Hoy 22 de abril se conmemora un nuevo día internacional de la Tierra, una iniciativa que conmemoran organizaciones de diversos países. El observatorio Latinoamericano de Conflictos Ambientales comparte estas reflexiones sobre el rumbo de la humanidad en el contexto del COVID-19, la crisis ecológica, y las desigualdades que atraviesan estructuralemnte a Chile.
Por OLCA
Cordillera de Huayhuash / Pixabay
Nunca había habido una actitud humana que posibilitara a la Tierra respirar, a las toninas volver a saltar las olas de los puertos quietos; a zorros, águilas, cóndores, ciervos, pumas, acercarse a los espacios antes propios, sin miedo, casi felices, haciéndonos ver que se puede compartir la vida cuando la obsesión del dominio no atraviesa las relaciones.
Esto ocurre en un contexto lleno de incertidumbre para la especie humana, los profetas del crecimiento económico infinito y del solo mirar hacia adelante, sin importar los impactos de sus pasos, ahora recogen el despreciado verbo que por siglos escucharon en boca de indígenas y campesinos: volver. Claro ellos hablan de volver a la normalidad, al terreno de sus normas que, con la pandemia se puede ver con estrepitosa claridad, supone una desigualdad sin precedentes y antepone la economía a la vida, tal como dijo el gerente general de la Cámara de Comercio de Santiago, Carlos Soublette, «no debemos matar la actividad económica por salvar vidas”.
Quieren volver a la normalidad de vivir en un país donde 137 comunas están declaradas en escasez hídrica, la minería sigue siendo promovida como actividad viable para salir de la crisis, los subsidios para las pymes los cobran el retail y las forestales… La normalidad del ganar ganar, bien cortoplacista, bien devastadora, bien ciega. Un ejemplo, pese a estar en la peor crisis sanitaria de la historia reciente, se le aprueba a la empresa extranjera Andes Copper Ltd mediante una Declaración de Impacto Ambiental, que impide la Participación Ciudadana, la posibilidad de hacer sondajes en la parte alta de la Cuenca de Putaendo, territorio tremendamente azotado por la falta de agua, donde incluso se ha vuelto inviable la crianza de ganado por que ya no hay agua para garantizar su subsistencia.
A eso, es evidente que no se puede volver, no queremos volver. Ya con el estallido social que enteró 6 meses este 18, las organizaciones sociales, asambleas territoriales, cabildos autoconvocados demostraron que no hay disposición a seguir habitando la normalidad del abuso: no más afp, no más precariedad laboral, no más machismo, no más salud y educación de mercado, no más represión, no más zonas de sacrificio… No más.
Y llegó la corona virus y la pandemia asociada, y por cariño se vaciaron las calles… pero una tras otras, todas las medidas de la institucionalidad, dan cuenta de que no se entiende, su volver, no es la re vuelta necesaria para terminar los abusos.
No queremos volver, y tampoco queremos quedarnos en aislamiento, tras mascarillas, presas del miedo y escuchando pelotudeces en los canales de televisión. Entonces, ¿hacia dónde vamos?
La respuesta, para nosotras y nosotros, hace años la vienen dando los territorios: hacia la capacidad de trabajar con lo que tenemos, de ponerlo en valor y de potenciarlo colectivamente. Vivir en la tierra y no sobre la tierra, hoy más que nunca se requiere plantar y cientos de grupos de whatsapp que se hicieron para coordinar la marcha, ahora se usan para intercambiar semillas, promocionar productos, buscar terreno para el huerto urbano, organizar trueques de almácigos, resucitar los comprando juntos, colectivizar el cuidado de las y los más mayores de la cuadra, hacer la olla común, potenciar las economías locales, participar activamente en intercambios o cursos de autoformación online. Es decir, caminar vitalizando la abundancia colectiva, dormida, pero siempre latente, que nos rodea.
Cuando nos impusieron, y no es asunto solo de este gobierno, es asunto de la cultura hegemónica, que debíamos depender de lo que nos falta, definirnos desde la carencia, vivir en la deuda, o sea subvalorarnos y endiosar los espejitos de colores, caímos en el ciclo enfermo e incesante de producción consumo que nos tiene al borde del colapso. Por suerte los malls cerraron y nos dimos cuenta que la vecina es costurera; y los buses dejaron de pasar y nos dimos cuenta de que el vecino producía tomates, y más allá había papas y cilantro, y caminando entender que podemos vivir sin consumir tanto petróleo… El mundo de Mafalda se detuvo y solo la naturaleza ha seguido andando, más limpia, con más manos en sus surcos, con más semillas sembrándose para nacer un mundo nuevo.
Ahora que iniciamos un proceso constituyente, es importante tomar apuntes y entender que no se trata solo de recuperar los bienes comunes, se trata de un nuevo pacto con la Naturaleza, sus leyes están escritas hace tiempo, quizás sería bueno releerlas antes de reescribir las nuestras… Romper la cáscara de la normalidad para reencontramos con la vida, como ha venido haciendo el Movimiento por el Agua y los Territorios MAT, que hoy, como desde hace 8 años todos los 22 de abril, estaría con sus lienzos por calles de todo Chile anunciando el agua como un bien común y un derecho humano, y la Naturaleza como una madre, con derechos, que debemos empezar a reconocer y respetar.