Escribe: FRL Equipo de Buenos Aires
El rechazo al texto propuesto por la Convención Constitucional se impuso en Chile con el 61.87% de los votos, dando cierre a este ciclo de reformas constitucionales que se inició en octubre de 2020 con el apoyo masivo al plebiscito constitucional, resultado de un acuerdo transversal como salida política institucional al levantamiento popular de enorme magnitud acontecido en 2019.
Por primera vez desde el regreso a la democracia Chile asistió a una elección con voto obligatorio. Un poco más de 13 millones de personas -más del 85% del padrón electoral- asistieron el domingo pasado a las urnas para definir el destino del nuevo texto que reemplazaría la Constitución redactada por la dictadura. El rechazo se impuso en todo el territorio nacional, incluyendo las grandes ciudades que constituían un foco de esperanza para el activismo del apruebo. Los resultados de los dos plebiscitos constitucionales ponen de manifiesto que el pueblo Chileno no quiere la continuidad de la Constitución de Pinochet, pero esta nueva constitución tampoco. Pronto debe llegar el momento de plantear qué estrategias y en qué terrenos de disputa transitará el campo popular; y abrir análisis respecto de cómo se explica este hecho en un contexto de avance de las derechas políticas y una continua desconfianza en las instituciones y sobre qué consecuencias tendrá para el escenario político latinoamericano.
Es imposible acercar análisis acabados o conclusiones respecto de la magnitud de las consecuencias que traerá las elecciones del domingo, o sobre el desenlace que tendrá este proceso. Sobre lo que si no hay mucho margen de duda es sobre la nueva relevancia que toma el rumbo del actual gobierno frente al pliego de reivindicaciones y demandas que quedó contemplado en el espíritu y la letra de esa nueva constitución propuesta por la Convención.
El triunfo del rechazo nos pone frente a la imperiosa tarea de revisar las propias falencias del proceso y los debates constitucionales que, por errores propios y avideces ajenas, quedaron encerrados en el recinto; la dinámica política de la izquierda que una vez más actuó dividida mientras las derecha avanzaba unificada; del nuevo gobierno que encabeza Gabriel Boric, que no solo fue un gran ausente como pedagogo electoral sino que con la idea de “aprobar para reformar” afectó de manera sustancial la campaña por el Apruebo; y de la coyuntura política chilena signada por una creciente crisis económica que involucra un aumento inédito de la inflación, depreciación de la moneda, desinversión y endeudamiento.
Además de ello, es central comprender la estrategia de las derechas en relación al plebiscito constitucional, asumida luego de las elecciones de los convencionales constituyentes en mayo de 2021, momento en el que se evidencia la crisis de los partidos tradicionales frente al avance de los convencionales constituyentes que venían de fuera de la política partidaria, ya sea porque se presentaron como independientes o como parte de organizaciones sociales. Esto representó en su momento tanto una potencialidad, como su propia debilidad. La derecha optó por no disputar los debates en la Convención, sino trabajar muy meticulosamente en el menoscabo y la deslegitimación de la Convención y del proceso; construyendo un clima complejo de desconfianza y desilusión.
La definición de la figura de Convención Constitucional en vez de Asamblea Constituyente restringió las posibilidades de participación real, abierta y amplia del pueblo chileno en la definición del nuevo texto. Lo que empezó con enormes debates al calor de cientos de asambleas populares desperdigadas por todo el territorio nacional, terminó encorsetado en un recinto del centro de Santiago. De esta manera, la comprensión y el conocimiento de la sociedad respecto del nuevo texto constitucional se vio enormemente limitada. Escenario perfecto para que la derecha avasallara con su campaña por el Rechazo.
No obstante, con dificultades y debates, el texto constitucional terminó siendo uno de los más innovadores en materia de democratización política con una impronta signada por el feminismo, el ambientalismo y la democratización plurinacional de las instituciones políticas. Sin embargo, sin estructuras políticas nacionales, y con una dinámica muy exigente, los debates de los constituyentes fueron quedando aislados de la sociedad, impugnados desde dentro y desde fuera de la convención. El resultado es un reflejo de la debilidad y la pérdida de legitimidad del gobierno y del propio proceso constituyente. La reforma puesta en debate por Boric impugnó la propuesta antes de las elecciones del domingo. La derecha logró pegar el proceso constitucional al gobierno y por tanto la elección se concibió, también, como un mensaje frente al mismo.
La falta de un proceso pedagógico impulsado por el Estado para comprender el texto de la nueva constitución, y por tanto para disputar su contenido, fue un elemento importante. Era necesario un intento de desarmar la intensa campaña sucia a través de los medios y la calle, contraponer la narrativa del Rechazo. Esta compaña, iniciada tempranamente, desplegó una batería de noticias falsas que apuntaron a temas centrales para las mayorías: el temor a perder la vivienda, los ahorros, la seguridad. La ofensiva mediática cargó una radicalidad a la Constitución muy alejada del texto real. Centró sus disparos en lugares sentidos por la mayoría, sencillos de comprender y temer. La campaña del Apruebo, por el contrario, se inició en las últimas semanas, y fue un proceso a la defensiva, saliendo a todos los territorios a desmontar el relato instalado por los impulsores del rechazo.
Sin embargo, es importante no subestimar a la sociedad creyendo que hay una relación casi automática entre los discursos propiciados por la derecha y el voto por el rechazo. No hay que culpar al Pueblo. El pueblo tiene autoagencia, pero lo que pasó con la Convención, la violencia, los maximalismos, ayudaron a las dificultades para lograr una aceptación general; no se logró consolidar un proceso de identidad con la Constitución propuesta.
El descontento entre las y los defensores del nuevo texto constitucional es inconmensurable, tanto como el saldo organizativo, de discusión política y de construcción colectiva que deja el proceso constitucional en Chile. Hoy hay un nuevo texto, perfectible, pero suficiente en tanto agenda política. El estallido social de 2019, el referéndum de entrada en el que por un 80% la población dijo estar de acuerdo con iniciar un proceso constituyente para redactar una nueva Constitución, el triunfo de Gabriel Boric y la ampliación de la representatividad del progresismo y la izquierda en distintas regiones del país y una Convención constituyente paritaria en términos de género y cuya primera presidenta fue una mujer indígena deja en evidencia que se asiste a un proceso trascendente y transversal de exigencias por cambios y reformas estructurales. Este es el Chile de los últimos años, por ello resultaría difícil creer que el pueblo, aquel que propició este escenario, vaya a renunciar a sus demandas. Hay un gran camino recorrido hasta aquí y la puerta hacía un nuevo Chile aún se encuentra abierta.