El presidente Alberto Fernández viene manejando la crisis del coronavirus de manera serena, pero la presión crece.
Gerhard Dilger, taz, 7/8 de mayo de 2020
El elogiado manejo de la crisis sanitaria por el presidente Alberto Fernández tuvo en los últimos días algunos traspiés. En un discurso dirigido a la nación argentina, el peronista de 61 años –que gobierna desde diciembre pasado– anunció una serie de flexibilizaciones dentro de la cuarentena impuesta desde el 19 de marzo. Sin embargo, pronto tuvo que volver sobre sus pasos.
En la capital argentina, en las zonas más densamente pobladas de la provincia de Buenos Aires y en las metrópolis Rosario y Córdoba, niñas y niños, jóvenes y ancianos deben seguir quedándose en casa. A todxs lxs demás se les permite salir por un rato para hacer las compras, o deben gestionar uno de los permisos especiales para circular.
Sin embargo, los empresarios están presionando cada vez más. Y muchxs argentinxs se están poniendo nerviosxs, no tanto por el miedo al virus como por el ostracismo de estar encerradxs en casa. O básicamente porque necesitan salir a ganar dinero. En la noche del jueves 30 de abril se escuchó el primer cacerolazo masivo. Durante minutos, miles de personas golpearon sartenes y cacerolas mostrando su rechazo al otorgamiento de prisiones domiciliarias por la pandemia de Covid-19.
En la televisión, conductoras y conductores reclaman una política de mano dura. Trolls twittean #DóndeEstánLasFeministas o #SePudreTodo. Y los grandes diarios La Nación y Clarín vuelven a la carga con que la vicepresidenta, una “radicalizada” Cristina Fernández de Kirchner, le estaría haciendo la vida imposible al jefe de Estado.
La construcción del kirchnerismo
La relación de los Kirchner con el actual presidente Alberto Fernández merece un capítulo aparte. Empezaron a trabajar juntos en 1998. Así como con el presidente Néstor Kirchner (2003-2007), Alberto Fernández fue jefe de campaña y, al principio, jefe de gabinete de ministros de CFK (2007-2015). Hasta que en 2008 sobrevino la discordia, sobre todo por el estilo polarizante de Cristina para gobernar. En 2010 murió Néstor Kirchner y pasaron otros ocho años hasta que los ‘animales políticos’ Fernández (que no son parientes) se volvieron a acercar.
Hace un año, Cristina sorprendió con una jugada brillante: a riesgo de perder el duelo presidencial contra su odiado sucesor neoliberal, Mauricio Macri, la peronista de izquierda no se atrevió a volver como presidenta. En su lugar, le pidió a Alberto Fernández que encabezara la fórmula que ella misma secundaría como vicepresidenta. En octubre, el peronismo unido derrotó al antiperonismo enrolado en las huestes del multimillonario Macri.
Cuando en febrero de este año la canciller alemana Angela Merkel recibió a Fernández durante una cena en Alemania, le dijo que no terminaba de entender el peronismo. “No somos los populistas que muchos creen”, respondió el invitado sudamericano. Y aseguró que “tenemos una mirada pragmática de la economía”, según informaron muchos medios argentinos.
Hay escritas bibliotecas enteras sobre este movimiento, que lleva el nombre de un admirador de Mussolini, Juan Domingo Perón (1895-1974), y su primera y carismática esposa, Evita (1919-1952). A diferencia de la socialdemocracia europea, en el siglo XXI el peronismo todavía goza de buena salud: también un mérito del trío Kirchner-Fernández-Fernández.
El peronismo es un sentimiento, se escucha de vez en cuando. Pero no es tanto el partido en sí lo que a menudo importa sino su política social para con lxs pobres. El peronismo suele definirse como un movimiento “nacional y popular”. En sus filas conviven una entusiasta base de masas y competentes políticxs de profesión con sindicalistas y caudilllos provinciales desagradables, entre ellos el anciano senador y ex presidente ultraliberal Carlos Menem (1989-1999). Fernández, en cambio, es más bien un socialdemócrata de viejo cuño, que ya antes de la crisis del coronavirus se había comprometido a ampliar el Estado de Bienestar.
El 68 y después
Fue la versión argentina del desvanecido giro sudamericano a la izquierda en los años 2000. Junto a Lula y Hugo Chávez impidieron una zona de libre comercio desde Alaska hasta Tierra del Fuego, y se centraron en la integración de Cuba y en poner distancia de los Estados Unidos.
Las viejas amistades siguen ahí. Antes de su victoria electoral, Alberto Fernández visitó al brasileño Lula en la cárcel y le dio asilo a Evo Morales, que vino tras el golpe en Bolivia. Sin embargo, a nivel gubernamental se quedó un poco solo. Actualmente nada más le queda Andrés Manuel López Obrador en México.
Bob Dylan, Joan Baez, Walt Whitman y el rock argentino lo influenciaron más que Juan Domingo Perón, confesó Fernández. Su perro collie se llama Dylan y ya se animó a tirar algunos acordes de guitarra en Twitter e Instagram antes de dar a sus fans un mensaje de afectuosa tutela. En noviembre, Patti Smith le cantó una serenata y trató de convertirlo a la ecología. Los peronistas todavía no están dicutiendo alternativas reales al fracking, la minería o la exportación de soja, pero por lo menos hay de nuevo un Ministerio de Medio Ambiente.
Ochenta por ciento apoya a Fernández
Según las encuestas, el abogado, funcionario público y profesor de derecho tiene actualmente el aval de cuatro quintos de la población. Esto es sensacional en una Argentina a todas luces dividida. Y es el resultado de su rápida reacción a la crisis del coronavirus. El aislamiento social obligatorio se impuso en Argentina a modo preventivo. Y el resultado fue todo lo opuesto al Brasil: relativamente pocos muertos y un número controlable de infectados.
Fernández encarna un “estado maternal”, dice la feminista Rita Segato, tiene una “manera de hablarnos que genera comunidad” en tiempos de crisis. Fernández sabe que, gracias a su clara postura a favor de la legalización del aborto, tiene el apoyo de la mayoría de las feministas. Y en la comunidad LGBTQ suma puntos con su hijo bisexual.
Pero eso no es todo. El “católico no practicante” también mantiene una buena relación con el papa Francisco y se deja aconsejar por los padres villeros y referentes de las organizaciones sociales sobre las medidas a tomar.
El equilibrista
“Tío Alberto” quiere dejar a todos contentos, critica el columnista Alejandro Borensztein, y dice que el presidente repartió los cargos del aparato estatal entre los diferentes sectores del peronismo y que al final reinaría la mediocridad. Y los banqueros o el agronegocio ven con malos ojos el escepticismo del presidente sobre el acuerdo de «libre comercio» entre la Unión Europea y el Mercosur.
Por lo demás, en plena crisis del coronavirus, están pendientes nuevas negociaciones sobre la reprogramación de la deuda con acreedores privados. Probablemente éstos tendrán que aceptar alguna reducción de sus ganancias. En la Argentina se profundizó la recesión, y la situación social, con 16 millones de personas viviendo en la pobreza, sigue siendo crítica. Un proyecto de ley para gravar con un impuesto a los superricos está lejos de ser aprobado por el Congreso.
En este escenario, Alberto Fernández va a necesitar la destreza de un equilibrista para evitar caer al vacío en los próximos meses.
Traducción: Carla Imbrogno
Fotos: Rolling Stone, Casa Rosada