el sector por parte del Estado.

“Remarcamos que en el contexto de crisis sanitaria, en poblaciones como Amaicha no hay elementos de protección en el sistema público ni en la población, por lo que intentamos aportar solidariamente nuestro trabajo”, expresaron integrantes del FOL en sus redes sociales.

“Necesitamos que el Estado en sus distintos niveles esté presente por esta situación de crisis sanitaria y de cuarentena, que está generando no sólo problemas económicos para un gran sector que vive de su trabajo diario, sino que hay problemas de aumentos de precios desproporcionados, falta de plata en cajeros e imposibilidad de cobrar de ninguna forma a quienes no tienen tarjeta (como el correo, que se encuentra cerrado), falta de transporte público, sin agua en algunos barrios y problemas para comprar con la tarjeta alimentaria en pueblos cercanos, entre otros conflictos que con el correr de las semanas pueden agudizarse”, agregaron.

 

Estrategias similares implementaron en el Movimiento de los Trabajadores Excluidos (MTE), que frente a la imposibilidad de trabajar en la cooperativa y el agravante de que muchas fábricas para las que trabajan suspendieron los pagos hasta que se reactiven las ventas, muchos costureros y costureras empezaron a confeccionar barbijos desde sus casas.

“Empresas textiles y de insumos médicos empezaron a producir millones de barbijos en talleres familiares, pagando precios excesivamente bajos. El precio de confección de un barbijo varía de $0,90 a $8 por barbijo, según la zona (CABA, Lomas de Zamora, Matanza, La Plata), mientras que la unidad se vende entre $25 (por mayor) y $100 (por menor), generando ganancias millonarias para unos pocos y trabajo precarizado para miles. Sin mencionar el riesgo al que nos exponemos los costureros y costureras ante la circulación de materiales y personas en nuestros barrios y nuestras casas”, señalaban en un comunicado militantes del MTE, al exponer la especulación del mercado en la producción de un elemento fundamental en esta situación, como el barbijo.

Y agregaron:  “por todo esto, decidimos reabrir nuestras cooperativas, garantizando todas las condiciones necesarias para la prevención y el cuidado ante el virus para volver a trabajar en condiciones seguras y por un precio que reconozca y dignifique el trabajo de quienes realizamos un esfuerzo enorme por una remuneración muy baja dentro de la industria textil. Asumiendo también la responsabilidad de poner a disposición nuestras cooperativas en la producción de insumos esenciales para la comunidad”.

 

Mejorar las condiciones de habitabilidad y salud

La salud está en estrecha relación con el entorno. Pensar en barrios saludables requiere también reflexionar sobre el cuidado del ambiente. En este sentido, el FOL en la ciudad de La Plata ha organizado una comisión ambiental conformada por cuadrillas. La novedad que presentó esta organización fue la elaboración de un repelente natural para repeler insectos, especialmente el mosquito transmisor (el Aedes Aegypti),  para evitar los contagios de dengue.

“Hace rato venimos observando en la región la problemática con el dengue, que este año se ve agravada, pero que históricamente es invisibilizada. Lo vemos como una problemática cercana porque además muchas compañeras vienen de Formosa, Chaco, Santiago del Estero, Misiones y Paraguay, donde la situación es bien compleja. Como las acciones del municipio son muy deficientes vimos la necesidad de organizarnos y buscar una solución para protegernos en nuestros barrios”, contó Ramiro, militante del FOL y uno de los impulsores del proyecto.

Las cuadrillas ambientales están conformadas por militantes que habitan los barrios y desde allí impulsan huertas agroecológicas en las que producen verduras sanas y frescas sin agrotóxicos con el objetivo de mejorar la dieta de los comedores comunitarios. Asimismo, realizan la recolección de materia orgánica para realizar el compost y de esta forma contribuir al reciclaje de los suelos, altamente contaminados en las zonas urbanas producto de los basurales y la recolección ineficiente de desechos. “La situación en los barrios en cuanto a la contaminación es muy complicada. Cada vez que llueve se inundan y no hay un sistema de cloacas ni de acceso al agua potable, lo que genera que haya muchos mosquitos. A su vez, las zanjas estancadas actúan como un reservorio para el insecto, por lo que no alcanza con vaciar los tachos en nuestras casas como dicen en la radio o en la tele, los mosquitos en los barrios populares van a seguir estando”, explicaron.

La sabiduría sobre el entorno permite el diseño de estrategias para elaborar un repelente utilizando los recursos a mano: “muchas compañeras usan las plantas aromáticas de manera medicinal, que es un conocimiento ancestral popular que traemos de nuestros antepasados, y así decidimos empezar a armar nuestros repelentes con esas plantas, que usaron nuestras abuelas. También como respuesta a otra problemática, que es el precio de los repelentes comerciales, que hacen imposible su acceso para los sectores populares”, afirmó Ramiro.

En ese sentido, desde el movimiento realizaron un video explicativo para socializar la receta del repelente para que pueda ser divulgada.

En tiempos de crisis y miedo social que ocasiona el aislamiento, la construcción de redes que asuman como política el cuidado pueden configurarse en una salida colectiva frente al individualismo del “sálvese quien pueda”.

Históricamente los movimientos sociales han tejido alrededor de las ollas populares su distintivo en la organización de políticas de cuidados, al compartir el alimento cuando escasea entre las mayorías empobrecidas y así, entre otras acciones, poder luchar contra el hambre y la miseria que generan los Estados con sus políticas de ajuste.

Hoy, asumiendo el mismo rol, sosteniendo los comedores y haciendo uso de sus saberes acumulados, de su trabajo sobre el medio ambiente y en el diseño de políticas en clave comunitaria, su organización nos ofrece un ejemplo de alternativa de mundo, en este momento, en donde las mayorías estamos reflexionando, como dice la artista travesti Susy Shock que “no queremos ser más esta humanidad”.

* Esta nota forma parte de la cobertura especial “Emergencia del Trabajo” frente al COVID-19 realizada con apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo.

El presidente Alberto Fernández viene manejando la crisis del coronavirus de manera serena, pero la presión crece.

Gerhard Dilger, taz, 7/8 de mayo de 2020

El elogiado manejo de la crisis sanitaria por el presidente Alberto Fernández tuvo en los últimos días algunos traspiés. En un discurso dirigido a la nación argentina, el peronista de 61 años –que gobierna desde diciembre pasado– anunció una serie de flexibilizaciones dentro de la cuarentena impuesta desde el 19 de marzo. Sin embargo, pronto tuvo que volver sobre sus pasos.

En la capital argentina, en las zonas más densamente pobladas de la provincia de Buenos Aires y en las metrópolis Rosario y Córdoba, niñas y niños, jóvenes y ancianos deben seguir quedándose en casa. A todxs lxs demás se les permite salir por un rato para hacer las compras, o deben gestionar uno de los permisos especiales para circular.

Sin embargo, los empresarios están presionando cada vez más. Y muchxs argentinxs se están poniendo nerviosxs, no tanto por el miedo al virus como por el ostracismo de estar encerradxs en casa. O básicamente porque necesitan salir a ganar dinero. En la noche del jueves 30 de abril se escuchó el primer cacerolazo masivo. Durante minutos, miles de personas golpearon sartenes y cacerolas mostrando su rechazo al otorgamiento de prisiones domiciliarias por la pandemia de Covid-19.

En la televisión, conductoras y conductores reclaman una política de mano dura. Trolls twittean #DóndeEstánLasFeministas o #SePudreTodo. Y los grandes diarios La Nación y Clarín vuelven a la carga con que la vicepresidenta, una “radicalizada” Cristina Fernández de Kirchner, le estaría haciendo la vida imposible al jefe de Estado.

La construcción del kirchnerismo

La relación de los Kirchner con el actual presidente Alberto Fernández merece un capítulo aparte. Empezaron a trabajar juntos en 1998. Así como con el presidente Néstor Kirchner (2003-2007), Alberto Fernández fue jefe de campaña y, al principio, jefe de gabinete de ministros de CFK (2007-2015). Hasta que en 2008 sobrevino la discordia, sobre todo por el estilo polarizante de Cristina para gobernar. En 2010 murió Néstor Kirchner y pasaron otros ocho años hasta que los ‘animales políticos’ Fernández (que no son parientes) se volvieron a acercar.

Hace un año, Cristina sorprendió con una jugada brillante: a riesgo de perder el duelo presidencial contra su odiado sucesor neoliberal, Mauricio Macri, la peronista de izquierda no se atrevió a volver como presidenta. En su lugar, le pidió a Alberto Fernández que encabezara la fórmula que ella misma secundaría como vicepresidenta. En octubre, el peronismo unido derrotó al antiperonismo enrolado en las huestes del multimillonario Macri.

 Cuando en febrero de este año la canciller alemana Angela Merkel recibió a Fernández durante una cena en Alemania, le dijo que no terminaba de entender el peronismo. “No somos los populistas que muchos creen”, respondió el invitado sudamericano. Y aseguró que “tenemos una mirada pragmática de la economía”, según informaron muchos medios argentinos.

Hay escritas bibliotecas enteras sobre este movimiento, que lleva el nombre de un admirador de Mussolini, Juan Domingo Perón (1895-1974), y su primera y carismática esposa, Evita (1919-1952). A diferencia de la socialdemocracia europea, en el siglo XXI el peronismo todavía goza de buena salud: también un mérito del trío Kirchner-Fernández-Fernández.

El peronismo es un sentimiento, se escucha de vez en cuando. Pero no es tanto el partido en sí lo que a menudo importa sino su política social para con lxs pobres. El peronismo suele definirse como un movimiento “nacional y popular”. En sus filas conviven una entusiasta base de masas y competentes políticxs de profesión con sindicalistas y caudilllos provinciales desagradables, entre ellos el anciano senador y ex presidente ultraliberal Carlos Menem (1989-1999). Fernández, en cambio, es más bien un socialdemócrata de viejo cuño, que ya antes de la crisis del coronavirus se había comprometido a ampliar el Estado de Bienestar.

El 68 y después

Néstor y Cristina fueron jóvenes en la Argentina de los setenta. Cuando fueron presidente y primera dama, hasta salieron en la edición local de la Rolling Stone al estilo John y Yoko. Tras la crisis de 2001/2002 y una etapa de autoorganización desde abajo, en 2003 se produjo el despertar kirchnerista, tanto en el plano económico como político. Los derechos humanos pasaron a  la primera plana y cientos de asesinos y torturadores de la dictadura militar (1976-1983) fueron puestos tras las rejas.

Fue la versión argentina del desvanecido giro sudamericano a la izquierda en los años 2000. Junto a Lula y Hugo Chávez impidieron una zona de libre comercio desde Alaska hasta Tierra del Fuego, y se centraron en la integración de Cuba y en poner distancia de los Estados Unidos.

Las viejas amistades siguen ahí. Antes de su victoria electoral, Alberto Fernández visitó al brasileño Lula en la cárcel y le dio asilo a Evo Morales, que vino tras el golpe en Bolivia. Sin embargo, a nivel gubernamental se quedó un poco solo. Actualmente nada más le queda Andrés Manuel López Obrador en México.

Bob Dylan, Joan Baez, Walt Whitman y el rock argentino lo influenciaron más que Juan Domingo Perón, confesó Fernández. Su perro collie se llama Dylan y ya se animó a tirar algunos acordes de guitarra en Twitter e Instagram antes de dar a sus fans un mensaje de afectuosa tutela. En noviembre, Patti Smith le cantó una serenata y trató de convertirlo a la ecología. Los peronistas todavía no están dicutiendo alternativas reales al fracking, la minería o la exportación de soja, pero por lo menos hay de nuevo un Ministerio de Medio Ambiente.

Ochenta por ciento apoya a Fernández

Según las encuestas, el abogado, funcionario público y profesor de derecho tiene actualmente el aval de cuatro quintos de la población. Esto es sensacional en una Argentina a todas luces dividida. Y es el resultado de su rápida reacción a la crisis del coronavirus. El aislamiento social obligatorio se impuso en Argentina a modo preventivo. Y el resultado fue todo lo opuesto al Brasil: relativamente pocos muertos y un número controlable de infectados.

Fernández encarna un “estado maternal”, dice la feminista Rita Segato, tiene una “manera de hablarnos que genera comunidad” en tiempos de crisis. Fernández sabe que, gracias a su clara postura a favor de la legalización del aborto, tiene el apoyo de la mayoría de las feministas. Y en la comunidad LGBTQ suma puntos con su hijo bisexual.

Pero eso no es todo. El “católico no practicante” también mantiene una buena relación con el papa Francisco y se deja aconsejar por los padres villeros y referentes de las organizaciones sociales sobre las medidas a tomar.

El equilibrista

 “Tío Alberto” quiere dejar a todos contentos, critica el columnista Alejandro Borensztein, y dice que el presidente repartió los cargos del aparato estatal entre los diferentes sectores del peronismo y que al final reinaría la mediocridad. Y los banqueros o el agronegocio ven con malos ojos el escepticismo del presidente sobre el acuerdo de «libre comercio» entre la Unión Europea y el Mercosur.

Por lo demás, en plena crisis del coronavirus, están pendientes nuevas negociaciones sobre la reprogramación de la deuda con acreedores privados. Probablemente éstos tendrán que aceptar alguna reducción de sus ganancias. En la Argentina se profundizó la recesión, y la situación social, con 16 millones de personas viviendo en la pobreza, sigue siendo crítica. Un proyecto de ley para gravar con un impuesto a los superricos está lejos de ser aprobado por el Congreso.

En este escenario, Alberto Fernández va a necesitar la destreza de un equilibrista para evitar caer al vacío en los próximos meses.

Traducción: Carla Imbrogno

Fotos: Rolling Stone, Casa Rosada

“Los parlamentos aprueban a libro cerrado y entre aplausos ideas que hasta hace poco tildaban de engendro socialista”

Por Raul Zelik, WOZ

La semana antepasada, cuando los hospitales de Madrid ya estaban colapsando, cuando un suburbio de Barcelona había sido cercado por completo debido a la pandemia del coronavirus, cuando las imágenes de los hospitales de emergencia en la Lombardía daban la vuelta al mundo, el escritor y filósofo catalán David Fernández empezó su columna habitual en el periódico Ara con unas líneas extrañamente utópicas: “Han vuelto los delfines en Cerdeña. El agua de Venecia, como el aire, se limpia. El turistificado Mercat de la Boqueria se convierte, de nuevo, en un mercado de barrio. Abren hoteles en Paris para acoger vagabundos. Y han cerrado el Centro de Internamiento de Extranjeros de la Zona Franca. Y se han parado los desahucios. Y ya no es primavera en El Corte Inglés. Lo privado lucrativo se ha puesto –-por decreto-– al servicio de lo público universal”.

Con un inicio como este, podríamos haber pensado que lo que seguía era uno de esos artículos que buscan minimizar la situación. Pero inmediatamente, David Fernández advierte sobre la otra cara de la moneda: castigos y operativos policiales contra personas sin techo, ricos que huyen a sus casas de veraneo, el racismo a flor de piel en las redes sociales y las apuestas de los fondos buitre contra Estados sobreendeudados. Fernández no quiso minimizar la coyuntura, sino llamar la atención sobre su singularidad: cuando menos se esperaba, nos encontramos en una situación en la que los caminos están abiertos.

Por estos días se escribe mucho y como lectores nos restregamos los ojos, tenemos la sensación de que las y los autores en realidad no hacen más que repetir lo que siempre dicen. Giorgio Agamben vio entrar en acción el Estado biopolítico, que pretende poner a prueba en nosotros todos los instrumentos del estado de emergencia; Slavoj Zizek empezó hablando del virus para terminar en Hegel; el sociólogo alemán Heinz Bude proclamó el retorno del Estado nacional socialdemócrata; y algún que otro ecologista se refugió en la vieja —ahora particularmente reaccionaria— muletilla: “¿No seremos los humanos el verdadero virus sobre la tierra?”.

La pandemia como acelerador de la crisis

¿Pero no sería mucho más adecuado sorprenderse de todo lo que ha cambiado en unos pocos días? Parece que la pandemia está acelerando e intensificando la gran crisis ecológica y económica que se veía venir desde hace tiempo. Por un lado, de pronto se vuelven concretos los escenarios más distópicos. Millones de personas ven amenazada su existencia porque los sistemas sanitarios, arruinados por el ajuste y la desinversión, no pueden atenderlas; porque ya no pueden ganar dinero y porque sigue pareciendo impensable una redistribución de los obscenos patrimonios privados.

La globalización quedó abruptamente detenida, las cadenas de producción se interrumpieron y los mercados financieros se tambalean al borde del abismo. Y no queremos ni imaginar lo que hará una superpotencia militar como EE.UU. cuando la sociedad se le descontrole puertas adentro. En Francia, los militares patrullan las calles y Macron no puede decir dos palabras sin pronunciar la palabra “guerra”. En una España gobernada en realidad por la izquierda, el Jefe del Estado Mayor de la Defensa anuncia en conferencia de prensa con ministras y ministros que ahora la población solo se compone de soldados y que no hay más fines de semana (¡sic!).

Todo esto es real. Pero lo contrario también es cierto. En muchos sentidos, la respuesta a la pandemia también sugiere la posibilidad de un futuro mejor. Ya leímos en la mayoría de los periódicos que en todas las ciudades se están formando espontáneamente redes solidarias para atender a las y los vecinos. Una vez más se pone de manifiesto que, en momentos de crisis, el primer reflejo humano no es la guerra civil hobbesiana del todos contra todos sino la voluntad de ayudar. Pero hasta el lockdown estatal tiene algo de utópico.

Se imponen y aceptan las mayores restricciones a la vida social, todo en pos de proteger a los más débiles, puesto que el único propósito de la medida es garantizar la atención médica de quienes deban ser atendidos en las salas de cuidados intensivos debido a su edad y a enfermedades preexistentes. Justamente, “aplanar la curva” no supone el derecho del más fuerte sino solidaridad, porque, en el lenguaje del mercado, estos grupos de riesgo sólo serían un “factor de coste”, mientras los ricos podrían asegurarse un lugar en la clínica privada. No es poca cosa que la sociedad le dé la espalda al mercado y establezca —al menos por unos días— otro orden de prioridades.

No es la única señal de este tipo. Si bien las medidas de emergencia adoptadas por los gobiernos europeos están destinadas principalmente a salvar a las empresas y a los bancos (o a sus propietarios multimillonarios), de alguna manera contribuyen a reabrir el imaginario domesticado por el horizonte de ideas neoliberales. Los parlamentos están aprobando a libro cerrado, con el aplauso de los medios de comunicación, ideas que hasta hace poco tildaban de engendro socialista. Expertas y expertos del mercado de valores abogan por la estatización de empresas para evitar que sean adquiridas por el enemigo, es decir, el extranjero.

Resueltos ministros de finanzas derogan la doctrina de austeridad anclada en la Constitución. En la Comisión Europea, de repente, muchos consideran que los eurobonos, que se les negaban rotundamente a los “estados derrochadores” del Sur, son una opción posible después de todo. En EE.UU. se está distribuyendo “dinero de helicóptero”, lo cual alumbra la idea de un ingreso básico universal o incondicional.

En Francia, un decreto presidencial exime del pago de alquiler, electricidad y agua a las pequeñas empresas convalecientes, algo que resulta sorprendente, aunque más no sea porque se supone que la política no tiene injerencia en los contratos privados; y las grandes empresas y los piratas informáticos trabajan codo a codo en experimentos de reconversión industrial: los autopartistas deben pasar a fabricar equipamiento médico porque los respiradores no son suficientes. Al menos por un momento parece ser una opción real la planificación de una economía democrática y orientada a las necesidades, esa que está en el centro de todo proyecto socialista.

De pronto se alcanzan los objetivos climáticos

También muchas de las cosas que serían urgentes en materia de política climática, y que vienen siendo demandadas desde hace tiempo, de pronto se hacen realidad. Las flotas de aviones permanecen en tierra, los cruceros ya no tienen permitido zarpar, el sobreexcitado turismo de masas —que moviliza millones de personas para que beban cerveza en lugares donde, gracias a la industria turística, todo se ve igual que en casa— se estanca. Las imágenes satelitales muestran que la contaminación atmosférica ha disminuido drásticamente en pocos días, no sólo en China sino también en el norte de Italia. Y Alemania sin duda alcanzará los objetivos 2020 en materia de política climática: una reducción del 40 por ciento, en comparación con 1990, en las emisiones de gases de efecto invernadero.

Por supuesto que todo esto no es una buena noticia, la pandemia de COVID-19 está causando un sufrimiento terrible a millones de personas. En la unidades de cuidados intensivos de algunas partes del sur de Europa ya está sucediendo que las personas mayores de 65 años dejan de ser atendidas. Ancianas y ancianos mueren solos y abandonados. Y aunque la pandemia es global, distingue claramente entre naciones y clases: Alemania dispone para la población de cuatro veces más plazas en las unidades de cuidados intensivos que España, que en el plano internacional sigue estando en una situación incomparablemente mejor que los países del Sur global.

Quienes viven en una casona de algún barrio rico de las afueras de Hamburgo pueden trabajar remotamente desde el jardín y disfrutar de la desaceleración, mientras que los refugiados encerrados en contenedores habitacionales, o esa madre que educa a su hijo sola en un monoambiente lúgubre, probablemente estén ya al borde la de locura.

Nada está bien, y sin embargo deberíamos reconocer en qué momento estamos: por un momento, la globalización capitalista está detenida. Es como si alguien hubiera tirado abruptamente del freno de mano, e inevitablemente nos viene a la mente la sombría frase de Walter Benjamin: “Marx dice que las revoluciones son las locomotoras de la Historia. Pero tal vez las cosas sean diferentes. Quizá las revoluciones sean la forma en que la humanidad, que viaja en ese tren, acciona el freno de emergencia”.

Nadie dice que este momento de parálisis sea bonito o alegre. Pero al menos nos obliga a pensar en qué estamos haciendo realmente, y hay al menos tres cosas que podríamos reconocer: primero, que sí es posible detener la rueda de hámster en la que estamos atrapados. Lo que ahora corre peligro no es la atención de necesidades básicas —vivienda, electricidad, medicinas, alimentos y demás—, que al parecer sigue funcionando de manera relativamente estable, incluso cuando grandes partes de la economía se encuentran paralizadas.

Los que se tambalean al borde del abismo y amenazan con arrastrarnos con ellos son los fondos, los bancos y las corporaciones, cuya razón de ser es multiplicar incansablemente su valor. Queda a la vista que lo que comúnmente se conoce como “la economía” tiene muy poco que ver con las demandas y necesidades de las personas. Nos permitimos tener una economía que no se orienta a las bases de la vida sino a la creación de valor.

En segundo lugar, en paralelo al renacimiento del cierre de las fronteras y el nacionalismo, estamos experimentando la verdadera conexión entre nosotros los humanos. En pocas semanas, un virus que se reproduce de cuerpo en cuerpo se abrió camino a través de los cuerpos de todo el planeta. He aquí lo que realmente nos distancia de una trabajadora en una fábrica en Wuhan: la secuencia de ácido ribonucleico, contra la que su cuerpo luchaba solo tres semanas atrás, ha llegado hasta nosotros y ahora está a unos pocos abrazos y apretones de mano de distancia.

Y lo tercero me parece lo más importante: tomamos conciencia, abruptamente, de que al final siempre se trata de la vida y que todo orden social y económico permanece inserto en una “red de la vida”, como la llamó el economista ambientalista marxista Jason W. Moore. Cuidamos de esta red, que nunca controlaremos del todo, porque es la base de nuestra existencia. ¿Y si organizáramos nuestra sociedad de acuerdo con ella?

Preguntas decisivas

Hay innumerables razones para preocuparse. El cierre de las fronteras alimentará la competencia, la interrupción de las cadenas de valor transnacionales intensificará la formación de bloques regionales que pronto estarán luchando militarmente por las materias primas, y se avecina la mayor crisis económica de la historia. En nuestro vecindario vemos personas que están desarrollando psicosis. Vemos compras compulsivas, que podrían tener consecuencias terribles (una vez superado el fetichismo del papel higiénico).

Pero también existe lo contrario: trabajadoras y trabajadores de la salud que están dando todo de sí incluso a riesgo de infectarse y morir; personas que se ponen de acuerdo para hacer música desde sus balcones; políticas y políticos burgueses que descubren como prioridad defender servicios básicos públicos y gratuitos. Durante unos días, toda una sociedad parece haber descubierto el feminismo y la preocupación por las y los demás.

Si existe una luz de esperanza, esa tiene que ver con las preguntas que arroja la pandemia: si las infraestructuras públicas como el sistema de salud parecen constituir la base de nuestras vidas, ¿por qué no están en el centro de ninguna teoría económica? Si las enfermeras, los cajeros y los trabajadores del transporte son “relevantes para el sistema”, ¿por qué no se les paga en consecuencia? ¿Por qué pensamos que las sociedades de mercado son algo bueno si, ante la primera dificultad, el mercado produce compras panicosas y escasez de bienes?

¿Por qué las bolsas de valores, que volvieron a demostrar ser bombas de tiempo, no son clausuradas de una vez por todas o al menos reguladas radicalmente? ¿Por qué es normal que usemos miles de millones de euros del dinero de los contribuyentes para salvar grandes empresas pero es impensable que decidamos democráticamente qué, dónde y bajo qué condiciones producen esas empresas? ¿Y por qué, en una época en la que cada vez más crisis sólo pueden resolverse a escala global —y esto vale para el cambio climático como para las pandemias— no impulsamos con mucha más decisión la construcción de estructuras globales?

La crisis plantea cuestiones centrales y deja entrever cuáles son las soluciones necesarias. Una máquina que no está comprometida con la preservación de la vida sino con la multiplicación ilimitada del valor se ha paralizado, y sólo sobreviviremos mostrando solidaridad y cuidando de los demás.

La filósofa Marina Garcés, también de Barcelona, se negó por estos días en la televisión catalana a responder a las grandes preguntas. Pero cuando el presentador le preguntó si acaso no estábamos siendo conscientes de nuestra vulnerabilidad humana, ella respondió que la situación no era tanto un reflejo de la fragilidad humana como de la fragilidad del sistema. Empleadas y empleados precarios, padres y madres que educan en soledad, enfermos y ancianos, en realidad, siempre son conscientes de su vulnerabilidad, pero por lo general se trata de problemas individuales. Ahora la diferencia es que estamos siendo parte de esta experiencia de manera colectiva y simultánea.

La pandemia nos pone frente a una encrucijada. O nos decidimos por un proyecto enfocado en la vida y el cuidado entre nosotros, o por uno enfocado en la destrucción acelerada de nuestra sociedad.

Traducción: Carla Imbrogno