Morir por desnutrición en un país productor de alimentos

Desde su experiencia en el trabajo con la tierra y con comunidades guaraníes en Orán, la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) analiza la situación de las comunidades wichí en Salta.

Manuel Facundo Correa, UTT

A un paso de cambiar de década -¡la segunda del siglo XXI!- nos encontramos nuevamente con la expresión terrible del abandono más extremo: morir por desnutrición en un país productor de alimentos. ¿Cómo es posible semejante contradicción? ¿Verdaderamente somos un país productor de alimentos? La distribución de la tierra nos da el dato clave para resolver esta pregunta.

Según los datos preliminares del Censo Agropecuario 2018, en lo últimos 30 años, las unidades productivas agrícolas se han reducido en un 30%, evidenciando una mayor concentración de la tierra destinada a la producción de commodities agrícolas como la soja, un manto verde transgénico fumigado con agrotóxicos, sin familias trabajadoras de la tierra produciendo alimentos. ¿Necesitamos un desarrollo agrario de campos envenenados que no generan trabajo? El resultado está a la vista. Enormes extensiones sin gente, gente sin tierra y comunidades rodeadas de soja y desmonte, sobreviviendo como pueden.

En el norte de Salta, las comunidades wichí conocen la violencia del modelo como si fueran el último eslabón de una cadena de abandonos y vulneraciones sistemáticas. El problema se muestra como lo que es: un proceso estructural, de raíces profundas. El desmonte se transformó en el nombre y apellido del modelo de desarrollo actual. En la provincia de Salta entre 1976 y 2012, se han desmontado 2.074.210 hectáreas de bosque. Sólo en 2018, 20.000 hectáreas más fueron sometidas al monocultivo.

Las familias wichí que habita la zona desde siempre son el vivo ejemplo de esta pérdida de diversidad biológica que es también diversidad cultural. Sin el acceso a la proteína que ofrece el monte y sin el cuidado de los conocimientos necesarios para su aprovechamiento, la supervivencia se hace difícil.

Basta con acercarse a conversar con las personas mayores que recuerdan con nostalgia la fortaleza de sus cuerpos gracias a la dieta diversa que ofrecía y aún puede ofrecer el monte. En su lugar, la alimentación de las comunidades se ha reducido a carbohidratos, aceite y azúcar, con todos los problemas de salud que eso genera.

El desmonte, el monocultivo y el veneno, traen consigo la homogeneización de la alimentación y arroja a las comunidades a una cotidianeidad de dependencia económica. Sus derechos territoriales son vulnerados y las promesas de desarrollo, sin participación real ni análisis profundos, han potenciado su pauperización al punto de llegar al extremo.

¿Qué hacer ante la muerte de niños por desnutrición? Son siete casos en lo que va del año. Dicho así, la alarmante cifra esconde el duelo más duro de cada familia, de cara al modelo irresponsable y cruel que delimitan qué vida merece ser vivida.

Es claro el lugar que les dejó este sistema a las comunidades wichí del Norte, alejadas del acceso a derechos basicos como el agua, una alimentación sana, atención de salud y educación, comunidades que recolectan agua de camiones o de pozos insalubres en bidones de agrotóxicos.

Desde las bases de la UTT en Salta, tomando la experiencia que hicimos junto a comunidades guaraníes en Orán, hacemos esfuerzos por fortalecer la identidad de las comunidades más empobrecidas usando la agroecología como herramienta de transformación.

Creemos que esto es parte de una estrategia a largo plazo para recrear formas de vida digna, sobre todo en las juventudes indígenas que no acceden al mercado laboral fuera de los circuitos de explotación que ofrece el agronegocio.

Salir del flagelo del hambre con autonomía y respeto a la autodeterminación de las comunidades que celebra nuestra Constitución y la legislación internacional, es trabajar la tierra produciendo alimentos para el autosustento familiar y la comercialización de alimentos sanos.

Hay un tejido social que debemos recomponer de manera respetuosa con la diversidad cultural y que está pidiendo desesperadamente la atención de nuestra sociedad, sus organizaciones y del Estado. Desde la UTT queremos construir ese camino, para que el hambre no vuelva a arrebatarnos el futuro de las generaciones venideras.

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