*Por Juliana Díaz Lozano
¿Por qué la lucha de las trabajadoras del hogar remuneradas no suele confluir con las luchas feministas amplias? ¿Por qué las acciones y debates conjuntos generalmente están centrados en fechas específicas o ejes puntuales de demanda? En este artículo buscamos comprender de qué están hechas las tensiones y disyuntivas entre estos movimientos, a pesar de que en ambos casos el acento primordial está puesto en la organización de los cuidados y los derechos para todas. Nos enfocamos fundamentalmente en América Latina, pero también, en aquellas experiencias de trabajadoras del hogar nacidas allí, que debido a las cadenas globales de cuidados viven en el norte global, y por consiguiente adicionan a su situación laboral, la condición migratoria y racializada. Además de buscar entender las tensiones, vamos a recuperar algunas experiencias de articulación entre la lucha de las trabajadoras domésticas y los feminismos, en distintos países y desde las voces de sus protagonistas, para pensar en qué casos y con qué aprendizajes se ha logrado unificar las luchas.
En América Latina y el Caribe, entre 11,5 y 18,6 millones de personas se dedican al trabajo del hogar remunerado, de las cuales el 93% son mujeres. Este trabajo supone en promedio entre el 10,5% y 14,3% del empleo de las mujeres en la región, lo que significa que una parte importante de la población activa, especialmente feminizada, lo hace en condiciones precarias y sin acceso a la protección social. Al mismo tiempo, en cuanto al peso de las personas migrantes dentro del sector de trabajo del hogar, las estimaciones de la OIT señalan que un 17,2% de las personas ocupadas como trabajadoras domésticas son migrantes, siendo un 73,4% de ellas mujeres (ONU-OIT-CEPAL, 2020).
Estas cifras dan cuenta de la importancia cuantitativa del sector dentro del empleo femenino, feminizado y racializado. Si bien, entonces, la relevancia numérica del sector es indudable, esto no se ha traducido en mejoras sustantivas en la adquisición masiva de derechos. Aunque el Convenio 189 de la OIT ha sido un logro en términos del reconocimiento global de derechos para el sector, -jornadas laborales razonables, condiciones de empleo y coberturas sociales básicas-, no todos los países lo han ratificado, y aún en los casos en los que lo han hecho, no siempre eso ha redundado en mejoras concretas para las trabajadoras. En la práctica, en el mundo, el 90 por ciento de las trabajadoras no tiene prestaciones de seguridad social, el 50 por ciento no llega al salario mínimo, y otro 50 por ciento se encuentra sin protección contra la extensión de la jornada laboral. En América Latina las trabajadoras domésticas remuneradas perciben ingresos inferiores a las mujeres ocupadas en otras categorías laborales (Torres, 2023).
Por otra parte, y más allá del subregistro que padece la actividad, la OIT reconoce que el aporte de este trabajo al producto bruto de los países de América Latina ronda entre el 15% al 24%. La importancia del sector para la economía y para el sostén social, no redunda, sin embargo, en la visibilización de estas trabajadoras en la sociedad, lo que las perjudica a la hora de dar sus luchas. Esto también se verifica dentro de los sindicatos y otros movimientos sociales más amplios, donde padecen una segregación de sus demandas y sus capacidades políticas (Martínez Prado, 2014). Esto se conjuga con la particular naturaleza de este trabajo que ocurre en ámbitos privados y aislados, con diversos empleadores, con regímenes muy variantes y escasa disposición para tiempos propios de las trabajadoras, ya sea para la educación, para ocuparse de la salud y la de sus familiares y para organizarse colectivamente.
Además de tener una posición lateral dentro de los sindicatos y movimientos sociales y populares en muchos países latinoamericanos, algo similar ocurre con el movimiento de mujeres y feminista, incluso en los llamados feminismos anticapitalistas. Si bien durante los años ´70 estas perspectivas dentro de los feminismos pusieron en escena la importancia de los trabajos del hogar remunerados (Pérez, 2015), estos han perdido centralidad en las preocupaciones actuales feministas. En lo que va del siglo, la economía feminista, junto con otras disciplinas y bajo el impulso de los aprendizajes de la lucha cotidiana, logró posicionar conocimientos y demandas en relación a los cuidados, fundamentar la necesidad de las huelgas internacionales de los 8M, redefinir la propia noción de trabajos, ampliándola. Al mismo tiempo, se desplazó la división entre trabajo reproductivo y productivo, cuestionando la noción neoclásica de que la producción de mercancías movía el mundo y posicionando que las labores que sostienen la reproducción social son poco reconocidas, permanentes, no están pagas y están mal repartidas. Se demostró que la gestión, la desigual distribución clasista, racista y patriarcal de los cuidados sostiene otras desigualdades estructurales (Pérez Orozco, 2014).
A pesar de este énfasis que ponen los feminismos sobre los cuidados no reconocidos que sostienen el mundo, solo en notables excepciones (algunas nombraremos más adelante) posicionan con la misma centralidad las demandas de las trabajadoras del hogar asalariadas dentro de las demandas generales feministas. Además, salvo en fechas o casos puntuales, las organizaciones feministas y las de trabajadoras del hogar funcionan como dos sujetos separados, que enfocan el tema cuidados desde ópticas diferentes y fragmentadas. Esta distancia refuerza, a su vez, la debilidad del sector de asalariadas del hogar dentro de las organizaciones sindicales y en general perjudica las posibilidades de imponer demandas hacia el estado y empleadorxs.
Ahora bien, ¿a qué se debe este desencuentro bastante generalizado? Según la investigadora Martínez Prado (2014), una de las dificultades en la articulación entre feministas y trabajadoras domésticas deviene de la ambigua relación que el feminismo ha tenido con la “valoración” del trabajo del hogar. Esto se debe, según la autora a la contradicción no resuelta entre la valoración del trabajo del hogar en general, y la búsqueda de su abolición. Para Martínez Prado, la disyuntiva para las feministas es la siguiente: si se acompaña a las trabajadoras del hogar en la lucha por mejores condiciones laborales, dejando intactas las relaciones de género sobre las que descansa la asignación de este trabajo a las mujeres, no se cuestiona la dominación masculina que dispone la distribución de dicho trabajo entre mujeres. Pero, por otra parte, si se ataca al trabajo del hogar por las relaciones de opresión que origina, se termina atacando la fuente laboral femenina más importante de Latinoamérica. Y agregamos aquí, también como consecuencia, puede debilitarse la lucha por múltiples derechos de los miles de mujeres migrantes fuera del continente. Muchas de ellas, tienen como destino obligado el trabajo del hogar y desde allí se posicionan en el país de destino para sobrevivir y luchar por otros derechos como la regularización y el acceso a salud y educación.
A su vez, desde algunos sectores de los feminismos, se afirma que el trabajo del hogar remunerado es el que garantiza privilegios de unas mujeres -quienes pueden pagar los cuidados-, sobre otras, las que cuidan y al decir de Nancy Fraser (en Gimeno, 2019) no tienen quién las cuide. Este dilema es inseparable de la imbricación de las relaciones de género con las de clase y raza (Falquet, 2022). Efectivamente las que cuidan son en su mayoría mujeres y feminidades racializadas, pobres, del sur global. Y, en gran medida, aunque con diferencias en cada lugar, son los hogares con mejores condiciones las que se benefician de los cuidados mal pagos. En este marco, algunas autoras sostienen que el trabajo del hogar remunerado, lejos de liberar a las mujeres empleadoras de sus quehaceres, resuelve los cuidados abandonados por los varones en las familias y comunidades (ídem, 2019). En cualquier caso, este trabajo desvalorizado y mal pago, permite la compatibilización de tareas en la familia, y permite también a mujeres empleadoras disponer de tiempo fuera de las casas para trabajar, autocuidarse, y por qué no, organizarse social y políticamente. Según Beatriz Gimeno, el feminismo liberal del norte, tradicionalmente defendía que, desde el punto de vista feminista, “poder contratar a alguien para que realice el trabajo del hogar permite a muchas mujeres liberarse de la doble jornada que les impide competir con los hombres en el ámbito público; planteaba entonces que para las mujeres que están en el ámbito público poder tener asistenta es casi una necesidad”. En cambio, afirma, en los últimos años, en España, al menos, casi todas las corrientes feministas opinan que lo que hay que hacer con el trabajo del hogar remunerado es revalorizarlo social y económicamente (Gimeno, 2013).
En esta línea, Edith Espínola advierte que hay que plantear el tema de los privilegios, porque tal y como está planteada la división del trabajo actualmente “ser cuidado o cuidada es un privilegio”. Espíndola es integrante de la Asociación Servicio Doméstico Activo –SEDOAC de España, y asegura que “Como feministas hay que hacer esta reflexión y cuestionar las consecuencias que esos privilegios tienen sobre otras mujeres (…) a veces, el feminismo trabaja para romper el techo de cristal, pero somos nosotras las que recogemos los cristales rotos y nos cortamos. Si yo tengo privilegios, tengo que revisarlo y ayudar a quien no los tiene. Hay mucho trabajo que hacer y tenemos que extender la mano” (Ameco Press, 2020).
Según este análisis, el trabajo de cuidados así distribuido entre las mujeres según clivajes de clase y raza, puede liberar de su carga a algunas mujeres con algunos privilegios, o al menos, permitir la armonización familiar, mientras que se descargan las tareas sobre mujeres pobres con dobles y triples jornadas laborales. Esto implica para las trabajadoras del hogar, la jornada del trabajo asalariado, aquella que realizan en sus propios hogares y el trabajo que implica la organización sindical y/o comunitaria para mejorar sus condiciones de vida. Y esta división del trabajo intragénero podría condicionar las posiciones de una parte de los feminismos en relación con el trabajo del hogar asalariado.
Si bien esta disyuntiva aparece planteada desde testimonios y escritos recientes de numerosas autoras y activistas, todos fueron producidos en un contexto previo a los procesos de huelgas feministas comenzadas a nivel global en 2017. Aunque no encontramos reflexiones sobre esta tensión posteriores a estos grandes sismas feministas, podemos hipotetizar que las huelgas como procesos de articulación de organizaciones feministas y de trabajadoras pueda haber acercado posiciones entre los feminismos y las trabajadoras del hogar en relación con la ampliación de la idea de trabajos y la preocupación por la sostenibilidad de la vida. Justamente, en los últimos años, pueden reconocerse algunas experiencias de articulación no sólo de luchas concretas, sino también de elaboraciones conceptuales. En forma recurrente, la huelga feminista global surge como referencia clave de esta articulación.
Por ejemplo, en muchos países, los procesos de convocatoria a huelgas feministas para el 8 de marzo con el eje central de visibilizar y parar los múltiples trabajos de cuidados, ha tenido el protagonismo de las organizaciones y sindicatos de Trabajadoras del Hogar. En Chile, por ejemplo, los llamados a huelga feminista en el año 2019 incluyeron como protagonistas a las trabajadoras del hogar, quienes, como parte de un comité de trabajadoras y sindicalistas dentro de la Coordinadora Feminista 8M, generaron formas creativas de manifestarse, colgando delantales en la puerta de su lugar de trabajo cuando no podían parar (AAVV, 2021). En Argentina, en diversas provincias, las trabajadoras del hogar han formado parte de espacios multisectoriales para organizar la huelga, independientemente de la posibilidad práctica de no ir a trabajar ese día y movilizar masivamente. Algo similar ha ocurrido con algunas propuestas feministas para la reorganización social de los cuidados, donde el trabajo del hogar y cuidados remunerado aparece junto al no remunerado como espacios interrelacionados económica y socialmente. Justamente, en juntar las luchas reivindicativas con lo político parece estar un camino fructífero para la unidad.
La configuración de espacios multisectoriales convocando a la huelga permite volcar reivindicaciones a corto plazo, pero también encontrar horizontes comunes que unen en la proyección de la sociedad deseada. Esto se suma a la construcción de interlocutores/adversarios comunes: los recortes del estado, los poderosos, los varones y el patriarcado. A su vez, el proceso de masificación de los feminismos del que la huelga es parte, rompe fronteras identitarias, en el avance de las luchas se horadan las fronteras entre ser trabajadora, ser feminista y ser migrante, y las relaciones sociales se muestran como son, imbricadas.
Rafaela Pimentel, referenta de Territorio Doméstico, una organización madrileña de trabajadoras del hogar en su mayoría migrantes latinoamericanas, da cuenta de esta imbricación, no hay frontera entre ser trabajadora doméstica, migrante, racializada y feminista. Para Rafaela, la lucha del sector por derechos no puede desvincularse del proyecto de una reorganización general de los cuidados. En sus palabras:
“No solamente luchamos por los derechos laborales de las trabajadoras de hogar, sino que queremos una reorganización social de los cuidados. Queremos un sistema comunitario del cuidado. No queremos que a este sistema lo sigamos sosteniendo las trabajadoras de hogar pobres, migrantes y específicamente las mujeres, que somos las que estamos haciendo el cuidado de manera remunerada o gratuita en las casas” (Capire, 2022).
Además de ser parte activa en la organización de las huelgas feministas en Madrid, las trabajadoras del hogar lograron, según la referenta, instalar la lucha por la ratificación del convenio 189 de la OIT en España como parte de las demandas centrales feministas y de sectores migrantes latinoamericanos, lo que según ella permitió alcanzar el logro a mediados de 2022. En esta experiencia, las propias trabajadoras del hogar se definen como referentas feministas, y ese rol también es asignado por el resto de las activistas feministas, que las eligen como voceras en diversas luchas, no sólo en las del sector del hogar. En este caso específico, se enuncia la articulación de demandas de corto plazo vinculadas a derechos y de largo plazo como cambiar la organización y distribución capitalista, patriarcal y racista de los cuidados como estrategia para unificar al sujeto de lucha. En otras experiencias como la ya citada, del Comité de Trabajadoras y Sindicalistas 8 de Marzo en Chile, que agrupa trabajadoras del hogar y feministas, y la Red de Trabajadoras Domésticas de Honduras, también aparece el esfuerzo de hilar demandas a corto y largo plazo[1], cuestionando la distribución de los cuidados. En este material producido entre diferentes organizaciones de trabajadoras del hogar latinoamericanas puede apreciarse el llamado a la huelga para el 8 de marzo de 2023. Esta politización de las luchas por derechos y su articulación con un horizonte de organización de cuidados anticapitalista y feminista se muestra imprescindible para romper la fragmentación.
Recapitulando, ¿por qué es clave desde los feminismos abordar el trabajo del hogar remunerado? Por una parte, porque constituye uno de los empleos mayoritarios para las mujeres y feminidades en el mundo y el más importante en Latinoamérica. Por otra parte, porque luchar por los derechos de las trabajadoras del hogar nos permite cuestionar la desvalorización del trabajo del hogar y de cuidados y visibilizar su aporte económico a las sociedades. Al mismo tiempo, desde los feminismos es importante cuestionar la distribución racista y patriarcal de los cuidados ya sea remunerados o no remunerados, y pensar estrategias para su socialización y reorganización no sólo por género, sino su injusta distribución en el globo. En un marco donde las propuestas en torno al sector se emparentan con el sistema de Vouchers y otras formas de subsidio a empleadorxs, que poco tienen que ver con la mejora en las condiciones de vida de las trabajadoras, una mirada feminista es imprescindible para que no sea el mercado quien defina quiénes pueden cuidar y quiénes recibir cuidados y bajo qué condiciones. Propuestas como la de la Municipalización del trabajo del hogar remunerado, o la exigencia de sistemas integrales de cuidados feministas, pueden ser claves para unir la lucha por derechos con la organización de ciudades con la vida en el centro.
Por último, un feminismo anticapitalista y antirracista solo es posible si incorpora en un lugar central la lucha de todas las trabajadoras, y entre ellas de las más precarias. Luchar juntas puede fortalecer también a las trabajadoras del hogar en sus posiciones dentro de sindicatos y movimientos mixtos, al tiempo que se construyen feminismos de izquierda donde todas y todes sean protagonistas. Afortunadamente, en los últimos años, al calor de la huelga, el movimiento ha construido aciertos importantes para este acercamiento. Por un lado, la construcción de espacios multisectoriales, donde el diálogo y la formación política permite construir sujetxs de lucha integrales. En segundo lugar, y como consecuencia de esta articulación, se pueden generar miradas estratégicas, que articulen las demandas concretas por derechos laborales con la necesaria reorganización de los cuidados en clave feminista. Y en todos los niveles, desde lo local a lo global, se impone la necesidad de construir proyectos para la revalorización, socialización, y redistribución de los cuidados. Para que estos lleguen a quienes los necesitan, pero poniendo en un lugar central la transformación de las vidas de las trabajadoras que los garantizan.
Referencias bibliográficas:
AAVV (2021) La huelga general feminista Va! Historias de un proceso en curso, Buenos Aires: Tiempo robado editoras.
https://www.rosalux.de/en/beyond_c189
Ameco Press, redacción (2020) “Es importante visibilizar desde una perspectiva feminista el trabajo que realizan las trabajadoras del hogar. Disponible en https://amecopress.net/Es-importante-visibilizar-desde-una-perspectiva-feminista-el-trabajo-que-realizan-las-empleadas-de-hogar
Falquet, Jules (2022) Imbricación. Más allá de la interseccionalidad. Mujeres, raza y clase en los movimientos sociales. Buenos Aires: Madreselva.
Gimeno, Beatriz (2019) “¿Es compatible ser feminista y tener empleada doméstica?” en Diario Femenino. Disponible en https://diariofemenino.com.ar/df/es-compatible-ser-feminista-y-tener-empleada-domestica/
John, Maya (2023) “Beyond Private Power of Employers and Precarity. Why municipalizing paid domestic work will benefit everyone”. Policy Paper. Disponible en https://www.rosalux.de/en/publication/id/49798/beyond-private-power-of-employers-and-precarity?fbclid=IwAR1wJ63RrXrKGidRCbgwlu4RaOcxGPkS__5mFvO3Xk7Hr5_xhmMFiF5I4i0 y en español: https://rosalux-ba.org/2023/03/29/propuesta-para-organizacion-del-trabajo-del-hogar-remunerado/
Martínez Prado (2014) Discursos Feministas sobre las Trabajadoras del Hogar. (Des) Articulaciones Políticas. publicada en Latin American Policy, Issue 5, n° 2, Pp.303-318. URL: http://onlinelibrary.wiley.com/doi/10.1111/lamp.12042/abstract
ONU-OIT-CEPAL (2020) Trabajadoras remuneradas del hogar en América Latina y el Caribe frente a la crisis del Covid-19, disponible en https://oig.cepal.org/sites/default/files/trabajadoras_remuneradas_del_hogar_v11.06.20_1.pdf
Pérez, Inés (2015) “Un ´régimen especial´ para el servicio doméstico. Tensiones entre lo laboral y lo familiar en la regulación del servicio doméstico en la Argentina, 1926-1956”, en El trabajo doméstico: entre regulaciones formales e informales. Miradas desde la historia y la sociología. Buenos Aires: Cuadernos del Ides. Disponible en https://static.ides.org.ar/archivo/www/2012/03/Cuadernos-del-IDES-N%C2%BA-30-Octubre-2015.pdf
Pérez Orozco, Amaia (2014) Subversión feminista de la economía. Madrid: Traficantes de sueños.
Torres, Aylin (2023) “Bordes, movilidades y ciudadanías. Notas sobre trabajo de cuidados y migraciones en América Latina”, en Torres Santana, Martínez y Muggenthaler (comp.) Y aquí estamos. Migraciones populares, trabajo y economías. Quito: Fundación Rosa Luxemburgo.
[1] Estas experiencias nombradas, junto a otras de Paraguay, Argentina, Alemania confluyen en un proyecto actualmente en curso para el fortalecimiento del sector en vínculo con los activismos feministas, desarrollado por el Programa de Feminismos Internacionalistas de la Fundación Rosa Luxemburgo.
Imagen: Red de Trabajadoras Domésticas Remuneradas de Honduras.