Una rosa en la cuna donde todo empezó

Por Daniel Omar de Lucia para Pacarina del Sur

 

 

A todxs los que intentaron ver un poco más allá

Socialismo y barbarie

Excede en mucho los objetivos del presente artículo abordar la vida y la obra de Rosa Luxemburgo en su conjunto. Nos propusimos ocuparnos de un aspecto bastante específico de su trabajo como intelectual y líder revolucionaria. Su análisis sobre distintos procesos históricos del continente africano en el opus de esta autora como parte de su análisis de los problemas de las periferias coloniales del mundo en la era imperialista.

Dentro de esa perspectiva nos ha interesado también contextualizar el tratamiento de los problemas de África en la obra de Rosa dentro de los siguientes ordenadores: a) su visión general de los problemas de las periferias coloniales en el opus luxemburgiano; b) los nexos entre los estudios de casos africanos y el problema colonial por Rosa en el contexto de los debates sobre el colonialismo en el espacio socialista de su tiempo.

La figura de la gran revolucionaria alemana, de cuyo asesinato se cumplen cien años en enero de 2019, arroja sobre la escena del último siglo una luz densa y fecunda respecto a importantes puntos de ruptura de la historia mundial contemporánea. Especialmente en el campo del pensamiento radical comprometido con el proyecto de la emancipación de la humanidad y la construcción de una sociedad sin explotadores, ni explotados y sin opresión.

Entre las muchas batallas políticas e ideológicas que esta gran luchadora de raíces judeo-polacas afrontó con la pluma, la palabra y poniendo el cuerpo, elegimos destacar: a) su lucha contra el revisionismo teórico de Eduard Bernstein luego continuada en la lucha contra el oportunismo electoralista del Partido Socialdemócrata Alemán; b) su participación en el debate sobre la importancia de la huelga general inspirado en la experiencia de la Revolución rusa de 1905; c) la crítica al nacionalismo inspirada en su lectura del tema nacional en Polonia que la llevó a polemizar con Lenin y otros referentes socialistas; d) la frontal y valerosa lucha contra la política de la “Unión Sagrada” y la denuncia de la claudicación política y moral del socialismo reformista durante la Gran Guerra; e) su crítica constructiva y fecunda al modelo bolchevique luego de octubre de 1917; f) su rol como líder del movimiento espartaquista en la frustrada revolución consejista alemana de 1918-1919; g) su análisis teórico del imperialismo que la llevó a revisar las tesis de Marx sobre este tópico y a polemizar con los grandes economistas de izquierda de su tiempo. Tema este último que es inseparable del desarrollo de una consecuente e implacable crítica de las miserias de la política colonial de los países centrales por parte de la “cumpa” Luxemburgo.

De estas muchas imágenes que el nombre de Rosa convoca quizás pueda extraerse un esbozo de una representación un poco más unitaria de su obra y su legado basada en su empeño en distintos intentos de alumbramiento de un modelo teórico y político alternativo en relación a las ortodoxias marxistas que fueron tomando forma desde la revolución de octubre en adelante.

La obra de Rosa; fecunda, provocadora y revulsiva; pero escrita en circunstancias históricas que condicionaron la posibilidad de arribar a una síntesis de conjunto, no se rebeló como el mejor instrumento teórico para servir de base ideológica y programática para la formación de una corriente política de cierta continuidad y organicidad en el espacio del marxismo revolucionario.

Por otro lado, las principales coordenadas políticas de las décadas que siguieron a la muerte de Rosa no fueron las más favorables al rescate de un ideario como el suyo. No obstante, la obra de Rosa siempre constituyó una referencia, compleja y tensionada, que podría llegar a pensarse como una alternativa a las ortodoxias consolidadas de la izquierda (socialdemocracia, comunismo tercerista, trotskismo, etc.)

Si el luxemburgismo no constituyó una corriente con continuidad de tiempo largo fue en cambio una línea política perdida/recobrada, de manera muchas veces fragmentaria, cuyas posibilidades de recuperación supieron ganar magnitud en distintas coyunturas.

A nuestro juicio los principales procesos/momentos de impacto/apropiación del legado luxemburgista fueron a) el que se produjo en los últimos años de su vida alrededor de su lucha como líder de la izquierda socialista, en oposición a la “Unión Sagrada” y la guerra, la conferencia de Zimnervald (1915), su encarcelamiento y la revolución espartaquista (1918-1919); b) un momento más discreto de interés por su obra a mediados de la década del 30, en los benjaminianos años del auge del fascismo, y cierto rescate minoritario de su legado como parte del espacio comunista consejista, opuesto a las ortodoxias terceristas y trotskistas; c) el rescate de Rosa en el momento del 68 y la revalorización de su mirada sobre la huelga revolucionaria y la crítica del centralismo bolchevique por la llamada nueva izquierda; d) cierto redescubrimiento de la obra de Rosa en los años posteriores a la caída de los regímenes burocráticos por grupos que rompían con las ortodoxias de extrema izquierda (diáspora post trotskista) y se aventuraban a un cierto descentramiento del paradigma clasista más rígido; e) el rescate a comienzos del tercer milenio de la obra de Rosa por una izquierda autonomista, anti globalización y de “resistencia” que le ha conferido centralidad en su agenda a los problemas ambientales; la organización de las comunidades de los llamados pueblos originarios; la oposición al modelo de explotación extractivista; las resistencias a las intervenciones imperialistas y; la destrucción de los recursos naturales.

En los rescates más recientes de la obra de Rosa Luxemburgo, su interés por los problemas de los países coloniales y semicoloniales y las formas históricas que adoptó la penetración imperialista en la periferia del mundo han ganado una centralidad política nada menor. La obra de la gran revolucionaria asesinada hace un siglo aporta elementos para el cuestionamiento de los modelos de acumulación política hasta hace poco indiscutidos y abreva en una tradición política que tiende a poner mayor acento en la iniciativa de las masas.

Una obra que inspira lecturas de los procesos revolucionarios desde la pluralidad de sujetos y actores políticos en el seno de las clases subalternas y poderosas imágenes en aquellos movimientos y actores de las periferias del mundo que afrontan la agresión y la expoliación renovada del sistemas en estos tiempos de un nuevo imperialismo globalizado.

Es conocida la teoría de Rosa sobre el imperialismo expuesta en su principal obra de economía política: La acumulación del capital (1913). Rosa se propuso revisar la obra de Marx y su análisis de la reproducción ampliada del capital. Partiendo de presupuestos subconsumistas, Rosa sostenía que no podía haber reproducción ampliada (reinversión de las ganancias) basada solamente en el consumo de los asalariados. Lo que permitía a los capitalistas seguir acumulando capital era el consumo de mercancías por sectores no asalariados (campesinos, clases de la pequeña producción) y, sobre todo, la expansión a nuevos mercados.

De acuerdo a este esquema la expansión colonial de los capitales de los países centrales hacia las periferias no capitalistas era una necesidad intrínseca en la etapa imperialista del desarrollo del capitalismo. De ahí se derivaba la política colonialista agresiva de los estados metropolitanos tendientes a asegurar mercados cautivos para los capitalistas de su país por medio de la delimitación de zonas de influencia y la ocupación militar de dichos territorios.

Situación que provocaba la posibilidad de guerras entre las potencias coloniales y preanunciaba el colapso final del sistema por al agotamiento de territorios a conquistar. La penetración de los capitales en las periferias tendía a articular núcleos de economía capitalista con formas económicas precapitalistas a las que iba erosionando. Esto derivaría en un proceso de saqueo y expoliación de los pueblos nativos incluyendo la destrucción de sus estructuras comunitarias.[1]


Imagen 1. Portada de La acumulación del capital (1913)Fuente: Pacarina del Sur

 

Socialismo y cuestión colonial una relación compleja

Han corrido ríos de tinta sobre el complejo proceso de incorporación en el pensamiento socialista de los problemas de las sociedades coloniales y las luchas de liberación de sus pueblos. Se ha resaltado en las primeras etapas del pensamiento de Marx y Engels cierta secundarizacion de la importancia de las luchas de los pueblos periféricos. Los padres del socialismo científico desconfiaban de toda forma de nacionalismo incluyendo los de las nacionalidades oprimidas.

Si bien le concedían cierta progresividad a las luchas de los pueblos oprimidos de alguna entidad numérica y territorial, especialmente si estaban enfrentados a estados absolutistas, consideraban que las ruedas de historia debían ser empujadas por la clase obrera concentrada de los países que estaban siendo transformados por la revolución industrial. Pasando de las nacionalidades oprimidas al mundo colonial Marx y Engels, presos de resabios de una visión evolucionista lineal del desarrollo de las sociedades, tendieron a considerar la penetración imperialista en las viejas sociedades despótico-tributarias o semiseñoriales como un proceso progresivo y necesario.

Aunque en sus polémicos fragmentos justificatorios del colonialismo inglés en la India (1851) Marx no dejo de resaltar el carácter de rapiña y saqueo despiadado que este proceso significaba para la población local así como la destrucción de sus estructuras comunitarias precoloniales. Más polémica aun, porque incluso se sustenta en una línea de análisis que difícilmente se puede calificar de materialista, es la justificación, por parte de Engels, del expansionismo norteamericano sobre las provincias del extremo norte de México en la Guerra de Intervención (1848).

El rescate de distintas obras menores y artículos de estos autores han permitido marcar un cierto punto de inflexión que se refleja en los años de madurez de ambos estudiosos alrededor de estas cuestiones: valorización parcial por parte de Marx del levantamiento Taiping (1853) contra la penetración británica en China; su interesante rescate del levantamiento anticolonial de la India en 1857; la revalorización por ambos autores de la lucha anticolonial de los nacionalistas irlandeses, polacos, etc.; la crítica de Marx a la intervención del Segundo Imperio en México (1862-1867).

Estas críticas de Marx y Engels a distintas expresiones del colonialismo transicional del segundo tercio del siglo XIX, son inseparables de algunos trabajos de mayor entidad teórica del último Marx de los primeros años 80. Pensamos en su correspondencia con Vera Zazulich, y su revalorización de las estructuras comunitarias rusas como un elemento colectivista a ser rescatado en el contexto de las luchas por la superación del capitalismo en la atrasada formación económico social rusa; o los Apuntes etnológicos de Marx, que reflejan un cierto intento de comprensión de las sociedades “primitivas” o tempranas que convivía en tensión con los elementos evolucionistas y etnocéntricos del opus de los fundadores del socialismo científico.[2]

En el movimiento obrero internacional que ganó en consistencia y organización en la séptima década del siglo XIX los problemas de las colonias no lograron ocupar un lugar importante en el plano programático. Esto puede apreciarse en los documentos y congresos de la Asociación Internacional de los Trabajadores (1863-1878) formados por regionales europeas y de Estados Unidos y alguna presencia marginal en otros países de América.

Queda sí como un episodio de gran fuerza simbólica, y también política, la deportación de 4000 integrantes de la Comuna de París (1871) a la colonia francesa de Nueva Caledonia (Oceanía) y el papel jugado por la comunera anarquista Louise Michel en la rebelión anticolonial de los nativos canacos en 1878.[3] La fundación de la Segunda Internacional en 1889 fue precedida por un episodio clave en el proceso de consolidación del orden colonial imperialista a escala mundial: El Congreso de Berlín en 1885. Conclave en que las naciones europeas se repartieron de común acuerdo el África subsahariana determinándose importantes áreas de influencia de los imperios británico, francés, alemán y belga, junto a los espacios más modestos de Italia, Portugal y España.

Si tenemos en cuenta que en esos años las potencias europeas terminaban de instalar colonias y protectorados en buena parte de África del norte tenemos que para 1900 con pocas excepciones (Etiopia, Liberia, Marruecos, la Libia otomana) toda África estaba en manos de potencias europeas que instalaron su dominación combatiendo a sangre y fuego la resistencia de los pueblos autóctonos. En ese mismo periodo se consolida la presencia colonial en amplias zonas de Asia y Oceanía a la vez que se fortalece la penetración económica imperialista neocolonial en América Latina (Schnerb, 1982: 263-298).[4]


Imagen 2. Caricatura que representa a las naciones imperialistas repartiéndose el mundo. www.timetoast.com

En el contexto predicho los partidos socialistas europeos, que pretendían ser representativos de la clase obrera de sus respectivos países, no podían permanecer ajenos a las políticas coloniales e imperialistas de sus estados que de tantas maneras afectarían la vida de la sociedad de las respectivas metrópolis, amén de sus terribles consecuencias en los pueblos colonizados. Esto que sería válido para los partidos obreros de Inglaterra, Francia, España, Bélgica, lo fue, quizás, en mayor medida para la socialdemocracia alemana.

El Partido Socialdemócrata Alemán (DSP), que para los primeros años del siglo XX, era el partido socialista europeo más votado y la fuerza con mayor peso político en la Segunda Internacional, fue la principal oposición política interna a un régimen monárquico, semiautoritario, que desarrollaría una política colonial particularmente agresiva a escala mundial. La Alemania Guillermina, formada en el molde de la política de Bismarck, llegó tarde a la escena colonial pero se consolidaría pronto como una potencia imperial con presencia en África, Oceanía y Asia.

El modelo colonialista alemán se caracterizó por un fuerte maridaje entre los capitales metropolitanos, organizados en compañías monopólicas, y la administración colonial que organizara el trabajo forzado de los nativos, la ocupación de tierras por los colonos europeos y un efectivo sistema de fuerzas militares coloniales preparado para reprimir cualquier forma de resistencia. . Los nativos no solo fueron la mano de obra agrícola y minera explotada por colonos y compañías sino también en la construcción de ferrocarriles, caminos, infraestructuras, etc.

Modelo colonial duro y abiertamente racista, el colonialismo alemán no le reconocía la condición de ciudadanos a los nativos que solo eran súbditos del emperador alemán. Tampoco derechos sindicales o de otro tipo En su breve historia que concluiría con la perdida de las colonias alemanas al fin de la Primera Guerra Mundial, las fuerzas coloniales alemanas, integradas por tropas y suboficiales nativos, liderados por oficiales prusianos, protagonizarían algunos de los episodios represivos más feroces de la historia del colonialismo moderno.

Especialmente en África (Motines de la etnia Duala en Camerún, 1884, 1891 y 1893; genocidio de los hereros de África Sudoccidental, 1904-1907; la represión de la revuelta Maji-Maji en África oriental alemana, 1905) (De Souza, 2014; Bertaux, 1985: 233-236). Todo esto hizo que los problemas coloniales no pudieran estar ausentes de la agenda política de los socialistas alemanes de cara a la vida política nacional y en el ámbito de los debates de la Internacional Socialista.

Desde posiciones distintas intelectuales socialistas como Bernstein y Kautsky comenzaron a ocuparse del problema colonial y las minorías en los últimos años del siglo XIX. Bernstein dio a conocer en 1897 un artículo titulado La socialdemocracia y los disturbios turcos. Por su parte Kautsky, que se venía ocupando de temas ligados a la problemática colonial desde su juventud, cuando fue discípulo directo de Marx y Engels, dio a conocer en 1897-1898 un artículo denominado Vieja y nueva política colonial donde comenzará a desarrollar su particular visión sobre el tema.

En el contexto predicho fue en el que la joven judía-polaca, Rosa Luxemburgo, militante del socialismo alemán, comenzaría a preocuparse en los problemas de las colonias en sus primeras incursiones políticas en los últimos años del siglo XIX.


Imagen 3. Los herero, pueblo del desierto de Namibia masacrado por el imperialismo alemán.
www.slate.fr

 

Rosa y los debates en la II internacional sobre el colonialismo

La joven economista nacida en 1871, cerca de Lublin (actual Polonia), completó sus estudios en Zúrich, e hizo sus primeras armas en las filas del socialismo de Polonia y Lituania, en esos años parte del imperio ruso. Junto a su pareja, el socialista Leo Jogiches, se instaló en Alemania en 1898, destacándose pronto en los debates políticos y teóricos del socialismo alemán y de la internacional socialista.

Una de sus primeras incursiones teóricas de peso fue el debate contra las posiciones revisionistas de Eduard Bernstein que derivaría en la redacción del libro ¿Reforma o revolución? (1899). Pero también de ese entonces datan sus primeras inquietudes sobre el tema colonial, que estaba en primer orden en la agenda política de su país de adopción. Cuando apareció el artículo de Bernstein sobre los disturbios turcos, temprana reivindicación del colonialismo en las filas socialistas, Rosa dio a conocer una visión alternativa de las revueltas de las minorías en el imperio otomano.

En un breve artículo, escrito alrededor de 1898, cuestionó la política colonialista alemana a la luz de los datos estadísticos que arrojaba el comercio exterior germano en esos años. Rosa comparaba la presencia comercial alemana en América y Asia (donde el imperio alemán tenía pequeños enclaves coloniales en China) con el excesivo volumen que arrojaba el comercio de las colonias alemanas en África cuya ocupación y montaje de una administración civil y militar habían implicado grandes gastos solventados sobre impuestos que cayeron sobre las espaldas del pueblo:

Comparemos ahora la información sobre el comercio alemán en Asia y América con los miserables resultados del comercio con África bajo el dominio alemán y entonces surge la pregunta. ¿Por qué Alemania necesita tanto, una política colonial? Pues son precisamente aquellos países cuya conquista y ocupación ha costado al pueblo tanto dinero, que no tienen prácticamente ninguna importancia con respecto al comercio y la industria alemanes, razones por la que supuestamente se dijo fueron iniciadas estas conquistas (Luxemburgo, 1898).

De esa misma época encontramos algunas impresiones más de conjunto de Rosa sobre la cuestión colonial. En una carta a Leo Jogiches, fechada el 4 de enero de 1899, Rosa hace un balance del giro que venía experimentando la política colonialista europea en el último decenio del siglo XX. Señalaba que episodios como la guerra chino-japonesa (1895), la ocupación francesa de Madagascar (1894); el incidente franco-británico en Fachoda (Sudan), 1897-1898 y; las disputas anglo-lusitanas en el sur de Mozambique (1899) indicaban un recalentamiento de las tensiones intercoloniales que tenían a África y, en menor medida a Asia, como sus campos de disputas principales.

Es claro que el desmembramiento de Asia y África es el límite final, más allá del cual la política europea ya no tiene espacio para desenvolverse. Sigue allí, entonces, otra lucha como la que ha ocurrido en la Cuestión de Oriente, y las potencias europeas no tendrán más que arrojarse unas contra otras, hasta que llegue el periodo de la crisis final dentro de la política […] etcétera, etcétera (Cit. Dunayevskaya, 2017: 44-45).

En esos años la joven Rosa ya manifestaba un fuerte escepticismo en el sentido que las disputas entre las potencias imperialistas pudieran resolverse de manera pacífica. Un año después, en una serie de artículos publicados en el diario socialista Neue Zeit, criticando el ingreso de ministros socialistas al gobierno francés de Waldeck-Rousseau (consecuencia del affaire Dreyfus), Rosa recordaba las críticas que socialistas y radicales franceses habían realizado por las atrocidades cometidas por las tropas francesas en Madagascar e Indochina y otras miserias de la administración colonial (Luxemburgo, 1901-1902).

Ese mismo año se reunió el congreso de la Internacional Socialista en París. Congreso que, como señala Cole, marcó un punto de inflexión en la agenda de los conclaves del socialismo internacional. Desplazándose de la centralidad de los debates a las discusiones sobre la legislación obrera a los problemas sobre la guerra y la paz y cuestiones conexas como el problema de los nacionalismos y la política colonial (Cole, 1974: 46).


Imagen 4. Afiche de propaganda de la Segunda Internacional.
www.historiesdeuropa.cat

En el Congreso de París, cercano a la Guerra Hispanoamericana; contemporáneo a la represión de la revuelta de los bóxers en China y de la guerra bóeres en Sudáfrica, el tema colonial ocupó un rol central en las discusiones. Bernstein, que en sus artículos sobre Turquía había defendido el derecho de los pueblos “civilizados” a guiar a los pueblos de cultura inferior planteó en el congreso de la capital francesa una visión más completa de la necesidad de no cuestionar la expansión colonial europea. Según este ensayista, la colonización de las periferias permitía su evolución hacia un estadio capitalista de desarrollo que se evaluaba como positivo. Los socialistas debían preocuparse solamente por promover legislaciones e iniciativas que protegieran a los nativos de la expoliación extrema.

En la misma línea se expresa David y, con particular énfasis el holandés Van Khol, que había vivido en las Indias Orientales Holandesas, lo que le valió presidir las comisiones de política colonial en varios congresos de la Internacional. Van Khol sostuvo que las colonias eran una necesidad para la economía europea. Insistiendo incluso que las colonias existirían si Europa se transformara en socialista. Por eso no debía cuestionarse, por principios, el colonialismo capitalista que elevaba el nivel de fuerzas productivas de las zonas más atrasadas del mundo. Esta posición será conocida como “social imperialismo”.[5]

Sus principales postulados serán vencidos en el congreso de París, donde también adquirió centralidad la lucha contra el militarismo, el armamentismo y el rechazo a la participación de los partidos socialistas en gobierno de coalición con partidos burgueses. Todas ellas eran discusiones que marcaban puntos de rupturas internos dentro del campo socialista. Las posiciones de Van Khol serían vehementemente criticadas por muchos delegados.

Principalmente por los representantes británicos de la Federación Socialista Democrática y del Partido Laborista Independiente, que aprovecharon el conclave para criticar la política británica en África del Sur (guerra bóer) continuando de esta manera la campaña antibelicista que venían llevando adelante en Inglaterra. El socialista británico Ernest Belfort Bax, en polémica con Bernstein, hizo una valerosa defensa de los levantamientos anticoloniales y criticó con ironía la defensa de los derechos de las “culturas superiores” que hacía el revisionista alemán Bernstein (Varios, 1979: 59-69). Pero para ese entonces el gran rebatidor, en un plano más teórico, de las posiciones social imperialistas sería Karl Kautsky.

En su ya mencionado trabajo Vieja y nueva política colonial había trazado una línea de análisis que terminaría siendo adoptada por el centro socialista en los primeros años del siglo XX. Kautsky diferenciaba el colonialismo expoliador y negrero que había surgido con la expansión Europa, hacia mediados del segundo milenio de la mano del capitalismo mercantil, de otras experiencias coloniales que se habían desarrollado en posteriores etapas de la historia del capitalismo mundial. Estas habían generado nuevas formas de relación entre centro y periferia y entre metrópolis y colonos.

Buscando fundamentar una diferenciación de los distintos procesos coloniales, Kautsky distinguía entre “colonias de poblamiento” (poblada por colonos europeos pequeños y medianos productores y fuerza de trabajo, principalmente, familiar) de “colonias de explotación” (dominadas por compañías monopolistas y plantadores y basadas en una fuerza de trabajo nativa servil o semiservil). Las colonias de poblamiento (Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, El Cabo) desarrollaron formas de economía más cercanas a la de los países centrales y lograron autonomizarse gradualmente de sus metrópolis sin dejar de estar integradas al mercado mundial.

En cambio las colonias de explotación perpetuaban una economía mono productora, tecnológicamente arcaica y la explotación de las masas de nativos por parte de una elite colonial de burócratas, militares y capitales monopolistas. Para Kautsky las colonias de poblamiento representaban una experiencia histórica distinta a la del colonialismo expoliador. No obstante reconocía que a fines del siglo XIX ya no había tanto espacio para crear colonias de ese tipo.

La expansión colonial en África y Asia por parte de países como Alemania, Francia, Bélgica, etc. representaba un modelo de explotación que no elevaba el nivel de las fuerzas productivas de la periferia aparte de someter a los nativos a formas de trabajo forzado brutales con un ritmo peor que en siglos pretéritos.

Se trataba de emprendimientos que solo beneficiaban a los capitales monopolistas que se aseguraban un mercado cautivo por medio de aranceles proteccionistas y con otras medidas tomadas por administraciones coloniales cómplices. Proceso que por otra parte favorecía el crecimiento de las tensiones intercoloniales que podían derivar en conflictos bélicos.

Con cifras en la mano Kautsky sostenía, incluso, que la participación de las colonias alemanas en África en el comercio exterior del país no representaba un aporte económico relevante. Lo que desmentiría los argumentos de los “socialimperialistas” en el sentido que la colonización podría traer beneficios para la clase obrera de las metrópolis. No obstante, Kautsky le reconocía al colonialismo británico importantes rasgos diferenciales en relación a sus pares de otros países europeos. Basado en un modelo de capitalismo industrial dinámico había aprendido a desechar las formas proteccionistas y monopolistas extremas buscando hacer de sus colonias mercados libres para las mercancías propias y de otros países.

Por eso también Gran Bretaña se había comprometido, en su momento, con la abolición del tráfico negrero, de la esclavitud y otras formas de servidumbre. Inglaterra promovió el desarrollo del ferrocarril en las colonias y otros adelantos técnicos así como modestas y graduales formas de auto gobierno para los nativos. Kautsky sostenía también que el colonialismo británico era menos belicista que el de otros países. Nostálgico de la política liberal de los primeros años del gobierno liberal del premier británico Gladstone, el socialista alemán sostenía que los ingleses solo habían recurrido a las armas cuando habían sido agredidos por otra potencia colonial.

Este análisis, que pasaba por alto muchos procesos concretos que desmentían el diagnostico de Kautsky sobre la política británica, (intervenciones armadas en estados periféricos, proletarización violenta de los nativos, represión feroz a los levantamientos anticoloniales) legitimaba la idea que podrían existir formas de colonialismo liberadas de las miserias del que practicaban la mayoría de las naciones europeas de su tiempo.

La posición de Kautsky, la más representativa en las filas socialistas a comienzos del siglo XX, se negaba a reconocer por la positiva la necesidad del colonialismo en el sentido que planteaban los “social imperialistas” pero dejaba abierta la posibilidad de un campo común en el que socialismo podría evaluar más favorablemente una eventual política colonial reformada de sus rasgos más regresivos.[6] Este es el consenso, un tanto ambiguo, que reuniría al centro y a la izquierda del socialismo para oponerse a las tesis social-imperialistas en los congresos de la Internacional y del socialismo alemán en la primera década del siglo XX.


Imagen 5. Eduard Bernstein
https://tse3.mm.bing.net/


Imagen 6. Karl Kautsky y su esposa Louise. https://cli-as.org

En cuanto a la joven Rosa digamos que en París sostuvo posiciones fuertemente anti militaristas que incluían el tratamiento lateral del problema colonial. Rosa señaló la política colonial como una de las principales causas del crecimiento de tensiones militares entre los países centrales, posición que continuará en los artículos críticos de los socialistas participacionistas franceses que citamos más arriba.

Rosa se pronunciaba por la oposición tajante de los socialistas a defender la política colonial y a los presupuestos militares para los ejércitos de tierra y las fuerzas navales. Tema este último que comenzaba a ganar importancia dado la política del gobierno alemán de desarrollo de una gran flota de guerra. Un mes después del conclave de la Internacional, Rosa participaría del congreso de la socialdemocracia alemana reunido en Maguncia en donde se volverían a plantear muchas de estas discusiones.

En esa ocasión redactó una declaración, que sería aprobada por el congreso, que junto con la condena al militarismo se oponía al reconocimiento de “esferas de influencia” colonial en China y pedía una política de “puertas abiertas sin monopolios” (Luxemburgo, 1900). En 1900 el consenso contra las propuestas de los revisionistas social-imperialistas generaba la existencia de un campo común entre personas que en los años siguientes estarían enfrentadas por estos mismos temas.

Rosa no compartía el optimismo de Kaustky sobre la posibilidad de una colonialismo librecambista y “pacífico” como el de los británicos (lo que queda claro en la carta de Rosa a Jogiches) pero quizás compartiera un poco más algunos elementos particulares del análisis del autor de Vieja y nueva… Como vimos en su breve nota de 1898 sobre el tema colonial, coincidía con este último en esgrimir el argumento que las colonias no representaban un aporte importante al comercio exterior del imperio alemán.

En el congreso de los socialistas alemanes en Dresde (1903) se siguió con la misma línea en relación al tema colonial. En el Congreso de la Internacional de Ámsterdam (1904) volverían a discutir sobre el tema colonial los social-imperialistas y los opositores a la política colonial positiva. En este caso el debate fue inseparable de la fuerte polémica entre ortodoxos y revisionistas alrededor de definir la estrategia general del socialismo orientada hacia la lucha de clases o hacia el parlamentarismo y la integración como oposición al sistema.

El congreso fue contemporáneo a la guerra ruso-japonesa que contó con la oposición de los partidos socialistas de los países beligerantes acompañados por los partidos hermanos del resto del mundo. Van Khol y Bernstein profundizaron su defensa de una “política colonial positiva”, polemizando el holandés con el socialista británico Henry M. Hyndman, que realizó una crítica implacable del colonialismo británico en África y Asia, deteniéndose con particular énfasis en sus consecuencias en la India.

En este conclave estuvo presente también, como observador, el hindú Dadabhai Naoroji, militante del liberalismo inglés y futuro miembro fundador del Congreso Nacional Hindú, expresión del nacionalismo independentista del país asiático (Lora, 1989: 43-50). También participó en el Congreso de Ámsterdam un muy sudamericano Manuel Ugarte, en representación del socialismo argentino. Nuestro compatriota apoyó con su voto la condena a las propuestas de los social imperialistas y a la participación de algunos socialistas franceses en los gobiernos liberales. Posiciones que volvería a sostener en el congreso de la internacional celebrado tres años después en Stuttgart, donde el novelista bonaerense volvería a representar a nuestro país.


Imagen 7. Socialismo y belle époque. Manuel Ugarte y el escritor Juan Jose Soiza y Reilly con una chica argentina en París. www.cervantesvirtual.com

La distancia que separaría la reunión de Ámsterdam del próximo congreso de la Internacional realizado en Stuttgart (1907) no fue solo temporal. En el ínterin se produjo la derrota rusa en la guerra con Japón y la autocracia zarista sería golpeada por la revolución de febrero de 1905. En el Congreso de los socialistas alemanes en Jena (1905), la discusión por la huelga general facilitó un acercamiento entre sectores de centro y derecha (conducción partidaria, sindicalistas, revisionistas) alrededor de la oposición a las posiciones de la extrema izquierda sobre la huelga general insurreccional.

En lo concerniente al tema colonial Alemania sería sacudida, en ese entonces, por el tema del genocidio herero que sería criticado por los socialistas en el Reichstag y por la revuelta Maji-Maji en Tanganika. La llamada “elección hotentote” (1907) en que los socialistas perdieron muchas bancas luego de la denuncia del genocidio herero y otras miserias coloniales, también fue parte del clima previo a la reunión del congreso de la Internacional de ese año.

Por otro lado, se había instalado en la escena política europea la cuestión marroquí, como se denominó a las tensiones entre España, Francia y Alemania por sus apetencias coloniales en el extremo noroccidental de África. En el socialismo alemán un fuerte crítico de la política alemana en Marruecos fue el bávaro Kurt Eisner que en 1905 llevó adelante una fuerte campaña contra las apetencias alemanas en África del norte.

Al reunirse el congreso de la Internacional en Stuttgart los socialimperialistas, con Van Khol a la cabeza, fueron mayoría en la comisión de política colonial. Estos insistieron con los temas que habían desarrollado en París y Ámsterdam. Khol insistió con que los países europeos no podrían prescindir de los recursos de las colonias, insistió con la incapacidad de los aborígenes para gobernarse a sí mismos y presentó a la administración holandesa de las Indias Occidentales como ejemplo de un colonialismo inteligente y progresista.

La propuesta de Van Khol de defensa de una política colonial positiva fue rechazada por el congreso, pero esta vez por un escaso margen (127 a 108). Es de destacar que entre los 108 votos a favor de la moción de Khol se contaban los de la mayoría de delegados alemanes. Sin duda el clima del conclave era distinto al de los congresos anteriores. En Stuttgart los representantes de los partidos laboristas de Sudáfrica y Australia levantaron posiciones en defensa del trabajador blanco y contra la incorporación de autóctonos o migrantes no blancos al mercado de trabajo de sus respectivos países.

El espíritu de la “Australia blanca” y la sombra de lo que sería el apartheid se proyectaban en el congreso de la Internacional. El racismo “socialista” que llegaba de lejos. De regiones que, curiosamente, respondían parcialmente al perfil de lo que Kautsky llamaba colonias de poblamiento (Cole, op. cit.: 82-83).


Imagen 8. Van Kol. www.nuevatribuna.es

Este último polemizó con los socialimperialistas con un ensayo titulado Socialismo y cuestión colonial publicado un mes después del congreso de la Internacional y en vísperas del congreso de los socialistas alemanes en Essen. Sin duda alguna Socialismo… es un agudo trabajo de análisis y polémica con la que el futuro “renegado” Kautsky confrontó con al ala más reaccionaria de la socialdemocracia.

En este ensayo desarrolla y profundiza la línea de análisis que había comenzado en Vieja y nueva…, respondiendo a una coyuntura en al cual las posiciones socialimperialistas habían ganado mucha audiencia. Kautsky polemiza con Van Khol en el terreno en que este pretendía tener más legitimidad. Con datos estadísticos y testimonios intenta demostrar que la administración colonial holandesa en las Indias Orientales estaba lejos de revestir los rasgos laudatorios que el holandés les atribuía.

Kautsky proponía que en vez de un tutelaje sobre los nativos los europeos debían buscarse vínculos más horizontales y dialógicos con ellos buscando elevar su nivel tecnológico, hábitos de trabajo, etc. de manera gradual. Kautsky toma partido claramente por un proceso de independencia gradual de las colonias. Refuta los tres argumentos que esgrimen los socialimperialistas para demostrar la inviabilidad de una descolonización.

Estos podían resumirse en la idea que el abandono de las colonias implicaría: a) el desbaratamiento de la estructura estatal; b) el regreso a formas precapitalistas de explotación; c) el abandono de las empresas establecidas en las colonias. Kautsky sostiene que el aparato colonial estatal fue violento y explotador y no buscó elevar el nivel cultural de los nativos. No ve motivo para defenderlo. No obstante reconoce que en algunas colonias no se dan las condiciones para el autogobierno inmediato de los nativos.

Sí, en colonias con estructuras precoloniales más complejas y con elites que se han relacionado con el mundo exterior (India, Egipto, Filipinas). En relación a la posibilidad de una regresión a formas de explotación precapitalistas Kaustky recuerda que las formas de expoliación del trabajo nativo por las colonias no promovieron el desarrollo de un moderno trabajador asalariado libre:

Las aldeas más miserables de África, pero que habitaban en regiones ricas en oro y diamantes, saltaron sin mediación de ningún tipo de la organización gentilicia al capitalismo más moderno, al sistema de los trust y de control industrial por las altas finanzas. El señor Cecil Rhodes no realizó absolutamente ningún esfuerzo para elevar aquellos pueblos a la fase inmediata siguiente, que tal vez hubiera sido equiparable a la época de Carlomagno, permitiéndoles repetir todo el proceso de desarrollo tal como se produjo en Europa, para llegar así a convertirse en algo semejante al proletariado parisiense contemporáneo (Rep. Varios, 1979: 97).

En la misma línea descartaba que una independencia de las colonias implicara el abandono de las empresas que se han instalado o el abandono de las infraestructuras por ellas creadas (ferrocarriles, etc.). Sostenía que el vínculo económico que se había creado era lo suficientemente fuerte para encontrar otras formas de adaptarse y subsistir al fin del colonialismo. Kautsky refuta a Van Khol cuando este afirma que la política de los socialistas no debe quedarse en la mera crítica sino proponer caminos alternativos. En esa línea encuadra a la posición que los socialistas adoptaron en el parlamento en el sensible tema del genocidio de los pueblos nativos de África Sudoccidental:

En lo que respecta a la política colonial, la socialdemocracia alemana jamás se limitó a la mera protesta, por el contrario siempre tomó partido enérgicamente por mejorar la suerte de los nativos como sucedió recientemente con los hereros (Rep. ídem: 48).

Kautsky luego se ocupa de la posibilidad de que se produzcan revueltas en las colonias con estructuras políticas y sociales más complejas. Repite que el socialismo debe apoyar estos movimientos siempre que exhiban rasgos de madurez y no sean expresión de una política putchista. Kautsky, que escribe en momentos que se acusaba el impacto de varios procesos revolucionarios en curso en viejos estados despóticos y semicoloniales (Rusia (1905); disturbios turcos (1905-1906); revolución constitucional persa (1908); prolegómenos de la revolución republicana en China (1911); etc.), no descartaba que para cuando los socialistas conquistaran el poder en Europa algunas colonias se les hubieran anticipado.

En esa línea realiza una audaz comparación de cómo la influencia de la Revolución francesa sobre la independencias hispanoamericanas podría servir de parámetro para evaluar posibles interacciones centro-periferia en los tiempos que corrían. El socialista alemán especulaba con que una revuelta en el agitado Egipto de comienzos del siglo XX pudiera ejercer un efecto domino en el continente Africano:

Si Egipto conquista la libertad entonces surgirán inmediatamente movimientos en toda África del norte y Sudan, y, por último, también en El resto del mundo negro. Bajo el ejemplo y el influjo de Egipto, todas estas posiciones se verán estimuladas a emprender la lucha contra la dominación extranjera (Rep. ídem: 118).

Kautsky incluso cita cartas de Engels de los años 80 del siglo XIX donde este expresaba cierta simpatía por el levantamiento nacionalista egipcio en 1882 y la posibilidad de motines anticoloniales en Argelia. La línea de análisis de Kautsky sobre el tema colonial seguía revalidando su efectividad instrumental en los debates con los socialimperialistas. Pero en un sentido más general, por debajo de los posicionamientos puntuales, la relación de fuerzas se estaba invirtiendo.

Alrededor de una serie de debates que exceden el tema puntual del colonialismo (posición ante la guerra, el militarismo, las huelgas insurreccionales, las estrategias electoralistas) iba creciendo la legitimidad de posiciones reformistas. La oposición de Kautsky a la “política colonial positiva” seguía siendo instrumental para formar una mayoría de centro e izquierda contra los social imperialistas pero dejaba muchas preguntas sin contestar y exhibía no pocas debilidades.

En su ensayo de 1907 ya estaba prefigurada la teoría del “ultra imperialismo” (cooperación pacífica en el comercio colonial de los capitales de distintos países) que Kautsky sostendría en vísperas de la Primera Guerra Mundial y contra la que polemizaría Lenin en El imperialismo, fase superior del capitalismo (1916).[7]

En Stuttgart Rosa, junto a Lenin y otros dirigentes, dio una batalla importante contra el militarismo haciendo prevalecer el clásico llamado a la supresión de los ejércitos permanentes. No obstante estos consensos cada vez eran menos sólidos. En el congreso de los socialdemócratas alemanes en Essen Bebel y el resto de la conducción partidaria se acercaron más a las posiciones de la derecha (Droz, 1984: 77-79).

Las tensiones entre las metrópolis europeas no dejaban de agigantarse y este proceso ejercía presión sobre el espacio socialista dejando ver a la luz sus contradicciones. Limitándonos al tema colonial, cuya centralidad no dejaba de acentuarse, si bien la subjetividad predominante en las filas del socialismo europeo al promediar la primera década del siglo XX seguía siendo contraria a un compromiso con el “colonialismo positivo” ese equilibrio se iba invirtiendo.

El campo común en que hasta ese entonces habían convivido un centrista como Kautsky y la izquierda radical expresada por Rosa y su grupo, por muchos socialistas franceses, italianos, belgas y españoles contrarios al colonialismo, pronto comenzaría a desmembrarse.


Imagen 9. El socialista bávaro Kurt Eisner, duro crítico del colonialismo alemán y líder de la Republica de los Consejos de Baviera en 1919. https://joachimgraf.com

 

Rosa y la cuestión colonial hasta la crisis de Marruecos

A partir de 1906 Rosa había comenzado a desarrollar su labor al frente de los cursos de economía política de la escuela de cuadros del PSD. A partir de ahí comenzará a desarrollar una tarea de redacción de materiales sobre análisis del capitalismo contemporáneo que luego reuniría en sus obra La acumulación del capital (1913) e Introducción a la economía política (1916). Queremos resaltar la dimensión temporal de esta tarea para que se pueda apreciar mejor la relación entre las discusiones políticas del momento con los análisis detallados que Rosa terminará por dar a conocer de casos concretos de penetración colonial en distintas regiones de África.

En el decenio anterior a la guerra las tensiones intercoloniales por Marruecos, y el resto de África en general, ocuparon un papel cada vez más central en los debates del socialismo europeo. En el socialismo francés (SFIO) en donde se venía desarrollando una importante lucha política, gremial e intelectual contra las pretensiones francesas en Marruecos y por los derechos de los nativos en Argelia donde se había difundido el socialismo y el anarquismo y en donde, en 1902, se había celebrado un importante congreso sindical.

La presencia en Francia de una fuerte corriente sindicalista, de visos antiestatistas, que se expresó en el Congreso de Amiens (1902), opuesta a la guerra y el militarismo también jugaría un rol en la agitación anticolonial y antimilitarista de la clase obrera francesa frente a las tensiones franco-germanas de 1905-1907. Especialmente importante fue el trabajo del sindicalista Víctor Griffuelhes al frente de la CGT llamando a no apoyar una acción militar francesa en el norte de África.

Los sindicalistas franceses buscaron vincularse con el movimiento obrero alemán para una acción conjunta pero no encontraron mucho eco en la dirigencia sindical socialista germana que había adoptado posiciones claramente reformistas ante el debate sobre la huelga general. En cambio, más allá de las diferencias teóricas e ideológicas, era importante la afinidad que los sindicalistas revolucionarios franceses podían tener en estos temas con la extrema izquierda de la socialdemocracia alemana con Rosa como principal referente.

La lucha contra el colonialismo en el norte de África también involucró al socialismo español, liderado por Pablo Iglesias, quien junto con los libertarios ibéricos se opuso a la escalada belicista española en Marruecos que culminó en la insurrección de la Semana Roja de 1909 y el fusilamiento de Francisco Ferrer. Iglesias sería aplaudido por los delegados en el VIII Congreso de la Internacional celebrado en Copenhague (1910) cuando denunció la política belicista española en el norte de África.

En ese mismo conclave el francés Édouard Vaillant, con el apoyo de Rosa entre otros, logró hacer aprobar una declaración que instaba a los partidos socialistas a llamar una huelga general ante cualquier conato bélico que pudiera surgir. La acción anticolonialista también incluía a Italia donde los sectores de izquierda del socialismo, que se habían opuesto a la guerra ítalo-etíope de 1896, venían realizando una campaña vigorosa contra las apetencias italianas en Libia que derivarían en la guerra ítalo-turca de 1912 y la huelga insurreccional del proletario peninsular contra esta agresión colonial.

También en Bélgica donde E. Vanvelverde y otros intelectuales denunciaban las atroces condiciones de trabajo de los nativos en el Estado Libre del Congo, propiedad del rey Leopoldo II y a partir de 1911 colonia de la corona belga.[8]

En mayo de 1911, mes y medio antes de que Europa fuera agitada por una crisis diplomática muy seria, Rosa dio a conocer un artículo titulado Utopías pacifistas. En este escrito polemiza con la conducción socialista y con Kautsky alrededor de debates que en la socialdemocracia alemana y europea, cada vez estaban más relacionadas entre sí: el electoralismo y las expectativas pacifistas en relación a las tensiones internacionales en Europa y el mundo.

Rosa criticaba las propuestas de la conducción partidaria en el sentido de proponer un antiarmamentismo gradual de los estados y el apoyo a los esfuerzos diplomáticos para evitar conflictos internacionales. Insistía en el carácter estructural e intrínseco del militarismo burgués. Rosa fundamentaba esta afirmación con ejemplos tomados de las tensiones intercoloniales de esos años:

En los últimos quince años tuvimos: en 1895 la guerra entre Japón y China, preludio al surgimiento del imperialismo en Asia Oriental; en 1898 la guerra entre España y Estados Unidos; en 1899-1902, la guerra de los ingleses y los bóeres en Sudáfrica; en 1900 la penetración de las potencias europeas en China; en 1904 la guerra ruso-japonesa; en 1904-1907 la guerra de los alemanes contra los hereros en África; en 1908, la intervención militar de Rusia en Persia; en este momento la intervención militar de Francia en Marruecos, sin mencionar las incesantes escaramuzas coloniales en África y Asia. La sola enumeración de los hechos demuestra que en el lapso de quince años no hubo uno solo sin actividad bélica de algún tipo (Luxemburgo, 1911).

Rosa resaltaba que estos conflictos tuvieron como consecuencia el reposicionamiento de las metrópolis involucradas en función de consolidar su expansionismo agresivo en zonas cada vez más amplias y a consolidar políticas claramente armamentistas, particularmente en el plano naval. Ningún elemento autoriza a afirmar que existe una tendencia favorable a la resolución pacífica de los conflictos.

Más aun el creciente expansionismo colonial, que incluye la intervención en las periferias semicoloniales, está comenzando a ser contestado por vigorosos movimientos de resistencia: “la revolución en Turquía, en Persia, el fermento revolucionario en China, India, Egipto, Arabia, Marruecos, México, también son puntos de partida para los antagonismos políticos, las tensiones, las actividades bélicas y el armamento a nivel mundial” (ídem).

Con base en estos datos Rosa arremetía contra el pacifismo socialdemócrata que asociaba con el oportunismo electoralista instalado en el partido. En Utopías…, Rosa arremete contra el optimismo pacifista de Kautsky tanto en relación con las colonias como en Europa. Para Rosa la consigna de Estados Unidos de Europa, levantada por Kautsky y los centristas, estaba a contra mano de los principales datos de la realidad que se había tomado el trabajo de analizar.

Era una construcción utópica que pretendía ignorar que Europa nunca fue una unidad económica y que la puja interimperialista e intercolonial hacía que cada vez estuviera más lejos de serlo. Más aun, en épocas de expansionismo imperialista, era una utopía racista que se basaba en la unión de los pueblos blancos contra el “peligro amarillo”, el “continente negro”, etc.

En 1911, en medio de una crisis política en Marruecos, con fuerte intervención de España y Francia, el gobierno alemán envió un acorazado al puerto de Agadir, en el Atlántico marroquí, para proteger los intereses comerciales germanos en el reino del norte de África. La posibilidad de una guerra que involucrase varios países europeos se puso a la orden del día. Ante la propuesta de una acción común de los partidos socialistas de los países involucrados la conducción del socialismo alemán tomó prudente distancia negándose a concurrir a una reunión del Buró Socialista Internacional como proponían los socialistas franceses y españoles.

Como explicamos, desde la “elección hotentote” (1907), Bebel y la conducción socialista consideraron inconvenientes, en términos electorales, a las posiciones abiertamente anticolonialistas. Rosa criticó esta conducta en un artículo de julio de 1911 titulado Acerca de Marruecos en el cual a la vez que rescataba la actitud de los socialistas franceses y españoles, condenaba la actitud de la conducción de su propio partido. Rosa denunciaba la miseria electoralista que se encubría detrás de la presidencia socialista en relación a la presencia alemana en Marruecos.

Rosa traía a colación el interés de los dueños de minas, acerías y empresas de armamentos alemanes por poner un pie en el reino del noroeste de África. Sostener que criticar la prepotencia del Káiser en África era electoralmente inoportuno, pues implicaba la complicidad tacita con esos intereses. Rosa recordaba la valiente oposición a la guerra franco prusiana que los socialistas alemanes habían llevado adelante en 1870-1871. Llamaba a desarrollar una política semejante ante un posible conflicto por la ocupación de Marruecos.

Un mes después, en un nuevo artículo sobre la situación en el norte de África, Rosa profundizaba entre los nexos entre el episodio del Agadir y la política colonial general del imperialismo alemán. De la misma manera que deploraba la posibilidad de una guerra que involucrara a Alemania, Francia, España e Inglaterra en el norte de África, Rosa también tomaba distancia de una diplomacia que se manejaba con una lógica de compensaciones e intercambios de territorios coloniales entre las metrópolis:

La guerra y la paz, Marruecos, a cambio de Congo y Togo por Tahití, esas son las cuestiones en las que se decide la vida de miles de personas, la felicidad o infelicidad de pueblos enteros. Una docena de caballeros de la industria racistas dejan a los políticos comprometidos que piensen y regatean sobre estas cuestiones como lo hacen en el mercado para la carne y las cebollas, y la gente espera ansiosamente la decisión con angustia como los rebaños de ovejas conducidas a la masacre. Esta es la imagen de una repugnante brutalidad y la bajeza tan asquerosa que debería llenar de rabia a todos aquellos que no están interesados directamente en este tráfico sórdido. Pero la indignación moral no es la regla y el arma con la cual se podría haber tomado las vicisitudes de la política capitalista mundial (Luxemburgo, 1911a).

Rosa insiste que la clase obrera tendría que sacar enseñanzas de la crisis marroquí. Especialmente la toma de conciencia de las falsedades de la diplomacia de las potencias y de los vínculos entre los gobiernos y los intereses de las burguesías imperialistas. Los cambios bruscos, de belicismo a pacifismo y viceversa, de los gobiernos burgueses debían servir como denuncia de las falsedades de la diplomacia y los vínculos de los gobiernos con los intereses de sus burguesías nacionales. Lo cual explicaba también los cambios bruscos de los gobiernos entre posiciones pacifista a belicistas según las coyunturas. Rosa insistía en la incidencia mundial de lo que pasaba en Marruecos. En ese sentido volvía a resaltar que otras crisis se producían en ese momento en las periferias mundiales.

El periodo que mediaría entre la crisis de Marruecos, que casi desató una conflagración mundial, y el comienzo de la Gran Guerra en 1914, fruto de la crisis serbia, fue muy agitado parra el espacio socialista europeo. Mientras Rosa daba a conocer La acumulación del capital, su libro más importante sobre el mundo colonial, en el Congreso de la Internacional en Basilea las posiciones antimilitaristas levantaron cabeza y se dio a conocer a un manifiesto en que llamaba a la rebelión y desobediencia de la clase trabajadora europea en caso de declararse la guerra.

Desde hace meses había comenzado la guerra ítalo-turca que derivaría en la intervención italiana en Trípoli y en la huelga de los trabajadores italianos contra la guerra. Poco antes de la reunión del conclave estalló la Guerra De Los Balcanes y la Rebelión de Serbia, Montenegro, Bulgaria y Grecia contra el imperio otomano. El congreso aprobó la agitación antiguerra de los socialistas en sus respectivos países. Nadie podría augurar que dos años después, al estallar la Primera Guerra Mundial, los partidos socialistas, con pocas excepciones, se embarcarían en el apoyo bélico a sus respectivos gobiernos.


Imagen 10. Caricatura sobre la agresión alemana en Marruecos (1911). www.ocr.org.uk

 

Entre la “Unión Sagrada” y la Revolución espartaquista

El estallido de la Primera Guerra Mundial frustró la reunión del Congreso de la Internacional que debía reunirse en Viena en agosto de 1914. El 4 de agosto de ese año los socialistas alemanes, con la sola excepción del futuro líder espartaquista Wilhelm Liebknecht, votaron en el Reichstag los presupuestos de guerra que solicitaba el gobierno del Káiser. Derrotado en el plano teórico los revisionistas terminaron triunfando en el plano político.

En esa coyuntura la joven Rosa denunció la claudicación de las conducciones de los partidos de la Internacional y se involucró en las acciones de los socialistas de distintos países, críticos a la guerra, que buscaban coordinar acciones comunes. Más específicamente una reunión convocada en Bruselas de donde finalmente no pudo salir una acción internacional contra la guerra. En un artículo aparecido en esos días, titulado Escombros, Rosa aludía a los rasgos específicos de esta nueva conflagración bélica sin olvidar la dimensión mundial y colonial de la guerra:

Las guerras se extienden como un hilo colorado por todos los milenios de la historia antigua de la sociedad de clases. Mientras haya propiedad privada, explotación, riqueza y pobreza, las guerras son inevitables y cada una trae a su vuelta muerte y pestilencia, exterminio y miseria. Aun así, la actual guerra mundial supera todas las que antes existieron, en dimensión, furia y profundidad de sus consecuencias.

Nunca tantos países y continentes fueron cubiertos de una sola vez por las llamas de la guerra, nunca tan poderosos medios técnicos fueron puestos al servicio del exterminio, nunca tantos ricos tesoros de la civilización fueron víctimas de la tempestad infernal (Rep. Fernandes, 2016: 21-22).

En 1916, luego de promover la reunión de los socialistas críticos en la Conferencia de Zimmerwald (1915), a la que no pudo asistir porque el gobierno del Káiser la encarceló por oponerse a la guerra, Rosa dio a conocer El Folleto Junius o la crisis de la socialdemocracia alemana, redactado el año anterior. En este escrito Rosa condenaba la política socialista de “Unión Sagrada” con los gobiernos burgueses. Recordaba las clamorosas declaraciones de “guerra a la guerra” del periodo 1911-1914.

También criticaba la adaptación de los socialistas a una política de tregua social (no desarrollo de huelgas) mientras durara el conflicto. Refutaba los argumentos, esgrimidos por el grupo parlamentario socialista, en el sentido que la guerra podría encontrar algún elemento progresivo en el hecho de que Alemania combatía contra el despotismo del zarismo ruso y otras argucias por el estilo. Rosa hacía notar la flagrante falacia de los pronósticos de una “guerra corta”, señalando que el mundo se había enfrascado en una contienda en la que la cantidad de víctimas no dejaba de crecer, y cuyo final no se avizoraba.

Más aun, sostiene Rosa, que ni el triunfo de la entente, ni el de los aliados, serían garantía de una paz duradera. Rosa recordaba las razones profundas de la guerra: a) el viejo revanchismo franco-germánico que venía desde la guerra franco-prusiana de 1870-1871 y; b) la expansión colonial europea, y particularmente alemana, en África y Asia en el último cuarto de siglo. Periodo comenzado con la guerra chino-japonesa de 1895 y continuada en distintas intervenciones imperialistas a lo largo del mundo.

No cabía duda, entonces, de que (1) los juegos bélicos secretos de cada nación capitalista contra todas las demás, sobre las espaldas de los pueblos africanos y asiáticos, debía llevar tarde o temprano a una rendición general de cuentas; que los vientos sembrados en África y Asia volverían a Europa en forma de una tempestad terrorífica, tanto más en cuanto cada aventura asiática o africana traía aparejada la consiguiente escalada armamentista en los estados europeos; (2) que la guerra mundial europea estallaría apenas los conflictos parciales y transitorios entre los estados imperialistas encontraran un eje centralizado, un conflicto de magnitud suficiente como para agruparlos, por el momento, en grandes bandos opositores. Esta situación fue creada por la aparición del imperialismo alemán (Luxemburgo, 1916).

Rosa proseguía desmenuzando los rasgos diferenciales del capitalismo imperialista alemán (crecimiento acelerado en varias ramas de la industria (siderurgia, metalúrgica, ferrocarril, armamentística); la profunda fusión del capital industrial y bancario) así como una serie de factores políticos que favorecían la política colonial germana (monarquía semiautoritaria; desplazamiento del ejército de tierra por un novel poderío bélico naval; etc.).

Rosa también criticaba la política colonial de los países aliados. No eran mejores Francia y su expansionismo en cuatro continentes e Inglaterra con su política represiva y expoliadora en Sudáfrica y la India. Luego de denunciar las atrocidades puntuales de la puja entre las potencias coloniales en las periferias: “El mundo ‘civilizado’ que contempló con calma la masacre de decenas de miles de héroes a manos de este imperialismo, cuando el desierto de Kalahari se conmovió con el grito de los sedientos y los estertores de los moribundos…” (ídem), Rosa sintetizaba en el siguiente párrafo las consecuencias generales y profundas de la Gran Guerra en los continentes colonizados:

En África y en Asia, desde las regiones más septentrionales hasta el extremo austral de Sudamérica y en los Mares del Sur, el capitalismo destruye y liquida los remanentes de los viejos grupos sociales comunitarios, de la sociedad feudal, de los sistemas patriarcales y de la antigua producción artesanal. Pueblos enteros son exterminados, antiguas civilizaciones destruidas, y en su lugar se instalan las formas más modernas del lucro.

Esta bárbara marcha triunfal del capitalismo en todo el mundo, acompañada por la fuerza, el pillaje, la infamia en todos sus aspectos, tiene un rasgo bueno: ha creado las premisas para su propia liquidación final, ha implantado el dominio capitalista en el mundo, cuyo único sucesor puede ser la revolución socialista mundial.

Tal es el único rasgo cultural y progresivo de las llamadas obras magnas de la cultura llevadas a otros países primitivos. Para los economistas y políticos capitalistas, progreso y cultura es ferrocarriles, cerillas, cloacas y almacenes. En sí estas obras, injertadas en las condiciones primitivas, no significan cultura ni progreso, porque se las paga demasiado caras con el repentino desastre económico y cultural de los pueblos que deben beber el amargo cáliz de miseria y horror de dos órdenes sociales, del terratenientismo agrícola tradicional y de la explotación capitalista supermoderna y supersofisticada al mismo tiempo. Las consecuencias de la marcha triunfal capitalista a través del mundo no pueden llevar el blasón del progreso en un sentido histórico, más que en su carácter de creadora de las condiciones materiales para la destrucción del capitalismo y la abolición de la sociedad de clases. También en este sentido, el imperialismo actúa a favor nuestro (ídem).

En el extenso párrafo precedente Rosa tradujo, en el lenguaje de un panfleto político, muchos de los elementos del análisis del colonialismo que venía desarrollando en sus obras teóricas más importantes. Estas frases esbozaban una visión de la expansión imperialista en la que convivía en tensión la idea del carácter progresivo de la penetración capitalista en las periferias, pero solo en un sentido negativo como antesala al colapso del sistema, con el cuadro desolador de la destrucción de las viejas formas económico-sociales comunitarias.

Un esquema determinista del desarrollo histórico convivía con un diagnóstico que terminaba delegando la última palabra a la acción de los sujetos políticos y sociales. Dualidad esta última que se resumirá en la consigna: socialismo o barbarie. En este escrito Rosa define claramente cuál es el sujeto de la revolución en el mundo moderno:

Sólo de Europa, únicamente de las naciones capitalistas más viejas, puede venir, en su debido momento, la señal para iniciar la revolución social que liberará a las naciones. Solamente los obreros ingleses, franceses, belgas, alemanes, rusos e italianos juntos pueden dirigir el ejército de los explotados y oprimidos. Y cuando llegue el momento, solamente ellos pueden exigirle al capitalismo que rinda cuentas de siglos de crímenes perpetrados contra los pueblos primitivos; sólo ellos pueden vengar la destrucción de un mundo entero (ídem).

Para Rosa el principal escenario de la revolución estaba en el mundo industrializado. Como sabemos, la acción de los socialistas, como vanguardia de la clase obrera, no logró parar la barbarie de la guerra. Rosa pasó la mayor parte de la guerra en la cárcel. En el ínterin se produjo la Revolución de octubre que alteró los datos principales de la realidad. En noviembre de 1918, la derrota del imperialismo alemán le devolvió la libertad a Rosa.

En la Alemania de la caída del Káiser estalló la revolución espartaquista que la tuvo como una de sus principales referentes hasta que fue asesinada por los agentes de la reacción en 1919 (Klein, 1985). Pocos días después de salir de la cárcel, y a escasos dos meses de su muerte, Rosa suscribió, junto con otros dirigentes espartaquistas un llamamiento a los trabajadores de todo el mundo en donde los explotados de los mundos coloniales son mencionados, aunque de forma indirecta, como parte del drama que envolvía a todo la humanidad:

Si los representantes de los proletarios de todos los países pudiesen sujetarse las manos bajo la divisa del socialismo con el fin de hacer la paz, entonces la paz se conseguiría en unas pocas horas. Entonces no habría disputas acerca de la orilla izquierda del Rin, la Mesopotamia, de Egipto o las colonias. Entonces sólo habrá un pueblo: los esforzados seres humanos de todas las razas y lenguas. Entonces sólo habrá un derecho: la igualdad de todos los hombres. Entonces sólo habrá un objetivo: prosperidad y progreso para todos (Luxembugo, 1918).


Imagen 11. Rosa Luxemburgo llamando a hacerle guerra a la guerra. www.volksbuehne.berlin

 

Una visión histórica de la formación del capitalismo a escala mundial

Las obras de economía política de Rosa fueron frutos de años de trabajo. Especialmente el periodo 1907-1912, en los cuales Rosa se desempeñó dictadndo cursos de economía en la escuela de cuadros de la socialdemocracia alemana. Fruto de este trabajo son los ya mencionados La acumulación del capital (1913); Introducción a la economía (1916); junto Anticritica (1916), una respuesta a las críticas que se habían hecho de La acumulación… y el trabajo inconcluso ¿Qué es la economía? (1916).

Los trabajos de economía política de Rosa fueron, antes que nada, un esfuerzo intelectual para pergeñar una teoría del desarrollo del capitalismo afín con su proyecto político y las luchas que venía sosteniendo desde fines del siglo XIX: el combate contra el reformismo revisionista y la defensa de la lucha de clases y el acceso al poder de la clase trabajadora por la vía revolucionaria.

También por supuesto formaron parte de la fundamentación de las posiciones anticolonialistas que venía sosteniendo Rosa y la izquierda socialista en los congresos de la Internacional, refutando a los socialimperialistas y el centrismo de Kautsky. Uno de los rasgos más originales de estos trabajos es el abordaje de procesos históricos concretos que ilustran la forma en que Rosa entendía que el capitalismo colonial penetraba en las periferias coloniales y las consecuencias que esto implicaba:

Los fines económicos del capitalismo en su lucha con las sociedades de economía natural pueden resumirse de este modo: 1. Apoderarse directamente de fuentes importantes de fuerzas productivas, como la tierra, la caza de las selvas vírgenes, los minerales, las piedras preciosas, los productos de las plantas exóticas como el caucho, etc.; 2. “Liberación” de las fuerzas de trabajo que se verán obligadas a trabajar para el capital; 3. Introducción de la economía de mercancías; 4. Separación de la agricultura del artesanado (Luxemburgo, 1913).

Rosa analiza procesos producidos en distintos continentes. En relación a África, que es el tema que nos ocupa, los estudios de caso elegidos son: a) la colonización de Argelia y el Magreb (lucha contra la economía natural y sus estructuras comunales); b) la guerra de los bóeres y la penetración del capitalismo minero en África del Sur (destrucción de la economía campesina); c) la penetración financiera en Egipto en el siglo XIX (Rol de los empréstitos).

 

a) La colonización de Argelia y Magreb

Sin duda el análisis que desarrolla Rosa en La acumulación… sobre la colonización de Argelia como la destrucción de una sociedad compleja basada en una economía natural por el colonialismo es digno de ser revisado. Luego de analizar el caso de la colonización de la India por los británicos, Rosa se ocupa del caso de la irrupción colonial francesa en África del norte. En su caracterización de la formación económica y social del Magreb precolonial analiza la vigencia de la estructuras de tiempo largo que se remontan a la antigüedad clásica y aún más atrás.

La organización del pueblo cabilio, con sus formas comunitarias o semicomunitarias de explotación de la tierra por clanes de agricultores y pastores nómades. Estructuras que subsistieron articulándose con las formas tributarias y señoriales impuestas por los distintos poderes políticos que siguieron a la conquista musulmana en el siglo VII d.C. Rosa, que en otras partes de su obra se ocupó de las estructuras comunitarias en el mundo europeo (marcas germánicas, el modo de producción antiguo en el mediterráneo, estructuras comunitarias en el mundo eslavo, etc.), le dedica el siguiente párrafo al comunitario cabilio:

La economía doméstica de este gran círculo familiar era dirigida proindiviso por el miembro femenino más antiguo. A veces también sobre la base de la dirección de las familias, o bien por todas las mujeres en turno. La gran familia cabila, cuya organización ofrecía, al borde de los desiertos africanos, una singular semejanza con la famosa zadruga de los países eslavos del sur, era propietaria no sólo del suelo, sino también de todos los instrumentos, armas y dinero necesarios para el ejercicio de la profesión de todos sus miembros, y adquiridos por ellos.

En forma privada sólo pertenecían a cada hombre un traje, y a cada mujer casada los vestidos y alhajas que formaban su ajuar de novia. En cambio, todos los vestidos costosos y las alhajas se consideraban como propiedad indivisa de la familia, y sólo podían ser usados por los individuos después de un acuerdo general. Cuando la familia no era demasiado numerosa, hacía sus comidas en una mesa común; las mujeres cocinaban por turno; las más viejas se encargaban de la distribución.

Si el círculo de personas era demasiado grande, el jefe distribuía todos los meses las subsistencias alimenticias, preocupándose de que hubiera perfecta igualdad en el reparto. Las mismas familias se encargaban de su preparación. Lazos estrechísimos de solidaridad, auxilio muto e igualdad eran las normas de estas comunidades, y los patriarcas, al morir, solían recomendar a los hijos, como postrer encargo, que se mantuvieran fieles a la asociación familiar (ob. cit.).

Ese comunitario que integraba distintas relaciones jerárquicas asimétricas con una cierta idea de igualitarismo, mutualismo y autosuficiencia comunitaria fue una estructura de tiempo largo en el norte de África. La instalación del imperio otomano en el siglo XVI marcó un punto de inflexión mayor. Aunque Rosa resalta que la dominación otomana tampoco arrasó con las viejas estructuras comunitarias y tribales sino que se articuló con ellas:

Únicamente robaron a las tribus una gran parte de tierras no cultivadas para convertirlas en dominio del Estado y transformarlas, bajo administraciones locales turcas, en dominios del estado (beylatos) que en parte eran cultivados directamente en beneficio del Fisco con obreros indígenas, y en parte se daban en arrendamiento contra interés o prestaciones en especie. Al mismo tiempo, los turcos aprovechaban todo motín y toda confusión de las tribus sometidas para aumentar, con amplias confiscaciones, las posesiones fiscales, y fundar en ellas colonias militares, o para subastar públicamente los bienes confiscados, que cayeron en su mayor parte en manos de usureros turcos o de otra nacionalidad (ídem).

De esta manera se fue desarrollando una combinación particular de feudalismo tributario fiscal (“feudalismo de mando” según la definición de Gallisot) en donde el mundo rural producía para las ciudades de la costa donde se desarrolló la economía dual de los estados berberiscos que producían para el mercado mediterráneo. Una economía mercantil y artesanal manejada por los bajas turcos y por burguesías organizadas en redes étnicas (moriscos, judíos sefardíes, etc.) que explotaban una mano de obra libre.

Dentro de este particular esquema de articulación campo-ciudad subsistieron hasta la colonización francesa las estructuras comunitarias y semicomunitarias del Magreb articuladas con distintas formas de estructuras señoriales (jefes tribales, señoríos de morabitos, etc.). Según Rosa, al producirse la invasión francesa en 1830 el sistema de tenencia de la tierra era más o menos el siguiente.

De 15.000.000 de hectáreas productivas 3.000.000 eran propiedad estatal (Bled el Islam o “propiedad de todos los fieles”); otras 3.000.000 eran propiedad de particulares bereberes, mayormente descendiente de los colonos de la época romana; otras 1.500.000 hectáreas habían pasado a manos de particulares bajo la dominación otomana y; la propiedad común de las tribus árabes nómades abarcaba 5.000.000 de hectáreas.

En el Sahara había 3.000.000 de hectáreas de tierras cultivables alrededor de los oasis que en parte eran propiedad indivisa de grandes clanes nómadas y en parte de particulares. Las restantes 23.000.000 de hectáreas eran terreno improductivo. La colonización imperialista de la Francia orleanista significó, entre otras cosas, una fuerte alteración al sistema de la tenencia de la tierra en el Magreb:

Una vez que los franceses convirtieron a Argelia en colonia suya, comenzaron con gran estrépito su obra civilizadora. Téngase en cuenta que Argelia, que a comienzos del siglo XVII había conseguido su independencia de Turquía, era un nido de piratas que infectaba el Mediterráneo y se dedicaba al tráfico de esclavos con cristianos. Particularmente España y los Estados Unidos, que en aquella época practicaban en alta escala el comercio de esclavos, declararon una guerra implacable contra esta perversidad de los mahometanos.

También durante la gran Revolución Francesa se proclamó una cruzada contra la anarquía de Argelia. Por consiguiente, la sumisión de Argelia se había consumado bajo el pretexto de combatir la esclavitud e implantar un orden civilizado. La práctica tenía que mostrar pronto qué había detrás de todo aquello En los cuarenta años transcurridos después de la sumisión de Argelia, ningún país europeo ha experimentado tan frecuentes cambios del sistema político como Francia.

A la restauración siguió la revolución de julio y la monarquía burguesa; a ésta, la revolución de febrero, la Segunda República, el Segundo Imperio; finalmente, la derrota del año1870 y la Tercera República. La nobleza, la alta finanza, la pequeña burguesía, la amplia capa de la burguesía media fueron sucediéndose en el poder. Pero en medio de todos estos cambios, la política de Francia en Argelia permanecía dominada enteramente por el mismo espíritu. Allí se veía mejor que en ninguna otra parte que todas las revoluciones francesas del siglo XIX giraban en torno al mismo interés fundamental: en torno al dominio de la burguesía capitalista y su forma de propiedad (ídem).

Como resalta Rosa, en los cuarenta años que se sucedieron a la irrupción francesa en Argelia, la consolidación y expansión de la presencia colonial gala en el norte de África se mantuvo firme en sus líneas generales pese a todos los cambios de régimen que se sucedieron en la metrópoli. Durante esas cuatro décadas el colonialismo francés procedió a la metódica y paciente tarea de destruir la propiedad comunitaria árabe-bereber.

El principal procedimiento usado por las autoridades francesas para empezar a erosionar las propiedades comunitarias fue declarar, invocando la ley musulmana precolonial, la propiedad eminente del gobierno, ahora la monarquía orleanista, sobre todo el territorio del país. Con base en este principio los gobernadores franceses declararon que las tierras que no estaban cultivadas no pertenecían más a las tribus y clanes y procedieron a expropiarlas con fines de colonización. Distintos decretos (1830, 1831, 1840, 1844, 1845 y 1846) expropiaban bosques, praderas, colinas y las incorporaban al sistema de cantonnements o entrega de tierras a colonos franceses.

En medio de las tierras de los nativos se comenzaban a formar manchones de propiedad colonial. No obstante, las consecuencias de este proceso no fueron tan lineales como se pudiera haber pensado a priori. Los colonos endeudados comenzaron a vender sus tierras u otros europeos generándose un sistema de especulación en el que incluso los árabes bereberes a veces lograban recuperar tierras comunitarias por compra.

En 1851 una nueva ley de expropiación se apoderó de casi dos millones y medios de hectáreas (pasturas y montes bajos) afectando las formas de pastoreo precolonial. Esta política fomentaba una especulación cada vez más fuerte y situaciones fraudulentas. Ante la precarización creciente de los derechos de propiedad a veces los nativos vendían a más de un comprador europeo la misma tierra y aun se vendían como particulares tierras que eran comunales lo que terminaba careciendo de valor legal.

El Segundo Imperio tardó en encontrar la fórmula para avanzar en el proceso expropiador. Una ley de 1863, reconoció la existencia de propiedades comunales indivisas, lo que antes había sido negado, pero afirmando a la vez la necesidad de expropiarlas para terminar con una estructura “feudal”. Esta ley creaba comisiones designadas para proceder a la división y ventas de tierra integradas por funcionarios coloniales (militares, prefectos, funcionarios civiles) y una presencia simbólica de algún militar nativo.

Estas comisiones debían recorrer el país delimitando el territorio de las tribus, dividiendo el territorio tribal entre los grandes clanes y luego dividirlos en parcelas privadas. Luego de diez años de trabajo las comisiones no avanzaron más allá de la división de la mayoría de las tierras comunales en grandes latifundios en manos de jefes árabes y bereberes. Pero no se pudo avanzar hacia la distribución en parcelas más pequeñas para los colonos.

Caída del Segundo Imperio mediante, la tercera república decidió a avanzar hacia la destrucción radical del viejo sistema de tenencias de tierra en 1873. Uno de los argumentos que se usó para esta nueva legislación, más radical que la anterior, era la situación económica en Argelia durante las décadas del colonialismo y sus secuelas (presión fiscal, despojo de tierras, destrucción de unidades productivas, etc.), que habían derivado en una situación de hambruna que Rosa no deja de comparar con el hambre en la India inglesa (1836).

La administración colonial sostuvo que la única forma de revitalizar la economía del sufrido país era avanzar hacia la propiedad privada en manos de pequeños, y no tanto, terratenientes metropolitanos. La nueva ley de 1873 repartía las tierras de las 700 organizaciones tribales en propiedades particulares de los colonos.

Dos argumentos sirvieron particularmente en la Asamblea Nacional para justificar la nueva ley Los defensores del proyecto del Gobierno insistían siempre en que los árabes mismos deseaban con apremio la implantación de la propiedad privada. De hecho la deseaban; la deseaban los especuladores de terrenos y los usureros de Argelia, que tenían un interés apremiante en “liberar” a su víctima de los lazos protectores de las tribus y de su solidaridad.

Mientras el derecho musulmán rigiese en Argelia, la hipoteca de los terrenos hallaba un obstáculo infranqueable en el hecho de que la propiedad gentil y familiar no era enajenable. La Ley de 1863 había abierto la primera brecha. Se trataba ahora de suprimir por completo el obstáculo para que el usurero pudiera actuar airadamente. El segundo era un argumento “científico”. Procedía del mismo arsenal espiritual del que el venerable James Mill había sacado su incapacidad para comprender las relaciones de propiedad: de la economía política inglesa clásica.

La propiedad privada es la condición previa necesaria de todo cultivo intensivo mejorado del suelo en Argelia. “Él impediría las crisis de hambre, pues es evidente que nadie podrá emplear capital o trabajo intensivo en un terreno que no es su propiedad individual, y cuyos frutos no serán exclusivamente suyos”, declaman con énfasis los discípulos de Smith-Ricardo (ídem).

Rosa desmenuza lo falso de las supuestas virtudes del laisser faire, laisser passer aplicadas a esta economía colonial que se quería redimir de su “barbarie” original. La Ley de 1873 no dio origen a una extensa capa de pequeños propietarios esforzados que, con la fuerza de trabajo familiar completada por una pequeña cuota de mano de obra nativa, protagonizarían una revolución basada en el cultivo intensivo de cultivos necesarios para alimentar a la población local.

De las 400.000 hectáreas propiedad de franceses, 120.000 estaban en manos de dos compañías especuladoras que no modernizaron mucho lo sistemas de explotación y solo parcialmente desarrollaron cultivos intensivos. Por otro lado los sistemas de explotación comunitaria con sus mecanismos de solidaridad tradicionales fueron huesos duros de roer. Posteriores legislaciones coloniales (1897 y 1899) reconocieron parcialmente la vigencia de algunas formas de propiedad precolonial en algunos casos. No obstante, en sentido estructural, a fines del siglo XIX Argelia era una región en donde se había despojado a la mayor parte de la población nativa de su propiedad sobre la tierra creándose una masa de trabajadores rurales pauperizados.

Las viejas estructuras comunitarias habían dejado lugar a grandes latifundios (algodón, viñedos, cereales) orientados al mercado metropolitano. Argelia se había convertido en una colonia dependiente de una metrópoli que la mantenía en el atraso y era gobernada por una elite de colonos racistas y arrogantes. La población nativa había sufrido la destrucción de sus estructuras comunitarias y a cambio se le había conferido una ciudadanía colonial que en la práctica significaba una situación subalterna en términos económicos, sociales y políticos.

La mutilación de Argelia dura ya ochenta años ha encontrado tanta menor resistencia en los últimos tiempos, cuanto que los árabes se ha encontrado cada vez más cercados por el capital francés y entregados a él sin salvación con motivo de la sumisión, por una parte, de Túnez en 1881, y, últimamente, de Marruecos. El último resultado del régimen francés en Argelia, es la emigración de los árabes en masa a la Turquía asiática (ídem).

Imagen 12. Imagen apologética de la colonización francesa de Argelia. Obsérvense las figuras del nativo y el colono francés dándose la mano. www.alterinfo.net

 

b) El colonialismo inglés en África del Sur y la guerra de los bóeres

Rosa consideraba a la penetración imperialista británica en África del Sur y el arrasamiento de la economía de los colonizadores bóeres como un estudio de caso muy representativo de lo que ella denominaba destrucción de la economía natural. Rosa consideraba a la eliminación de las repúblicas bóeres como un proceso necesario para producir la destrucción de un tipo de industria artesanal asociada a una economía campesina.

La necesidad de convertir a los campesinos en consumidores de una producción fabril sería un proceso indisolublemente ligado a la penetración del gran capital. En el caso de África del Sur el gran capital minero. En La Acumulación…, Rosa toma como estudios de caso de la separación de la artesanía y la agricultura la expansión en el oeste de Estados Unidos, vía ferrocarril, luego de la Guerra de Secesión y la guerra de los bóeres en África del Sur. De la siguiente manera Rosa caracterizaba a la sociedad colonial bóeres anterior a la penetración del capital minero en África del Sur:

Hasta el sexto decenio del siglo pasado, en la colonia de El Cabo y en las repúblicas bóeres, reinaba una vida totalmente campesina. Los bóeres llevaron durante largo tiempo la vida de ganaderos nómadas, quitándoles los mejores pastos a los hotentotes y cafres, a los que exterminaban o expulsaban. En el siglo XVIII, la peste, transportada por los barcos de la Compañía de las Indias Orientales, les prestó excelentes servicios, extinguiendo tribus enteras de hotentotes y dejando libre el suelo para los inmigrantes holandeses.

En su avance hacia el este tropezaron con las tribus bantús e inauguraron el largo período de las terribles guerras de cafres. Los devotos holandeses, lectores de la Biblia, tan orgullosos de su severidad puritana de costumbres y su conocimiento del Antiguo Testamento, que se consideraban como “pueblo elegido”, no se conformaron con robar las tierras de los indígenas, sino que se establecieron para vivir como parásitos a costa de los negros, a quienes obligaron a prestarles trabajo de esclavos, corrompiéndoles y enervándoles sistemáticamente.

El aguardiente desempeñó en esta misión un papel tan esencial, que su prohibición por el Gobierno inglés en la colonia de El Cabo fracasó por la oposición de los puritanos. En general, la economía de los bóeres siguió siendo de preferencia patriarcal y de economía natural durante el sexto decenio. Téngase en cuenta que hasta 1859 no se construyó en Sudáfrica ningún ferrocarril (ídem).

Rosa caracterizaba a las comunidades bóeres que protagonizaron el Grand Trek como menudas oligarquías campesinas que vivían de la explotación de una mano de obra nativa servil en pequeña escala. Comunidades que leían la realidad desde el prisma de un racismo de base teológica calvinista que la hacía verse a sí mismo como una nueva versión del Israel del Antiguo Testamento.

La prohibición de la servidumbre africana por la administración inglesa de El Cabo impulsó la inmigración de estos pioneros al este del Limpopo y la formación de las racistas Republicas bóeres en guerra con los bantúes y zulúes y pronto también con los gambusinos anglos (británicos pero también norteamericanos, australianos, etc.).

Rosa recordaba que la creciente presencia colonial británica en la zona solía presentarse con la sospechosa pretensión de ser la protección de la mano de obra nativa. Propaganda que encubría la intensión de erosionar la base económica de la sociedad de los colonos de origen neerlandés. Recordaba que, en sus espacios consolidados, los británicos desalojaron manu militari a muchas etnias nativas belicosas a la vez que usaron a las jerarquías nativas más dóciles como correa de transmisión para consolidar su poder. Esta política genocida preparó la llegada del gran capital minero a la zona:

El capital inglés sólo dio a conocer enérgicamente sus verdaderas intenciones con ocasión de dos acontecimientos importantes: el descubrimiento de los campos de diamantes de Kimberley, en 1867-1870, y el de las minas de oro del Transvaal, en 1882-1885. Estos acontecimientos inauguraron una nueva época en la historia del África del Sur. Pronto entró en acción la Compañía Británica Sudafricana, es decir, Cecil Rhodes.

En la opinión pública inglesa se verificó una rápida mutación. La codicia de los tesoros sudafricanos empujó al Gobierno inglés a dar pasos enérgicos. A la burguesía inglesa no le parecía excesivo ningún gasto ni ninguna sangre para apoderarse de las tierras del África del Sur. Sobre ella cayó súbitamente una enorme corriente de inmigración. Hasta entonces había sido escasa, ya que los Estados Unidos atraían al emigrante europeo.

Desde los descubrimientos de los campos de diamantes y oro, el número de los blancos en las colonias sudafricanas creció rápidamente. De 1885 a 1895 sólo residían en Witwatersrand 100.000 ingleses emigrantes. La modesta economía campesina pasó a segundo plano; la minería, y con ella el capital minero, comenzaron a desempeñar el papel principal (ídem).

Rosa insistía con la confusión y la impotencia de las repúblicas bóeres frente a la presión del capital imperialista encarnado en la migración masiva de los buscadores de oro y que contaba como reaseguro, en última instancia, al aparato político y militar británico en África del Sur. De forma natural las comunidades de granjeros se vieron cercados por la creciente masa de forasteros que llegaba, la presión militar inglesa, sumada al miedo a la rebelión de los cafres alentada por los británicos e incluso del corruptor poder del dinero que las compañías mineras esgrimían para dividir las filas de los duros campesinos calvinistas. Fiel a su esquema determinista, Rosa resaltaba que era una lucha que solo podía tener un resultado. La impotencia militar y política de los bóeres era en el fondo la de una organización económica y social y, también una cultura, condenada por la historia:

En su torpeza para defenderse contra el torrente de lodo y lava del capitalismo que amenazaba tragarse a sus repúblicas, los bóeres recurrieron a medios de un primitivismo extremo, que sólo podía hallarse en el arsenal del campesino más terco y torpe: excluyeron a la masa de los uitlander, muy superiores a ellos en número y que, frente a ellos, representaban el capital, el poder, la corriente de la época, de todos los derechos políticos. Pero ésta no era más que una broma de mal gusto, y los tiempos eran serios. Los dividendos sufrían las consecuencias de la mala administración de las repúblicas campesinas. El capital minero se levantó. La Compañía Británica Sudafricana construyó ferrocarriles, sometió cafres, organizó revueltas de los uitlander y, finalmente, provocó la guerra de los bóeres. Había sonado la hora de la economía campesina (ídem).

Rosa se esfuerza en relacionar, de una manera un tanto forzada, el fin de las repúblicas bóeres y con el proceso de la guerra de secesión en Estados Unidos y la posterior expansión hacia el este. Dice que en Estados Unidos la victoria del norte industrial sobre el sur esclavista se tradujo en la expansión hacia el oeste mientras que en el caso de África del Sur el triunfo del capital minero marcó la ruina de una economía campesina que no tenía donde expandirse:

“En los Estados Unidos la guerra había sido el punto de partida de la revolución; en Sudáfrica era su término” (ídem). De este proceso nacería la Sudáfrica aurífera y diamantífera que se basaría en la explotación de un proletariado colonial carente de derechos políticos y gremiales. En una extensa nota del capítulo XXVI de La Acumulación… (“La reproducción del capital y su medio ambiente”), Rosa describía los brutales métodos para la proletarización de los nativos separándolos de sus medios de vida. Los Compounds o recintos amurallados cubiertos por una red metálica que impide recibir cosas del exterior.

En estos campamentos africanos de distintos orígenes y etnias se hacinaban en pequeñas cabañas Estos recintos se comunicaban con las minas por una galería subterránea donde a cada ocho horas se realizaban los relevos. Los campamentos estaban rigurosamente vigilados y aislados del mundo exterior. Una tienda de la compañía proveía de raciones y otras cosas a los trabajadores. Existían espacios donde los nativos podían distraerse jugando juegos de azar u otro tipo.

Regía la ley seca y se castigaba las infracciones con azotes. Los nativos no podían dejar el lugar hasta que terminara su contrata. La fuente que cita Rosa informa que en algunas compañías los trabajadores llegaron a los Compounds de forma compulsiva luego de que se arrasaran sus aldeas y se les requisara el ganado:

En la nueva Unión Sudafricana, en la que se realiza el programa imperialista de Cecil Rhodes, las pequeñas repúblicas campesinas son sustituidas por un gran estado moderno; el capital ha tomado en ellas oficialmente el mando. La antigua oposición entre ingleses y holandeses ha desaparecido ante la nueva oposición entre capital y trabajo.

Ambas naciones han sellado una fraternidad conmovedora, haciendo que un millón de explotadores blancos hayan desposeído de sus derechos civiles y políticos a cinco millones de obreros de color, y no sólo han sido perjudicados los negros de las repúblicas bóeres, sino también los negros de la colonia de El Cabo, a quienes se les ha quitado todos los derechos cedidos antaño por el Gobierno inglés.

Y esta obra noble, que ha coronado la política imperialista de los conservadores por un golpe de violencia descarado, había de ser realizada precisamente por el partido liberal, con el aplauso frenético de los “cretinos liberales de Europa”, que, orgullosos y conmovidos, veían en la completa autonomía y libertad concedida por Inglaterra al puñado de blancos de África del Sur, la prueba del poder y grandeza creadores que encerraba aún el liberalismo en Inglaterra (ídem).

Muchos elementos se desprenden del análisis precedente. Rosa ve a la sustitución de la economía campesina en pequeña escala por un modo de producción capitalista basado en la explotación minera en gran escala como un proceso inevitable. No obstante no le reconocía la mayoría de las virtudes progresivas que otros autores marxistas de su tiempo señalaban para procesos semejantes. Por el contrario la sociedad que nació de la derrota de los bóeres fue mucho más injusta y desigual.

No estamos ante el desarrollo de un capitalismo moderno basado en el trabajo libre. Rosa describía lo primeros pasos en la formación de un proletariado colonial africano híper explotado, sin derechos y sometidos a variadas formas de coerción extra económica. Sobre este último tópico es bueno aclarar que para cuando se publicó La acumulación… todavía una parte importante de la clase obrera minera estaba formada por trabajadores blancos, locales e inmigrantes.

En tiempos de Rosa todavía África del Sur no había terminado de desarrollar de manera acabada las tendencias definitivas de lo que Samir Amín denominaría el “África de las reservas”.[9] Para 1913 los africanos proletarizados ocupaban una parte importante de los trabajos menos calificados en el espacio minero de África del Sur. No así en la mano de obra más especializada que seguía siendo mayormente eurodescendiente. Un año después de la publicación de La acumulación… se produciría la primera huelga de africanos en las minas.

Pero la sustitución masiva de los trabajadores blancos por los negros proletarizados alcanzaría su expresión final en el periodo de entre guerras. Rosa no se ocupa mucho de la explotación del obrero blanco en su análisis de la situación en África del Sur. Sin duda no podía desconocer su problemática ya que en los congresos de la Internacional, representantes del partido del trabajo de África del Sur defendieron el racismo sindical sudafricano que buscaba limitar, e incluso proscribir, la contratación masiva de africanos en todas las escalas laborales para impedir la baja de los salarios.

Aunque sea un ejercicio conceptualmente discutible sería interesante preguntarse qué hubiera opinado Rosa si hubiera vivido para ver la revuelta del Rand (1922) en la cual los trabajadores blancos de África del Sur protagonizaron una insurrección violenta levantando el ejemplo de la revolución de octubre pero también la defensa del racismo laboral (González, 1988: 57).

Las frases indignadas de Rosa para los “cretinos liberales” que elogian las virtudes del colonialismo inglés y sus tendencias al self-government en las colonias suenan como una fecha de parto hacia el centrismo socialista y sus posiciones en cuestiones coloniales. Aunque como vimos Kautsky también era crítico de la realidad sudafricana posterior a la derrota de los bóeres. Por último señalemos que la historiografía marxista ortodoxa de Sudáfrica ha mirado críticamente la visión de Rosa sobre la sociedad bóer y la transición al auge del capitalismo minero.

Escribiendo al calor de la lucha contra el apartheid, en la sexta y séptima década del siglo XX, los escritores comunistas Jack y Ray Simons (2007), intelectuales de un partido mayormente integrantes por sudafricanos blancos, reivindicaban a la lucha de los bóeres como un movimiento anticolonialista opuesto al desarrollo del capitalismo monopólico de las grandes minerías. Reconocen que los bóeres ejercían opresión clasista y racial sobre los nativos. Pero sostienen que no puede afirmarse de forma tajante que no pudieran haber evolucionado en el sentido de desarrollar un capitalismo más moderno como hacia Rosa. Resaltaban que Transvaal y Orange eran economías agrícolas dinámicas.

Así a estas regiones con riqueza mineral afluían personas instruidas y con capitales y recursos tecnológicos que elevaban el nivel de producción. Sin las presiones a las que estuvieron sometidos los gobiernos republicanos podrían haber mejorado el sistema de comunicaciones y el aprovechamiento de aguas y distintas formas de energía. En la última década del siglo XIX se habían comenzado a tender líneas férreas para comunicar la región con los puertos del Índico, se dictó un código de minerías, se prohibió la explotación clandestina y se desarrolló una fuerza militar propia.

Los gravámenes cobrados a los mineros le proveían al fisco de recursos que se podrían usar para seguir modernizando la estructura productiva del país. Concluyen afirmando: “Una guerra no era inevitable ni necesaria para modificar la república” (p. 50), frase que trae al ruedo la clásica tensión determinismo/anti determinismo en el universo de ideas del marxismo.[10]


Imagen 13. Milicias de las repúblicas bóeres en la guerra de 1899-1902. https://cellcode.us

 

c) El Egipto post Mehmet Alí hasta el protectorado británico

El estudio de la penetración de los capitales extranjeros en Egipto desde mediados del siglo XIX hasta el establecimiento del protectorado británico y sus consecuencias es tomado por Rosa como un estudio de caso del rol de la política de empréstitos en la expansión del capital hacia las periferias. Elemento clave para desarrollar su análisis de la reproducción ampliada. En esa perspectiva la exportación de capitales hacia los países coloniales y semicoloniales fueron instrumentos clave en las fases decisivas de la consolidación de las áreas de influencia de las metrópolis y la consolidación de sus espacios coloniales. En el tiempo medio y corto de la etapa imperialista del capitalismo, la política de empréstitos estuvo íntimamente ligada a dos formas de capital con fuertes conexiones entre sí: el ferrocarril y la inversión minera.

La construcción de ferrocarriles y la minería (particularmente las minas de oro) propicias para la colocación del capital de países antiguos en nuevos, provoca, inevitablemente, un activo tráfico de mercancías en países donde hasta entonces había regido la economía natural; y producen la rápida disolución de antiguas formaciones económicas, crisis sociales, renovación de las costumbres, es decir, la implantación de la economía de mercancías primero y, posteriormente, la producción de capital (Luxemburgo, 1913).

Rosa analiza estos fenómenos a escala mundial pero prestándole mayor atención a los procesos que se sucedieron en periferias semicoloniales con estructuras económico sociales complejas en el periodo precolonial. En esos países la inversión en ferrocarriles y minería encontraron territorios con culturas no capitalistas donde la colocación de capitales podía ampliar el consumo para incrementar la reproducción que permitía la acumulación del capital.

Dentro de esta perspectiva es que Rosa enfocó su lente en el Egipto precolonial tardío del siglo XIX en donde estaban presentes tres elementos claves del proceso de penetración imperialista: “empresas modernas capitalistas de gran amplitud, un aumento enorme de la deuda pública y el desmoronamiento de la economía campesina” (ídem). Rosa comienza analizando los rasgos salientes de la política de modernización del viejo Egipto otomano que llevó adelante el sultán Mehmet Alí, dependiente solo nominalmente del gobierno turco, luego de la invasión napoleónica de 1799. Rosa le reconoce un carácter progresivo a la política de diversificación de la agricultura y protoindustrialización que Mehmet Alí impulsó aprovechando los resortes de la vieja estructura fiscal y de prestaciones campesinas heredada del periodo otomano:

En Egipto existía hasta los últimos tiempos prestación personal, y los valíes, y después el kedive, ejercían sobre el suelo la más desconsiderada política de violencia. Pero, justamente, estas condiciones primitivas constituían terreno incomparablemente apropiado para las operaciones del capital europeo. Económicamente, sólo podía tratarse, al principio, de crear condiciones para la economía monetaria. Y éstas se crearon, en efecto, con recursos pecuniarios directos del Estado. Mehmed Alí, el creador del Egipto moderno, empleaba en este sentido, hasta los años de 1830, un método de sencillez patriarcal: compraba a los fellah cada año, por cuenta del Estado, toda su cosecha para venderles luego, más caro, el mínimum que necesitaban para su subsistencia y para la siembra.

Al mismo tiempo, traía algodón de la India, caña de azúcar, índigo y pimienta, de América, y prescribía oficialmente al fellah la cantidad que tenía que plantar de cada una de estas cosas; conjuntamente, algodón e índigo, eran declarados monopolio del Gobierno y sólo podían ser vendidos a él; sólo él, por tanto, podía revenderlos. Con semejantes métodos se introdujo en Egipto el comercio de mercancías. Es cierto que Mehmed Alí no hizo poco para elevar la productividad del trabajo; hizo restaurar antiguos canales, ahondar pozos y, sobre todo, inició la gran obra de canalización del Nilo en Kaliub, con la que se inaugura la serie de las grandes empresas capitalistas de Egipto (ídem).

Queremos llamar atención que en el párrafo precedente Rosa le reconoce a un viejo estado despótico tributario la capacidad de haber llevado adelante, aunque sea parcialmente, cierto proceso de modernización y diversificación en base a un esquema de desarrollo económico centrado en el estado. Mehmet Alí supo aprovechar la gran demanda de algodón de las economías centrales en las siete primeras décadas del siglo XIX para promover una variedad de capitalismo de estado basado en el monopolio del comercio exterior por un estado autoritario.

No obstante esta elevación del nivel tecnológico de las fuerzas productivas obligaría a los sucesores del sultán modernizador a involucrarse en una política de toma de deuda que a la larga sería nefasta. Rosa no contempla en su análisis algunos factores que los historiadores posteriores señalarían como limitaciones al modelo de desarrollo impulsado por Mehmet Alí (el fuerte peso de los gastos militares sobre el fisco para llevar adelante políticas expansionistas). Ella constata que ese intento de un protocapitalismo de estado fracaso.

Centrándose en las décadas de 1850 y 1860 la “cumpa” Luxemburgo presta atención al emprendimiento de importantes obras hidráulicas en el Nilo y la construcción del canal de Suez, inversiones del capitalismo francés en épocas del segundo imperio. Los gobernantes egipcios, sucesores de Mehmet Alí, acordaron estas obras y con ellas involucraron al país en un endeudamiento del que ya no podría salir aparte de someter a una parte importante de la población rural del país a una curvea obligatoria y generalizada.

Los fellah (campesinos) se convirtieron en la mano de obra forzada de los emprendimientos del capitalismo europeo que reclamaba sus derechos como acreedor del estado cargando sobre sus espaldas la construcción de los diques contenedores del viejo Nilo y la excavación del canal construido por Lesseps. Rosa reconoce que este proceso ayudó a incorporar nuevas fuerzas productivas (arados a vapor, bombas centrífugas, maquinas empacadoras) pero significó una pesada carga sobre el campesinado. Incluso los pocos elementos progresivos que pudiera haber tenido la “vía egipcia al capitalismo” se vinieron abajo con la caída del precio del algodón en el mercado mundial luego de 1870.

El hundimiento de la especulación algodonera sobrevino ya al año siguiente, cuando, concertada la paz en la Unión Americana, el precio del algodón bajó, en pocos días, de 27 peniques la libra a 15,12 y, finalmente, a 6 peniques. Al año siguiente, Ismael Pachá se lanzó a una nueva especulación: la producción de caña de azúcar. Se trataba ahora de hacer la competencia a los estados del sur de la Unión, que habían perdido sus esclavos, con la prestación personal de los fellah egipcios.

La agricultura egipcia se vio desconcertada por segunda vez. Capitalistas franceses e ingleses hallaron un nuevo campo para la más rápida acumulación. En 1868 y 1869 se proyectó levantar 18 gigantescas fábricas, capaces de producir cada una de ellas 200.000 kilogramos diarios de azúcar, es decir, con un rendimiento cuádruple que el de los establecimientos más grandes conocidos: 16 se encargaron en Inglaterra y 12 en Francia, pero, a consecuencia de la guerra franco-alemana, la mayor parte del pedido fue a parar a Inglaterra. Se quería establecer, cada diez kilómetros a lo largo del Nilo, una de estas fábricas como centro de un distrito de diez kilómetros cuadrados que debía suministrar la caña de azúcar.

Cada fábrica necesitaba diariamente 2.000 toneladas de caña para mantenerse en pleno rendimiento. Mientras cientos de antiguos arados de vapor del periodo del algodón yacían destrozados, se encargaron nuevos centenares para el cultivo de la caña de azúcar. Miles de fellah fueron empujados a las plantaciones mientras otros millares trabajaban en la construcción del canal de Ibrahiniya. El bastón y el látigo funcionaban a pleno rendimiento.

Pronto sobrevino el problema de los transportes; para acarrear la caña a las fábricas, se tuvo que construir apresuradamente una red de ferrocarriles y utilizar ferrocarriles transportables, transporte por cables, locomotoras de carretera. También estos enormes pedidos correspondieron al capital inglés. En 1872 se abrió la primera fábrica; 4.000 camellos se encargaban provisionalmente del transporte, pero el suministro de la cantidad necesaria de caña resultó imposible.

El personal obrero era totalmente inapropiado, el fellah no podía ser transformado, de pronto, en un obrero industrial moderno. La empresa cayó en quiebra, muchas de las fábricas encargadas no se construyeron. Con la especulación azucarera, se cierra en 1873 el periodo de las grandes empresas capitalistas en Egipto (ídem).

En la realidad descripta las cadenas de la dependencia podrían observarse en toda su transparencia. Al ciclo del algodón, que le había conferido cierta prosperidad efímera al país, siguió el del azúcar al cual el viejo régimen despótico en descomposición no pudo adaptarse, volviéndose incluso obsoleta la incorporación de tecnología complementaria de la explotación algodonera que entraba en crisis.

Pasó el momento de influencia del capital francés y llegó el momento del capital británico. Y con este la extensión del ferrocarril y el endeudamiento en mayor magnitud. El peso de la “modernización” de la estructura productiva del país y el endeudamiento volvió a recaer sobre la espalda de la población rural. En la forma de expropiación de las tierras de las aldeas, de coreas forzadas y por la renovada y redoblada presión fiscal (territorial, personal, sobre la vivienda) que llegó a gravar hasta la posesión de palmeras.

Medida esta última que promovió motines y hasta el talado de los árboles para eludir el impuesto. Mientras tanto la vieja elite del país en descomposición, y con vocación de convertirse en auxiliar de los capitales imperialistas, buscaba cada vez alivianar más su propia situación tributaria. Todo está situación desembocó en la crisis de la deuda y el establecimiento del comité de acreedores como un poder neocolonial en 1878.

El establecimiento del comité de acreedores fue un punto de llegada pero también un punto de partida. El gobierno de los capitales británicos y franceses iría controlando paulatinamente áreas cada vez más amplias de la vida del país. Se llegó a vender tierras estatales, también de las mezquitas y escuelas para pagar las deudas a los bancos extranjeros. Esto derivo en el frustrado levantamiento nacionalista de Ahmed Arabí en 1882 al que Rosa le dedica un párrafo:

Un alzamiento militar del ejército egipcio, a quien el control europeo hacía pasar hambre, mientras los funcionarios europeos percibían grandes sueldos, y una revuelta de masas provocada en Alejandría, dieron el pretexto deseado para el golpe decisivo. En 1882 entraron en Egipto para someterlo fuerzas militares inglesas. Así quedó coronada la grandiosa maniobra del capital en Egipto, y la liquidación de la economía agraria egipcia por el capital inglés (ídem).

Para Rosa la historia egipcia del siglo XIX permitía contemplar de manera integral el proceso de colonización económica y, luego política, de una vieja sociedad despótica y tributaria en la periferia del mundo capitalista desarrollado. Aprovechando los tensiones y límites de un proceso de desarrollo autónomo frustrado el endeudamiento del país se fue convirtiendo en un proceso de expropiación de tierras, aprovechamiento de mano de obra forzada y una presión fiscal regresiva amén de pagar las consecuencias de una economía monoproductora sometida a los vaivenes del mercado mundial.

Su mirada de las formas productivas locales en este proceso está tensionada. Eso es visible en su calificación de “primitivista” a los intentos de modernización por la vía despótica y a su visión del fellah como un tipo de productor difícil de adaptar a los modernos procesos productivos. El viejo control ilimitado de la elite otomana sobre el fellah determinó su incorporación a un intento de proceso de desarrollo autónomo como el que intentó Mehmet Alí y, luego a su posterior híper explotación como una mano de obra forzada de los grandes emprendimientos del capital europeo.

En la perspectiva de Rosa las viejas periferias despóticas tributarias ofrecían a la penetración del imperialismo posibilidades más interesantes como economías de mercancías en relación a sociedades como las del África subsahariana: “Los estados orientales realizan con premura febril el desarrollo de la economía natural a la economía de mercancía, y de ésta la capitalista, siendo absorbidos por el capital internacional, pues sin entregarse a éste no podrían realizar la transformación” (ídem).

Proceso que en los años en que Rosa escribía su libro, había derivado en conflictos y resistencias que mostraban las grietas crecientes del orden colonial.[11] Así los sintetizaba Rosa al comienzo del capítulo sobre el papel de los empréstitos internacionales en el anudamiento de vínculos de dependencia. Cada vez la guerra y la violencia son más omnipresentes en dichos procesos:

El último decenio, 1900-1910, es particularmente característico para el movimiento mundial imperialista del capital, sobre todo en Asia y en las partes de Europa lindantes con Asia: Rusia, Turquía, Persia, India, Japón, China, así como el norte de África. Así como la implantación de la economía de mercancías en sustitución de la economía natural, y la de la producción capitalista en sustitución de la segunda se impusieron por medio de guerras, crisis y aniquilamiento de capas sociales enteras, así actualmente la emancipación capitalista de los hinterland económicos y colonias, se verifica en medio de revoluciones y guerras. La revolución es necesaria en el proceso de la emancipación capitalista de los hinterland para hacer saltar las formas de estado procedentes de las épocas de la economía natural y la economía simple de mercancías, y crear un aparato estatal apropiado a los fines de la producción capitalista. A este tipo pertenecen la Revolución rusa, la turca y la china. Estas revoluciones, principalmente la rusa y la china, influenciadas por la dominación capitalista, recogen, en parte, todo género de elementos precapitalistas anticuados; en parte, contradicciones que van contra el régimen capitalista. Ello determina su profundidad y su fuerza, pero al mismo tiempo dificulta y hace más lento su curso victorioso. La guerra es, ordinariamente, el método de un estado joven capitalista para sacudir la tutela del antiguo, el bautismo de fuego y la prueba de la independencia capitalista de un estado moderno, por lo cual la reforma militar y, con ella, la reforma tributaria, constituyen en todas partes la introducción a la independencia económica (ídem).

Rosa y una batalla por la historia

Como ya explicamos, los trabajos de economía política de Rosa son inseparables de su tarea de docente a cargo de los cursos económicos en la escuela de cuadros de la socialdemocracia alemana. En Introducción a la economía política desarrolla varios de los temas y tesis de La Acumulación…, pero en el formato de un manual para explicar cuestiones económicas a los futuros cuadros políticos. Al igual que en La Acumulación…, el análisis de casos históricos sirve para apuntalar hipótesis pero, en este caso, abordados de una manera más autónoma del debate político en caliente.

En esa línea el trabajo de Rosa apela a ejemplos tomados de la realidad de los mundos coloniales para explicar de una manera clara algunos de los rasgos intrínsecos de la economía como esfera de la actividad humana y en relación con lo social. Rosa apuntala con datos tomados de la historia y de la etnografía su visión de la económica pensada dentro del universo de ideas del marxismo y su concepto clave de la totalidad social.

Diferenciándose de los economistas burgueses Rosa propone pensar la economía política como un proceso social. Como la economía del pueblo en oposición a la concepción burguesa de la económica. Polemizando con Ludwig Büchner y Werner Sombart propone como eje mayor de su análisis de la economía política la economía mundial y no la economía de cada país como un proceso aislado.

A lo largo de varias páginas intenta mostrar el alto grado de integración de la económica mundial en la etapa imperialista señalando como expresión final de esta tendencia a las políticas militaristas y las guerras inter imperialistas e inter coloniales con todas sus miserias:

Con la “mercancía” capital se expanden masivamente “mercancías” aún más notables desde algunos países llamados civilizados al mundo entero: modernos medios de transporte y exterminio de poblaciones autóctonas enteras, economía monetaria y endeudamiento del campesinado, riqueza y miseria, proletariado y explotación, inseguridad de la existencia y crisis, anarquía y revoluciones. Las “economías nacionales” europeas extienden sus tentáculos hasta todos los países y pueblos de la tierra para ahogarlos en la gran red de la explotación capitalista (Luxemburgo, 1916a).


Imagen 14. Inauguración del Canal de Suez (1869). https://es.historia.com

Una vez situada en este cuadro general Rosa busca profundizar en otro de los ejes que diferencia la economía política marxista de las escuelas burguesas: el estudio de los vínculos que las personas establecen entre sí en el marco del proceso de la producción. Rosa resalta que las formas de producción precapitalistas del pasado, incluyendo a pueblos de bajo nivel tecnológico y cultural, y a las poblaciones que en el mundo moderno desarrollan formas de producción no capitalistas, se basan en móviles y objetivos transparentes y fáciles de comprender.

Tanto si se trata de cazadores fueguinos; de los clanes de campesinos de las Highlands o de los señores feudales del periodo carolingio, estamos ante procesos productivos destinados a cubrir las necesidades humanas básicas. La economía natural opuesta a la economía capitalista, con su anarquía, sus crisis y sus fetichismos que deben ser dilucidados. Acordando que no se trata de una idea original del “cumpa” Luxemburgo destaquemos que para Doña Rosa la economía política no podía explicarse prescindiendo de los sujetos y actores que participan en el proceso productivo.

Pero Rosa va más lejos. No puede comprenderse la economía política haciendo abstracción de la historia y de la etnografía entendida como estudio comparado de las culturas. Rosa señala que las escuelas económicas burguesas, desde el periodo de la ilustración en adelante, buscaron prescindir de la dimensión histórica de los procesos para mostrar a la economía capitalista como un modelo acabado e intemporal.

Amén de algunos ecos remotos que vienen desde el pasado, la dimensión histórica de la economía aparece con los primeros vagidos de la idea socialista que adquirió rigurosidad científica con Marx y Engels. Proceso que en el campo de la lucha de clases se expresó en la coyuntura revolucionaria de 1848. El socialismo, que pretendía tener la historia de su lado, podía y debía incorporar la dimensión histórica en los estudios económicos. Rosa intentaba un esbozo de la evolución del estado de la cuestión en esta área en el medio siglo largo que las separaba de la crisis revolucionaria de mediados del siglo XIX:

Todavía en 1847, Marx y Engels escribían en el primer texto clásico del socialismo científico en el Manifiesto Comunista: “La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases.” Y justamente en los tiempos en que los creadores del socialismo científico enunciaban este principio, él comenzaba a ser cuestionado en todas partes por los nuevos descubrimientos. Prácticamente cada año aportaba ideas hasta ese momento desconocidas sobre el estado económico de las más antiguas sociedades humanas, lo cual llevaba a la conclusión de que en el pasado debían haber existido períodos extremadamente prolongados en los cuales no había aún luchas de clases, porque no había diferenciación en distintas clases sociales ni diferenciaciones entre ricos y pobres, al no haber propiedad privada (ídem).

La necesidad de demostrar que el conflicto de clases estuvo presente en todas las sociedades humanas obliga a los intelectuales socialistas a redoblar sus esfuerzos en el área historiográfica. Para Rosa, el desarrollo de la historia económica es una de las tareas teóricas que el socialismo debe afrontar para fundamentar la posibilidad de una sociedad distinta de la presente.

Yendo de lo particular a lo general elige como hilo conductor de una historia económica del mundo al análisis de las formas comunitarias tempranas (comunismo primitivo en el lenguaje epocal) y su persistencia hasta el día de hoy. Rosa polemiza con distintos estudiosos (Von Maurer, Von Hasxtauzen, etc.) que sentaron las bases de los estudios sobre el tema.

Luego señala que en los mundos coloniales también se encuentran formas de organización comunistas tempranas que ante el desafío de la colonización europea sirvieron de base al resistencia nativa (India, Argelia, etc.). Junto a los estudiosos del comunismo primitivo en Asia y África del norte (Maine, Darest, Hasse) menciona al estudioso alemán Cunow, militante socialdemócrata, que había estudiado las estructuras comunitarias en el mundo andino y el imperio incaico del Tahuantinsuyo.

Dentro de su perspectiva unitarista Rosa resalta la constatación de que a lo largo de todo el planeta la información sobre las sociedades tempranas indica la existencia de estructuras comunitarias en oposición a los científicos burgueses que sostienen que la propiedad privada es connatural al hombre. Rosa incluso relaciona el momento de la derrota de la Comuna de París como el disparador de una serie de obras de autores que polemizan con el materialismo histórico e impugnan sus bases teóricas: Lippert, Schurtz, Büchner, Starcke. Westermarck y Grosse.

En la misma línea rescata la obra del norteamericano Lewis Morgan, autor del clásico Sociedades primitivas (1881) que fue tomado como base por Engels para el Origen de la familia, la propiedad privada y el estado (1884). Rosa sostiene que Morgan con su esquema de periodización de las sociedades tempranas (salvajismo, barbarie, civilización) permitió fundamentar una lectura materialista de los distintos estados del desarrollo humano. Aporte que le sirvió a Engels para su análisis de la transición desde el comunismo primitivo a la sociedad de clases.

Munida de estos elementos teóricos, Rosa polemizaba con los distintos autores que impugnan las teorías marxistas y en particular aquellos que negaban la existencia de una etapa o estadio comunista o comunitarista generalizado a nivel mundial. Se detiene particularmente en la obra de Grosse que en sus estudios sobre las sociedades tempranas reconocía una base material en el desarrollo de la cultura pero no en sentido marxista.

Rosa criticaba el esquema de Grosse que dividía a los pueblos primitivos en pastores, cazadores y agricultores pero que no incluía el análisis de las relaciones de producción como un elementos diferenciador en el seno de cada de una de estas categorías. Para Rosa se trataba de una teoría estática y antidialéctica que no permitía dar cuenta de fenómenos como la organización matrilineal, incluso de un posible estadio de matriarcado, de muchos de estos pueblos.

Tampoco el rol del totemismo, formas de tabúes, división del trabajo y otros elementos que remitían a las relaciones de producción concretas en que estos pueblos estaban insertos. Los distintos elementos culturales que servían como ordenadores en las sociedades de bandas y otras formas de organización social temprana podían tener una explicación en la perspectiva del materialismo histórico.

Rosa apoyaba su análisis citando información antropológica sobre pueblos primitivos de distintos continentes. Entre ellas de los bosquimanos de África que como vimos aparecen varias veces en su opus, asociados al genocidio colonial de 1904-1907.[12]

Si sabemos simplemente que un pueblo vive de la caza, del pastoreo o de la agricultura, todavía no sabemos nada de sus relaciones de producción y de su cultura pretérita. Los hotentotes actuales de África sudoccidental, a quienes los alemanes quitaron sus rebaños y con ellos sus medios de subsistencia, dotándolos en cambio de modernas escopetas, se han convertido, forzosamente, de nuevo en cazadores. Sin embargo, las relaciones de producción de este “pueblo cazador” no tienen absolutamente nada en común con los cazadores indios de California que viven todavía en su primitivo aislamiento del mundo, y estos últimos a su vez se asemejan muy poco a las compañías de cazadores de Canadá, quienes proveen industrialmente de pieles a capitalistas norteamericanos y europeos (ídem).

Siguiendo con la crítica a Grosse apunta a que su paradigma “materialista” vulgar le impide penetrar en la comprensión de la base estructural de las sociedades tempranas. Por eso tampoco puede comprender el fenómeno de las estructuras comunistas primitivas o tempranas. En el tercer capítulo o apartado de su libro (Historia económica II), Rosa se mete de lleno en el análisis de las estructuras comunistas primitivas.

Las formas germánicas, el modo de producción antiguo en el mediterráneo greco romano, las estructuras comunistas andinas prehispánicas y el mir ruso. Analiza cómo, en muchos de estos casos, las estructuras comunistas primitivas subsistieron al desarrollo de una sociedad dividida en clases y la formación del estado. Resalta incluso que esta persistencia las estructuras comunitarias se adaptaron a distintos modos de producción llegando en algunos casos hasta el umbral de la moderna sociedad capitalista.

La penetración colonial en muchas sociedades estaba destruyendo a las viejas estructuras comunitarias, con las consecuencias que Rosa venía señalando desde hace rato, pero a la vez Rosa sostiene que estas estructuras, en las mayoría de los casos, no podían adaptarse a las transformaciones de la moderna económica capitalista.

La larga historia de las formas comunitarias hasta épocas recientes es vista por Rosa como un fenómeno de persistencia y vitalidad del elemento de organización colectivo en una sociedad aun cuando resalta que bajo distintas sociedades de clase las estructuras comunitarias convivían con la desigualdad y con la explotación.

Factores que incluso pueden verificarse no solo en la totalidad social sino también en el seno de las comunidades. Eso la lleva a volver sobre el tema de la transición de la sociedad de clases. Menciona el modelo de transición a las sociedades despótico tributaria en los grandes valles fluviales (Indo, Nilo) donde la necesidad de los trabajo de irrigación a gran escala favorecieron el surgimiento de una casta sacerdotal y burocrática dominante. Enfocando su lente en otros modelos de transición menciona la importancia de la función militar en distintas regiones del mundo:

De un modo u otro, la actividad bélica (expresión ella misma de los estrechos límites de la productividad del trabajo) desempeña un gran papel entre todos los pueblos primitivos y conduce en todas partes, con el tiempo, a un nuevo tipo de división del trabajo. La segregación de una nobleza guerrera o de un estamento de jefes es, en todas partes, el golpe más fuerte que tiene que sufrir la igualdad social de la sociedad primitiva (ídem).

Es en este contexto que Rosa aborda un ejemplo tomado del África subsahariana contemporánea. Más propiamente hablando de las sociedades de jefaturas del interior de las sabanas centro sur que recién habían tomado contacto con los europeos hacia mediados del siglo XVIII. Nos referimos al reino del Mauta Kasembe, al este del lago Tanganyika y al norte del Zambeze (actual República del Congo), escisión del viejo imperio Luba y otras jefaturas vecinas. Rosa usa como fuente principal el diario del portugués Antonio Gamito que recorrió la región en 1831-1832 más algunos viajeros posteriores.

El reino de Kazembe y sus estados vecinos tenían una estructura productiva basada en la agricultura de azada en pueblos de agricultores que viven en chozas dispersas. El muata (señor) como expresión de una elite difusa (parientes del soberano, guerreros destacados) recogía tributaciones que recibía de la población sometida a su mando. Las distintas aldeas eran gobernadas por delegados del muata que recibían el nombre de mambos y eran hereditarios.

Un consejo de ancianos asesoraba al rey y se suponía que velaba por las normas consuetudinarias. Su capital era una aldea cercada con filas estacas en el fondo de la cual había una gran barraca donde vivía el déspota. Desde ese lugar el rey organizaba sus ejércitos y ejercía justicia con poder de vida y muerte sobre sus súbditos. Vivía rodeado de una corte que incluía concubinas, bufones, orquestas, etc.

Los habitantes del lugar le atribuían al déspota poderes mágicos. Era un personaje rodeado de boato y simbología guerrera (trono hecho con cráneos) A su muerte se lo enterraba con hombres y mujeres sacrificados para que lo sirvieran en el más allá. Rosa, con base en la información etnográfica de la que disponía, llegaba a la conclusión de que estaba ante una sociedad con una cultura material y un nivel de fuerzas productivas bajo, pero en el cual ya no quedaba nada de la igualdad y los mecanismos de consensos “democráticos” de la comunidad primitiva.

Se trata de un tipo de sociedad que no poseía bases para elevarse a un estadio superior al que conocía pero en la cual se había formado una elite con derechos asimétricos en relación al conjunto de la población. Incluso Rosa sostenía que no era imposible que en el desigual y violento reino del muata pudieran subsistir formas de comunismo primitivo y propiedad colectiva de la tierra dato que no le proveen sus fuentes.

Pero en todos los casos la desigualdad social y el despotismo de las sociedades primitivas se diferencian esencialmente de los reinantes en las sociedades civilizadas y que son trasplantados a las primitivas. La elevación de la nobleza primitiva a este rango, el poder despótico del jefe primitivo, son productos naturales de la sociedad lo mismo que sus restantes condiciones de vida. No son más que otra expresión de la impotencia de la sociedad frente a la naturaleza circundante y frente a las propias relaciones sociales, aquella impotencia que se manifiesta tanto en las prácticas mágicas del culto como en las hambrunas que se instauran periódicamente, donde los despóticos jefes perecen a medias o completamente junto con la masa de sus súbditos. Por ello, esta dominación de la nobleza o del jefe mantiene perfecta armonía con el resto de las formas de vida materiales y espirituales de la sociedad, lo que se hace perceptible en el significativo hecho que el poder político de los soberanos está siempre entrelazado con la religión natural primitiva, con el culto de los difuntos del modo más estrecho, y se apoya en ellos (ídem).

Rosa ironizaba que las ceremonias bárbaras del muata y las prácticas de boato que describen los cronistas eran menos absurdas que el considerar nombrado por la “gracia de dios” a un personaje del que nadie pensaría que tiene poderes mágicos y que gobierna a un país de 67 millones de habitantes de cuyo seno nacieron grandes pensadores y artistas, en clara alusión al Káiser alemán.

Estas sociedades protoseñoriales del África oriental habían perdido su carácter igualitarista original pero así todo parecían, en la perspectiva de Rosa, mantener un nexo, aunque bastante degradado, con su comunitarismo original. Esa combinación de asimetría y retazos de un igualitarismo original había sobrevivido durante siglos antes de la conquista por sociedades más desarrolladas.

Rosa, retomando la línea de sus análisis sobre el norte de África en La acumulación…, destaca para el caso africano que los estados musulmanes combinaron la imposición de un feudalismo fiscal y señorial con la subsistencia de formas comunitarias. Señala como una excepción los sultanatos arabizados de Zanzíbar y la costa Swahili que desarrollaron la trata negrera aunque recuerda que fue cuantitavamente menor que la trata instalada por los europeos en el Atlántico.

Más adelante en su análisis de los orígenes de las formas de intercambio mercantil, Rosa se vuelve a ocupar de África al sur del Sahara. Menciona las formas de trueque y comercio no monetario, llevados adelante por pueblos no occidentales en distintos continentes. En relación a África cita cronistas que relatan cómo tribus de África central utilizaban a la harina como dinero no monetario que cambiaban por carne, herramientas, etc.[13]

En los mundos precoloniales, dentro de su primitivismo y pobreza de medios, han convivido la violencia, la servidumbre y las practicas mercantiles primitivas pero sin dejar de perder del todo el carácter de una economía natural ligada a la satisfacción de necesidades. Solo la irrupción del capital imperialista, a través de la ofensiva colonialista marcó la quiebra definitiva de ese lazo trayendo no solo despojo y explotación, sino también los fenómenos típicos del capitalismo y sus crisis periódicas:

En el interior de África la política colonial inglesa y alemana ha transformado en esclavos asalariados a pueblos enteros en los últimos 20 años, y ha aniquilado por hambre a otros dispersando sus huesos en todas las regiones (ídem).


Imagen 15. Viviendas de las aldeas lunda de África central. www.picswe.com

Para Rosa que proponía pensar a la economía política como un proceso mundial el drama que se producía en las periferias coloniales era indisociable del que se estaba produciendo en el mundo central. Toda su acción política y su obra teórica estaban orientadas a dilucidar esa relación dialéctica y a sacar las conclusiones políticas correspondientes de la misma. P

ero para cuando escribió Introducción… los efectos de la política imperialista habían estallado en las propias metrópolis. El mismo año que concluía Introducción… daba a conocer su Anticrítica en donde recordaba que la lucha por la dominación a escala mundial era una de las razones por las que las masas se estaban ensangrentando en una guerra fratricida:

De esta manera, el imperialismo hace que la catástrofe, como forma de vida, se retrotraiga de la periferia de la evolución capitalista a su punto de partida. Después que la expansión del capital había entregado, durante cuatro siglos, la existencia y la civilización de todos los pueblos no capitalistas de Asia, África, América y Australia a incesantes convulsiones y a aniquilamientos en masa, ahora precipita a los pueblos civilizados de Europa en una serie de catástrofes, cuyo resultado final sólo puede ser el hundimiento de la civilización, o el tránsito a la forma de producción socialista. A la luz de esta concepción, la posición del proletariado frente al imperialismo adquiere el carácter de una lucha general con el régimen capitalista. La dirección táctica de su comportamiento se halla dada por aquella alternativa histórica (ídem).

 

Askaris. Soldados coloniales en el África oriental alemana durante la Primera Guerra Mundial.
Imagen 16. Askaris. Soldados coloniales en el África oriental alemana durante la Primera Guerra Mundial.
http://historicaldis.ru

 

Conclusiones

Las primeras aproximaciones de Rosa sobre las sociedades africanas dentro de las problemáticas de las periferias del mundo son inseparables de la emergencia del debate sobre la expansión colonial en la Europa decimonónica particular y del impacto de este debate en el espacio socialista que experimentaba un momento de consolidación y expansión importante.

Por otra parte el debate sobre la cuestión colonial en los congresos socialistas es inseparable de una serie de discusiones que marcaban los puntos de rupturas entre el ala revolucionaria y los sectores reformistas del movimiento socialista internacional (militarismo, cuestión nacional, la centralidad de la lucha de clases en el proceso político, la vigencia teórica de los principios del socialismo científico, la centralidad de la vía insurreccional o parlamentaria como forma de acumulación política, etc.).

Dentro del ámbito del socialismo alemán el problema de la cuestión colonial, y particularmente del colonialismo en África, revistió caracteres diferenciales dentro del contexto europeo. Esto por dos razones de distinto signo: a) La creciente centralidad de los problemas coloniales en el imperio alemán en los veinte años anteriores a la Primera Guerra Mundial y; b) el crecimiento de la influencia política de socialdemocracia alemana en la vida política nacional y su fuerte protagonismo, de tipo paradigmático, en el movimiento socialista internacional.

Las primeras participaciones de Rosa en el tema colonial son contemporáneas al momento en que los problemas de la guerra, el militarismo y la expansión a las periferias comenzaban a ganar mayor centralidad en la agenda de los congresos socialistas. Su participación se inscribe en ese consenso general que unió al centro y la izquierda socialistas contra la reivindicación abierta del colonialismo “positivo” esgrimida por los revisionistas socialimperialistas.

Las condenas al militarismo de la primer Rosa, y sus primeras tímidas incursiones en el tema colonial, sintonizaban con la reivindicación de las revueltas anticoloniales que hacían hombres de la izquierda y el centro socialista en los congresos de fin de siglo. Independientemente de que en los elaborados e interesante trabajos de Kautsky ya estaba prefigurada la posterior bifurcación de caminos entre el ala radicalizada y el ala centrista del socialismo tanto en el tema colonial como en los demás debates que opondrían a revolucionarios y reformistas.

La irrupción de la cuestión marroquí en la política europea contemporánea fue el canto del cisne del consenso entre izquierda y centro en los congresos de la Internacional. La mayoría de los partidos socialistas europeos de los países involucrados en los temas coloniales desarrollaron iniciativas y acciones contra las agresiones coloniales y rumores pre bélico. Es visible la divergencia de la conducción de la socialdemocracia alemana desde la elección “hotentote” a la crisis de Agadir.

También la creciente soledad de la izquierda del socialismo alemán en su oposición radical al militarismo, el colonialismo y el oportunismo electoralista. A nuestro juicio es en los trabajos de Rosa de 1911 están reunidos una serie de elementos que hacen a una visión política de conjunto de los problemas de África, dentro de la problemática más general de las periferias coloniales, que sería la base a partir de la cual Rosa abordaría los problemas de los mundos coloniales, y sus respectivos estudios de caso, en sus obras más teóricas.

Esa visión política general se apoyaba en la centralidad de dos procesos históricos en el tiempo corto: a) el aceleramiento de la expansión colonial y los conflictos derivados de ella en los dos decenios anterior al estallido de la Primera Guerra Mundial; b) y las revoluciones que se venían sucediendo desde hacía un lustro en sociedades semicoloniales complejas, en donde eran golpeados los viejos absolutismos que habían sobrevivido hasta la penetración del capitalismo en sus países.

El mismo año en el que los estados imperialistas casi rompían lanzas por uno de los últimos territorios no colonizados de África la revolución estallaba en China, México, siguiendo a la Revolución rusa y en el imperio persa. Esa combinación entre el recalentamiento de las tensiones intercoloniales y la revuelta en la primera línea de las periferias del capitalismo central constituirían un elemento presente en los trabajos de economía política que Rosa comenzaría a dar a conocer dos años después de la crisis de Agadir y un año antes del estallido de la Gran Guerra.

Una buena muestra de esa íntima relación entre teoría y práctica que George Lukács, resaltaba en el opus y en la acción de la compañera Luxemburgo. Los escritos políticos de Rosa posteriores al estallido de la Gran Guerra, a la “Unión Sagrada” y a la crisis del movimiento socialista están inscriptos en la línea de la confirmación/denuncia de los pronósticos que habían hecho en los trabajos del periodo anterior.

En relación al tema colonial un trabajo como el Folleto Junius buscaba ahondar en los viejos diagnósticos sobre la política imperialista europea en general, y del imperialismo alemán en particular a la luz del drama de la guerra. Drama que Rosa se preocupaba de destacar que había adquirido una dimensión mundial sin precedentes. Nos interesa también resaltar entre el llamado a las masas de 1915 y el manifiesto espartaquista de 1918, lo que entendemos que es, un relativo atemperamiento en la impronta eurocentrista a la hora de pensar el sujeto de la revolución mundial.

Sin duda alguna un libro como La acumulación del capital es la mejor prueba de la estrecha relación de la teoría y la praxis en la obra de Rosa. Con la fuerte apoyatura en el análisis de procesos concretos Rosa fundamenta su teoría del imperialismo intentando demostrar el pronto colapso del sistema y la necesidad de la revolución socialista como el único camino de salvar el mundo de la barbarie.

Los estudios de casos de la penetración imperialista en los mundos coloniales (África, Asia, América) remiten a una serie de procesos en una perspectiva de tiempo corto o medio en la historia mundial que permiten ejemplificar otras tantas formas de penetración del capitalismo en las periferias. Rosa presta mayor atención a la penetración colonialista en viejas sociedades despótico tributarias o señoriales.

Centrándonos en los estudios de casos del continente africano tenemos dos viejos estados del África mediterránea islámica y un tercero, de una región del África subsahariana donde colonos europeos colonizaron una región poblada por bandas y jefaturas de cazadores, pastores y agricultores. Rosa aborda los casos del Egipto otomano y de Argelia como dos sociedades con perfil diferenciado.

El Egipto decimonónico, era un estado fluvial basado en una economía campesina varias veces milenaria. Un estado, virtualmente independiente del decadente poder otomano, en donde una serie de elites pretorianas que se sucedieron en el poder ejercían un férreo control sobre el territorio y sobre una estructura social marcadamente clasista. Equilibrio de poder entre sociedad y estado que permitió que luego de haber recibido un primer impacto de occidente (invasión napoleónica, 1799) el comienzo de un proceso de modernización bastante audaz controlado por el estado despótico. Méritos que Rosa le reconocía a Mehmet Alí.

La autora de La acumulación… no explica claramente cuáles fueron las causas por las cuales el experimento del crecimiento autárquico no pudo garantizar su continuidad. Habla del endeudamiento por las crecientes obras pero lo plantea como una causa mientras que los principales datos de la realidad parecen indicar que fue más como una consecuencia de la apertura hacia el capital extranjero que llevaron adelante los sucesores de Mehmet Alí. Luego el fin del ciclo del algodón terminaría de acentuar un proceso de creciente dependencia financiera que a Rosa le sirve para explicar el endeudamiento como método de penetración imperial.

El Egipto que a partir de 1879 se convirtió en un protectorado controlado por un comité de acreedores no fue un país sometido por ejércitos extranjeros. La penetración del imperialismo en Egipto enfrentó a un estado poderoso que incluso durante décadas había intentado oponer su propio proyecto de capitalismo de estado a las pretensiones occidentales. Sin duda la colonización de Argelia representó un caso de colonización distinto.

Rosa centra su interés en la vigencia de las estructuras comunitarias de los pueblos del Magreb fruto de la interacción de distintos pueblos y culturas desde la antigüedad clásica y aun antes. Si el eje organizador de la economía de Egipto había sido el Nilo desde el delta al valle el espacio económico del Magreb occidental se organizaba alrededor de viejas rutas caravaneras que unían las ciudades de la costa del Mediterráneo, la franja agrícola fértil, los pueblos de pastores en los Tell (colinas) y el espacio del desierto con sus pueblos nómadas que comerciaban por los oasis del Sahara hasta la sabana sur.

Bajo la dominación púnica, romana, vándala, bizantina y los distintos estados que se sucedieron luego de la conquista musulmana las distintas comunidades que vivieron en el Magreb conservaron muchos de su organización igualitaria y comunitaria y semicomunitaria así como una cuota importante de autonomía política. La dominación otomana en el siglo XVI representó un punto de inflexión mayor pero los estados berberiscos y su variedad de feudalismo, semifiscal y semiseñorial, convivió con las viejas estructuras tribales y comunitarias previas.

La forma que adquirió la penetración del capitalismo en Argelia fue la de un tipo de colonialismo, como el francés de periodo orleanista, que no podía apostar a una política de puertas abiertas para dominar una economía periférica como hacían los británicos. Se trató de una ocupación militar violenta, con la imposición del monopolio del comercio por la metrópoli, seguida de la llegada de colonos y el despojo de la tierra a los nativos.

Proceso, que como Rosa destaca, duró varias décadas y conoció varios puntos de inflexión y distintas formas de resistencia. Tanto en la variedad de penetración financiera neocolonial en Egipto como en la intervención colonial directa y expoliadora de los franceses en Argelia las viejas sociedades islámicas del África mediterránea se presentaron como huesos duros de roer capaces de generar alternativas propias en su vía de acceso a la modernidad capitalista (Egipto) o de resistir la imposición colonial cruda. En ambos casos, y en esto Rosa es clara, la incorporación a la economía capitalista no significó el progreso que los liberales y los socialistas reformistas le atribuían. O en todo caso lo significó en una muy corta medida.

El análisis que hace Rosa de la penetración de capitalismo en África del Sur y la destrucción de las repúblicas bóeres está pensado desde otros parámetros. Acá la irrupción del capital no arrasó con estructuras económico sociales de tiempo largo ni enfrentó a estados poderosos en términos políticos y militares. Se trataba de una forma de colonización nacida como un proceso lateral de la expansión europea de los siglos tempranos del capitalismo.

Dispersas comunidades agrícolas y pastoriles, con una relación bastante elástica con su metrópolis europea, vivían de la explotación de mano de obra nativa servil en pequeña y mediana escala y eran gobernadas por menudas oligarquías teocráticas. Un mundo rural y atrasado que, durante el siglo XIX, se había visto encerrado entre etnias nativas belicosas y la presencia y presión colonial británica. Al igual que el sur esclavista de Estados Unidos se trataba de enclaves atrasados que debían ser arrasados de manera natural ante el avance del capitalismo industrial o minero.

La sociedad bóer no podría sobrevivir a la penetración capitalista moderna. En este caso Rosa sí ve una resistencia desesperada que no tiene nada de alternativa y que incluso no representa visos de creatividad ni nada que se le parezca. La destrucción de las economías campesinas encerradas en sí mismo (artesanía y agricultura) no acabó con formas comunitaristas de largo arraigo como en el caso de las sociedades del norte de África.

El resultado fue el establecimiento de una economía minera basada en la explotación de una clase obrera nativa, proletarizada por los medios más brutales, y que veía reforzada su condición de clase subalterna con estatus legal de casta a partir de criterios raciales. Lo precedente estaba condenado por la historia, pero lo que vino después fue un ejemplo terminal de barbarie capitalista.

Por otro lado el análisis que hace Rosa de la sociedad bóer y su destino bien pudiera haber sido leído en esos tiempos como un cuestionamiento en los hechos de la problemática clasificación y diferenciación que proponía Kautsky cuando hablaba de “colonias de explotación” y “colonias de poblamiento”.

En Introducción… encontramos otra forma de encarar los estudios de caso y datos tomados de África y otros mundos coloniales. Se trata de una obra teórica un poco menos condicionada por los debates políticos más urgente que La acumulación…, pero no ajena a la tarea de fundamentación teórica y política de la estrategia revolucionaria concebida por Rosa.

Ella destaca la necesidad de fundamentar la teoría política marxista completándola con la historia e, incluso, con la etnografía, aunque no use este término ni ninguna otra denominación epocal equivalente. Igual que en La acumulación… el apoyo en estudios de casos históricos reviste un carácter fundamentalmente instrumental pero sin por ello proceder a un forzamiento de los hechos.

Por el contrario, se busca extraer conclusiones de los casos que se estudian. Inserta en una polémica con estudiosos burgueses de las sociedades tempranas que intentaban demostrar que la propiedad individual era connatural al ser humano sitúa como una pieza clave de su construcción el análisis del comunismo primitivo de las sociedades preclasistas y su supervivencia y transformación en las sociedades de clase.

Rosa criticaba a algunos materialistas vulgares que reconocían la importancia de la base material en el análisis histórico y antropológico pero no avanzaban hacia el análisis del conjunto de relaciones de producción de una sociedad determinada. A la hora de pensar el inicio de esta línea de interpretación en las sociedades tempranas.

Rosa mira más a Morgan que a Engels, compatibilizador de las tesis de aquel con las categorías de análisis del materialismo histórico. Rosa que, insistimos, fue uno de los autores que más aportó a la comprensión del concepto de “totalidad social” como idea central del universo marxista, sostenía que el análisis de las costumbres, tabúes, religión, etc. de los pueblos “primitivos” y sus interacciones con la base económica y social podían permitir conocer mejor a las sociedades tempranas y su evolución.

Todos los fenómenos que formaban la cultural material y no material de las sociedades humanas podrían encontrar un sentido en esa perspectiva. Idea que estaba lejos de contar con una aceptación generalizada en los estudiosos de su época. Rosa abordaba estas cuestiones desde la modestia de un manual de economía política pero el uso de los datos históricos y antropológicos que usa buscaba elevarse por encima del mero uso instrumental de los mismos.

En el contexto de un análisis de las vías de transición a la sociedad de clases vuelve con el tema de las supervivencias de elementos comunitarios en las sociedades complejas pero también toma ejemplos de sociedades africanas en el nivel de jefaturas protoestatales conocidas por informes de exploradores y viajeros. El despotismo y la brutalidad que se encuentran en estas sociedades de África central son un fenómeno propio de un determinado tipo de transición que favoreció el surgimiento grupos que controlaban la función guerrera y se convertían en la protoelite de una sociedad de bajo nivel de fuerzas productivas y producción de excedente.

Ante las limitaciones determinadas por el medio histórico (naturaleza y relaciones de producción) las formas del despotismo guerrero se corresponden con determinado nivel de desarrollo material y subjetivo de una sociedad (ligazón del despotismo con las formas de religiosidad primitivas, culto de los difuntos, magia empática, etc.) en donde el status privilegiado de unos pocos no se diferenciaría de forma extrema de la situación material del conjunto social.

Sería la contra cara de las primeras sociedades de clase que nacieron de los grandes trabajos hidráulicos sobre los que se instaló una casta sacerdotal o una burocracia que vivía de la tributación de las comunidades de campesinos y que consolidó la formación de estados despótico-tributarios con un desarrollo tecnológico e intelectual más complejo.

Para Rosa, tanto los viejos estados despóticos del Indo y del Nilo como las modestas sociedades de la sabana de África central formaban parte de la historia de la humanidad aunque representaban vías distintas de desarrollo. Y para la época de Rosa la expansión del capitalismo imperialista les estaba igualando a todas en el rasero del saqueo y la explotación.

Por distintos caminos Rosa siempre llega al mismo punto. El capitalismo en su etapa imperialista está provocando la mayor ruptura de la historia de las sociedades periféricas. En varios pasajes de su obra Rosa esboza un esquema del desarrollo del capitalismo desde los grandes descubrimientos de los siglos XV y XVI hasta sus días.

Para Rosa, como para Marx, el capitalismo fue universalizando las relaciones de producción pero en ningún momento este proceso estuvo libre de saqueo, violencia y explotación. Pero la expansión en la etapa imperialista se diferencia de la expansiones de siglos anteriores por su mayor capacidad destructiva.

El capitalismo estaña por concluir la universalización definitiva del mundo bajo su control y contribuyendo a su propio colapso. Para la última Rosa las consecuencias negativas de la expansión imperialista y colonial habían comenzado a producir un efecto retorno desde las periferias hacia el centro. La prueba inevitable de ello fue la Gran Guerra.[14]

Una de las discusiones más persistentes entre los autores que estudiaron, criticaron, redescubrieron y se reapropiaron de la obra de Rosa fue sobre el peso de las concepciones y esquemas deterministas en su obra. Para algunos el determinismo caracteriza al opus luxemburgiano hasta el final. Otros insisten en que hay un quiebre alrededor de la crítica a la guerra y sus consecuencias. Según este último punto de vista la Rosa de Socialismo o barbarie habría dejado de ser determinista.

No nos proponemos dar una respuesta acabada a esta discusión. Pero sí nos animamos a proponer una determinada forma de entender esta disyuntiva. A nuestro juicio en la Rosa que se enfrentó con la Gran Guerra y con la crisis general del movimiento socialista los esquemas deterministas siguieron estando presentes en su opus pero conviviendo en tensión con elementos no deterministas y superadores de una visión crudamente euro centrista de la historia de la humanidad.

Centrándonos en su mirada de los problemas de las periferias en la era de la expansión encontramos algunos de esos elementos: a) la persistencia de las formas del comunismo primitivo en las sociedades de clases y su centralidad en la resistencia ante la expoliación colonial moderna; b) cierta capacidad de reacción de las viejas sociedades despótico tributarias cuando el capitalismo golpeó a su puerta; c) el rol que Rosa le atribuía a las revoluciones que se producían en las periferias semicoloniales en el mundo que iba encubando la Gran Guerra.

Conviene detenerse en este último elemento, que incluso remite a los debates en los congresos de la Internacional en los primeros años del siglo XX. Se ha calificado a Rosa de eurocentrista e incluso “socioracista” por distintos elementos presentes en su opus (su oposición a levantar las reivindicaciones de las naciones oprimidas en el imperio ruso; su escepticismo frente al rol del campesinado durante la revolución de octubre, etc.).

Es clara la afirmación de la tesis del Folleto Junius en el sentido que la clase obrera europea es la vanguardia posible de la revolución. Para Rosa los principales datos de la realidad y la historia de la luchas de clases moderna parecía indicar un solo camino posible aunque, como señalamos más arriba, esta posición se atempero en el manifiesto de1918.

Por otro lado, aquella definición de la clase obrera europea (concentrada, con años de lucha y de organización) como sujeto de la revolución mundial puede leerse desde otra luz si se las mide con la importancia que Rosa le reconoce a las revueltas en la primera línea de las periferias semicoloniales. De manera confusa en los trabajos posteriores a 1911, conviven el llamado de Rosa a la revolución mundial que comenzaría en Europa con la mirada sobre los países semicoloniales donde las masas se agitaban, derrocaban a los viejos absolutismos y resistían a la presión imperial y la explotación.

Procesos que Rosa calificaba de necesarios aunque contradictorios. Como una combinación de elementos progresivos con la conservación de elementos precapitalistas desafiando las visiones unilineales del desarrollo (“profundidad y fuerza”). Entre estos últimos las defensas de las estructuras comunitarias precapitalistas de las que Rosa se ocupa tanto en su obra y a las que, en el marco de una revuelta anticolonial, pareciera evaluar en un sentido que se aproxima a la forma en que Marx había evaluado al mir ruso en su famosa carta a Vera Zasúlich.

No obstante la valorización que hace Rosa de las formas comunitarias no está exenta de tensiones. En algunos párrafos de su obra parece sugerir que a las formas comunitarias les cuesta adaptarse a las necesidades de la productividad moderna. La crisis que la expansión imperialista mundial había provocado se manifestaba dramáticamente en el centro del sistema pero también en sus periferias y desde ellas hacia el centro.

Creemos que para la Rosa que intentaba leer la realidad desde detrás de las paredes de la cárcel el planeta se había convertido en el escenario trágico de un drama único que tenía un solo final posible. No obstante cada vez más parecía un drama en el cual los sujetos que intervenían en él no siempre podían seguir siendo evaluados de acuerdo a esquemas predeterminados. Esa es la tensión principal que encontramos esbozada en la última Rosa. La que desafió al sistema y a la claudicación reformista con la consigna socialismo o barbarie.

Rosa Luxemburgo fue asesinada el 15 de enero de 1919, por sicarios de la reacción protofascista que vivirían para incorporarse a las huestes hitlerianas. Pero la responsabilidad política de su asesinato, junto al del líder espartaquista Karl Liebknecht, fue de los reformistas vendidos a la reacción a los que Rosa había combatido en los foros de la Internacional y del socialismo alemán.

Entre ellos Gustav Noske, en su momento uno de los defensores más vehementes de las tesis “socialimperialistas”, devenido en ministro de defensa represor en los albores de la República de Weimar. Rosa, como tantas mujeres y hombres a lo largo de la historia, pagó con su vida el pecado de luchar por un mundo sin explotación ni opresión. A cien años de distancia nos queda su legado fecundo, incompleto, revulsivo, provocador.

Con aciertos y errores pero, sin duda, conservando su vigencia y su vitalidad para seguir pensando caminos en esa gran obra inconclusa que es la emancipación de la humanidad. Para la compañera de Rosa el compromiso militante y el homenaje del poeta:

 

Rosa, la roja

Tantos motivos
para que te odiaran,
tantos para que te amemos.

La rebeldía suele agigantarse
cuando más afrentas
tienes que vengar.

Entraste en la historia
cojeando y erguida
sobre tu metro y medio de gigante.

Desafiando por igual las mentiras,
las verdades consagradas
y las medias verdades
que solo servían para cargar
con vino viejo los odres nuevos.

Y no te faltó la valentía
para recordar
que ni siquiera
la revolución triunfante
debía estar exenta
de tener, algún día,
que rendir cuentas
ante la historia.

Doctorcita judía,
fea y debilucha,
que brilló en los foros
y sufrió entre los muros
donde soñó ser como
una enfermera roja
curando las heridas,
del cuerpo y del alma,
de los niños
de todas las razas
y continentes del mundo.

Gracia Rosa
por ser como un rayo de luz
en la cruda medianoche.

Una vela al viento
en la tormenta del mundo.
Por hacerle
la guerra a la guerra
sin buscar la paz
de los hipócritas
ni la justificación
de los claudicantes.

Sino el triunfo definitivo
de todos aquellos
que cada día de la vida
echan a andar
las ruedas de la historia


Imagen 17. Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht. Los líderes espartaquistas como emblema en las manifestaciones de la RDA previas a la caída del muro. http://www.sosyalistalternatif.com

 

Notas

[1] La teoría de Rosa sobre el desarrollo del imperialismo ha sido criticada desde distintos ángulos. Lenin, en Imperialismo, etapa superior del capitalismo (1916) revisa a Rosa a partir de un esquema menos determinista del desarrollo del capitalismo en la etapa imperialista. Basado en la idea de una penetración capitalista en la periferia que más que mercados buscaba inversiones y aprovechamiento de mano de obra. Lenin refutaba la teoría de Rosa de una conflagración inevitable entre países imperialistas por el pronto agotamiento de las áreas coloniales a repartirse. No obstante reconocía que los desequilibrios entre los capitales de los distintos países imperialistas generaba la posibilidad de conflictos armados y con ellos la posibilidad de una crisis revolucionaria mundial. La mayoría de los economistas marxistas posteriores no compartieron el esquema general de Rosa sobre el fenómeno del imperialismo. No obstante una serie de autores que priorizan la contradicción centro/periferia del sistema económico mundial (dependentistas, Samir Amín, Harvey) le han reconocido algún mérito a las tesis de la gran revolucionaria alemana.

[2] Véase: Cartas de Marx a Vera Zasulich (https://amauta.lahaine.org) y Krader, 1988. Sobre el anticolonialismo tardío de los fundadores del socialismo científico, véase: Marx y Engels, s/f.

[3] Sobre los congresos de la AIT, véase Dolleans, 1960, vol. 1: 249-326.La biografía de Louise Michel puede consultarse en: http://toupie.org/Biographies/Michel.htm

[4] Para otro enfoque, véase: Hobsbawn, 1998: 65-93.

[5] Marmora, L. “Introducción” a Varios, 1979: 9-15.

[6] Kaustky, K. “Vieja y nueva política colonial”, en Varios, op. cit.: 74-107.

[7] Kautsky, K. “Socialismo y política colonial”, en Varios, op. cit.: 39-120. Otro trabajo de Kaustky interesante para conocer sus puntos de vista sobre el problema colonial es El camino del poder (1910) y Ultra-imperialism (1914). El principal artículo de Van Khol sobre el problema colonial puede consultarse en Varios, 1979: 22-38.

[8] Sobre los socialistas franceses y el anticolonialismo, véase Dolleans, op. cit., vol. 2: 301-304. Sobre la política de los socialistas españoles ante la cuestión marroquí véase la crónica del VIII congreso de la Internacional socialista en Copenhague (en la web). Sobre la política anticolonial de los socialistas, véase: Quiroga y Gaido, 2018. También un artículo del joven Antonio Gramsci que se puede consultar en la web: La guerra y las colonias (1916). Sobre los socialistas belgas y su crítica de la política de su país en el Congo ver Hochschild, 2017: 379-394. La visión de Rosa sobre los distintos partidos socialistas europeos frente a la crisis marroquí en En relación a Marruecos (1911).

[9] Sobre el concepto de “África de las reservas” dentro de una tipología general de las formaciones económico-sociales del África subsahariana ver: Amín, 1976: 258-270.

[10] No parece tan sencillo el poder avalar o rechazar de plano la hipótesis de los historiadores sudafricanos. No obstante resaltemos que pasan por alto en su diagnóstico el peso de los particulares equilibrios raciales y clasistas que existían en la sociedad hegemonizada por los bóeres y condicionaban la posibilidad de que la elite afrikáners pudiera jugar un rol progresivo y solucionar las tareas históricas pendientes de la revolución democrático-burguesa o democrática nacional. Nos parece que encerrada entre la presión imperialista británica y la potencial rebelión de la mano de obra africana semiservil la elite bóer veía muy limitado su marco de maniobra para desarrollar un proyecto de desarrollo de un capitalismo progresivo. La crítica anti determinista de Simons y Simons a La acumulación… no logra fundamentar un hilo conductor entre lo que podría llegar a ser posible de lo que pudiera considerarse, con más seguridad, viable.

[11] Para una caracterización del proceso egipcio desde la época de Mehmet Alí hasta el protectorado británico en el contexto de una visión general de África del norte en el siglo XIX, véase: Rogan, 2010: 99-228.

[12] Rosa mencionó el genocidio de los hereros en muchos escritos y alocuciones. Como un ejemplo interesante, ya que se trata de una discusión sobre táctica y estrategia dentro del partido socialdemócrata y no un artículo sobre política colonial, tenemos un escrito aparecido en Neue Zeit en 1910 con el título “La teoría y la práctica”. En un pasaje en el que polemiza con Kautsky por un elogio que este hacía de los militares alemanes Rosa ironiza que en sus glorias se debiera incluir: “tanto la batalla de Jena como la campaña de los hunos en China, con nuestro Waldersee al frente, y la victoria de Trhotas sobre las mujeres y los niños hotentotes en la Kalahari” (Rep. Echeverría, 2013: 438-477).

[13] Para una caracterización de las sociedades del interior de África central y meridional en el periodo precolonial tardío acorde con criterios historiográficos modernos, véase: Illife, 2013: 262-273. En el mismo apartado una caracterización de la sociedad bóer.

[14] No queremos dejar de reflexionar sobre un tema que excede los marcos de este artículo pero que se relaciona con la vigencia del pensamiento luxemburgista y sus apropiaciones más cercanas en el tiempo. Como señalamos, Rosa vuelve a veces en sus escritos sobre un esquema de desarrollo de las primeras etapas del capitalismo. El periodo de la expansión europea y la formación de los imperios coloniales por el capitalismo comercial. La acumulación primaria primitiva de la que hablaba Marx y que había implicado saqueo, esclavitud, servidumbre y masacres contra los pueblos que la resistieron. Luego la relaciona con la acumulación en la etapa imperialista y sus efectos de expoliación y saqueo sobre las ultimas periferias a colonizar (África y Asia) El capitalismo siempre había significado despojo y expoliación aunque para la etapa imperialistas estos rasgos se habrían incrementado cuantitativa y cualitativamente. Lecturas posteriores de la obra de Rosa han extraído la idea de que las formas el saqueo y del pillaje son un elemento ligado intrínsecamente a la presencia del capitalismo imperialista en las periferias. De ese capitalismo que no colapso a corto tiempo como Rosa había pronosticado. Una autora, alejada de posiciones políticas radicalizadas pero lectora constante del opus luxemburgiano, como Hannah Arendt reflexionando sobre esta cuestión hablaba incluso de un autoconciencia de la burguesía en la época imperialista en el sentido de que las formas de saqueo y expoliación debían ser continuamente re editadas en la periferias coloniales para que el sistema no colapse. Idea, que más próximos a nuestros días, han desarrollado otros autores que reivindican parcialmente la teoría luxemburgiana del imperialismo. Entre ellos Samir Amín que elaboro el concepto de “Acumulación primitiva permanente” señalando, como en los años de la crisis del petróleo, el avance del capital financiero en muchas áreas de la vida económica significaba una nueva vuelta de tuerca de la acumulación capitalista. También David Harvey que propuso el concepto de “Acumulación por desposesión” (p. 2004). Con esta expresión Identifica a fenómenos como la apropiación de los recursos naturales por las multinacionales, la privatización de servicios, la mercantilización de nuevas áreas de la vida social y en la privatización de los restos de economía comunal como las nuevas formas de saqueo imperialista en los albores del tercer milenio.

 

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Cómo citar este artículo:DE LUCIA, Daniel Omar, (2019) “Una flor roja en la cuna del hombre. África en la obra de Rosa Luxemburgo”, Pacarina del Sur [En línea], año 10, núm. 38, enero-marzo, 2019. ISSN: 2007-2309.

Consultado el Miércoles, 27 de Enero de 2021.

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