Esta animación de OPSur y VacaBonsai explica, tomando los roles de un videojuego, la complejidad de un proceso de transición energética.
GUÍA PEDAGÓGICA PARA TRABAJAR LA ANIMACIÓN EN GRUPO
En diferentes debates públicos aparece de manera recurrente la definición de “energías limpias” como sinónimo de energías renovables, y se busca dar la imagen de que existen formas de generar energía que no producen impactos ni conflictos. Sin embargo, fuentes energéticas como la solar, eólica, o hidráulica, no son necesariamente limpias, sino que son renovables, y se llaman así porque no se agotan.
Es cierto que los proyectos de energías renovables hacen aprovechamiento de fuentes limpias, pero su transformación en energía eléctrica tiene impactos, aunque no emitan gases de efecto invernadero como las fósiles. Esto es porque se utilizan minerales como el litio y el cobalto para las baterías, cobre para la transmisión eléctrica, o molibdeno y las denominadas “tierras raras” para los generadores, además de combustibles fósiles durante la construcción de los parques. Esos recursos no son renovables: al igual que los combustibles fósiles, tienen límites. Algunos de estos minerales -como el cobre- se encuentran en sus picos de producción, mientras que la competencia por su explotación puede implicar graves impactos sociales y ambientales en los territorios donde se extraen.
Tanto el tamaño de algunos proyectos de energías renovables, como su forma de gestión, en muchos, casos siguen la misma lógica de las petroleras, expulsando poblaciones humanas y actividades productivas tradicionales.
Algo similar ocurre con la idea de las “energías verdes”. ¿Por qué se les dice verdes? Tiene que ver con un discurso que busca asociar la idea de lo verde como contrario a la contaminación, y muchas veces es utilizado para hacer un lavado de cara a empresas contaminantes (greenwashing, se le dice en inglés). A partir de ahí hacer negocios es más fácil, porque las actividades económicas consideradas “verdes” reciben más financiamiento y mejor opinión pública.
Aún así, creemos que las renovables son la mejor alternativa para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y los impactos socioambientales que provocan los combustibles fósiles (gas, petróleo y carbón). Son parte de la solución, pero la dinámica del sistema económico actual puede transformarlas en un problema.
Mirar más allá de las fuentes
El concepto “energías limpias” busca centrar la mirada solo en las fuentes, es decir, en que la energía producida no emita carbono. Pero para pensar en un nuevo modelo energético tenemos que pensar en la totalidad del sistema, no solo en sus fuentes, porque es imposible mantener los actuales niveles de consumo simplemente reemplazando los combustibles fósiles por energías renovables.
Una cuestión central es, justamente, los consumos. Si toda la humanidad gastara lo mismo que las personas de Estados Unidos, necesitaríamos multiplicar por cinco los recursos que hoy producimos. Esto también ocurre a nivel local: en un país como Argentina, el sector que más usa energía es el traslado de mercaderías y personas a través del transporte automotor, tarea que podría cubrirse con redes ferroviarias. También existen enormes diferencias entre quienes se dan grandes lujos para vivir y quienes no pueden cubrir sus necesidades básicas de energía. Por esto, necesitamos un sistema energético que logre hacer mejor, más segura y más eficiente la energía para quienes menos tienen y, al mismo tiempo, que reduzca los grandes consumos.
Otro elemento clave es cómo se gestiona. La privatización de la energía en Argentina y buena parte de América Latina, provocó que la entendiéramos como una mercancía. Esto también ha ocurrido con los nuevos proyectos de energías renovables, que en su mayoría están siendo gestionados por empresas privadas, cuyo objetivo es maximizar sus ganancias. En ese sentido, es necesario un control público de la energía para que esta pueda ser gestionada como un bien común que ayude a satisfacer las necesidades de las personas.
En un mundo con recursos finitos, no existen condiciones materiales, ambientales ni sociales para sostener un sistema en eterno crecimiento. Las decisiones que tenemos que tomar es qué impactos somos capaces de aceptar y sobre todo, a cambio de qué.
Salir por arriba de este laberinto es mirar todo este problema. La energía no es solo una cuestión técnica sino también política. Democraticemos el debate sobre la energía y el ambiente, para poder vivir bien en un contexto en el que asoman los límites del capitalismo. Entonces es necesario que encaremos en conjunto una transición energética que no va a tener recetas mágicas como las “energías limpias”, pero tendrá que ser justa y popular.