¿Cuál será el futuro del trabajo en la era digital?

Imagen del HRP-5P, robot humanoide del Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología Industrial Avanzada (Advanced Industrial Science and Technology institute) de Japón, que puede obedecer órdenes relacionadas con la construcción e instalar placas de cartón yeso, entre otras tareas.

La pandemia ha acelerado un proceso que veíamos venir. El trabajo es cada vez más precario pero también más escaso. Las empresas se sienten mejores cuanto más digitalizadas, más virtuales y menos operarios vivos tienen en sus establecimientos. Robot, drones, computadoras trabajando en casa, redes sociales y plataformas digitales copan las calles semidesiertas de una ciudad que parece despertar ante una “nueva ofensiva del capital”.

Por Federico Hauscarriaga (ANRed)*.


En América Latina se calcula que la llegada del Covid-19 terminó con unos 24 millones de empleos, según un informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Pero la paralización de sectores de la economía por la cuarentena mundial también reactivó procesos que ya se venían cursando. El mismo documento del BID indica que muchas personas se han mantenido activas gracias a la tecnología: “el teletrabajo, la capacitación a distancia y la utilización de plataformas digitales bajo demanda se han convertido en protagonistas de este confinamiento”. Las descargas de aplicaciones para teletrabajar se multiplicaron 20 veces: pasaron de 750.000 a 15 millones mensuales.

Por otra parte, la robotización en la industria avanza en todo el mundo a pesar de la crisis. Los países de punta son China, Japon y Estado Unidos. Con la llegada de la pandemia del Covid-19 los robots han pasado a primer plano mostrando a los empresarios una mayor flexibilidad y seguridad. La depresión económica por la cuarentena mundial no detuvo el aumento registrado de 12% en el stock global de robots operativos según el informe de la Federación Internacional de Robótica. A fines del 2019 unos 2,7 millones de robots estaban trabajando en todo el mundo.

La industria automotriz y electrónica se llevan la mayor porción pero los rápidos avances en la automatización, movilidad, sistemas de visión, pinzas, conectividad y facilidad en programación han ampliado la gama de tareas que los robots pueden realizar. Pero también, por ejemplo, hubo un incremento de robots en los sectores de alimentos, bebidas, textiles, productos de madera y plásticos. Las ventas de robots a la industria de alimentos y bebidas han crecido un 9% anual en promedio entre 2014 y 2019, mientras que las ventas de robots a la industria farmacéutica y cosmética aumentaron anualmente un 14% en promedio durante el mismo período.

En 2019, la densidad de robots promedio (la cantidad de robots por cada 10 mil trabajadores) en la industria manufacturera fue de 113, un aumento del 12% con respecto a 2018. La densidad de robots varía según el país, de 918 robots por cada 10 mil trabajadores en Singapur a 1 en Egipto , Perú o Ucrania. Claro, el numero varia considerablemente si la producción económica de un país es impulsada por el sector manufacturero.

El llamado impacto de las nuevas tecnologías parece abrir una nueva era que algunos denominan como la “cuarta revolución industrial”. Cada vez hay más robots en la industria 4.0, y la inteligencia artificial (IA) está dando resultados exponenciales que imaginan a las máquinas tomando cada vez más tareas que antes eran humanas. La concepción de la nueva “fabrica inteligente” implica a todas estas tecnologías junto con el recurso de un fluido de datos nunca antes concebida, como es la Big Data, alimentada por más de 3 billones de usuarios en el mundo. Pero como dijimos, este desenfreno tecnológico convive con números alarmantes de desempleo y aumento de la desigualdad como nunca en la historia.

Según el último informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la recesión generada por la pandemia derivó en la pérdida de 400 millones de empleos en el mundo y mantiene la tendencia de una desocupación estructural. Mientras, los 2.153 multimillonarios más ricos del mundo poseen una riqueza equivalente a la de 4.600 millones de personas. Es decir, el 60 por ciento de la población mundial, según informó la organización no gubernamental Oxfam Internacional (Comité Oxford Contra el Hambre).

Para algunos analistas el capitalismo ha entrado en una crisis de reestructuración del cual no ha podido salir y que se remonta hasta 1973, con la llamada crisis petrolera. A pesar de la alta productividad lograda con las nuevas tecnologías, como indican Erik Brynjolfsson y su compañero Andrew McAfee, hay cada vez más desempleo. Y para ellos, los responsables serían estos grandes avances tecnológicos que destruyen mas empleo del que crean.

Cada vez hay más robots en la industria 4.0, y la inteligencia artificial (IA) está dando resultados exponenciales que imaginan a las máquinas tomando cada vez más tareas que antes eran humanas.

“El gran desacomplamiento” entre empleo y productividad está contribuyendo al estancamiento de los ingresos medios y fomentando la desigualdad en EE.UU., dicen los investigadores. Pero para otros, este “desacoplamiento” no es más que la crisis desatada inherente al propio sistema capitalista y expresada en lo que Marx denominaba como la “tendencia decreciente a la tasa de ganancia”. Es decir, los capitalistas, en feroz competencia, van sustituyendo trabajadores por nuevas tecnologías, para tener mayor productividad y, como es el trabajo humano quien otorga valor y es sustituido, las ganancias van decreciendo. Se da la paradoja que cuanto mejor le va al capitalismo, más se desarrolla, pero al mismo tiempo acelera la descomposición de sus ganancias. Pero claro, hay contra-tendencias para evadir esta crisis, como es el endeudamiento o también ajustar la variable “condiciones laborales” de la clase trabajadora, para exprimir mas el jugo. La mayor explotación de las y los trabajadores puede compensar la caída de sus ganancias.

El 15 de octubre se inició el taller virtual en torno a “La clase trabajadora y la pandemia: consecuencias, transformaciones y perspectivas de acción”, llevado adelante en conjunto por el Taller de Estudios Laborales (TEL) y la Fundación Rosa Luxemburgo (FRL). Se describió la situación actual como “la tercer ofensiva del capital o reestructuración capitalista”, a partir del a crisis iniciada en los setenta con la disparada en el precio del petróleo y la ejecución de la primera experiencia neoliberal en Chile bajo la dictadura de Pinochet.

La ofensiva del capital fue en todas las esferas sociales (reforma en la producción, en el Estado, en el trabajo y la educación). Una combinación de mayor explotación y medidas apuntadas a fortalecer el disciplinamiento. También se reorganizó todo el proceso de producción: el toyotismo fue la nueva filosofía que vino a reemplazar la “cadena de producción” (fordismo) por flexibilidad y combinación de tareas, eliminar stocks, disminuir perdidas, y entregar el producto “justo a tiempo”. Esto implicó flexibilizar el trabajo: eliminar categorías, horas extras, entre otras medidas. En síntesis, desmontar derechos conquistados de la clase trabajadora para eliminar restricciones al capital, con el constante desarrollo de nuevas tecnologías informatizadas, sobre todo la aparición de las computadoras, las telecomunicaciones y la robótica.

Pero cabe destacar el cambio cultural que conlleva este nuevo paquete para sortear la caída de las ganancias: sentirse parte de la empresa, disolver la identidad de trabajador en valores de empredurismo, meritocracia, entre otras medidas. Las reformas nunca se detienen, los procesos son continuos. La innovación tecnológica es otra tendencia del capitalismo, lógico, como también la necesidad de mayor explotación.

Las y los expositores sitúan otros momentos destacados de la ofensiva del capital en la Argentina, con la llegada del menemismo y durante el gobierno de Mauricio Macri. Pero es a partir de la crisis mundial del 2008 que se profundiza este esquema. El estallido de la burbuja inmobiliaria en EE.UU. y la crisis financiera, expuesta en la continua baja rentabilidad planteó avanzar en nuevos ejes para salir de la crisis apostando a la ampliación del uso de estas nuevas tecnologías combinadas con el incremento de la precaridad laboral. La consolidación de la industria 4.0 con el avance de la inteligencia artificial como elemento central, quien no puede pensarse sin el afluente creciente de grandes cantidades de datos, lo que hoy conocemos como “Big data”. El procesamiento de estos datos inter-conectados con dispositivos digitales como nunca antes visto. La quiebra del 2008 también aceleró la relocalización de producción en lugares de mejores condiciones de explotación, como es el sudeste-asiático y China, entre otros casos. Y se reincidió en la “solución financiera”: más especulación, que incluyó el salvataje a grandes empresas y bancos.

La última película del director ingles Ken Loach, “Sorry we missed you”, muestra crudamente la situación de una familia obrera que se desmorona ante los nuevos ritmos que exige el trabajo. Ricky y Abbie, cabezas de familia, trabajan casi sin derecho a reclamos. Ricky maneja una furgoneta alquilada y lo han convencido de que es “su propia empresa” y Abbie corre de un lado a otro para cuidar pacientes cada vez más abandonados. La vida por fuera del trabajo se convulsiona, sus dos hijos padecen la contracara. Las empresas en Inglaterra adoptan la modalidad de trabajo denominada “zero hour contact”, donde trabajadores, particularmente del sector de servicios, quedan a completa disposición integral de la empresa, sin compromiso alguno de mantener estabilidad en el trabajo y desprovistos de cualquier derecho. “No tengo otra opción”, le grita Ricky a su hijo, que tratar de evitar que su padre vuelva lastimado al trabajo. La familia está endeudada por la compra de la camioneta y el pago de alquiler de la vivienda.

Ricardo Antunes, sociólogo y uno de los principales referentes de los debates en el mundo del trabajo, indica que este devenir recrea nuevos términos en el diccionario del flagelo laboral: voluntariado, “emprendedurismo”, “primarización”, “uberización”, entre otros. “Y cuando se consigue garantizar algún empleo, el resultado es inmediato: reducción salarial, violación de los derechos sociales que degradan lo poco que queda de la dignidad del trabajo, sin hablar del debilitamiento de los sindicatos y de la disminución de las acciones colectivas”. El investigador denomina a esta situación como sociedad de la tercerización.

En diálogo con la socióloga antropóloga e investigadora del Conicet Julia Soul, quien durante estos días está coordinando el taller sobre la clase trabajadora en situación de pandemia junto al Taller de Estudios Laborales y la Fundación Rosa Luxemburgo, nos explica que de la actual situación se desprenden un conjunto de dilemas para la clase trabajadora y sus organizaciones que solo se podrán resolver “con una participación de las bases para resolver los problemas que se presentan en esta crisis”.

Frente a ésta situación de crisis multidimensional podemos decir que los trabajadores y sus organizaciones se enfrentan a tres tipos de desafío o dilemas: el primero es cómo organizarse y como construir fuerzas para defender sus condiciones de trabajo y de vida en términos generales que tiene que ver no solo con lo inmediato (enfrentar la caída salarial, y perder lo menos posible en ese terreno), sino también cómo enfrentar a las reformas, como la previsional o la reformas en el sistema de salud y seguridad social que hacen que las condiciones de vida del conjunto de la clase trabajadora empeoren notablemente. Solo por poner estos ejemplo, las reformas en el sistema de salud atentan contra la calidad en la atención del conjunto de las familias trabajadoras, mientras que la reforma previsional sólo prolonga la pobreza de los actuales y futuros jubilados, obligando a que gran cantidad de adultos mayores tengan que continuar trabajando en condiciones precarias y riesgosas.

El segundo dilema tiene que ver con uno de los aspectos de esta crisis, que se relaciona con las innovaciones tecnológicas o el modo en que estas son utilizadas para garantizar esta mayor rentabilidad para los empresarios. Aquí es necesario repensar el modo en que estas tecnologías producen mayor precariedad y como pelear y resistir estas condiciones sin dejar de ponderar que también hay ciertos efectos o consecuencias que puedan considerarse positivos en determinados procesos de trabajo para que sean menos riesgosos. Aquí hay otro conjunto de desafíos: cómo esta ola de innovaciones tecnológicas pueden ser discutida desde el punto de vista de los procesos de trabajo, pero no solo para disputar los objetivos de mayor rentabilidad y mayor control que busca el Capital,  sino también para pensar cómo usarlas para generar fuerza desde los trabajadores, aprovechando y desarrollando estos efectos potencialmente positivos.

En tercer lugar, hay otro conjunto de desafíos que tiene que ver con el modo en que la clase trabajadora ha cambiado y qué tipo de organizaciones y articulaciones se necesitan para poder construir reivindicaciones y demandas que abarquen al conjunto de la clase trabajadora que puedan ser potenciales de un proyecto político con raigambre de clase que tenga en cuenta las necesidades del conjunto. Qué tipo de organizaciones necesitamos en esta construcción. Las organizaciones sindicales, digamos “tradicionales” hoy se ven tensionadas por tres tipos de cambios que han asimilado de modo diferente. Algunas los han asumido, otras los han ignorado o los ven como un problema. Me refiero a los cambios que derivaron de las luchas feministas, los planteos en contra de la opresión de género, del cuestionamiento a la opresión de las mujeres y las diversidades en tanto parte de la clase trabajadora y todas las reivindicaciones que se desprende de allí vinculadas con la esfera de la reproducción, lo remunerado o lo no remunerado. Son un conjunto de planteos que reforzarían mucho a la clase trabajadora en una potencial sinergia con el movimiento sindical.

Después hay otro eje que tiene que ver con el carácter crecientemente transnacional de las empresas de las redes y cadenas productivas y del conjunto de los trabajadores y trabajadoras que se van movilizando en distintos países y continentes en búsqueda de trabajo. Son muchos quienes garantizan sectores enteros de la producción. Por ejemplo, la fruto-hortícola, la producción de alimentos frescos, entre otros. Hay un conjunto de fuerza de trabajo sumamente precaria y móvil que ameritarían que se pueda pensar tipos de articulaciones entre organizaciones de carácter internacional, que de hecho ya existen, pero sería bueno tomarlo como un desafío.

El último eje tiene que ver con la tensión que se pone sobre las organizaciones sindicales tradicionales en términos de lo que pueden representar ‘legalmente’: que son trabajadores formales y en ‘blanco’ registrados de una rama. Pero la configuración de los espacios productivos cambió demasiado. En la misma rama hay trabajadores en distintas situaciones contractuales. Esta problemática es de larga data, pero ahora se vuelve acuciante articular a estos trabajadores, porque acá reside una potencialidad de la clase que tiene que ser construida”, expresa Soul.

* Este artículo forma parte de la cobertura especial del ciclo de formación “La Clase Trabajadora y la Pandemia: consecuencias, transformaciones y perspectivas de acción”, realizada por el Taller de Estudios Laborales (TEL), con apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo.

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