Jorge Pereira Filho
Patricia Lizarraga
En el año en que completa 30 años de la realización de su primer Congreso en la ciudad de Mons, Bélgica, la Via Campesina enfrenta una realidad cada vez más desafiante: a la vez que el comercio internacional de commodities continuó avanzando globalmente año tras año, los precios de los alimentos alcanzaron su máximo histórico en el año 2022. En este mes de abril, la organización que reúne a 182 movimientos campesinos en 81 países realiza acciones en todo el planeta para denunciar esta situación y defender la Soberanía Alimentaria. Concepto que fue incorporado por la Via Campesina como principal bandera de lucha en abril de 1996 cuando realizaba su segunda conferencia en México. En ese mismo momento, en el sur del continente, Brasil, ocurría la masacre de Eldorado de Carajás. Policías militares asesinaron a sangre fría a 21 campesinos sin tierra que se manifestaban a favor de la Reforma Agraria. Esta fecha fue definida como el “Día Internacional de la Lucha Campesina”, y en este año, 2023, las acciones de la Via Campesina son marcadas por el lema “Frente a las crisis mundiales, ¡construimos Soberanía Alimentaria para asegurar un futuro a la humanidad!”
Jaime Amorim, de la coordinación política de la Via Campesina e integrante de la Dirección Nacional del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST), plantea que el desafío de los movimientos campesinos hoy, va mas allá de lo que se imaginaban hace tres décadas. Y que enfrentar las diversas crisis que vivimos, desde la explosión del hambre hasta el cambio climático, pasando por la creciente desigualdad social, necesariamente requiere transformar el modelo de producción em el campo.
A lo largo de 2022, varios organismos de la ONU han alertado sobre el agravamiento del problema del hambre en el mundo. ¿Cómo analiza La Vía Campesina este escenario?
La Vía Campesina lleva trabajando sobre la posibilidad de que se produzca una crisis alimentaria en todo el mundo desde 2020. Durante la pandemia, asumimos que era esencial, como campesinos, seguir produciendo alimentos. Teníamos una condición diferente a la de los que viven en la ciudad. Podíamos aislarnos y producir alimentos, y así demostrar en la práctica el papel que tenemos ante la sociedad. Hemos cumplido esta tarea, incluso promoviendo la transición hacia una agricultura comprometida con la producción de alimentos más sanos. Sabemos que tenemos un problema en el mundo con una población cada vez más frágil, en situación de baja inmunidad, y esto tiene que ver con nuestro modelo alimentario. También es consecuencia de un modelo capitalista que impone una estandarización de los alimentos en todo el mundo. Si te dedicas a la producción de alimentos, naturalmente vas a dar prioridad a la cultura alimentaria local. Y la Soberanía Alimentaria no es más que un país que recurre a la producción para garantizar que su población no pase hambre. Esto refuerza la cultura local porque sólo producirías lo que las condiciones climáticas, geográficas y tradicionales hacen posible. A lo largo de este mes de abril queremos mantener este debate, para poner de relieve que la soberanía alimentaria es una cuestión fundamental en todo el mundo. El hambre es una consecuencia de este modelo, de la codicia, en el que se suman varias crisis: la crisis medioambiental, la crisis económica, la crisis ideológica. En la periferia del mundo aumenta la pobreza. En 2016, unos 50 millones estaban por debajo del umbral de la pobreza en Brasil, por ejemplo; hoy son 62,5 millones. Y alrededor de 33 millones de personas pasan hambre. Lo mismo ha ocurrido en los países de América Latina, África y Asia.
¿Cómo combatir este modelo en la práctica?
En primer lugar, la Reforma Agraria Popular es decisiva si queremos cambiar este modelo. Cabe en cualquier parte del mundo, incluso donde ya ha habido un proceso de distribución de la tierra, porque es necesario resolver el problema del modelo de desarrollo agrícola. Y de eso se trata la Reforma Agraria Popular: garantizar la asistencia técnica, las semillas orgánicas, la producción de insumos orgánicos, es necesario cambiar toda la economía. Hoy la economía agrícola está orientada a la producción a gran escala, al monocultivo, con uso extensivo de venenos, insumos químicos y transgénicos. La producción de alimentos sanos requiere un nuevo proceso de aprendizaje y dominio de la producción ecológica.
Un paso importante en esta dirección fue la aprobación de la Declaración sobre los Derechos de los Campesinos y de otras personas que trabajan en las zonas rurales (UNDROP)…
Esta declaración contribuye a este objetivo más amplio de La Vía Campesina y tenemos el reto de aplicarla en la práctica. Su aprobación fue un momento histórico en 2018. Reconoce a los campesinos como sujetos de derecho, incluidos a pescadores y pueblos indígenas. Pero no basta con tener la ley si no se lleva a la práctica. El primer reto tras la aprobación de la declaración es darla a conocer a las organizaciones campesinas de todo el mundo. Y luego viene un periodo de estudio, comprensión y puesta en común para que entiendan cuáles son las consecuencias de esta declaración, qué implica. Y luego el reto es conseguir que los países reconozcan estos derechos recogidos en la declaración, como ha hecho Bolivia. Dependerá no sólo de las acciones de la ONU, sino también de nuestra capacidad para presionar a los parlamentos nacionales, muchos de los cuales están dominados por los conservadores. Ahora tenemos una carta que nos da unidad a escala nacional e internacional, que nos reconoce como campesinos, y, de todos modos, en última instancia, en los casos más graves de violaciones, tenemos un respaldo jurídico para apelar a los organismos internacionales. Es un instrumento de articulación fantástico. Es un instrumento jurídico, pero es un instrumento de lucha.
¿Es éste uno de los principales logros de La Vía Campesina en estos treinta años?
Bueno, este año celebraremos nuestra octava conferencia. Cuando nació La Vía, el avance del monocultivo agroexportador era nuestro gran problema, que se convirtió en el modelo del agronegocio transnacional. El mundo se estaba organizando en bloques económicos. Existía la amenaza del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), y la Organización Mundial del Comercio (OMC) se hizo cargo del proceso de negociación alimentaria. Se desarrolla un mercado mundial de alimentos, que se convierte en una mercancía negociada en la Bolsa, en mercados de futuros, sin ningún control sobre los agricultores que producen los alimentos. Y ante el avance del neoliberalismo, surge nuestra primera consigna. En lugar de globalizar la economía, globalicemos la lucha. «Globalizar la esperanza», la defensa de que los alimentos no pueden ser una mercancía, el derecho de los países a definir la soberanía alimentaria local. Lo primero que conseguimos, como Vía Campesina, fue mostrar al mundo que hay una contraposición a este proceso.
Otra cuestión que destaco es el cuestionamiento del concepto de seguridad alimentaria, utilizado por la ONU y que fue importante después de la Segunda Guerra Mundial. Sin duda, todas las personas tienen derecho a la alimentación. Pero La Vía Campesina empezó a cuestionar: ¿a qué tipo de alimentos se tiene acceso? La seguridad alimentaria no discute el tipo de alimentos, ni las condiciones en las que se producen los productos alimentarios, a menudo a costa de la explotación del trabajo infantil; del trabajo esclavo; de la destrucción del medio ambiente, de la expulsión de las familias campesinas de sus tierras. La soberanía alimentaria debate la idea de que no basta con que los alimentos lleguen a las personas. Provoca que discutamos qué tipo de alimentos, cuáles son las condiciones de producción, cuál es la relación entre esos alimentos y el proceso de producción, con el trabajo, con el medio ambiente y con las comunidades locales y originarias. Y tenemos la crisis medioambiental. Hace 30 años no imaginábamos las dimensiones de la crisis que vivimos hoy. Hoy la soberanía alimentaria es importante no sólo para salvar a los campesinos, es crucial para salvar el planeta. Así que me parece que es una tarea que hemos asumido. Significa plantar árboles, defender las zonas de reserva, recuperar las riberas de los ríos, presionar a cada país para que tenga leyes que prohíban la deforestación y las quemas. Ya tenemos tierra suficiente para alimentar al mundo. El problema es quién produce en esa tierra, qué se produce y cuáles son los intereses de quienes producen.
La Vía Campesina ha publicado recientemente una nota en la que señala los riesgos medioambientales del tratado de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur…
El tratado sería un desastre total para los países del Mercosur. Significaría profundizar la reprimarización de la economía. En un primer momento, el acuerdo puede ampliar nuestras exportaciones, pero nos hará cada vez más rehenes de las industrias europeas. Eso sin hablar del reguero de destrucción medioambiental que hemos acumulado aquí con la sobreexplotación de materias primas y minerales. Además, en la medida en que se crea un mercado común, todos los procesos de compra pública se abren también a las empresas europeas. El resultado podría ser la destrucción total de las organizaciones y estructuras locales de comercialización. Las políticas públicas que son cruciales para promover la agricultura campesina, la agricultura familiar, que produce alimentos para las mesas de la gente, se volverán inviables. Es un proceso que excluirá a las cooperativas de pequeños agricultores y asentamientos. En lugar de seguir este camino, Brasil debería ampliar sus relaciones comerciales para no depender de Estados Unidos o Europa. Esto es lo que el país hizo antes del golpe contra Dilma Rousseff en 2016, y debería continuar en esta dirección.
Para concluir, si la Vía Campesina surge con las disputas de bloques comerciales y hoy es la guerra en Europa la que centra la atención internacional.
Sobre esta cuestión, la Vía Campesina de Europa tiene una visión ligeramente diferente de la Vía Campesina Internacional. Mientras los europeos tratan el asunto como si se tratara sólo de una maniobra rusa para dominar Ucrania, La Vía Internacional entiende que se trata de una guerra entre intereses capitalistas, una disputa por la hegemonía internacional. Sabemos que este conflicto tiene un claro impacto en la economía agrícola internacional. Rusia y Ucrania son grandes productores de alimentos, con cerca de un tercio de la producción mundial de trigo. Ucrania sigue teniendo una elevada producción de maíz, y Rusia de fertilizantes e insumos agrícolas. Todo ello ha repercutido en el coste de la producción de alimentos en todo el mundo. Al mismo tiempo, es una gran oportunidad para demostrar que los insumos químicos pueden ser superados por los orgánicos. Y a medida que avance la guerra, esta situación será cada vez más acuciante, porque los precios de los alimentos seguirán presionados. Vemos este escenario con preocupación, considerando que Estados Unidos y China avanzan cada vez más en la disputa por la hegemonía en el mundo, y esto no nos ayuda a defender a los países soberanos desde el punto de vista alimentario. El hecho es que la guerra no le interesa a nadie, no les interesa a los pueblos de Ucrania, de Europa, de Rusia ni de ninguna parte del mundo. Por eso La Vía Campesina también asume cada vez más este debate de estar en contra de la guerra, a favor de la paz y por un nuevo modelo de desarrollo a escala internacional.