Una conversación sobre las oportunidades de la nueva plataforma Sumar y las lecciones de una década agitada para la izquierda.
Escribe: Alex Wischnewski, Coordinadora del programa Feminismos Internacionalistas de la Fundación Rosa Luxemburgo
El próximo domingo España celebrará elecciones nacionales en un contexto muy especial. Después de un duro resultado en las elecciones municipales y autonómicas de mayo, el presidente Pedro Sánchez decidió adelantar las elecciones generales previstas para diciembre. Esto genera una gran presión sobre las distintas organizaciones de la izquierda que apenas se están reagrupando bajo el liderazgo de Yolanda Díaz en la plataforma Sumar. A esto se agrega que las encuestas no pronostican buenos resultados para esta iniciativa y no pocos hablan del cierre del ciclo que se abrió con las protestas del 15M en el año 2011.
Hablamos con Laura Carenas Martínez y Jorge Sola, militantes de Más Madrid y Sumar, sobre las perspectivas de la nueva plataforma y las lecciones de la historia reciente de la izquierda española.
Nos sorprendió mucho el anuncio de Sánchez, ¿cómo se produjo este adelanto de las elecciones generales?
L: La misma noche de las elecciones el PP ya había logrado instalar un marco – que todos los periodistas de este país compraron –, que era que ellos habían ganado España, aunque las elecciones fueran autonómicas y municipales. Contra ese marco habría sido muy difícil luchar, así creo que Pedro Sánchez hizo bien diciendo “bueno, eso hay que verlo, vamos a ir a elecciones de verdad”.
Además, él sabía que, anunciando unas elecciones a un mes y medio, las posibilidades de Yolanda Díaz de tener un proyecto político articulado bajaban mucho. Con eso pillaba a contrapié, no solo a la derecha y la ultra derecha, que iban a estar negociando gobiernos municipales y regionales, sino que también pillaba en bastante malas condiciones a su oponente dentro de la izquierda.
Pero es cierto que las elecciones dicen algo sobre el gobierno nacional. Además, las encuestas actuales apuntan a resultados similares, no solo para el PSOE, sino también para Sumar. Y eso que existe una valoración generalizada de que su participación en el Gobierno ha sido relativamente exitosa. ¿Por qué eso no se refleja en la opinión pública?
J: La derecha ha logrado cambiar el marco o el escenario del debate político: ha dejado en segundo plano las cuestiones materiales o sociales (empleo, políticas sociales, crecimiento económico, energía…) en las que la gestión del gobierno, en medio de una pandemia, ha sido notablemente exitosa. Y en su lugar, ha logrado desplazar el debate a una compleja amalgama de cuestiones más difusas o “culturales” (el nacionalismo español, la reacción contra los avances feministas, la relativización del cambio climático, etc.) que se encabalgan con la sensación extendida de inseguridad y falta de certidumbre. La izquierda no ha sabido captar, articular o conectar con ese estado de ánimo.
L: La gente vota por una emoción, porque alguien le da confianza o porque otra persona le produce rechazo, o por algo como mucho más emocional que intelectual.
¿Entonces los partidos de la izquierda no podrían haber hecho nada mejor en la gestión?
J: El argumento -muy minoritario, a decir verdad- de que la derrota se explica porque “no se ha hecho una gestión más de izquierdas”, no me parece muy convincente. El problema no es que perdamos votos entre la gente más de izquierdas, o por una fuga a una opción más radical. Ciertamente, se podría haber hecho políticas sociales más ambiciosa, pero no está claro que eso hubiese activado políticamente a la parte más abstencionista de las clases populares de un modo automático, las cosas no funcionan así.
L: Creo que uno de los grandes problemas de la izquierda es pensar continuamente en movilizar electoralmente a las capas de la población de rentas más bajas y creer que podemos ganar por ahí. Creo que nos equivocamos, porque ni siquiera la gente más pobre se considera pobre y por tanto un mensaje centrado en hacer propuestas de políticas sociales para personas vulnerables no nos ayuda a ganar simpatía electoral. Nadie se identifica con esas propuestas. Vox ha subido exponencialmente en estas capas de mayor pobreza objetiva, porque no se refiere a ellos como perceptores de ayudas, sino les habla como patriotas, les hace sentir otra cosa. Y el ascenso estelar de Podemos también es precisamente cuando sale de ese marco y le habla a la mayoría social. O sea, no dirige el mensaje a los vulnerables, sino que lo dirige a quienes están hartos, quienes están cansados, que es un colectivo mucho más grande. Puedes estar harto y cansado, independientemente de tu renta.
J: Además, el caso de Podemos muestra también que no es únicamente este discurso de la gente contra la casta, sino el contexto en el que surge. Después de 2008, de la crisis de la Gran Recesión, hay una oportunidad para que surja ese tipo de discurso y para que en la conversación cotidiana se normalice esa crítica y ese tipo de temas, al contrario de lo que vivimos actualmente, que es como una especie de revancha contra ese ciclo. Es como si hubiera cambiado el escenario del juego. Entonces, claro, la izquierda tiene mucho más complicado jugar en este nuevo escenario, sobre todo si sigue aplicando las reglas del anterior.
Pero con Podemos entrando en el gobierno cambió no solo el escenario social, sino también político, ¿no?
L: Cambió ya antes. Yo creo que hay un momento definitivo -volviendo a lo simbólico frente a lo material- que Podemos sigue pagando hasta el día de hoy. Es cuando Pablo Iglesias e Irene Montero se trasladan a vivir a un chalet con piscina. No era un problema material, quizá un piso en cualquier barrio de Madrid les habría costado tanto o más. Pero esa era esencialmente la idea contra la que se luchaba. Y ellos se defendieron de ello como si fueran casta. Venían a decir “Es mi dinero, lo he ganado dignamente y puedo invertirlo en lo que quiera.” Y claro que sí, compañero, pero el problema es que te has convertido en aquello que llevas tres años diciendo que es la antítesis de lo que debemos ser desde lo moral. Nada ocurre en un momento, pasó mucho antes, pero eso fue el momento en el que ya se materializa el final del discurso de “la gente contra la casta” y viene la tremenda decepción de “sois exactamente igual que el resto”.
J: Y claro, realmente era muy difícil mantener ese discurso del outsider que se lanzaba desde fuera de las instituciones cuando entras a gobernar, aunque sea en ayuntamientos. Tendemos a pensar que un discurso tiene validez universal y no que funcionan en un contexto y dejan de funcionar en otro. Hay una cierta falta de adaptación o flexibilidad táctica en la cultura de la izquierda, a veces de cambiar, de pasar de pantalla.
¿La plataforma Sumar responde a eso? ¿Es decir, es una adaptación al cambio social y organizativa?
J: Sí, la apuesta de Yolanda Díaz se basa en parte en un diagnóstico de que el modelo de Podemos está agotado como organización. Hace falta otro tipo de discurso, otro tipo de estrategia. La característica del proyecto de Yolanda es de crear un discurso transversal -y una coalición lo más amplia posible- y en eso se parece al proyecto inicial de Podemos, pero en cambio no es un discurso agresivo e impugnador contra una élite, sino que tiene un tono socialmente más conciliador e incluso un aire tecnocrático basado en la efectividad de las políticas públicas.
Justo charlamos que son las emociones que movilizan y ahora tenemos la referente central que representa exactamente lo tecnocrático. ¿Cómo encaja eso?
J: Yo creo que la fuerza de Yolanda es que activa ciertas emociones y ciertas disposiciones, que es de seguridad, de “yo sé cómo se hacen las cosas”, de “yo te voy a dar un dato”. Entonces no es tanto el éxito concreto de la reforma laboral, sino que Yolanda Díaz proyecta una imagen de capacidad de gestión y de falta de sectarismo, de diálogo, de escucha.
L: Se genera como la antítesis de Pablo Iglesias – incluso hacia lo estético. O sea, frente a un Pablo Iglesias que se caracteriza por llegar al Congreso con una camiseta vieja, como una explicitación de su posición política, ella se construye como una mujer elegante que sabe vestir adecuadamente y hace alarde de ello. Frente a la radicalidad de Pablo, la sensatez de Yolanda, frente a la incapacidad para la gestión, esa imagen de una mujer que sabe cómo manejar las cosas.
Eso habla solamente de lxs líderes. ¿No hay más?
L: Hoy en día en España no hay manera de seguir pensando en el proyecto político al margen de determinadas figuras. Y a mí esto me parece uno de las grandes consecuencias negativas de los sucesivos espacios políticos que vamos creando en estos últimos años que nos duran lo que nos dura el liderazgo.
Respecto a la militancia en los barrios y tal, yo creo que es una de las grandes diferencias entre la izquierda clásica, digamos, y la nueva política, no tanto municipal como estatal. La forma de entender la participación política es diferente, en los nuevos modelos, sea Podemos, Ahora Madrid, Más Madrid o Sumar. Incluso habiendo presencia territorial en los distritos ésta queda muy vinculada a la acción institucional. No piensan en un formato de militancia como el que pensaba Izquierda Unida. Y eso hace que efectivamente se vincule poco. O sea, que se genere poca militancia estructural o estable y que se avance poco en los barrios.
J: Tenemos la incógnita de cómo se desarrollará Sumar en términos organizativos. Existe el temor de que cometa los mismos errores que la nueva política, que no se desarrolla organizativamente para vincular liderazgos, cuadros intermedios y bases y favorecer un funcionamiento orgánico, deliberativo, controlado, equilibrado. Pero a su vez Yolanda Díaz probablemente no tendrá las manos tan libres como las tuvo antes Pablo Iglesias o Íñigo Errejón, porque tiene que negociar con una coalición de organizaciones muy distintas y, a la vez, estas organizaciones quizá no estén muy interesadas en que Sumar se desarrolle como organización, porque eso puede chocar contra sus propios intereses. Entonces es como una situación bastante peculiar y las incógnitas hacia el futuro son enormes.
Ustedes hablan de una perdida en relación a la política tradicional – como la representa IU – pero supongo que esa nueva política que surge con el 15M y después tiene sus propias organizaciones respondía a una falta en esta política que la hizo necesario. ¿Cómo lo vivieron ustedes?
J: Nosotros militábamos en Izquierda Unida durante muchos años. Cuando surge el 15M y ya con anterioridad había una sensibilidad que exigía una renovación generacional, una mayor democracia interna y, sí, un cambio para estar a la altura de esta movilización, no sólo de su discurso, de sus reivindicaciones, sino de su imaginario, de sus eslóganes. Porque el 15M ha conseguido un apoyo que nosotros no habíamos conseguido nunca y no era suficiente repetir lo que habíamos hecho toda la vida.
Ese enfrentamiento generacional creció y cuando las movilizaciones del 15M empezaron a retroceder en el verano 2013, surgió la idea, tanto fuera de Izquierda Unida como dentro, de lanzar una candidatura que llenase un hueco. Había algunas encuestas que decían que había un espacio electoral abierto para que surgiera un espacio ideológicamente más “transversal”. Esa fue la idea inicial de Podemos, aunque pronto se vio que en Podemos había también otra alma más “izquierdista”. Como dijo un compañero nuestro, en este momento nosotros lo vimos como una fiesta a las que nuestros padres no nos dejaban ir, pero aún así luchamos para renovar IU.
L: Nos dimos cuenta que eso no iba a ocurrir cuando por primera vez de manera colectiva ganamos unas primarias. Fue una victoria muy triste porque nos sirvió para entender que ni siquiera ganando podíamos cambiar la estructura, porque el poder real estaba en otra parte. Decidimos salir de IU, pero no saltamos al vacío sino a un contexto de ebullición política, lo que se concreta en nuestra participación en Ahora Madrid a nivel municipal y Podemos a nivel autonómico.
¿Así que solo la creación de una nueva organización ha permitido la renovación de una izquierda más amplia?
J: En términos organizativos hay que añadir matices. La posibilidad de que una nueva organización creada desde cero pueda deshacerse de los vicios e inercias que lastran a organizaciones más viejas se ha demostrado ilusoria. El caso de Podemos muestra que es muy complicado que surja algo mejor. Porque intervienen muchos factores, intereses, circunstancias. Hay una tensión fundamental entre concentrar el poder en los líderes/dirección o crear organización formal para distribuirlo por otros niveles. Y los liderazgos que acumulan el poder en el inicio no van a renunciar a él fácilmente. Ahí también interviene una miopía de esos liderazgos que les impide pensar a medio plazo: ¿qué ocurrirá cuando no sea yo quien tenga el poder o cuando el equipo dirigente se divida y haya un conflicto sin reglas que lo canalicen? El resultado final es que, bajo una apariencia muy democrática (por el uso de mecanismos plebiscitarios digitales como las primarias), el resultado es algo parecido a la “tiranía de la falta de estructuras”: hay un incentivo para no superar la informalidad y eso va en detrimento de la organización democrática.
L: Yo creo que hay un rechazo per se en la nueva política hacia ese tipo de estructuras. Por ejemplo, aunque existen órganos colegiados de dirección en la nueva política, su presencia es más bien cosmética, no es un espacio de debate abierto y franco, y no tiene conexiones con los niveles intermedios y las bases de la organización, por lo que no es un mecanismo de control ni está, a su vez, controlado. Además, la excusa siempre ha sido que no nos da tiempo a generar organización porque tenemos una elección, tenemos que trabajar siempre en para lo inmediato. Esto ha ido ocurriendo sistemáticamente y en Sumar nos vuelve a pasar. Pero yo personalmente echo de menos a estas estructuras.
Hemos perdido el entender que la política es algo colectivo. Cuando uno empieza a militar en una organización clásica tiene una percepción muy clara de que esa organización va a seguir existiendo. Es decir, se siente que la organización es algo mucho más grande y mucho más importante que tú. Y si has llegado a ser diputada es porque un colectivo ha decidido depositar en ti determinada confianza. Esa idea desaparece en la nueva política. Todo el mundo tiene la certeza más o menos implícita de que está donde está porque se lo merece individualmente. Y eso me parece de las pérdidas más duras dentro del espacio político porque lo cambia todo.
J: Es muy relevante ver qué tipo de subjetividades se incentiva, se conforman y se premian en ese tipo de organizaciones. Porque a veces entroncan con una subjetividad neoliberal –una combinación de individualismo y narcisismo– tan fuerte socialmente que es difícil hacerle frente.
Pintan un escenario bastante oscuro.
L: Lo bueno es que las nuevas organizaciones sí nos han enseñado que hay una forma de intentar llegar a más gente sin traicionar lo esencial, nos han enseñado que está bien tener vocación de mayoría. Se debe intentar buscar cómo llegar a más gente, incluso a costo de simplificar tu discurso o desradicalizar la terminología. Mi sensación es que a veces la izquierda tipo Izquierda Unida pone más peso en mantener la esencia que en intentar ganar.
J: A pesar de su fracaso, el modelo organizativo de la nueva política era una respuesta a un problema que no podemos ignorar, era una respuesta a cierta forma de volverse rígidas de las organizaciones, una cierta impermeabilidad hacia su afuera que tenía que ver no únicamente con las organizaciones, sino con el mundo en el que viven. Entonces tenemos que cambiar el chip acerca de la militancia o las formas de militancia posibles. Hay gente que aprendió a leer en su partido. Hoy eso no puede ser así. Tenemos que ver cómo involucramos a gente que no quiere entregar su vida a la política. La nueva política era una respuesta a esa situación, pero no funcionó, así que la pregunta sigue estando abierta.
Pero quizá la diversidad de las organizaciones de izquierda también haga posible esta movilidad.
J: Sí, pero uno de los grandes peligros de las rupturas es una fragmentación que haga inviable el desarrollo o la supervivencia de al menos una organización. De tales crisis luego es muy complicado salir y tenemos que evitar esas rupturas al máximo. En nuestro caso eso no ha ocurrido, pero podía haber ocurrido cuando se produce la ruptura en Podemos en Madrid. Por eso creo que es bueno tomar distancia de los conflictos internos en la izquierda y tener siempre claro que no va a ser la última batalla. Hacerse cargo de que la izquierda es como un edificio y tus compañeros, por mucho que lo detestes, seguirán siendo tus vecinos toda la vida.
L: Igual hay que alimentar la idea de que se pueden compartir espacios políticos desde diferentes organizaciones políticas y la lealtad absoluta al proyecto, pero que también hay una parte en cada uno de esos procesos que no se va a recuperar, o sea, hay una parte que no va a querer volver a hablarte, eso también existe.
Ahora muchxs militantes de este ciclo se vuelven a encontrar en Sumar. ¿Significa que olvidaron lo que pasó en las diferentes rupturas? ¿O recordaban que al final existe algún proyecto en común, que es lo más importante?
L: Quizá en parte sí, o sea, en lo último que decías. A lo mejor Sumar viene a recordarnos que hay muchas diferencias entre los lugares a los que hemos ido llegando. Cada uno de nosotros seguimos compartiendo una parte esencial de la visión de cómo debería ser el futuro. Algunos y algunas ponen más peso en lo verde, otras u otros en la justicia social, otras en la igualdad entre clases. Bueno, pero sí, yo creo que la parte bonita es que, de alguna manera, desde el cariño y desde muchos años vividos, eso te viene a recordar eso que al final tienes mucho más en común con esta gente que con cualquiera de los vecinos con los que te cruzas en el ascensor. Mucho más en un contexto de emergencia como es el que estamos viviendo ahora mismo, donde puede ganar la ultraderecha en este país. Ahí dices: “bueno, pues ya discutiremos dentro de un par de meses lo que sea necesario”.
J: Creo que ese sentimiento de emergencia está generalizado en diferentes espacios y personas. Y que se junta con un cambio de estado de ánimo respecto a hace 10 años, cuando surge Podemos tras el 15M: hay un cierto desencanto respecto a las ilusiones de entonces, pero también un mayor realismo en las expectativas y una conciencia de la necesidad de dejar en segundo plano las diferencias. La plataforma Sumar ha logrado reunir a un conjunto de organizaciones que nunca habían ido juntas y, sobre todo, representa una esperanza realista para un espacio social acostumbrado a la división y la derrota: de lo que se trata es de lograr una fraternidad básica y de trabajar juntos con nuestras diferencias, ofreciendo un proyecto en base a propuestas, no identidades ideológicas previas. En este sentido, Sumar es un banderín de enganche para un enorme espacio progresista, no solo para frenar a la derecha, sino para pelear por otro país.
Laura Carenas Martínez militante de Sumar y Más Madrid (antes, Ahora Madrid), donde ha trabajado como asesora durante los últimos 8 años.
Jorge Sola es profesor de sociología en la Universidad Complutense de Madrid y participa en Más Madrid y Sumar. Es coautor del informe „Auf Strategiesuche: Die Situation der Linken in Spanien“ (2019), publicado por la Rosa-Luxemburg-Stiftung: https://www.rosalux.de/publikation/id/40025/die-situation-der-linken-in-spanien