La temática elegida para esta actividad se ubica entre uno de los ejes centrales para la agenda 2018 del G20. En ese sentido, desde la Fundación Rosa Luxemburgo se convocó a un espacio de reflexión junto a distintos y distintas especialistas con experiencia en dicho eje. El objetivo: pensar qué hay por detrás de lo que el G20 llama como «el futuro del trabajo».
Por Ignacio Marchini y Camila Parodi | Fotos de Darío Cardozo
Si bien en parte las tecnologías son relativamente nuevas, o por lo pronto así son presentadas, hay que reflexionar sobre qué es lo nuevo y lo viejo en el mundo del trabajo, problematizando sobre las históricas formas de control y precarización laboral propias del Capitalismo. “Hoy tenemos la posibilidad de escuchar distintas experiencias para reflexionar sobre la temática y las conexiones que debe haber entre los distintos grupos de trabajadores/as sobre la misma», fue la reflexión del coordinador de la mesa para presentar a lxs expositorxs.
La primera en tomar la palabra fue Sofía Scasserra, economista y miembro del Instituto del Mundo del Trabajo «Julio Godio». En su intervención se dedicó a discutir con los mitos sobre el futuro del trabajo en relación a las nuevas tecnologías. En esa línea, comentó que «últimamente suelo escuchar mucho que ´vamos a quedarnos sin empleos´, desde una mirada fatalista y futurista de que ´las máquinas nos van a reemplazar´». Sin embargo, para Scasserra la realidad es otra, ya que esas iniciativas han sido tomadas desde el Foro de Davos, «y cuando es así, yo lo dudo», afirmó. «Es curioso porque es la primera Revolución Industrial que se anticipa y se llama revolución antes de que suceda», planteó irónicamente ante los recientes enunciados del Foro Económico Mundial. En ese sentido, reflexionó que ante lo dicho «es más de lo mismo con nuevas tecnologías» y explicó que, si bien hay nuevas formas de precarización y especialización se trata de «el Capitalismo reproduciéndose».
Esta hipótesis se puede demostrar con el caso de China que es, para la economista, reconocido mundialmente como la «meca de la inteligencia artificial». Sin embargo, a partir del mismo, se puede dar cuenta que no hay relación entre el desempleo y las nuevas tecnologías. En los últimos años se han generado «40 millones de puestos de trabajo anuales, e incluye en su mercado de trabajo a 30 millones de personas por año, por lo cual está generando un diferencial de 10 millones de puestos de trabajo por año» señaló. Y agregó en esa línea que «no se ve mucho la realidad de que no va a haber empleo. Entonces pasemos a hablar del futuro del trabajo».
Por eso, Scasserra consideró que el movimiento sindical, de forma inteligente, plantea el debate con un eje correcto. El de las condiciones de trabajo, es decir la precarización, nuevos trabajos productos de la digitalización, en vez de discutir «si va o no a haber trabajo en el futuro».
De esta manera, propuso agrupar los trabajos según categorías sociales que los integren y organicen por sus condiciones. En un primer grupo estarían aquellos/as trabajadores/as que sí podrían ser reemplazados/as por las máquinas. En ese sentido, la especialista sindical se detuvo ante la importancia de la construcción política y social de la reintegración de las y los mismos. Lo planteó en términos de esfuerzo “no sólo de Estados, sino también de ciudadanía y empresas”. Esto comprende la realización de nuevas capacitaciones, la aplicación de una educación formativa integral que posibilita la capacidad de adaptabilidad en vez de la especialización a una tarea específica.
Por otro lado, ubicó un segundo grupo con trabajadorxs «digitalmente tercerizados/precarizados por las plataformas y todas formas de trabajo remoto». Las empresas ahorran con teletrabajo y cada vez ofrecen más puestos en esa calidad. Se trata aquí de un nuevo inconveniente, ahora hay «un nuevo capataz representado por un algoritmo sin capacidad de interpelar» ya que no existe el «diálogo humano» ni el cotidiano compartido. Este formato es lapidario. Funciona como una tiranía y, más allá de la vulnerabilidad de esos trabajadores/as que de por si se encuentran sin obra social, sindicato ni jubilación, es decir sin derechos mínimos, se mezcla con el «sueño de autonomía». Esta propuesta funciona como trampa ya que «son calificados y limitados en las labores cotidianas». De esta manera, consideró que «las mujeres tienen ahí mucho para tener en cuenta, ya que terminan teniendo las calificaciones más bajas debido a la división del trabajo y las tareas del cuidado».
En tercer lugar, señaló a la exclusión digital como un «problema típico de los países subdesarrollados». Entonces, si bien en Argentina la mayoría tiene celulares y tecnologías, se preguntó qué pasa si «los trabajos son remotos con computadoras no sólo en el acceso a las mismas, sino también en la infraestructura en general» y rápidamente lo explicó con el ejemplo «ante 48hs de apagones, ¿quién se hace cargo de las horas improductivas de ese trabajador emprendedor?». Si bien en el G20 una de las mayores preocupaciones se centró en la inversión en infraestructura que deberían realizar los Estados para que «el futuro del trabajo» sea viable, para Scasserra se trata de un planteo difícil en un contexto de paraísos fiscales, tratados de libre comercio y problemas estructurales en lo que respecta a derechos básicos. Se trata de «una cáscara vacía que en la realidad no se pueden suplantar», afirmó.
Para finalizar, colocó un último impedimento en el marco de las nuevas concepciones de trabajo. «Los puestos más productivos son las llamados ciencias duras, ahí las mujeres participamos en un 16 por ciento». Por el contrario, evaluó que las mujeres sí se encuentran especializadas en la economía del servicio, tratándose ésta, según la especialista, en aquella que “intervienen en el 64 por ciento del PBI de América Latina”. En ese sentido, sostuvo que «corremos el riesgo de que los trabajos del futuro encasillen más y agranden la grieta sexual laboral.»
En sintonía con lo antes planteado por Sofía Scasserra, Cecilia Alemany Billorou, de la Development Alternatives with Women for a New Era (DAWN – Alternativas de Desarrollo con Mujeres para una Nueva Era), reflexionó sobre las luchas de los movimientos sindicales y feministas por los derechos. «Llevamos siglos en superar al Estado en su naturaleza. Seguimos en lucha permanente por el cumplimiento de los derechos por el Estado moderno» explicó. Sin embargo, en el actual contexto de la economía digital que, si bien afirma las estructuras tradicionales productivas y reproductivas de la economía, encuentra sus particularidades en el provecho que sacan las empresas trasnacionales de plataforma.
Sin embargo, consideró que «en la cotidianeidad, de alguna forma sentimos que nos sirve y nos coloca en rol de tomadores de decisión, por el acceso a la información que empodera» y que debemos tener en cuenta que la actual red realizada por los movimientos sociales y feministas «no podría organizarse de la misma manera sin la tecnología». Estamos en la era digital, y «el inmediatismo para trabajar en los movimientos sociales también forma parte de esto», afirmó Alemany.
En ese sentido, es necesario reflexionar que «nos enfrentamos a nuevas trasnacionales de transformaciones que lideran la economía sin reglas de juego y se aprovechan de eso». Por su parte, los actuales «mantos jurídicos e institucionales» no tienen la capacidad de regular y controlar. Se tratan entonces, de «poderes absolutos» que «ni el Estado ni los trabajadores pueden controlar y pone en riesgo a las derechos históricos, culturales, sociales, económicos e inclusive cívicos y políticos».
De esta manera, para la consultora internacional tenemos que entender mejor «el impacto de estas transnacionales desde una perspectiva de derechos», ya que este proceso «limita otros derechos como la propia libertad de expresión y favorece el lugar de control del Estado sobre la tecnología como promesa de futuro”. Advirtió que, si bien es cierto que la flexibilidad propuesta desde la economía digital entre hombres y mujeres ahora responsables del cuidado es atractiva, hay que tomarla con cuidado.
Según Alemany Billorou este contexto tentador propicia la estrategia de los Estados totalitarios «que se aprovechan de que no sea tan fácil asociarse y expresarse». Entonces, el uso de datos para otros fines, la incapacidad de organizarse y la limitación por uso de datos con fines totalitarios son parte del programa.
Y concluyó que “si bien hay oportunidades que son contempladas y adaptadas en esta era laboral, no debe perderse de vista que los grupos históricamente marginalizados están lejos de ser los beneficiados porque el acceso inmediato está muy lejos de la realidad». En ese marco, propuso la generalización de tratados vinculantes que penalicen a las trasnacionales para el tratamiento de Derechos Humanos, que funcionen como clausulas internacionales y que no ejerzan censura ni control, como así también la «protección de los datos rindiendo cuentas a organismos internacionales que se agiornen a la soberanía nacional de los datos». De esta manera, se incentivaría la creación de plataformas alternativas y políticas participativas que encausen esta problemática.
El próximo expositor fue Johannes Schulten, periodista alemán y sociólogo, autor del estudio «La larga lucha de los empleados de Amazon”. El eje de su discurso fue justamente narrar las experiencias de la primera huelga en Alemania de los empleados de Amazon. Un trabajo con un enfoque práctico y no académico, que ayude a la memoria colectiva sindical.
El sociólogo planteó tres ejes para el desarrollo de su exposición. El tipo de trabajo que se lleva en acabo en los almacenes de Amazon, una especie de “terrorismo digital”; la lucha en Alemania y su impacto en otros países de Europa; y como tercer punto, los desafíos de la clase trabajadora en base a estos últimos 6 años de experiencia con Amazon y las posibilidades de organización.
En relación al primer punto, Schulten caracterizó a Amazon como “un nuevo capitalismo digital, una plataforma de comercio en la cual detrás de la página web se escoden esos enormes almacenes de venta, que tienen hasta 2500 trabajadores”. Es un trabajo fácil, altamente estandarizado y controlado fácilmente digitalmente, la “tiranía del algoritmo”, que controla el desempeño de cada trabajador en tiempo real. “El control es constante”, observó preocupado el periodista.
Otra idea central del trabajo en Amazon es la de “la fábrica sin trabajadores”. Como explicó: “gastan mucho dinero en investigación, incluso más que fábricas como Volkswagen. Ya están reemplazando a trabajadores por robots. Hace 2 meses pudimos asistir a uno de esos almacenes y la tasa de robots es bastante alta, aunque todavía tenían cerca de 1500 empleados. Estamos lejos de las fábricas sin gente”.
En el corazón de ese estudio, “la gran huelga”, Schulten narró sobre la huelga de 2013 en 2 almacenes de Amazon, un hecho sin precedentes en Alemania ya que los trabajadores de la megaempresa de compra y venta no estaban sindicalizados. “La exigencia de los trabajadores era que paguen el convenio colectivo de comercio. Los empleadores se negaban alegando que pagaban bien y que no querían negociar”. Ahora en 2018, los sindicatos lograron, partiendo de “una organización nula”, una estructura sindical firme, con trabajadores afiliados, comisiones internas y activistas, “algo que no es nada común en Alemania”, destacó el sociólogo.
En relación al segundo punto, el impacto en otros países, Schulten destacó los casos de Gran Bretaña y Polonia. En el primero, lo más interesante es “lo luchadores y pioneros que son los sindicatos”. Sin embargo, es una situación triste ya que después de que lograron organizar a cerca de 2500 personas en una ciudad cerca de Londres, “la ley de trabajo es muy estricta y tuvieron que votar antes de poder negociar con el empleador sobre el convenio colectivo. Amazon fue muy inteligente y jugó a dividir a los trabajadores, por ejemplo, aumentando un poco los sueldos”, narró el periodista. Otras estrategias fueron echar a los activistas y presionar a los indecisos, resultando que un “80% de los trabajadores votó contra los sindicatos”.
En relación al caso de Polonia, Schulten contó que “Amazon usa ese país como mano de obra barata. Después de la huelga de 2013, quisieron usar ese país para reemplazar mano de obra. Lo curioso es que los almacenes de Polonia llegan a Alemania, no a Polonia”. También los trabajadores polacos comienzan a organizarse y a participar en los encuentros internacionales del movimiento obrero de Amazon. Un ejemplo es una huelga alemana de 2015, en la cual los trabajadores polacos (organizados en torno a activistas, no en sindicatos) fueron obligados a trabajar más para compensar la huelga de sus compañeros alemanes. La respuesta fue un acto de solidaridad haciendo una “huelga lenta”, es decir, trabajar menos.
Por último, el sociólogo alemán planteó dos desafíos para el movimiento obrero: “es súper difícil organizar a los trabajadores y súper difícil afectar a Amazon con una huelga, debido a su flexibilidad”. Sin embargo, no quiso dejar de destacar que “creció mucho la organización sindical en Alemania y sí es posible lograr otro tipo de sindicalismo: conflictivo, democrático y participativo. Hay que decir adiós a la idea de que los trabajadores se auto organizan. En los almacenes donde no hay sindicatos no pasa nada”.
La encargada de cerrar el conversatorio fue Andrea Sato de la Fundación Sol de Chile, una institución sin fines de lucro que investiga, estudia y realiza asesorías sobre educación y trabajo. Lo primero que quiso destacar es desdramatizar la idea de que “nos vamos a quedar sin empleo”, un mecanismo de miedo del Capital para que los y las trabajadoras no se salgan del “marco de control”.
En el caso de Chile, la sindicalización es muy baja: no alcanza el 16% y la negociación colectiva no llega al 8%, producto en parte de ataques sistemáticos. “Desde Fundación Sol consideramos que estas nuevas formas de trabajo vienen a profundizar lo que es el capitalismo financializado, no sólo como las finanzas articuladoras de la economía global sino desde lugares más profundos, donde las finanzas comienzan a meterse en los hogares, principalmente desde el endeudamiento”, puntualizó la investigadora.
En este escenario, es importante destacar la “acumulación por desposesión”, una lógica de mercantilización de los derechos sociales. Las personas deben endeudarse para acceder a derechos considerados como universales. “Vale la pena destacar cuestiones como la salud y la educación en Chile que están altamente privatizados. Por ejemplo, en materia educativa, un arancel promedio anual de una carrera universitaria bordea desde los 5000 hasta los 7000 dólares anuales”, graficó Sato. Esto implica que buena parte de la población se endeuda entre 25 y 30 años para pagar una carrera.
Además de esto, el sistema de previsión social, las AFP en Chile (Administradoras de Fondos de Pensiones) son un modelo de previsión privada, con 5 de las 7 principales AFP con capital extranjero estadounidense. A esto se suma la reforma tributaria que le baja los aranceles a las empresas “para fomentar el empleo, según alegan”, explicó la investigadora. En relación al mundo del trabajo, Sato explicó que esto “está enmarcado principalmente en un proceso de construcción sindical importante y un ataque al sindicalismo, producto del plan laboral instaurado en la dictadura por el hermano del actual presidente, José Piñera”. Este plan establece, por ejemplo, que la huelga no paralice. “Cuando hay una huelga en Chile, hay una figura que se llama reemplazo en huelga; el empleado tiene la facultad de reemplazar a esos trabajadores. Además, tiene que estar enmarcada en el proceso de negociación colectiva, lo cual limita mucho el efecto de la huelga. Además de todo esto, a diferencia de la mayoría de los países, no se negocia colectivamente por ramas, sino que por empresas, por lo que la solidaridad de la clase trabajadora se ve ciertamente coartada”, ejemplificó Sato.
Esto permite mantener los conflictos centralizados en cada empresa, apelando a mejoras marginales, como el salario, alejado de un movimiento de trabajadores y trabajadoras amplio. Sumado a esto, las condiciones laborales son precarias. El salario mínimo en Chile no alcanza la línea de pobreza para un hogar de 4 personas. La diferencia es de 30 dólares en relación a lo que establece el propio Estado. La investigadora explicó además que “el Estado se ha erigido como subsidiador del Capital, articulado en torno al negocio de las AFP, la salud y la educación privatizadas”. La consecuencia de esto es que las personas deben endeudarse por derechos sociales, debido a la amplia gama de privatizaciones.
Esto genera un “endeudamiento no sólo sistémico, sino profundo. Por ejemplo, en Chile somos 17 millones de personas, de las cuales 11 millones están endeudadas, pero sólo 7 millones son económicamente activas. Esto quiere decir que 4 millones de personas, entre jubiladas y estudiantes, ya están endeudadas”, graficó de manera contundente. En esta lógica, se enmarca la sobreexplotación del trabajo, no sólo productivo sino también, y principalmente, reproductivo. Según la investigadora chilena, “son las mujeres las que tienen que sostener la privatización de los derechos sociales, son las mujeres las que se quedan cuidando a los y las niñas en las casas”.
Un ejemplo claro es lo que sucede con Uber en el país trasandino. De los trabajadores y trabajadoras de esa empresa, el ingreso que percibe el 65% de la masa laboral no es su principal ingreso. Eso indica que no solo hay un endeudamiento sistémico, sino que las personas tienen que auto explotarse porque no alcanzan a vivir con los ingresos de un único trabajo. A esto hay que sumar el acceso a los automóviles en Chile que es mucho más sencillo, también producto del endeudamiento.
Sato explicó que “el subempleo en Chile es una lógica muy fuerte. Esto refiere a que las personas que trabajan de forma parcial necesitan más horas de trabajo, pero no hay. Esto alcanza al 80% de las personas”. Lo que buscan en las horas disponibles del día es más trabajo, que vienen a ofrecer las empresas de plataforma.
En relación al ataque al sindicalismo, los y las trabajadoras se ven forzadas a buscar formas creativas de organización y resistencia, muchas veces superando estas lógicas restrictivas laborales. Además de la baja sindicalización, la centralización de los conflictos en las empresas no permite que los y las trabajadoras se identifiquen como una clase explotada. Sumado a que la huelga no es paralizante, ¿qué puede hacer el movimiento obrero? Sato explicó que el sindicalismo “se ha vinculado fuertemente con otros sectores combativos, como son los reclamos de vivienda, territorio, el movimiento feminista, personas endeudadas que comprenden que, si bien un conflicto puede que no esté directamente vinculado con el trabajo, suele estar fuertemente relacionado”. Esta plataforma multisectorial busca “la superación del Capitalismo en todos los niveles y en varias direcciones”.
Para la Fundación Sol, esto ha impulsado un recambio no sólo generacional sino en el uso de recursos. Hay experiencias de sindicatos que generan no sólo espacios de autogestión sino también de soberanía alimentaria, buscando centralizar la lucha en espacios sociales más amplios. Una de las consignas más importantes es la de “no más AFP”, este sistema de previsión social que deja con pensiones de miseria a los y las jubiladas. Como cierre, Sato rescató que “en estas experiencias multisectoriales, el movimiento sindical hoy día ha buscado integrarse no sólo contra la precarización de la vida, sino que también en torno a las distintas experiencias que, desde su lugar, puedan ampliar la mirada del sindicalismo por una mucho más global”.