#Radicalizar la democracia en Montevideo
Texto: MediaRed
Fotos: Lucía Fernández Ares
El pre-encuentro de radicalizar la democracia del octubre pasado en Montevideo, contó con la presencia destacada de dos referentes argentinas: Susy Shock y Clarisa Gambera. Ellas tuvieron a su cargo la devolución de lo trabajado durante el día de asamblea, y la puesta en común de sus propias experiencias. Susy, en su rol de activista y artista “travesti-trans sudaca”, y Clarisa Gambera, feminista sindical de larga trayectoria, hoy miembro de la Secretaría de Género de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) de Argentina.
Sus vivencias se tradujeron en palabras que operaron como una guía precisa y, al mismo tiempo, como un profundo análisis político de la coyuntura. Aquí compartimos sus reflexiones más sobresalientes.


Clarisa Gambera: el desarme del Estado, el feminismo sindical y el agotamiento
Lo que buscamos transmitir es que la construcción de territorios comunes, la apertura de espacios de diálogo y el alivio de la tensión política es, en sí mismo, una arena de pedagogía feminista. Esta arena es fundamental porque edifica la masa crítica, la posibilidad real de cambio y, sobre todo, el músculo organizado que se necesita. Las ideas brillantes son insuficientes si no existe una fuerza colectiva que pueda marcarlas y llevarlas a cabo en la práctica política.
La pregunta que resuena constantemente es: ¿Cómo nos fortalecemos y sobrevivimos dentro de estas estructuras, incluso aquellas que parecen aliadas? La respuesta es compleja, pero pasa por reconocer que las corrientes del feminismo sindical son una parte vital e indispensable del movimiento feminista general. Para que las compañeras sindicalistas puedan avanzar en sus respectivos gremios, necesitan el impulso y el soporte constante del movimiento más amplio. Cuando esa fuerza feminista se debilita —como ocurre en este momento de reflujo conservador en Argentina— la situación se complica dramáticamente.
Este reflujo de la derecha en el gobierno actúa como un termómetro inmediato del retroceso del campo popular en su conjunto. Lo que antes era tabú dentro de los sindicatos ahora se dice abiertamente, y la posibilidad de que las compañeras ocupen todos los espacios de decisión empieza a retroceder, dando paso, peligrosamente, al tokenismo.
El balance que realizamos mientras organizamos la resistencia en Argentina es que estamos viviendo un momento inédito debido a la aceleración de los cambios. A tan solo seis meses, el gobierno de Milei ha desarmado el Estado a velocidad de Fórmula 1. Nos preguntamos cómo llegamos a este punto: con ministerios bloqueados, con un gobierno abierto a las organizaciones, pero con una incapacidad manifiesta para construir una medida integral que detenga la pérdida sostenida del salario, un problema que se arrastra desde antes del gobierno anterior. También nos cuestionamos haberle dado tiempo al nuevo gobierno, quizás por haberlo percibido como «nuestro, del campo popular».
En las primeras semanas de Milei, el miedo fue palpable. Yo misma, por primera vez, me quité el pañuelo verde, pues la calle se volvió hostil y el futuro, incierto. No había sindicatos ni organización visible, solo un protocolo represivo. Aunque hoy hay más respuestas, la calle todavía lucha por articularse plenamente.
Creemos firmemente que el agotamiento y la sensación de que el gobierno nos ha declarado la guerra son una estrategia calculada de las derechas. La gente tiene enormes dificultades para organizarse porque se encuentra pluriempleada, trabajando muchas más horas que antes. A esta sobrecarga laboral se suman aún más horas de trabajo de cuidado no remunerado, dado que el Estado se está retirando de todas las políticas públicas que antes brindaban soporte.
La urgencia de radicalizar la democracia implica replantear los espacios de participación y atreverse a imaginar una transformación profunda. Es imperativo hablar de la plata. El debate sobre la redistribución de la riqueza es, a nivel estratégico, el más importante. En Argentina, es imposible pensar el Estado que necesitamos sin una redistribución activa, por difícil que sea la batalla cultural que debemos enfrentar, una batalla que ha sido poderosamente orquestada.
Estamos ante un enorme desafío regional: obtener y sostener gobiernos progresistas, tanto nacionales como comunales, en un contexto de soberanía territorial. Vivimos un momento complejo, marcado por una intervención de Estados Unidos cuya presencia e influencia no se veían con tanta intensidad desde hace mucho tiempo. La lucha es local, pero la amenaza es global.


Susy Shock: la necesidad del arte, de lo sagrado y la espiritualidad en nuestras luchas
En Argentina esta democracia hizo lo único que sabía hacer al enfrentar el conflicto: llamar a las fuerzas de seguridad. Este es el fracaso rotundo de nuestro sistema. Urge integrar a esa mesa actores sociales, la ciencia y, de forma imprescindible, el arte, para recordarnos siempre las urgencias que la política olvida. Nuestro colectivo travesti-trans, atravesado por la desigualdad, se ve obligado a negociar hasta el sustento diario con sus propios cuerpos. Que no falte el arte para sanar y convocar.
Proponemos incluir la espiritualidad en el sentido más profundo, aquel que une a las comunidades afrodescendientes y a otros saberes ancestrales. Cuando la política institucional nos falla, emerge la urgencia y el arte como acto de resistencia. Agradecemos esa urgencia que nos devuelve lo que estábamos perdiendo, porque ya no podemos perderlo más.
Necesitamos convocar y abrir espacio a personas que no se nombran feministas, pero que poseen otros saberes esenciales. El capitalismo nos separa; si no hay algo que nos conmueva primero, el ritual de la asamblea no puede comenzar. Invitar a estos saberes es una forma de evitar un nuevo fracaso político. El arte y lo sagrado siempre acompañaron a la humanidad en sus movimientos: para despedir a quienes se iban o para despejar los miedos. El feminismo debe ponerlo en agenda, pues nos convierte en mejores seres. Es un llamado a que el arte y la espiritualidad nutran los pensamientos sesudos que debemos producir.
El fracaso de esta democracia es evidente: no estamos todas; faltan las compañeras presas. Esta ofensiva que presenciamos no es más que la reacción al último gran movimiento revolucionario conocido por el planeta: el feminismo. Es por eso que el capitalismo se muere y necesita esta arremetida. Es hora de juntarnos, dejar de lado las «idioteces» que nos impregnan y enfrentar el desafío. No sabemos si podemos vivir sin capitalismo, ni cuáles son las respuestas, pero estamos dispuestas a que surjan de nuestro propio desorden. No tengamos miedo al caos que producimos; el orden y la heteronormatividad ya fallaron. Si de aquí salen tres o cuatro ideas, ya será un éxito.


