Alemania, líder mundial de exportaciones, fue desde siempre el defensor más vehemente de los llamados acuerdos de libre comercio. Con la presidencia del Consejo de la Unión Europea en 2020, durante el segundo semestre, el gobierno de Angela Merkel tenía pensado avanzar con dos acuerdos comerciales transatlánticos: un TTIP “light” –una variante del Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones con los Estados Unidos– y el “Acuerdo de Asociación” con el Mercosur, que fue anunciado con bombos y platillos hace un año.
Gerhard Dilger
Pero el coronavirus cambió las prioridades: ante la crisis sistémica, la prioridad de Merkel y Emmanuel Macron ahora es salvar a la Unión Europea neoliberal. Bajo el lema “Europa Global”, la Comisión Europea busca desde 2006 hacer más competitivas “sus” empresas y atar a los países del Sur a su papel como proveedores de materias primas y compradores de excedentes agrícolas europeos, por ejemplo a través de acuerdos de “libre comercio”. Como propuso en forma pionera Susan George, de Attac:
“Preferimos hablar de tratados vampiro: si salen a la luz, se mueren, pues rara vez resisten el debate democrático”.
El acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur es un buen ejemplo de esto. El proyecto fue lanzado en Río de Janeiro cuando en América del Sur el neoliberalismo ya había pasado su apogeo, en 1999. Pero después vino la “marea rosa”, con Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil, Néstor Kirchner en Argentina y Hugo Chávez en Venezuela. En 2005, en medio del júbilo de los movimientos sociales en Mar del Plata y en presencia de George W. Bush, los tres políticos de izquierda lograron enterrar otro proyecto neoimperial, el ALCA.
La nueva conciencia soberana en Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay volvió impensable un acuerdo asimétrico con la Unión Europea y las negociaciones se estancaron. Por su parte, la Unión Europea tuvo sus razones para nunca abrir del todo sus puertas a la carne vacuna del Mercosur y a la soja genéticamente modificada. Una “alianza estratégica” con Brasil desde 2008 en nada modificó este hecho.
Con el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff en 2016, la escandalosa condena y encarcelamiento de Lula y la posterior victoria de Jair Bolsonaro, el escenario se dio vuelta: cuando la extrema derecha asumió el poder a principios de 2019 –en Argentina seguía al mando Mauricio Macri– las negociaciones se pusieron en marcha a toda velocidad. Después de sólo seis meses, ya había un borrador, que hasta hoy sólo se conoce a grandes rasgos, el acuerdo no fue firmado ni ratificado. Esto no impidió que Bolsonaro, Macri, Macron y Merkel anunciaran un consenso en la cumbre del G-20 en Osaka, a finales de junio de 2019, también para dar una señal contra el proteccionismo de derecha de Donald Trump.
Una recolonización del continente
Si se llegara a firmar e implementar este acuerdo, cobraría impulso renovado la recolonización de América del Sur. No favorece a los pueblos a ambos lados del Atlántico, y tampoco a la naturaleza, como los muestran estudios de Greenpeace, Misereor o Lucina Ghiotto y Javier Echaide, de Attac Argenitina. El triunfo sería sobre todo de las corporaciones multinacionales y su lógica de lucro.
Desde 1492, lo que a Europa más le interesa de América Latina son recursos como el oro, la madera nativa, y hoy también el litio. Tras los intentos de emancipación en los primeros años del siglo XXI, parece que la idea es continuar con la “reprimarización” de los países del Mercosur. Los que en estos países se beneficiarían de una reducción gradual de barreras aduaneras son, en el mejor de los casos, el agronegocio y el sector de las importaciones. Las y los pequeños agricultores, trabajadores y pueblos indígenas pagarían la consolidación del capitalismo esclavista con una mayor vulneración de sus derechos y la destrucción de sus medios de vida.
Es probable que la liberalización del comercio prevista agudice el deterioro salarial y el recorte de puestos de trabajo; según la Comisión Europea, las empresas europeas se ahorrarían 4000 millones de euros al año en impuestos. El sector de las telecomunicaciones y el de la tecnología de la información también esperan nuevas oportunidades de negocio. Junto a una expansión del comercio mundial ecológicamente nefasta, la Unión Europea insiste en una protección de patentes más estricta, lo cual socavaría la posibilidad de los consumidores sudamericanos de acceder a genéricos, por ejemplo. En materia de compras gubernamentales, que a menudo sirven para fortalecer a los productores locales, pretenden que las empresas de la Unión Europea compitan en igualdad de condiciones. Sin embargo, no están previstas sanciones por corresponsabilidad en materia de delitos ambientales o violaciones de los Derechos Humanos.
Con los gobiernos neoliberales de Brasil, Paraguay y Uruguay, la Unión Europea tiene el camino allanado. La Cámara de Industria y Comercio Brasileño-Alemana les hace la corte: es escandaloso que Bolsonaro, misántropo y destructor de la selva tropical, y sus militares sean socios de una Europa que se precia de democrática. Diferente es el caso de Argentina: desde diciembre de 2019 gobierna el presidente Alberto Fernández, un socialdemócrata sensato. Al igual que su viejo amigo Lula, quiere relaciones en pie de igualdad. Por eso los medios masivos comunicación del Norte lo ignoran, y algunos de América del Sur lo tildan de sepulturero del Mercosur.
La destrucción no sólo de la Amazonía, sino también del Cerrado, en Brasil, y del Impenetrable chaqueño, ecosistemas tan biodiversa, ya es dramática, retroceden frente al avance de monocultivos peligrosos para la vida. Bayer-Monsanto, sin embargo, pretende vender todavía más semillas genéticamente modificadas y agrotóxicos; los frigoríficos europeos aumentarán sus importaciones de soja transgénica. BMW, Daimler y Volkswagen, cuyos directivos brasileños ya coloboraron con los torturadores de la dictadura militar hace casi 40 años, a largo plazo no utilizarían autopartes argentinas sino chinas.
El acuerdo Unión Europea – Mercosur es un proyecto neocolonial que atenta contra las personas y el medio ambiente, es puro anacronismo. Por eso naufragará.
Traducción: Carla Imbrogno
Columna publicada en el diario berlinés taz, die tageszeitung, el 3 de julio de 2020.