Del norte al sur global. ¿Transición energética corporativa o transición energética justa?

 

Por: Grupo de Geopolítica y Bienes Comunes (GYBC)

 

Oasis fósil

Los últimos trescientos años vivimos un oasis energético en el que quemamos la energía solar acumulada en materia orgánica a lo largo de millones de años, mediante la utilización de combustibles fósiles. Incluso, durante este período los cambios de matriz energética de un combustible a otro (del carbón al petróleo y hoy al gas) no fueron “transiciones” sino más bien  “adiciones”, puesto que actualmente consumimos mucho más carbón que la Inglaterra del siglo XIX que vio nacer nuestro modo de organización socio-económico. Este oasis es, también, un espejismo.

Actualmente, la pulsión energívora es responsable del 70% de las emisiones de gases de efecto invernadero, y por lo tanto es la principal causa del cambio ambiental global, verdadera locomotora que nos condena a una potencial extinción autoinfligida en el futuro cercano.

Incluso, todo indica que por el momento las renovables no serán la energía de un mundo plagado de aviones, barcos y automóviles: no podrían serlo considerando el “peak all” -la cúspide y el agotamiento generalizado de la utilización de recursos- y limitaciones técnicas. La sociedad compleja sostenida en la sangre fósil no podrá seguir manteniendo estos niveles de consumo, de modo que inevitablemente nos dirigimos hacia una merma de la energía mundial: ¿Qué significa esto para nuestro futuro próximo?

 

Los combustibles fósiles están sufriendo lo que en términos económicos se llama la “ley de rendimientos decrecientes”: la extracción convencional no aumenta desde el año 2005, no se descubre más de lo que se consume, los nuevos yacimientos “extremos” -sea el fracking o el pre-sal brasileño- son menos productivos, con mayores peligros socioecológicos, más impredecibles, más caros y requieren cada vez más energía para obtener la energía que dan (amén de que el petroleo, más que el gas y el carbón, es tan dúctil y sirve para tantas cosas que sostiene al resto y a la complejidad social toda). Casi en cualquiera de los escenarios por venir o ya pasamos el pico del petroleo o estamos en la cima de la montaña rusa, prestos a lanzarnos, de ahí que suela hablarse de que vivimos la época de la gran aceleración. Si valiese la analogía, así como estamos cerca de alcanzar la suba de 2 grados que desata la imprevisibilidad climática de certeza peligrosa, nos adentramos en los “2 grados fósiles”. En el siguiente gráfico, en cualquier de los escenarios, sea más austero o mas ambicioso, la quema de hidrocarburos comienza su declinación caótica:

Lo que se tornó visible hoy es la vacuidad de ese productivismo asentado en la sabia petrolera que no es otra cosa que el sostén de nuestra sociedad compleja y el soporte de la acumulación privada, de la rueda maquínica y el entramado comercial petroadictivo que sostiene al mundo girando como un trompo humeante. Dentro de la tragedia pandémica, resulta agradable constatar que si la gente solo se ocupa razonablemente de sus medios de subsistencia, este mundo se desploma en días, porque el cúmulo de la fuerza humana, de la energía fósil, y de la capacidad productiva está dispuesta para sostener un sistema de valorización y una clase encumbrada, responsable central del sobreconsumo. El libro Leviatán climático fue bastante premonitorio de nuestra coyuntura: o sobreviene cierto caos de las “fuerzas destructivas” que continúan desordenando las condiciones ambientales, o un súper estado férreo orienta el rumbo -y piensa que solo China es capaz de algo así-, o la sociedad civil organizada y popular activa formas novedosas de resistencia y de hacer la vida verdaderamente sustentable y posible. Se abren, por tanto, las luchas por el sostenimiento de la vida en contexto pos-fósil.

 

Transición energética corporativa y acumulación por desfocilización

            Es este ocaso de la sociedad fósil el que estimula a las mega empresas energéticas a volcarse ahora hacia las ganancias que ofrecen las energías renovables, en búsqueda del “excedente futuro”. La acumulación por desfosilización es precisamente la desinversión en materia fósil dirigida hacia el nuevo paradigma energético como espacio renovado de obtención de rentas, bajo el mismo predominio mercantil.

En efecto, hoy se ha vuelto dominante el “Capitalismo verde”, que monetiza toda “oportunidad verde” y se vuelca sobre los bienes comunes: ya el aire que se respira no es gratis porque es la razón de las cosechas eólicas, ya el sol no sale para todxs porque se valoriza de manera privada en las millones de granjas solares repletas de paneles. Se emplaza entonces una transición energética corporativa: la apropiación de las críticas sobre el mundo fósil asumidas ahora por el capital, que vira sus negocios. Como siempre, el capital no tiene ideas, es parasitario de las innovaciones sociales, asume las necesidades de combatir el cambio ambiental pero la traduce en valorización mercantil, pero de este modo continúa acelerando las mismas condiciones que agudizan los peligros del cambio climático.

Ante este escenario, las grandes empresas transnacionales se lanzan a asegurarse las reservas de litio, ya que son centrales para la electromovilidad, para los reservorios y estabilización de la energía eléctrica renovable, para hacerse de los insumos que requiere el nuevo paradigma tecno-energético. Así, el “modo de vida imperial” se asienta en la expoliación del sur global: litio, cobre, cobalto, níquel, manganeso, se extraen aquí. China presentó su XIV Plan Quinquenal (2021-2025) centrado en la transición energética y con el epígrafe “nuevo programa de civilización ecológica” fijando como objetivo para 2050 una potencia instalada de energía eólica de 1000 GW, lo que equivaldría a reemplazar toda la infraestructura eléctrica de Estados Unidos. El mundo atlántico, Estados Unidos y Europa, diseñan sus propios planes de transición.

El nuevo eco-imperialismo supone mantener el intercambio desigual pero ahora ofreciendo los recursos básicos que posibilitan que el norte global lleve adelante sus transiciones, y en escenario de colapso energético los costos también se reparten de manera desigual.

 

La transición del futuro o el futuro de la transición

            Nuestra situación contemporánea encuentra a Sudamérica, y particularmente al área del altiplano que comparten Argentina, Bolivia y Chile, con el 68% de las reservas de litio en salares, la de más fácil y rentable extracción. La existencia de la materia prima ha despertado la avidez de las grandes corporaciones globales dedicadas a la minería, a la industria automotriz, al comercio químico, a las tecnologías de frontera, para lograr una presencia decisiva en el control y el acceso a las reservas litíferas.

Nuestra región se convierte así en la zona de sacrificio que garantiza la transición del centro global, que externaliza hacia la periferia los costos ambientales y estructura una neodependencia en el patrón tecnológico naciente. El “boom del litio” significa para la Argentina que hay dos proyectos hoy en operación pero 50 empresas extranjeras en diferentes estadios, desde la exploración a la puesta en operaciones.

En términos de disputa política, la puja por controlar el “excedente futuro” que ofrece el nuevo armazón de la energía no-fósil en la región será central: o bien quedará fuera de nuestra órbita o bien podrán tallar las fuerzas público-sociales locales de producción y gestión de la nueva tecnología renovable. O bien se democratizará, descentralizará y desconcentrará y despratriarcalizará el sistema energético, promoviendo la generación pública, comunitaria y social de la energía, o bien se emplazará un nuevo formato de acumulación neoconcentrado en la estela de la debacle de la combustión fósil. Pero hay más, Sudamérica puede participar en las cadenas de valor ofreciendo las materias primas para una transición socio-energética llevada adelante a nivel global por los países centrales o apostar por potenciar sus propias capacidades científico-técnicas para crear una industria verde a partir de “fronteras tecnológicas locales”. Y por último, nuestros territorios continuarán siendo zonas de sacrificio de un nuevo colonialismo verde o se considerará de manera firme los modos de participación, gestión y decisión de las comunidades y poblaciones con recursos, cualquiera de ellos, sea litio, sol, cobalto, viento o silicio. Por esta vía, en términos de la vital creación de una narrativa emancipatoria del sur,

la transición energética popular es un concepto operativo capaz de disponer en un suelo proyectivo común la necesidad de abandonar el perfil extractivista de nuestra región, junto con la paralela necesidad de crear bases industriales, tecnológicas y sociales de un nuevo tipo de desarrollo, sumado a la exigencia de desmercantilizar la economía, los lazos sociales y la biosfera.

Se abre entonces una oportunidad, quizás incluso ya está sucediendo, no tanto para ver si en términos economicistas, gracias a potenciales rentas, es conveniente dedicarse a exprimir el poco petróleo que queda, sino para potenciar lo público, cambiar las bases sobre las que se sustenta nuestro modelo político-cultural de desarrollo, porque también está a la hora del día pensar la escala de prioridades y los sentidos de lo que hacemos en común. Obviamente sobreviene una crisis económica que será difícil transitar, pero ¿es preciso seguir alimentando una hiperproductividad que sustenta la concentración económica y nos desvía del porvenir? ¿No compartió el neoliberalismo y el progresismo, aun con sus mejores razones e intenciones, que las soluciones venían por el lado de la “necesidad económica”? ¿No debemos brindar respuestas políticas potenciando la sensatez pública y la fuerza de la sociedad civil mancomunada? ¿No es hora de eliminar todo consumo superfluo para aunar justicia ambiental y justicia social y así lograr el bienestar de todxs? Es que ciertamente, Benjamin decía que se trataba menos de subirse a la locomotora de la historia que de accionar su freno de emergencia, y todo parece indicar que el nuestro siglo ya comenzó, o acaso comenzará, cuando eso suceda.

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