¿Cómo evaluar la guerra en Ucrania y qué se desprende para la política de la Izquierda y sus exigencias?

Un artículo de Heinz Bierbaum* y Michael Brie**

Previo a la conferencia Strategien konstruktiver Erneuerungen (Estrategias de una renovación constructiva) de la Fundación Rosa Luxemburgo, los columnistas invitados analizan la interdependencia entre la guerra en Ucrania, las contradicciones imperiales y la falta de autonomía en materia de política exterior de la UE. Este artículo plantea la pregunta de qué conclusiones deberán sacar las izquierdas alemana y europea de ello.  

GETTY IMAGES. La invasión rusa crea mucha preocupación. Febrero 2022.

 

A la Izquierda alemana y europea les resulta sumamente difícil formular una política de paz autónoma teniendo en cuenta las condiciones de la guerra en Ucrania y una nueva guerra fría que está tomando impulso. Una política de estas características comienza por un lenguaje propio, pero este no existe. Ferdinand Lasalle dijo con precisión: “Toda gran acción política consiste en expresar aquello que es y comienza por allí. Toda estrechez política consiste en callar y velar aquello que es.” Para la Izquierda ha llegado la hora de terminar con este velo. 

En su discurso del 27 de febrero de 2022, el Canciller Olaf Scholz expresó la visión dominante de la guerra en Ucrania en estos términos: “Con la invasión a Ucrania, el Presidente Putin ha iniciado de manera despiadada una guerra de agresión por un solo motivo: la libertad de los ucranianos pone en tela de juicio su propio régimen de opresión”. La política alemana y europea se ha dejado guiar por esta interpretación de la guerra: las consecuencias fueron negociaciones fallidas en la primavera de 2022 y una escalada de envíos de armamento al país atacado. Se desperdició así la oportunidad de alcanzar rápidamente un acuerdo de paz y se comenzó a transitar el funesto camino de una guerra prolongada.

 

La guerra de agresión rusa se convirtió en una guerra de sustitutos

 

Los partidarios de la izquierda, que, como Olaf Scholz, quieren establecer el carácter de una guerra según quién la ha iniciado, se someten a la narrativa actualmente dominante. Deberían considerar la crítica de Luxemburgo a la tesis de Jean Jaurès que dice que “toda guerra es criminal si no es expresamente una guerra defensiva […]”: “Nuevamente, tenemos como base de toda la orientación política aquella estupenda distinción entre guerra de agresión y guerra de defensa, que antes jugaba un papel importante en la política exterior de los partidos socialistas, pero que, luego de las experiencias de las últimas décadas, puede tranquilamente archivarse. ¿Qué es, de hecho, una guerra defensiva? ¿Quién se hará cargo de afirmar con certeza de una guerra que esta pertenece a tal o cual categoría?” La guerra rusa, que es sin lugar a dudas una guerra de agresión que viola el derecho internacional, se ha convertido en una guerra de sustitutos. Hace mucho que ya no se trata de ayudar a un atacado. 

El carácter de una guerra no se desprende en primera instancia de quién la ha iniciado, sino de cuáles son los intereses que se persiguen políticamente en ella. Y cuanto más escala una guerra, tanto más se evidencian estos intereses. Entretanto salta a la vista que la guerra en Ucrania es una guerra entre dos imperios: Occidente, encabezado por EEUU, y Rusia. Es una guerra interimperial sobre suelo ucraniano, convertida en un matadero de soldados de ambos lados. 

El carácter de esta batalla queda claro si se observa la historia previa suprimida con vehemencia del discurso dominante, pero que constituye el secreto de esta guerra y es su fuerza impulsora. EEUU quiso aprovechar el derrumbe de la Unión Soviética para establecer una nueva era “norteamericana” de su hegemonía unilateral. Esta política es la principal responsable de que, luego de la caída de la Unión Soviética y la disolución del Pacto de Varsovia, no se haya creado un nuevo orden de seguridad en Europa y la Carta de París de 1990 haya quedado en una mera declaración. En cambio, en contra de todas las promesas, la expansión de la OTAN hacia el este continuó. En 2008 se resolvió ofrecer una opción de adhesión a Ucrania y Georgia. La posición de los líderes rusos, que consideraban la adhesión a la OTAN por parte de Ucrania como el cruce de una línea roja existencial, fue ignorada de forma tajante. Esto no justifica la invasión a Ucrania, pero la hace comprensible como parte de la pelea interimperial, en la que Rusia estaba en la defensiva desde el punto de vista económico, político e ideológico, defensiva a la cual respondió a partir de 2008 también en sentido militar. 

 

La guerra se remonta mucho tiempo atrás

 

Si bien la ofensiva militar a gran escala por parte de Rusia a Ucrania comenzó el 24 de febrero de 2022, la guerra en sí se remonta más atrás. Comenzó en febrero de 2014, cuando los intentos de EEUU y la UE para que Ucrania se decidiera por una orientación unilateral hacia la UE y la OTAN, y abandonara así la política de “estar entre este y oeste” sumieron al país en una guerra civil, en la que el Gobierno ruso intervino, entre otras cosas, incorporando Crimea a la Federación Rusa y apoyando a las llamadas Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, mientras que Occidente, por su parte, forzaba la afiliación de Ucrania a la OTAN y a la UE y su rearme. 

Desde 2014 la guerra en Ucrania es, en definitiva, una disputa interimperial. Desde el lado ruso se trata de la defensa de su posición geopolítica amenazada, y de parte de EEUU y la UE se trata exactamente de lo contrario, es decir, de un debilitamiento ruso duradero. Ideológicamente, esto se traduce en un “orden internacional basado en reglas”, que no es otra cosa que la búsqueda de un dominio transatlántico bajo condiciones diferentes. Sin embargo, el ascenso de China, India y otros países del Sur Global hace tiempo que ha creado una nueva realidad. Tras una breve fase de relajación, que fue a su vez una etapa de hegemonía unilateral de EEUU, se observa un incremento de la agresividad en la batalla por la hegemonía, lo que va de la mano con el agravamiento de las contradicciones internas y externas del desarrollo capitalista desigual. 

La UE y también el Gobierno alemán, que al principio se mostró algo reticente, están ahora plenamente comprometidos con la misión de defender el dominio de EEUU y, por tanto, su propia posición privilegiada como aliado. No se trata sólo de actuar contra Rusia, sino sobre todo contra China. Las decisiones de las últimas cumbres de la OTAN en Bruselas, en Madrid y actualmente en Vilna son claras: China es el principal rival del sistema porque su ascenso es incompatible con el dominio de EEUU. La OTAN también debe actuar en el Pacífico. La perorata sobre autonomía estratégica pretende ocultar que los tímidos intentos de conseguirla se abandonaron como muy tarde en la primavera de 2022.

Siguiendo a Rosa Luxemburgo, la Izquierda deberá analizar las guerras siempre desde el punto de vista de la lucha de clases: ¿A quién benefician? Las clases trabajadoras son las víctimas. Ellas son las asesinadas en el campo de batalla y sus condiciones de vida empeoran drásticamente. No son los oligarcas los que pagan el precio, sino la masa de la población, tanto en Ucrania como en Rusia y en otros muchos lugares más. La batalla ha mutado hacia una guerra de intermediarios entre dos imperios sobre suelo ucraniano. Y nuevamente se cumple lo que escribió Rosa Luxemburgo al comienzo de la primera Guerra Mundial: “Los dividendos suben y los proletarios caen.”

 

¡Abajo las armas ya!

 

Una vez que se ha comprendido que esta guerra es, principalmente, una guerra interimperial, entonces, desde el punto de vista de la Izquierda, también se vuelven totalmente claros los pasos a seguir para lograr la paz. El suministro de armas más pesadas y en cantidades cada vez mayores representa una escalada amenazante y posiblemente incontrolable de esta guerra interimperial. La consigna de la política de la izquierda solo puede rezar: ¡Abajo las armas ya! El primer paso deberá ser un armisticio sin ninguna condición previa. Deberá tratarse de un armisticio controlado por la ONU y estados neutrales. En el segundo paso, se deben llevar a cabo negociaciones para buscar un equilibrio entre los intereses de todos los Estados beligerantes y los implicados en la guerra, pudiendo tomar como punto de partida, por ejemplo, acuerdos previos como el Acuerdo de Grano. Se deberán apoyar iniciativas diplomáticas como la más reciente, protagonizada por los Estados Africanos, pero también las iniciativas anteriores encabezadas por Brasil y también China. Sin embargo, la idea de que esto pueda volver las cosas a su estado anterior a la guerra no es realista. En tercer lugar, hay que trabajar en un sistema global de seguridad común que incluya a Rusia. Esto llevará mucho tiempo. Es probable que haya que convivir con un conflicto congelado durante un largo período. Además, el alto al fuego no sería todavía la paz, pero sería mejor que la guerra, como sabemos de muchas otras regiones del mundo.

 

Subordinación de la UE a la política de Washington

 

La paz requiere de más que el cumplimiento de la prohibición de violencia en las relaciones internacionales y el respeto por la soberanía de los estados. Ante todo, necesita como base una política de seguridad común. Esto es contrario a la política imperialista, que por lo general acaba en una guerra de estas características más temprano que tarde. Por lo tanto, la Izquierda debe rechazar claramente la subordinación de la política de seguridad de la UE y de Alemania a las pretensiones imperiales de supremacía de EEUU. La Izquierda siempre ha criticado la política expansiva y agresiva de la OTAN. Entre tanto se están manifestando dudas respecto de ella. Esto vale en particular para sectores de la Izquierda escandinava, que entiende a la OTAN cada vez más como una alianza defensiva. La política de Putin ha contribuido de forma contraproductiva a esto. Pero, la OTAN no es una alianza para la defensa de la democracia en Europa, sino que sirve a los intereses hegemónicos de EEUU. La incapacidad de la UE de imponerse de forma independiente en materia de política de seguridad es la causa de su subordinación a la OTAN y a EEUU, que la lidera. Como desde 1948, en la OTAN todavía se trata de asegurar el control de EEUU sobre Europa occidental y central (y de extender este control cada vez más hacia el este), además, de impedir que Francia, Alemania y toda la UE tengan una política autónoma y de excluir a Rusia de Europa. No obstante, son los propios países de la UE los que deben garantizar la propia seguridad, la democracia y el estado de bienestar. Si se observan las guerras geopolíticas en el entorno de la UE, para todos debe quedar claro: Desde 1991, EEUU fue el principal impulsor de casi todas las guerras ante las puertas de la UE.

Por todo ello, la Izquierda tiene sobradas razones para sostener su crítica a la OTAN. Todos los intentos por impulsar a las Fuerzas Armadas alemanas hacia un compromiso militar ante las costas de China deben ser rechazadas de manera tajante, al igual que una confrontación al estilo Guerra Fría con China, una división del mundo en bloques, una guerra tecnológica y económica y una ola de rearme. El conflicto principal del presente y del futuro no es entre “democracias” y “autocracias”, ya no reside entre representantes de un “orden basado en normas y valores” y “potencias revisionistas”, sino entre el intento de EEUU de mantener, junto a sus aliados, su propia supremacía imperial y el intento de muchos estados del mundo de pasar a un orden multipolar no imperial de seguridad común. Solamente así podrán evitarse uevas guerras interimperiales. Solo allí reside el futuro de una política de paz.

 

Los errores de la Izquierda

 

Sin embargo, hasta ahora la izquierda europea no ha elaborado sustancialmente su demanda de un concepto alternativo de seguridad colectiva para Europa. La exigencia de una autonomía estratégica para el continente debe ser asumida por la Izquierda. La primera Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa (CSCE) se celebró hace 50 años. Su objetivo era y es la resolución pacífica de conflictos, así como la cooperación en los ámbitos de la economía, la ciencia y el medio ambiente. Esto puede retomarse. La Izquierda debería tomar la iniciativa de llevar a cabo un debate a escala europea sobre un concepto de seguridad colectiva para Europa y las regiones fronterizas con Europa. La campaña electoral europea es una excelente oportunidad para ello. Dicho concepto debe tener en cuenta las necesidades legítimas de seguridad de los Estados de la UE, de los países vecinos al este, sureste y sur de la UE en el norte de África, Oriente Medio y Asia Central, como el Cáucaso. Europa debe liberarse por fin de su tutela autoprovocada frente a los EEUU, y la Izquierda debería contribuir a ello con una política de paz propia.

 

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*Heinz Bierbaum es presidente de la Junta directiva de la Fundación Rosa Luxemburg. Hasta diciembre de 2022, el catedrático de Economía fue presidente del Partido de la Izquierda Europea (EL).

**El filósofo Michael Brie es presidente del consejo consultivo académico de la Fundación Rosa Luxemburg.