En todo el mundo y de diferentes formas, la pandemia del coronavirus dejó en evidencia la contradicción inherente entre, por un lado, una forma de producción basada en las ganancias y, por otro lado, la reproducción social, es decir, el conflicto capital-vida (cf. XXF/SOF). La desfinanciación de los sistemas públicos de salud y la progresiva privatización de la infraestructura social son muestras de este afán de lucro en todos los ámbitos de la vida y, en muchos lugares, son causa de muertes masivas. La pandemia y su manejo político expusieron con mayor claridad el conflicto capital-vida como constitutivo del sistema capitalista.
Al mismo tiempo, la pandemia nos recordó una vez más cuáles son los trabajos sociales que son estrictamente relevantes para el sistema. Además de la atención sanitaria, se trata sobre todo de trabajos de cuidado, crianza, educación, alimentación y limpieza; es decir, todos los trabajos que tradicionalmente realizan las mujeres, mayormente en el hogar privado y muchas veces a costa de su independencia (económica) y sus posibilidades de desarrollo personal. Es así que esta división de trabajo en función del género produce una división binaria y, por consiguiente, se establece como base fundamental de la jerarquía de géneros.
Hay quienes pueden tapar los agujeros de la infraestructura pública comprando servicios de cuidado en el mercado, pero los aumentos de precios y la creciente precarización y pobreza afectan cada vez a más personas que, en consecuencia, necesitan recurrir a sus familias o redes sociales para este tipo de trabajos. Tanto los costos económicos como los emocionales se terminan privatizando.
Estos problemas solo se podrán resolver realmente si los trabajos de cuidado se socializan y se organizan democráticamente. Para lograrlo, hay que luchar a nivel local, allí donde las personas cuidan y reciben cuidados. De hecho, en muchos lugares ya existen movimientos que buscan organizar los trabajos de cuidado de forma situada, democrática y orientada a sus necesidades.
¿Cómo sería una ciudad que pusiera en el centro las necesidades de sus habitantes, sobre todo de quienes hoy suelen ser olvidadxs? ¿Cómo podríamos llevar a la práctica esta visión? ¿Qué medidas serían necesarias en los diferentes niveles de gobierno (nacional, regional, comunal)? ¿Cómo nos imaginamos la cogestión popular?
Barcelona
Algunos ejemplos interesantes para pensar una “Ciudad del Cuidado” se pueden ver en los movimientos municipalistas en el Estado español. En 2017, el gobierno municipal de izquierda de Barcelona en Comú presentó un “paquete de medidas para democratizar los cuidados en la ciudad de Barcelona” como eje fundamental de su “gobierno rebelde”.
Para lograr un verdadero cambio de paradigma en relación a las formas de administración, la alcaldesa Ada Colau no situó la elaboración de las medidas en el área del feminismo, sino que se la encomendó al departamento de “Economía Comunitaria, Social y Solidaria” que cooperó estrechamente con el área de “Economía y Trabajo”. Las medidas de políticas económicas van más allá de asuntos empresariales y laborales, y se extienden hacia el sector del cuidado entero (también del cuidado no pago) privilegiando los enfoques de la economía solidaria, la autogestión y las cooperativas. El objetivo es, con la participación de todos los demás departamentos implicados, sentar un “precedente para las políticas públicas de cuidado” (Ezquerra/Keller 2022, 4) donde se repartan los trabajos de cuidado de una nueva manera entre los diferentes actores, es decir, entre estado, mercado, hogares privados y estructuras de la economía comunitaria. Se trata principalmente de unir mejoras concretas en la vida cotidiana con el fin de alcanzar a largo plazo una economía de cuidado con perspectiva de género.
La mayoría de los proyectos del plan que comprendía 68 medidas específicas apuntan a una “socialización de los trabajos de cuidado” (Ídem, 16) y buscan crear nuevas infraestructuras públicas -como centros de familias y guarderías-, consolidar las ya existentes y ampliar el acceso para grupos vulnerables. La nueva “tarjeta cuidadora” alivia la carga de personas con responsabilidades especiales de cuidado doméstico ofreciendo acceso privilegiado a las infraestructuras municipales de cuidados y servicios sociales. Por último, se busca influir en las instituciones privadas, especialmente del área de cuidado de mayores, mediante la adecuación de los lineamientos de las concesiones para mejorar la calidad del cuidado y las condiciones laborales. Para iniciar concretamente estos cambios y acompañarlos a través de un trabajo de relaciones públicas, se creó un puesto de referente para la economía de cuidado en cada distrito.
Madrid
Otros gobiernos municipalistas en el Estado español adoptaron enfoques similares. El gobierno de izquierda liderado por la asociación de partidos Ahora Madrid impulsó un plan de acción parecido durante su período de gobierno (2015 a 2019), llamado “Ciudad del Cuidado 2015”. Con la finalidad de reforzar la equidad de género, apostó a un fortalecimiento de la responsabilidad social y comunal por los trabajos de cuidado. Además de una redistribución de los trabajos de cuidado y la mejora de los servicios, el plan se enfocó especialmente en la participación democrática y, en ese sentido, también en el apoyo de la autogestión local. Las prácticas e iniciativas sociales ya existentes para el trabajo de cuidado compartido recibieron ayuda práctica para seguir desarrollando su trabajo. De esta manera, se buscó consolidar el tejido social entero, partiendo de la convicción de que los procesos democráticos de base y la planificación participativa de necesidades son instancias de una “Ciudad del Cuidado” que necesitan un entramado social fuerte.
El plan de acción madrileño comprendió, además, diferentes proyectos e iniciativas de urbanismo feminista. Un diseño de la ciudad sensible a cuestiones de género y de cuidados transforma el uso del espacio público y eso, a su vez, abre la posibilidad de cambios en la vida cotidiana de la gente y en sus relaciones sociales, como, por ejemplo, que les madres y padres se puedan conocer en el parque infantil. Si ese parque no queda escondido en algún rincón apartado, sino que forma parte integral de una plaza, o propone ofertas para otras generaciones y grupos, les madres y padres entran en contacto también con vecinxs y personas mayores. Caminos anchos e iluminados con espacios verdes abiertos mejoran la sensación de seguridad, sobre todo de mujeres y personas cuir, y dan así más libertad de movimiento. De esta forma, se construyen otras relaciones sociales que, a su vez, pueden generar la base tanto para el trabajo de cuidado compartido más allá de la infraestructura pública como para la cogestión y planificación popular.
América Latina
También en América Latina, como consecuencia de las crecientes movilizaciones feministas, se debate cada vez más sobre las relaciones de cuidado y las condiciones de la reproducción social – últimamente, también bajo el término de “Ciudad del Cuidado”-. Estos debates se reflejan en parte en políticas comunales, en parte en políticas nacionales. En Valparaíso y otras ciudades de Chile, por ejemplo, la autogestión de lxs vecinxs junto a las municipalidades de izquierda posibilitó la creación de farmacias donde se venden medicamentos importantes muy por debajo del precio de mercado.[1] En una articulación parecida entre iniciativas desde abajo y política institucional de izquierda, en Rosario, Argentina, se está transformando un asentamiento anteriormente informal y bajo amenaza de desalojo en un barrio completamente integrado con agua corriente, canalización, internet e infraestructura social (como escuelas, parques y un campo de deportes). La financiación proviene de un impuesto nacional único que el nuevo gobierno de centro-izquierda cobró a las grandes fortunas. Sin embargo, el diseño, la planificación y el acompañamiento se organizan entre lxs habitantes, en cooperación con el partido explícitamente feminista Ciudad Futura que tiene representantes a nivel municipal y provincial.
En muchos lugares, se trata de una interacción entre empoderamiento, organización, cogestión e infraestructuras, por un lado, y programas estatales que apoyan y financian las iniciativas, por otro. El objetivo es redistribuir recursos en vez de iniciar, como ocurre tantas veces, proyectos autogestionados solo para compensar falencias o baches del estado mediante alternativas más económicas. Así también se pueden incluir otros aspectos de las políticas estatales, como son las iniciativas para reducir las jornadas laborales pagas o las prestaciones de transferencia o jubilación que influyen de diferentes maneras sobre las posibilidades de realizar trabajos de cuidado.
En países como Uruguay o Argentina, los gobiernos de centro-izquierda han elaborado también a nivel nacional “Sistemas Integrales de Cuidado”. Se trabaja en la mejora y la integración de los servicios ya existentes. Considerando el rol del trabajo de cuidado no pago, se pueden, por un lado, diseñar servicios más adecuados y, por otro lado, compensar los déficits. En este contexto, para empezar a crear consciencia sobre la importancia del trabajo de cuidado para la sociedad y la poca valoración que recibe en tanto se lo entiende como “trabajo de mujeres”, en Uruguay se encomendó un estudio sobre el uso de tiempo que incluye los trabajos domésticos de cuidado, se inició una campaña sobre la división de trabajo en función del género y se integró el trabajo de cuidado no pago en el cálculo de un producto bruto interno ampliado. En ambos países, los planes estatales surgieron en estrecha cooperación con actores locales y con las respectivas averiguaciones de sus necesidades.
Bremen
Estos ejemplos de diferentes partes del mundo son inspiración para los debates feministas y de políticas urbanas en Alemania. Más concretamente, se trata de convertir a Bremen en una “Ciudad del Cuidado”. La ciudad de Bremen, con aproximadamente 700.000 habitantes, es, además, la provincia más pequeña de Alemania. El partido socialista DIE LINKE (La Izquierda) forma parte del gobierno provincial desde 2019 y constituye, en este sentido, una alianza importante para los movimientos sociales. Estas iniciativas -para convertir Bremen en una Ciudad de Cuidado- no llegan a un territorio inexplorado. Desde hace varios años, las protestas y la autogestión alrededor del cuidado han venido creciendo: desde huelgas gremiales en los servicios de cuidado, sociales y de crianza hasta las alianzas de acción por mejores condiciones en los cuidados de mayores, pasando por las “Medi-Oficinas” que consiguen acceso a la atención médica para personas ilegalizadas, las policlínicas que consideran asimismo los factores sociales de la salud y el paro feminista que también incluye a los hogares privados. Muchas de estas iniciativas ya se habían reunido durante el 2014 en la conferencia de acción Care Revolution, donde se fundó una red en la que confluyen acciones locales y se impulsan campañas nacionales.[2] Muchos de estos enfoques e ideas podrían converger en el proyecto de una “Ciudad del Cuidado” que abarca medidas de corto y largo plazo para impulsar cambios sociales. Entre ellas, se encuentran, como “proyectos de entrada”, las demandas de una recomunalización de los servicios privados de cuidados de mayores y de la reducción de la jornada laboral de tiempo completo a seis horas en los servicios de cuidado, como punto de partida para una definición de la jornada a través del convenio colectivo. Otras peticiones son la ampliación de los centros de salud y los centros vecinales que ofrecen servicios para personas mayores y espacios de recreación para niñxs y jóvenes, así como lugares para compartir los trabajos de cuidado en grupos de xadres o para cocinas comunitarias. Además, se necesitan medidas que vuelvan accesible la ciudad para todxs, como, por ejemplo, un sistema de transporte público gratuito o un carnet sanitario que garantice el acceso a los servicios sanitarios también para personas indocumentadas. Se busca, asimismo, una ciudad en la que todxs se puedan sentir cómodxs, con espacios verdes y caminos anchos, iluminación nocturna y otras medidas contra el acoso sexual en el espacio público, así como la prohibición de controles policiales sin motivo. Esto incluye la necesidad de reestructurar la administración de tal manera que la equidad de género y las relaciones de cuidado garantizadas se vuelvan criterios centrales de su accionar y que se evalúe continuamente que los servicios públicos sean accesibles para todxs.
Qué ideas serán las más importantes para cada “Ciudad del Cuidado” es una pregunta que se tendrá que debatir y decidir localmente.
En Bremen, la perspectiva podría ser la fundación de un concejo de cuidado que garantice la identificación conjunta de necesidades y la negociación de intereses de forma permanente. Éste tendría que influir organizadamente sobre las decisiones políticas, por lo que también debería generar una mediación democrática entre movimientos y parlamento.
Por un internacionalismo desde abajo
Estos y muchos otros ejemplos muestran cómo en diferentes lugares la gente encuentra estrategias parecidas contra la crisis de la reproducción social, es decir, el conflicto capital-vida. Se necesitan una recomunalización, la ampliación y el acceso a la infraestructura pública y la cogestión popular. Es imperioso romper de esta manera las relaciones de propiedad capitalistas y superar la división de trabajo en función del género.
Si bien estos proyectos necesariamente se construyen localmente y desde abajo, pueden ganar mucho en el intercambio. ¿Qué tal si hubiera una red internacional de “Ciudades del Cuidado”?
[1] https://www.latercera.com/nacional/noticia/valparaiso-se-convierte-la-primera-comuna-chile-constituir-una-red-farmacias-populares/744238/
https://papers.ssrn.com/sol3/papers.cfm?abstract_id=3821885